domingo, 28 de abril de 2024

Aprés moi le déluge

Publicado en El Imparcial, el 15 de abril de 2024


“Après moi le déluge” (“después de mi el diluvio”), es una expresión que el pintor Quintín de la Torre atribuyó a Madame de Pompadour, amante de Luis XV, después de la derrota en el año 1757 en Rossbacb del ejército franco-austriaco por el prusiano de Federico II. Una cínica manifestación que, según me comenta el profesor Eloy García, está asociada al incremento de la deuda pública en el país vecino, el alza de precios consecuencia de las malas cosechas y el incremento de impuestos que sería su corolario. Los arsenales del descontento popular estaban repletos y quedaba apenas margen para evitar el levantamiento revolucionario.

“Después de mí el diluvio”, parece decir el actual titular de la presidencia del gobierno, instalado ahora en un papel de mero observador de las convocatorias electorales que se presentan en el horizonte inmediato y a la espera de sus decisiones una vez que se produzcan sus resultados. Está ahora dedicado Sánchez a la huida exterior, con la excusa del reconocimiento del estado de Palestina, una declaración de muy escaso recorrido para la solución de un conflicto enquistado y que cuenta con muchas papeletas para su extensión hacia otras zonas de su hasta ahora relativamente contenido espacio geográfico.

¿Qué será España, en qué acabará el partido socialista toda vez que Sánchez sea -democráticamente- desalojado de la Moncloa?, ¿cómo abordaremos el post-sanchismo en un país tan polarizado, dividido y enfrentado como el que ahora nos encontramos? Una cierta sensación de fin de ciclo se viene apoderando de comentaristas políticos y del público en general, ya bastante alarmados ante una deriva de concesiones al independentismo que parecen no tener fin. Es la amnistía su elemento principal, pero no único, ya que la acompañan la intervención y aceptación del acoso sobre el poder judicial, la colonización de las instituciones, y hasta la presumible cesión del control de puertos y aeropuertos a las policías autonómicas -dicho sea este último como ejemplo de una pequeña cuenta en un ya largo rosario.

Pero en ocasiones confunden, quienes se dedican a escribir o se aplican a opinar en las tertulias de los medios y en conversaciones privadas, los deseos con las realidades. Porque la realidad de las cosas es que Pedro Sánchez continúa en la sede de la presidencia, y que aun cuando el primer partido de la oposición active comisiones de investigación (nada más que un circo parlamentario como lo son las socialistas), mejore sus resultados electorales en el País Vasco y Cataluña o arrase en la diferencia de votos y de escaños al PSOE en las europeas, se ha convertido el PP nada más que en un instrumento de sustitución del actual partido de gobierno, y no ha puesto sobre la mesa ningún proyecto que ilusione a sus votantes ni llame la atención de otros ciudadanos para que cambien el logo de su papeleta.

Queda por ver lo que ocurra en el País Vasco, instalada su campaña en una atonía tal que candidatos y proclamas nos inducen al sopor. Todo parece, sin embargo, que los dados están ya sobre la mesa, y que a pesar de que gane Bildu al PNV, por incapacidad del partido fundado por Sabino Arana de movilizar a su particular grey de abstencionistas, los parlamentarios socialistas apoyarían como lehendakari a un tal Imanol Pradales. Los de Otegi ya van cobrando dividendos del PSOE en “legitimación democrática” -más bien blanqueo de un pasado sangriento-, poder institucional -Pamplona- y en medidas que faciliten la excarcelación de los presos etarras…

El tablero se le complica a Sánchez en Cataluña. Ha permitido que un encogido prófugo de la justicia se convierta en el árbitro de la situación, que podría además obtener un mejor resultado electoral que el de ERC. La eventualidad de un acceso de Salvador Illa al palacio de la Generalitat se antoja como improbable, pero sólo sería posible en el caso de que -sumados los escaños del PP a los del PSC, que es el caso del ayuntamiento de Barcelona- le dieran mayoría. Aunque, todo hay que decirlo, cada día que pasa se plantean más incógnitas en esta especie de damerograma maldito en que se ha convertido la política catalana y, por extensión, la nacional.

En el supuesto de un gobierno -una de las posibilidades a considerar- encabezado por el líder del PSC con el apoyo del Partido Popular, y descontado el triunfo de este último sobre el PSOE en las europeas, la mejor manera de desactivarlo para Pedro Sánchez sería una convocatoria anticipada de elecciones en otoño. Una convocatoria que, además de clausurar la euforia popular -como ya ocurrió después de las autonómicas-, habilitaría al actual presidente a presentarse como el máximo contribuyente a la desactivación del soberanismo catalán y a la normalización de aquellas no hace nada levantiscas tierras.

La reacción de los diputados nacionalistas catalanes en el Congreso no sería desde luego muy complaciente con el ocupante de la Moncloa, aunque no tanto como para votar una moción de censura que ponga a Feijóo en su lugar. Además de que, concluido el proceso tri-electoral, ni siquiera dispondrían de margen para acometer dicha reprobación. Por otra parte, la capacidad de maniobra de Sánchez en el gobierno, sin posibilidad real de aprobar los presupuestos, como no sea a cuenta de mayores y aún más peligrosas cesiones, sería bastante escaso.

