miércoles, 6 de julio de 2022

La estrategia del camaleón




Artículo original publicado en El Imparcial, el Martes 05 de julio de 2022

El camaleón tiene fama de disponer de una extraordinaria habilidad, que consiste en cambiar de color según las circunstancias, también por su lengua rápida y alargada, y por sus ojos, que puede moverlos independientemente el uno del otro. Es fácil predecir que de este talento ha obtenido su especie la adaptación necesaria para la supervivencia en los medios en los que se desenvuelve; mimetizado con el ambiente, el camaleón puede así capturar a su presa desconcertada y desprevenida. Esta especie animal renuncia de esta forma a su esencia, o mejor expresado, obtiene su más característica propiedad en el disimulo.

Algo así les ocurre a determinados partidos políticos en España que, sin embargo, se reclaman a sí mismos de nacionales. En realidad no son tales, o se encuentran al menos insertos en una deriva evidente hacia el regionalismo —¿nacionalismo light?— o al localismo. Ya no aspiran a mantener el mismo discurso en Madrid que en Murcia, en Galicia que en Andalucía; y se han abonado a la tesis de que es mejor adaptarse al medio que reñir las batallas que quizás reclama la sociedad y que nos permitan aspirar a un futuro más prometedor respecto del difícil y agobiante presente que nos atenaza.

El PSOE, adelantado partido en la estrategia de la simulación, fue seguramente quien definió el paradigma de los nuevos tiempos discursivos. Basta hoy con atender las declaraciones de sus líderes regionales en Extremadura o en Aragón para sorprenderse de que militen ambos en la misma organización que su secretario general, por no referirnos a la del ministro de Cultura del gobierno de España y antiguo secretario general, del PSC (claro que habrá quien diga que no se integran los socialistas catalanes en el mismo partido que los del resto de España, tanto da: renunciaron estos a mantener una marca propia en Cataluña y adoptaron la de aquéllos). Y si fuera posible que nos olvidáramos de sus opiniones y nos acogiéramos a sus propuestas programáticas, advertiremos que su propuesta federal se parece más a una confederación que pone el acento en los aspectos que separan dentro de España a unas regiones de otras, que a la voluntad de integrarlas todas en un proyecto común. Ante la necesidad de la unidad parece preferirse la oportunidad de la segregación, siquiera sea esta más material que formal. También da lo mismo: lo importante es empezar a recorrer el camino de la dispersión, porque lo disperso es bastante fácil que acabe dividiéndose.

Parece también evidente que la deriva del socialismo encuentra su émulo en el Partido Popular de Núñez Feijóo. Los resultados de las elecciones andaluzas establecen no sólo un cambio de ciclo electoral, también se resuelven en un nuevo paradigma político en el que ya no se trata de resaltar que el partido que fundó Fraga y presidió Aznar se constituía en alternativa al socialismo, sino en eliminar cuantas aristas diferencian a este partido con el PSOE, convirtiéndole en una opción razonable para ser apoyada por antiguos votantes socialistas. Este es, a mi juicio, el elemento más importante de las elecciones habidas en esa Comunidad Autónoma, que antaño no había trasvase de votos de un partido a otro, y ahora —además de lo ocurrido en Andalucía— alguna encuesta estima que a nivel nacional ese trasiego podría alcanzar una cifra superior a los 600.000 electores.

Por supuesto que para eso hay que «camaleonizarse», esto es, hacerse indistinguible del PSOE o de un determinado regionalismo. De esta manera, el PP no eliminará los ERE en Andalucía y en Galicia aprobará una ley de inmersión lingüística que favorezca al gallego y relegue al castellano a un idioma de segundo o tercer orden. ¿Llegará el día en que se prefiera el portugués al español en esa región?

Pero, además, el «camaleonismo» debe también entregar alguna dosis de primogenitura ideológica a cambio de obtener determinadas lentejas electorales. Se trata en definitiva de abandonar lo que se ha venido en denominar la «batalla cultural», que consiste en olvidar un relato alternativo al marco «woke» propuesto por las izquierdas modernas, que abandonaron el marxismo, porque los tiempos y la ineficacia de los regímenes basados en esa doctrina condenaron a la desaparición, y se abonaron al cultivo de las minorías y la defensa de sus derechos presuntamente atacados por una sociedad por ellos considerada como perversa, basada en el capitalismo y la democracia liberal.

Concentrados en la gestión y en la eficacia económica, los nuevos camaleones de la derecha pretenden así recibir el apoyo de los socialistas desencantados y reducir el crecimiento del partido que nació a su estribor enarbolando las banderas que aquel había abandonado. No hay cuidado —se diría que manifiestan los nuevos salvadores de la causa patriótica—, si se trata de echar a Sánchez… ¿quién estará mejor colocado que nosotros?

Es evidente que no importa demasiado lo que aporten desde el nuevo equipo que patrocina el PP de Feijóo, más allá de una gestión razonable de los intereses generales. Una vez que las aristas han desaparecido, todo lo restante resulta blando y muelle, y no hace falta oponer resistencia a la deriva que, por lo visto, los nuevos fiémonos están imponiendo. «¡Es la Economía, estúpido!», como proclamaba el estratega electoral de Bill Clinton, James Carville, en la campaña que enfrentó a aquél contra Bush padre. ¿Y la política? No, de esa, de la buena política convendrá olvidarse durante algún tiempo.

Si alguien no lo remedia antes.

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