martes, 15 de agosto de 2023

Refriegas entre nacionalistas


Publicado en El Imparcial, el 11 de agosto de 2023

El ministro de la Presidencia en funciones, Félix Bolaños, recomendaba no hace muchas fechas que los españoles descansáramos de la política y de los políticos, esto es, que nos diéramos unas vacaciones después del largo trasiego electoral que hemos atravesado. Una excelente manera, sin duda, de explicarnos que las negociaciones entre su partido, Sumar y los nacionalistas para formar gobierno serían tan complicadas que mejor era que permanecieran ocultas por el sempiterno manto del secretismo, tan caro a la política y a los pactos.

No caeré desde luego en la ingenuidad de pedir transparencia en un proceso que no la puede tener, por aquello de que la monitorización pública de unas conversaciones de este tipo sólo sirve para destruir el objetivo final de las mismas. Pero habrá que advertir que una vez que se aclare, en su caso, el contenido del pacto, éste debería verse sometido a la claridad del “Luz y taquígrafos” que decía don Antonio Maura. Saber, por ejemplo, qué se ha pactado con el prófugo de la justicia Puigdemont en cuanto a su situación jurídica personal, lo acordado en lo que respecta al referéndum de autodeterminación -o la consulta-, o en cuanto a qué votará el PSOE vasco para dirimir la contienda entre el PNV y Bildu después de las próximas elecciones autonómicas.

La noche electoral del 23J nos dejó en efecto un panorama difícil de dilucidar, dado que el partido liderado por Pedro Sánchez no está, por definición, dispuesto a lo que en otras democracias europeas ha sido la fórmula más generalizada para desbloquear situaciones políticas imposibles como lo es ésta: el gobierno de las grandes coaliciones entre los dos principales partidos. Asumido que esa solución no resulta factible en España, o el PP consigue una mayoría con Vox, el PNV y otros partidos menores -posibilidad más que remota-, o el PSOE lo hace con los partidos que quieren acabar con la Constitución y, aún más, con la misma idea de España.

No resultaría imposible, desde luego, el intento del presidente en funciones. La amenaza del “o yo o el PP+Vox” le ha funcionado en los últimos comicios, incluso entre los votantes de los partidos nacionalistas, y ese temor ha cimentado su victoria en las dos Comunidades Autónomas “históricas” -Cataluña y el País Vasco-; pero no parece sencillo que esa presunta maldición rebaje ahora el precio del apoyo de las formaciones políticas que gobiernan o están en la oposición en esas regiones. Sánchez es consciente, supongo, de que esas fuerzas se están mirando con el rabillo del ojo unas a otras por ver quién se lleva el gato al agua en la próxima convocatoria electoral que les enfrente para ocupar la Casa de los Canónigos y Ajuria Enea. No en vano, vaciado de los inevitables -están en su condición- del “no-a-España”, de la evocación de la autodeterminación como solución final a unos supuestos conflictos de pertenencia, la imposición a contracorriente de un idioma determinado y otras cuestiones, que, desde luego, no son de menor importancia en el ideario colectivo de sus fieles y en la división que provocan en la sociedad, lo que interesa de verdad a los nacionalistas es el poder que ya han conquistado y que nadie parece dispuesto a arrebatarles; o, dicho de manera más breve y seguramente más brutal: lo que les mueve más que nada es el botín a conseguir y repartir.

Pensar que las coaliciones del Frankenstein-2 que obtenga el candidato socialista a la investidura, siempre en el caso de que las consiga, resulten duraderas parece a estas alturas de pronóstico incierto. Los de Puigdemont parecen querer legitimarse en la línea dura que socave la base independentista de ERC, ya que una parte de los votantes más moderados de Junqueras parece que han emigrado a ese nacionalismo light que conforma el PSC. En cuanto a la pugna entre el PNV y Bildu, esa sí que es una pelea por la herencia de la casa del padre -el “aitaren etxea”.

Es verdad que todos los nacionalismos se parecen entre sí, pero -parafraseando a Orwell- algunos son más iguales que otros. Y si ERC es un partido de larga tradición histórica, fundado en el año 1931, que tendría como nombres reconocibles los de Francesc Macià, Lluís Companys o Josep Tarradellas, no es ése el caso de JxCat, heredero del imputado Pujol que habría obtenido un beneficio no aclarado ni declarado de 62 millones de euros, según un informe de la UDEF. Cabe recordar la lapidaria y terrible frase que de él pronunció el expresident Tarradellas: “Yo, de enanos y corruptos, no hablo”.

Es hasta cierto punto lógico que JxCat quiera afirmar su mejor derecho al “botín” en el maximalismo. Pero no es ése el caso de la disputa entre los nacionalistas vascos. Entre estos últimos existe una relación familiar, la que vincula a los padres con los hijos. Para comprenderlo es preciso situarse en la década de los años 60 del pasado siglo en la que se fundó la banda terrorista ETA. Los escasos peneuvistas que circulaban en el País Vasco -eran los tiempos de la “oprobiosa” dictadura-, dedicaban su tiempo a producir las mercancías que un mercado endogámico como el español devoraba con avidez. Sus hijos les reprochaban su incoherencia: “Os decís muy nacionalistas, pero os forráis con el régimen de Franco”. Del dicho al hecho sólo faltaba la épica revolucionaria de los barbudos castristas en Cuba; los “un Vietnam, dos Vietnam, tres Vietnam… esa es la consigna”, del Che Guevara; el movimiento hippie o el mayo de 1968. El listado de los primeros etarras ilustra bien la ascendencia burguesa de muchos de sus fundadores.

Sesenta y cinco años después, son los descendientes de aquellos hijos quienes reclaman la herencia a los sucesores de los padres. El botín, hora es ya, les corresponde por el paso del tiempo y el desgaste de los viejos peneuvistas, que han pactado con todo bicho político viviente, desdibujando así cualquier perfil identitario. Ellos -Bildu, es decir, Sortu- son los verdaderos vascos, los auténticos progresistas. Y por eso, sonríen con sarcasmo ante las patéticas declaraciones de los viejos nacionalistas cuando afirman que no son de derechas…

Conflictos familiares que nos costaron tres guerras carlistas y, más recientemente, más de 850 víctimas a manos de la banda terrorista, atestiguan la cosecha de odio del nacionalismo pretérito y del actual. Por uno de esos dos bandos -¿bandas?- deberá optar el socialismo vasco en las próximas elecciones autonómicas.

Por todo eso, la legislatura que arranca corre el riesgo probable de durar muy poco; y el escenario de unas nuevas elecciones resulta bastante previsible. Pero, por el momento, la gente de Bolaños seguirá intentando urdir un pacto a hurtadillas del conocimiento público.

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