Claro que también cabe que insista el presidente en ceder metros y profundidades de soberanía -si el ámbito de ésta resulta susceptible de troceamiento, como así lo parece- y continuemos por lo tanto en el permanente sobresalto de la nueva “medalla del abatimiento generalizado”, esa que asegura, con amargura, que hoy estamos peor que ayer, pero mejor que mañana…

Poco importa lo que ocurra más adelante, dirá Pedro Sánchez instalado en el palacio de la carretera de La Coruña: después de mí ya puede venir el diluvio universal. Y podría añadir: pero más les vale sentarse a esperar.

martes, 2 de abril de 2024

El esperpento nacional



Hace ya más de 100 años, en 1920, el escritor Ramón María del Valle Peña -más conocido por Valle Inclán- escribió el texto cumbre del esperpento, una obra teatral a la que puso por título “Luces de Bohemia”.

Se ha definido el esperpento como el examen de una deformación sistemática de la realidad, que acentúa los atributos grotescos e incoherentes que siempre se producen en cualesquiera acontecimientos. Era, poco más o menos, lo que describía el escritor de la luenga barba en el viaje nocturno de Max Estrella por la noche de Madrid y los variados protagonistas que encuentra en esa su última noche de vida.

Quizás no imaginara don Ramón que poco más de 100 años después, sus bohemias nocturnas fueran tan reales como la vida misma en una España que apenas si él distorsionaba en su texto teatral. El asombro preside la escena pública de nuestro país, de manera que los políticos dejan atrás las composiciones más elucubrantes de los escritores, y los periódicos y las pantallas de televisión eclipsan en sus informativos a los otrora seguidos reality shows.

El presidente de la Comunidad Autónoma de Murcia, Fernando López Miras, parece emerger esta Semana Santa de una escena de Ben-Hur, conduciendo una cuadriga y seguido por unos escoltas que nadie sabe muy bien si le jalean o le protegen; un enfervorizado público parece surgir del circo romano, divertido ante las complicadas evoluciones del dignatario político.

Pero hubo un antes de ese espectáculo. No de otra cosa puede calificarse la negociación de la investidura de Pedro Sánchez, negociada lejos de España y con un prófugo de la justicia, y monitorizada y tutelada desde entonces por un mediador salvadoreño, el diplomático Francisco Galindo, que estuvo vinculado en su día a la intermediación entre el gobierno colombiano y el narcoterrorismo de las FARC. Abierto el proceso de campaña electoral de las autonómicas catalanas, ERC ha manifestado -ante el silencio del Gobierno- que ellos también están utilizando semejante procedimiento.

La utilización de la mediación como método de solución de las diferencias políticas forma parte, si no del esperpento nacional que nos preside -que también- de una connotación que remite a un país que carece de instituciones sólidas y fiables. Desmontados todos los niveles de confianza que presidía el consenso que dio lugar a la Constitución de 1978, el parlamento se ha convertido en una caja de resonancia de las diferencias irreconciliables entre los partidos mayoritarios que atizan la polarización como procedimiento más fácil para ocultar sus limitaciones dialécticas y de proyecto, a la vez que destruyen cualquier posibilidad de que algún criterio sensato aparezca más allá de los extremos que cada uno de ellos simboliza. No se trata aquí de adjudicar las diferentes responsabilidades que unos y otros tengan en este episodio de la división. Baste con decir que ambos obtienen provecho de esas actuaciones.

Por eso mismo, y una vez que criticara cumplidamente la figura del mediador entre el PSOE y Junts, el partido llamado -por lo visto- a ofrecer un mínimo de seriedad al panorama político español -no a regenerarlo, que es asunto muy distinto-, el PP, acepta que las conversaciones que mantiene con el Gobierno para la renovación del CGPJ se produzcan también fuera de nuestras fronteras y con un mediador que a su vez es responsable de la cartera de Justicia en la Comisión Europea. “¡Más madera -diría Groucho Marx- que es la guerra!”

Llevada de la mano de la comedia bufa en la que están convirtiendo a nuestro país, también la corrupción española merece un lugar de honor en el viaje a los submundos de un redivivo Max Estrella. El caso Koldo, sin ir más lejos, ilustra lo que afirmo: un portero de bar de alterne, rescatado por la cúpula del partido socialista como hombre de confianza del número dos de la organización, luego ministro de Transportes, y aún del mismo presidente del Gobierno, cuando éste recorrió España allegando voluntades para no sucumbir ante las presiones del aparato socialista.

“Dios los crea… y ellos se juntan”, afirma nuestro refranero popular. Se juntan, por lo que se ha informado, en el aeropuerto de Barajas para recibir a una de las dirigentes más venales que conoce la actualidad política, la actual ministra de Economía, Finanzas y Comercio Exterior, y vicepresidenta ejecutiva de Venezuela, Delcy Rodríguez, objeto de sanciones por la Unión Europea que prohibían su entrada en España.

Alguno pensaba -con Ortega- que buena parte de las contrariedades que arrastraba nuestro país verían su solución en un horizonte en el que Europa formara parte de nuestro proyecto de convivencia. “España es el problema, Europa la solución”, afirmaba el filósofo. Pero la peculiar idiosincrasia carpetovetónica, arraigada entre nosotros desde hace ya mucho tiempo, parece resistirse a abandonarnos. Lejos de importar algunos de los buenos modales que imperan en otros lares europeos, los españoles nos empeñamos en excavar nuestra propia fosa como en el celebrado chiste de Chumy Chúmez, en el que dos personas están perforando un agujero. “Hemos llegado al fondo”, anuncia uno de ellos. “¿Qué hacemos?” “Seguir cavando”, le contesta el otro.

De modo que el grito crepuscular de “Luces de Bohemia”, en el que se reclamaba, “¡Muera Maura! ¡Muera el Gran Fariseo!” Al que el coro de modernistas contestaba, ¡Muera! ¡Muera! ¡Muera!” Y que coronaba Max Estrella diciendo “Muera el judío y toda su execrable parentela”… venía a ser una palada de tierra más en las pocas cosas serias que en España se intentaron entonces y que por desgracia no se lograrían.

Ya se sabe: conviene seguir cavando…

miércoles, 20 de marzo de 2024

¿Quo vadis Euskadi?


Publicado en El Imparcial, el 18 de marzo de 2024

Entramos en fase electoral, el próximo 21 de abril se celebrarán las correspondientes elecciones al Parlamento Vasco, vendrán luego las catalanas y después las europeas. En el caso de la primera, se trata de una convocatoria que se diría cierra un ciclo propio para abrir otro.

Constituye el final de la etapa de Íñigo Urkullu, quien en tándem con Andoni Ortúzar -éste al frente del PNV- recogían el testigo de Josu Jon Imaz, después de que el que fuera eurodiputado y consejero de Industria de Ibarretxe, evitara la deriva soberanista hacia los territorios de abierto enfrentamiento con el Estado que preconizara su rival Joseba Egíbar. Eran desde luego otros tiempos, en éstos es el mismo Estado el que se desprotege, y son sus aliados, los nacionalistas e independentistas, los que se alían con él en esa operación destructiva.

El tiempo que cierra Urkullu, pero que Ortuzar pretende estirar ahora con la ayuda de un candidato bisoño, de nombre Imanol Pradales, era el del clásico "ritornello" nacionalista. Fue primero Garaikoetxea en su lucha con Arzallus y sus desplantes a los gobiernos centrales. Aquel lehendakari, de origen navarro, acabaría fundando Eusko Alkartasuna, hoy partido miembro de la coalición Bildu. A éste le sucedería el más moderado Ardanza, que impulsaría el "pacto de Ajuria Enea" en contra del terrorismo; pero el péndulo vertiginoso del PNV le sustituiría después por el más radical Ibarretxe, que pondría en marcha su célebre "plan" que pasaba por dividir a los vascos con su estatus de "Estado Libre Asociado" con España y que fuera debatido y rechazado por el Congreso de los Diputados.

Ya digo que aquéllos eran otros tiempos. Los acuerdos suscritos entre el actual PNV y el sanchismo dibujan un escenario similar al pretendido por Ibarretxe, y el Estatuto propuesto por Urkullu, en su postrera aportación política, consagra la existencia de dos tipos de vascos: los que lo son sólo administrativamente y los que lo son por "vocación". De ese planteamiento se producirán efectos que sin duda poco tendrán que ver con el mandato constitucional de la igualdad entre los españoles.

De esta forma, y como consecuencia de la debilidad -de manera singular provocada también por el propio Gobierno de lo que quizás un día fuera la nación española-, esas dos almas del PNV han confluido en una sola. Ya no existen radicales y moderados, sólo los primeros, no importa la apariencia de mesura que presenten con el fin de atraer a indecisos y españoles que votan en las circunscripciones vascas.

En el nacionalismo vasco, además, la divisoria entre el comedimiento y el fanatismo apenas se advierte en algunas ocasiones. El mismo Urkullu -según me contaba en su día Joseba Arregui- “es una excelente persona, pero en cuanto rascas un poco le sale Sabino Arana”. Y el fundador del PNV, ya se sabe, era el compendio de todo lo que denostamos en nuestros días: xenofobia, oscurantismo y apelación a los tiempos medievales del Antiguo Régimen…

Y así, la competencia electoral del 21 de abril se reduce a PNV o Bildu, en lo que no deja de ser sino un pleito de familia iniciado en los años 60 del pasado siglo, cuando la nueva generación del PNV achacaba a la vieja su conformidad con el franquismo. Hoy, los descendientes de aquellos jóvenes reclaman su derecho hereditario a recibir el "altaren etxea" -la casa del padre-. Unos y otros hoy, comparten también la misma alma; más casposa una, más juvenil la otra, pero iguales en todo caso.

El PNV en su laberinto histórico ha optado, como siempre lo ha hecho, por el radicalismo en contra del orden. Ya lo hizo en 1936, cuando el que luego sería preclaro reclamo de HB-ETA, Telesforo Monzón, pidió armas a los franquistas para apoyar el alzamiento nacional, y eso que, en las elecciones de 1931, esos mismos nacionalistas acudían coaligados con los tradicionalistas.

¿Quo vadis, Euskadi? Cualquiera que sea el papel que pretendan jugar los socialistas, el PP o Vox, unos y otros, en mayor o menor medida, representarán un rol de comparsas en el escenario vasco. No importa que el "disputado voto del PSOE" pueda caer del lado peneuvista o bildutarra, que el PP abandone -por un tiempo al menos- la defensa de los valores constitucionales y se afane en contraatacar por el lado de la gestión, o que Vox quiera convertirse en paladín de la españolidad... los tiempos han cambiado, y ya los esfuerzos que en su día hicimos entre los socialistas de Nicolás Redondo y los populares de Jaime Mayor por enmendar la deriva nacionalista, forman parte de los sueños evanescentes de un pasado que quizás fuera mejor que éste. Pero la nostalgia no sirve de nada a efectos prácticos.

El País Vasco va -porque lo está ya- en esa dirección. Y el PNV no parece dispuesto a imitar el sistema que hizo fuerte a la CDU en Alemania y a la CSU en Baviera. Ese modelo tuvo también su oportunidad en los tiempos inmediatamente anteriores al ciclo que abrió Urkullu. Y no parece que la historia se repita, como no sea en forma de farsa, que decía Marx en el 18 Brumario de Luis Bonaparte. Después de todo, pensar que un nacionalista en España siquiera dude en acometer cualquier política que mejore la integración y el progreso de nuestro país es algo más que una quimera, una España que avance no es sino de una de sus peores pesadillas.

viernes, 8 de marzo de 2024

Y en eso regresó el escándalo



En realidad, nunca se había alejado del todo. Por más que la Unidad Central Operativa (UCO), la policía judicial de la Guardia Civil, y la judicatura investigan y sancionar a los delincuentes, la corrupción nos sale con frecuencia al encuentro, unida al deterioro correspondiente de nuestras instituciones y la sospecha ciudadana en torno de nuestra clase política. El hecho de que el último -sólo por el momento- episodio que estamos conociendo se haya producido aprovechando la crisis sanitaria del COVID‘19, la reducción de nuestro espacio de libertad por el confinamiento a que nos vimos sometidos y la pérdida de familiares y amigos, muchos de ellos fallecidos en la distancia y en soledad, supone un añadido a la insensibilidad de una conducta que no se comporta sólo como un robo al erario público, sino que pone en evidencia la más torpe sordidez que anida en la avaricia humana.

Habrá que advertir que el fenómeno de la corrupción ha recorrido nuestra historia desde muy antiguo. Los cronistas de la Segunda República nos recuerdan con insistencia el episodio conocido como “estraperlo” -por Strauss y Pearl, sus promotores- y que afectaba a Aurelio Lerroux, sobrino y protegido de don Alejandro; en la Restauración que daba comienzo en el año 1876, el caso conocido como “el millón de Larache”, revisitado oportunamente por Carlos Sánchez Tárrago en el telón de fondo del desastre de Annual y que se hacía como botín con las asignaciones oficiales para la intendencia del personal militar destinado a la campaña de África; aguas arriba, el historiador Carlos Dardé ha evocado en “La Corona y la Monarquía constitucional en la España liberal, 1834-1931” el caso de la implicación de la mujer de Sagasta en la construcción del ferrocarril en Cuba durante la Regencia de Doña María Cristina; o en el Antiguo Régimen, bajo el reinado de Felipe III, las acciones el duque de Lerma por las que haría negocio éste con terrenos en Valladolid y Madrid, especulando con la capitalidad de España en una y otra ubicaciones sucesivas; el régimen de Franco, pese a la opacidad a la que se veían confrontados los medios de comunicación, también tuvo su Matesa que se llevaría por delante a una buena parte del gobierno de entonces.

Y si la corrupción ha atravesado nuestra historia como una especie de mancha de aceite, tampoco entiende de color o ideología política. Ahí está el paradigmático caso de Rafael Blasco, consejero del PSOE valenciano salvado in extremis porque el juez no admitió como prueba inculpatoria unas cintas que así lo evidenciaban, y que sería finalmente condenado por el caso Cooperación, esta vez como consejero del PP de esa Comunidad Autónoma.

Tampoco la corrupción distingue de países: el diputado Nikolas Lôbel, de la CDU, reconoció haber cobrado una comisión por mediar a favor de una empresa para la compra de mascarillas por parte de la administración pública. El expresidente de la República francesa, Nicolás Sarkozy, fue condenado a un año de prisión por la financiación ilegal de la campaña electoral de 2012. En el Reino Unido, el gobierno de Boris Johnson estuvo plagado de una serie de escándalos, desde acusaciones por su desprecio de las reglas y revelaciones de fiestas ilegales para romper el confinamiento celebradas en Downing Street, hasta el punto de recibir denuncias por irregularidades y abusos por parte de diputados de su partido. Hasta una institución poco propicia al envilecimiento, como es el Parlamento Europeo, está viviendo el “Qatargate” o “Moroccogate”, que aún sigue dando coletazos.

En el caso de que otorguemos credibilidad al Índice de Corrupción correspondiente al pasado año 2023, publicado por Transparencia Internacional, España figura en el puesto 36 sobre 180 casos analizados. En países de nuestro entorno, y por debajo, figura Italia (42); y por encima, Portugal 34), Reino Unido y Francia (20) o Alemania (9).

Interesa a mi juicio más que los índices -por muy bien realizados que estén- el funcionamiento de las instituciones en las que se asientan los sistemas políticos, y en especial el respeto que respecto de ellas tenga nuestra clase política. El profesor Eloy García ha escrito que “cuando reina la corrupción de las instituciones o el abandono de la ciudadanía, la respuesta es muy simple: en ese caso el poder impera e impone su ley como fenómeno al margen de cualquier esencia política”.

Sin perjuicio del carácter genérico de la cita, podría el señalado catedrático de Derecho Constitucional haber indicado que ése es precisamente el caso español. El acoso a la judicatura, la cautividad del parlamento respecto del poder ejecutivo, el correspondiente debilitamiento de la separación de poderes y del estado de derecho, la colonización de empresas públicas e instituciones a través de afines políticos y aún de amigos… ilustran un cuadro de ejercicio de poder incontrolado por parte del actual principal responsable del gobierno.

Un sistema político, por muy bien definido que se encuentre desde su Constitución, no puede sobrevivir si no es por el aliento de la ciudadanía y el apoyo cotidiano de los agentes políticos. Ya es vieja la distinción entre las Cartas Magnas semánticas respecto de las efectivas, y en España vamos desgraciadamente recorriendo a gran velocidad el camino que conduce de las segundas a las primeras.

Y no, tampoco resulta Pedro Sánchez el único responsable de esta situación. No fue él quien proclamó que “Montesquieu ha muerto”, sino Alfonso Guerra cuando era vicepresidente de Felipe González; y no fue el PP de Aznar ni el de Rajoy -ambos con mayorías absolutas- el que abogaba por que fueran los jueces quienes eligieran al CGPJ, como ahora hace, con fervor digno de apoyo y consideración, Feijoó. Pero será preciso conceder que el actual inquilino de la Moncloa está marcando un récord en el avance del deterioro institucional que ahora padecemos.

En eso que estamos, ha llegado el “caso Koldo” que ya va siendo más el “caso Ábalos”. Y algunos se dan a la ensoñación de confundir deseos con realidades, en la idea de que el tropezón con esta piedra hará caer al presidente. El hecho de que vayan dimitiendo progresivamente -como sería de prever-, a la manera de un castillo de naipes, los principales colaboradores de Sánchez, sólo significa que se irá desprendiendo de su equipo inicial, el que se agrupó en torno de él cuando olía a cadáver político y nadie se le acercaba. Hoy, el presidente, aunque débil, está en La Moncloa, y los apoyos parlamentarios con los que cuenta le prefieren así, débil, antes que a un Feijoó derogatorio de la gestión de aquél. En eso consiste su resistencia de manual: “Conmigo disponéis de un caos bajo vuestro control; con mi alternativa, seréis quizás vosotros los que entréis en la vorágine”.

lunes, 19 de febrero de 2024

El día en que Putin asesinó a Navalni






El título de este comentario no parte de una licencia que quien lo suscribe se adjudique a sí mismo, porque no espero -carezco de cualquier confianza al respecto- ningún resultado de la anunciada investigación de las autoridades rusas respecto de las causas que se encuentran detrás de la muerte del emblemático opositor al zar instalado en el Kremlin desde hace más de dos décadas. Ha sido un asesinato, y eso lo saben y lo reconocen hasta quienes por mor de una neutralidad exigida por la información que aún no se ha convertido en opinión callan esta realidad. Lo saben los políticos, los empresarios, los sindicalistas y los profesionales de todos los sectores de la economía, incluidos los parados hayan o no desistido de buscar empleo; lo conocen los jubilados, los estudiantes y aún los colegiales que le echen algún ojo a las redes sociales que frecuentan.

Navalni ha sido asesinado por Putin. Ya lo intentó en su día, cuando en el año 2020 le untaron Novichok en su ropa interior. Pudo fallecer entonces, pero le sonrió la suerte en aquella ocasión. Entonces se fue a Alemania a recuperarse. Menos de un año después voló hacia Moscú en un gesto de desafío que Putin nunca le perdonaría. Condenado a 30 años de prisión, y a cumplir su sentencia en la cárcel de Jarp, situada a 60 kilómetros al norte del Círculo Polar Ártico, seguramente en uno de los peores presidios de Rusia, tres años después el crimen ha sido consumado. Y además de matarlo, Putin ha secuestrado su cadáver, nadie debe conocer la causa de su muerte; pero, da lo mismo, todos sabemos quién lo ha ordenado.

Ha seguido Alexei Navalni un camino que ya otros habían recorrido o que aún se encuentran transitando. El liberal Boris Nemtsov fue asesinado en el año 2015; Vladimir Kara-Murza, otro liberal, está purgando su crítica a la guerra de Ucrania con 25 años de prisión; Ilya Yashin, amigo y aliado de Navalni lo está también desde 2022.

El senador norteamericano John McCain dijo en una ocasión que Rusia era una gasolinera a la que habían puesto el nombre de un Estado, y no le faltaba alguna razón. Pero existen formas variadas de dirigir una empresa, y Putin ha decidido hacerlo con su país de la manera en que se gestiona un negocio mafioso. Dirige su imperio como lo hacían -lo siguen haciendo- quienes controlan los cárteles de la droga: premia a sus amigos y elimina a sus enemigos. Y no es necesario “que parezca un accidente” (como ordenaba el inolvidable Marlon Brando – Don Corleone a uno de los suyos). No, es mejor que se sepa, así conocerán todos con quién se juegan los cuartos.

Y Navalni le plantaría cara al nuevo zar y padre padrino de todas las Rusias restantes después de concluido el punto y aparte que supuso la desaparición del muro de Berlín. Algo que un capo mafioso no puede soportar. Incluso encerrado en esa penosa cárcel, los mensajes del opositor y referente de la dignidad y la libertad en Rusia le parecían intolerables. No le bastaban 30 años de condena y que en la parodia electoral que actualmente está organizando no pudiera participar su principal contradictor: había que suprimirlo.

Y es que existe seguramente otro motivo en la actuación vesánica del todopoderoso jefe de la Mafia. Se trata quizás de un síndrome que acomete a todos los dictadores que en el mundo son o han sido. El mismo que se apoderó de Calígula, un trastorno límite de la personalidad con una inestabilidad generalizada del estado de ánimo, de la propia imagen y de la conducta. No importa que se disponga de todo el poder; la desconfianza, el recelo, la inquietud ante el más leve atisbo de deslealtad o la más pequeña posibilidad de traición, les acometen, sumiéndoles en un estado de profundo desasosiego. Les amargan sus victorias y agigantan sus derrotas.

Cara y cruz de dos personajes que el criminal que dirige Rusia ha convertido en el reverso de sí mismo. El poder absoluto basado en la mentira, contra la verdad y la limpieza del principal referente de la oposición; la cobardía de quien se esconde detrás de sus esbirros para perpetrar sus atentados, frente a la valentía de quien decidió arriesgar su libertad, primero, y su vida, ahora, para defender estos y otros valores para su gente; el autócrata sin escrúpulos ni límites, frente a un demócrata íntegro. Cara y cruz, el verdugo ha convertido a su enemigo en un héroe.

Quizás haya quien se pregunte por qué el asesinato, qué necesidad tenía Putin de suprimir a un rival que ya estaba neutralizado; por qué lo ha hecho ahora que la farsa electoral está ya urdida y sin posibilidades de éxito para nadie que no sea él mismo; qué motivo tenía precisamente ahora, que puede reivindicar el triunfo bélico de la retirada de Ucrania de la ciudad de Avdivka. Para contestar a estas u otras preguntas el analista político o el mero comentarista carecen de capacidad introspectiva: nadie puede introducirse en la mente de un criminal, de un sociópata, de un tipo que despoja de la vida a sus sin embargo semejantes con la misma frialdad con la que un médico forense practica una autopsia.

El día en el que Putin asesinó a Navalni podría ser una jornada dedicada a la tristeza y al llanto por un hombre cuya muerte permanecerá y se agigantará en nuestro recuerdo. Serán bien recibidas las lágrimas y los testimonios de pesar, pero no serán suficientes. “Fiat justitia ruat caelum” (“que se haga justicia aunque se caiga el cielo”) decía el político y militar romano Pisón. Y la única forma que está en nuestra mano para hacerla, más allá de la necesaria expresión de solidaridad, consiste en ayudar a Ucrania a revertir la situación de una guerra para cuya continuidad ya algunos comienzan a sentir fatiga. Y eso va para los países europeos que no quieren ofrecer recursos suficientes para ganar la contienda y para los senadores republicanos que no autorizan las contribuciones necesarias para tal fin. Pero eso también va por todos los ciudadanos sin excepción, no cabe que nos refugiemos en la sola tristeza sin reclamar una acción decidida de nuestros gobiernos, se encuentre donde se encuentre el foro en el que nos representen.

El día en el Putin asesinó a Navalni debería ser el día en el que dé comienzo la cuenta atrás de la derrota del autócrata criminal. Nos va en eso nuestra propia dignidad..

miércoles, 7 de febrero de 2024

El nuevo Jardín de las Delicias


Dos han sido las negativas que ha obtenido este gobierno de mayorías menguantes en la exigua legislatura que lleva, uno se ha debido a la discrepancia de Podemos con la vicepresidenta Díaz, el otro a la pretensión de Junts de convertir a Puigdemont, no en sujeto amnistiable, sino en persona inviolable -según expresión feliz de Rubén Amón-; con lo que se pone en evidencia el singular monarquismo de la pretendida república catalana, un reino que debuta con los ropajes que otras formas de gobierno -o de estado, como se dice ahora- no ponen en cuestión en los sistemas democráticos, que todos, incluida la más alta magistratura del país, somos iguales ante la ley.

Tiene algo de kafkiana la sesión de impugnación en el Congreso de la amnistía. El partido que se desgañitaba asegurando que semejante propuesta era inconstitucional, vota a su favor; en tanto que el que había hecho de la iniciativa parlamentaria el principal motivo de su apoyo a la investidura, la repudia. Que ahora se devuelva a la comisión parlamentaria correspondiente formaría también parte de uno de los escritos del genial escritor de Praga. Toda vez que se impugna la iniciativa, o bien se entierra ésta definitivamente, o bien se reforma, o el gobierno presenta un proyecto de ley que cumpla con los informes preceptivos de los correspondientes órganos consultivos que la proposición ahora rehusada se encargó de soslayar. Doctores tiene la iglesia, y ya algunos juristas del Congreso -se supone que los que no están sometidos a los dicterios gubernativos- y el PP, han denunciado la supuesta irregularidad de la medida.

En todo caso, el paisaje que se presenta después de la votación fallida muestra a mi modo de ver los siguientes perfiles:

El primero, el de un Gobierno que, más allá de la contención en las cesiones a los partidos soberanistas exigida por las autonómicas gallegas, quizás no se avenga a ese permanente gólgota de negociar hasta la extenuación todas y cada una de las mayorías parlamentarias exigidas, en especial la ley de presupuestos, y su ley de acompañamiento, en la que, con viciada técnica legislativa, se cuelan todo tipo de reformas y de propuestas. Esta opinión, como todas las que se refieren al actual gobierno, está sujeta a revisión; pero la eventualidad de incorporar a los hechos amnistiables el terrorismo y aún la traición, conduciría seguramente a la anulación de la ley por los tribunales europeos. Por supuesto que ese hecho supondría un retraso añadido de unos tres años hasta que el TJUE dicte resolución, tiempo suficiente para que el presidente-domador intente amaestrar a sus fieras y les haga ver que es mejor entenderse con él que con un candidato del PP, mediante una improbable moción de censura. En todo caso, ya se ha anunciado que las posibles cesiones vendrán por el lado de reducir el tiempo empleado por los jueces para analizar los casos a ellos encomendados, por vía de una modificación de la Ley de Enjuiciamiento Criminal.

Porque -y éste sería el segundo de los apuntes del paisaje- la perspectiva de una legislación gobernada por el PP con el apoyo de Vox, no parece convenir en absoluto a la insaciable voracidad soberanista de los nacionalistas e independentistas. Nunca han dispuesto de un objeto más propicio que esta España en deconstrucción para asestar sus dentelladas, ni un gobernante más dispuesto que el actual a considerar exentos de la autoridad del Estado a los territorios catalán y vasco. Ni la moción de censura, ni el exceso de presión que lleve a Sánchez a disolver el parlamento y convocar elecciones, parecen soluciones adecuadas para ellos, aunque en ocasiones se diría que los apremios a los que somete Junts al gobierno podrían muy bien conducir a alguna de esas posibilidades.

Deberá por lo tanto esperar el Partido Popular a que tan tortuosa legislatura concluya -y éste es el tercer boceto del horizonte a la vista-. Y debería también aprovechar este tiempo el partido de centro-derecha para reforzar su equipo y para ofrecer alguna alternativa en el ámbito de lo que se viene denominado como "batalla cultural" y en lo que se refiere al modelo territorial. No es suficiente, no puede serlo, reducir la propuesta a una rectificación del sanchismo y a una gestión más o menos aseada de la economía -como ha recordado recientemente el historiador González Cuevas-; la alternativa no sólo se afirma, es preciso demostrarla.

En tiempos convulsos como los actuales, se echa poderosamente en falta la voz de las élites intelectuales y económicas, otrora influyentes en el devenir de nuestro país. Recuérdese el papel que los pensadores nacionales desempeñaron en la caída de Alfonso XIII y el advenimiento de la Segunda República, o la influencia que tuvieron durante la transición posfranquista apuntalando la necesaria integración de los pares democracia y Europa. El mundillo de la cultura se divide hoy entre los paniaguados receptores de las dádivas gubernativas y los que aguardan su turno en la nómina de la oposición, o se han acogido a los favores de alguna administración autonómica. Del ámbito económico, más allá de algunas escasas expresiones disonantes, la complacencia, cuando no la resignación, preside el escenario.

¿Y la sociedad civil? Sería ésta la última pincelada aproximativa del nuevo "Jardín de las Delicias" que sin duda volvería a pintar El Bosco a la vista de lo que acontece en la España de Sánchez 'et ali'. Una sociedad que apenas sí toma la palabra, convencida de la media verdad según la cual el ejercicio de la ciudadanía empieza y termina con el voto. Algunos han comprendido que la democracia no es un regalo que se coloca en una vitrina para enseñar a las visitas, sino que es preciso luchar por ella todos los días. Pero se trata de una organización atomizada y heterogénea de siglas innumerables que traen su causa en el designio tan caro a los españoles de que cada lidercillo dispone de su chiringuito propio. Habrá que pensar que si el objetivo es el mismo -defender la vigencia y reclamar la eficacia de la Constitución de 1978-, bueno sería articular todas estas asociaciones en una sola y potente confederación, regida por los mismos estatutos y dirigida por un comité ejecutivo representativo de sus principales tendencias. Un desiderátum que seguramente es irrealizable en un país abonado al caos, cuando no al caudillismo de pequeño alcance.

¿Y nos sorprende entonces que Pedro Sánchez siga haciendo de la Moncloa su casa de alquiler durante tres años y medio más?

martes, 23 de enero de 2024

No hay motín en el "Bounty of Spain"



Publicado en El Imparcial, el lunes 22 de enero de 2024

Surca los procelosos mares alejados de nuestras costas patrias un gran trasatlántic
o llamado el "Bounty of Spain" (nombre que podríamos traducir como la "Generosidad" o la "Liberalidad" española). Se trata de un viejo buque que muy bien podría encontrarse en el fondo del mar, un pecio que contendría cuantiosas riquezas, un museo del Prado, la catedral de Burgos o de la Sagrada Familia, y, aún más, 47 millones de personas armadas de ilusiones y resueltas a afrontar un futuro, siquiera encrespado de dificultades, como las que la embarcación debe afrontar en su difícil travesía. No, no se ha hundido todavía, y es que -como aseguraba Bismarck-, "se trata de la nación más fuerte del mundo. Siempre ha intentado destruirse a sí misma y nunca lo ha conseguido". Y añadía el canciller: "El día que dejen de intentarlo -destruirse-, volverán a ser la vanguardia del mundo".

No llegaría a naufragar, pero estuvo varias veces a punto. Quizás la más dramática acontecía en la década de los 30 del pasado siglo. Un conflicto interno derivó en un enfrentamiento que sólo se superó con la destrucción o la proscripción de la mitad del pasaje. Cuarenta años más tarde, asumía el control de la “Bounty” un perspicaz almirante, dotado de olfato y de instinto para avizorar la más segura de las derivas posibles. El responsable del trasatlántico, Juan Carlos de Borbón, contaría con el asesoramiento de un capitán valeroso -Adolfo Suárez- y de una buena partida de oficiales y contramaestres que decidían aparcar por unos años sus intereses personales y dedicarse a la reparación de un buque que pudiera surcar de nuevo los mares con la seguridad del trabajo bien hecho.

El "Bounty of Spain" recibió la admiración del mundo. Surcó las aguas mediterráneas y cantábricas haciendo de Europa su nuevo hogar, y otros mares recibieron con satisfacción su restaurado casco. Pero no toda la tripulación parecía viajar cómoda en la embarcación, y para aquietarla se produjeron concesiones a perpetuidad a quienes más protestaban de espacios que en otro tiempo fueron compartidos y comunes. Un ejército de termitas se afanaba además por roer la sala de máquinas del "Bounty...", con el afán de provocar cortocircuitos, entrando hasta en las cocinas, disputando el rancho de la marinería y las comidas del pasaje. Preferían, por lo visto los concesionarios de dádivas, que los agentes destructores estuvieran dentro de la tienda y haciendo pis fuera, que fuera de la tienda haciendo sus cosas dentro; en cualquier caso, estuvieran en uno u otro sitio, se dedicaban a hacer sus necesidades donde les viniera en gana.

La deriva del barco se internaba ya por desconocidos mares, cuando el capitán Zapatero se hizo con el timón. El proceso antes descrito devino en irreversible, pero el optimismo del capitán -su irresponsabilidad- le hacía advertir un viento de cola que era más bien de través y que presagiaba inminente zozobra. Abandonado el mando, el capitán Rajoy actuó como lo habría hecho un mero subalterno, corrigiendo el rumbo, pero dejando el buque a merced de las devoradoras termitas y de la insaciable fracción de marinería, siempre descontenta.

Y en eso llego el capitán Sánchez. No era el nuevo capitán de la "Bounty..." como el teniente William Bligh -interpretado en la gran pantalla por el siempre genial Charles Laughton-. Si Bligh se comportaba de manera despótica con su tripulación, sometiéndola a todo tipo de vejaciones y arbitrariedades, el flamante responsable del buque español observaba complacido el escenario y se diría encantado de que los agentes exterminadores se devoraran ante sí a la vez que hacían trizas el trasatlántico. No en vano el capitán reducía, primero, a mínimos, el mantenimiento en el que residían las fortalezas del barco, liberó más tarde a los disidentes que protagonizaron un golpe de mano contra la autoridad del buque, y ahora los presenta como víctimas de la asonada, y a todos los demás -incluido, singularmente, el mismo capitán Sánchez- como productores de la agresión. Después de todo el "Bounty of Spain" es "too big to fall", y además él es el que está en el puente de mando. Insaciable en sus apetencias marineras hace tiempo que Sánchez abandonó las costas cercanas, ha doblado el cabo de Finisterre y navega por el océano Atlántico y aún hacia el Pacífico, toda vez que la complejidad de la singladura le tenga a él, y sólo a él, en el gobernalle.

De poco sirven al capitán las advertencias que, con carácter resuelto y frecuente, le dirige el almirante Felipe de Borbón, seguramente espantado por la lejanía que se produce entre las instrucciones de navegación y la ruta que imprime el capitán: el laberinto del oído de Sánchez es tan sinuoso que apenas sí le llegan sus reflexiones. Tampoco quiere el capitán recoger el cabo que le tienden los remolcadores bruselenses, con la intención de conducir el barco a puerto seguro, ofrecidos por un belga de nombre Reynders; en lugar de eso prefiere asumir la oferta recibida del responsable de un lanchón, salvadoreño de nacionalidad, de nombre Francisco Galindo, que le propone conducir al "Bounty..." a un mar infestado de tiburones y de mareas de peligroso oleaje. Da igual -pensará el capitán-, si no eres capaz de montar dos caballos a la vez, no trabajes en el circo.

A todo esto, el pasaje se ocupa de disfrutar de la travesía, de conocer a otras gentes y de cercar las barras de bar del trasatlántico, de igual manera a que no hubiera mañana. Por la borda circulan en ocasiones algunos voceros advirtiendo a la confiada grey de que las cosas se están poniendo mal y que conviene que cada familia reserve plaza en alguno de los botes salvavidas. "No hay sitio para todos", advierten. Pero el capitán les califica de agoreros, mentirosos y cómplices de esa perversa parte de la tripulación que se enfunda en los uniformes que lucen las siglas "PP" y "Vox".

Y el oficial Feijóo, relevado "sine die" de sus funciones, carece de otro plan alternativo que aguardar que, en el momento en que el navío doble el Cabo de Buena Esperanza, Sánchez le entregue el mando. Si llegara el caso -que está por ver- es muy probable que el orensano haga lo que el capitán pontevedrés: poner rumbo a otros mares, sin perjuicio de que el destrozo de termitas y discutientes prosiga.

Hace de esto pocos días, en uno de los salones de baile del "Bounty...", se ha detenido la fiesta y han ocupado el escenario el antiguo comodoro del trasatlántico, Felipe González, al que se ha unido un prometedor joven que padeció en su carne uno de los más duros golpes de los enemigos de la embarcación, de nombre Eduardo Madina. Concluyó González su sentida declaración completando el discurso que cuarenta años atrás había pronunciado en favor de la necesaria moderación de sus gentes. "Hay que ser socialista antes que marxista", dijo entonces; "antes que socialista hay que ser español", ha afirmado hoy.

González y Madina recogieron sus trastos y en su lugar la orquesta deparó a los asistentes su popurrí de salsa, rap y boleros, en tanto que el público, olvidadas las graves expresiones de los que les antecedieron, se disponía a danzar con el frenesí de quienes piensan que la fiesta no tiene final en el "Bounty of Spain" y que los canapés y la bebida no hay que pagarlos.

Y el capitán Sánchez prorrumpe en una sonora carcajada. No se sabe muy bien porqué, quizás porque conoce perfectamente que no tendrá lugar un motín en el “Bounty of Spain”.

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