sábado, 7 de enero de 2023

Nicolás Redondo, los tiempos y sus himnos


Artículo publicado en El Imparcial, el 6 de enero de 2023

Sonaba muy suave la “Internacional” en el salón de actos de la UGT el día en que los restos de Nicolás Redondo Urbieta (Baracaldo 1927 - Madrid 2023) reposaban en la capilla ardiente que los miembros de su sindicato habían dispuesto. Casi se podría decir que se trataba de una canción de cuna, de un arrullo, y no de un himno revolucionario.

En la vida hay siempre tiempos para el sosiego, como los hay para el sobresalto, y en la muerte, que es el descanso, todo invita a la quietud, hasta en esas proclamas que piden a los “pobres del mundo” -cuando no a los “parias de la tierra”- a “hacer del pasado añicos” y a que “todos nos agrupemos en la lucha final”.

Nicolás se ha ido y, en el momento de su ausencia, cabe evocar los tiempos pasados en aquel Bilbao, aquella Margen Izquierda de la ría, donde un día los industriales y los navieros y los financieros pusieron las fábricas en las que luego fueron a trabajar, primero las gentes de los caseríos de su entorno, después los hombres que llegaban de Extremadura, o de Andalucía, o de Galicia -esos a quienes los primeros nacionalistas calificaban de “maketos”-, poblando los barrios inhóspitos que sustituían a las insalubres viviendas para los proletarios, alquiladas por las mismas empresas que gestionaban las cantinas donde se dispensaba el vino barato con el que esas gentes olvidaban por algunas horas sus miserables vidas. Por esos andurriales pasaba el doctor Areilza, con nombre de calle céntrica para el inolvidable recuerdo de un liberal que no entendía una libertad desconectada de la preocupación social, como lo fue siempre el liberalismo de Bilbao, el de Gregorio Balparda, o el de ese socialista “a fuer de liberal” que era Indalecio Prieto.

Fueron más tarde las calles de Bilbao que yo recorría, donde podías encontrarte al doblar por la Alameda de Recalde con Ramón Rubial que te contaba de las dificultades que había tenido que afrontar el socialismo para asentarse en aquellos tiempos difíciles en los que los espadones militares y las bombas de los etarras ponían en peligro la delicada operación política que era la transición; o si te llegabas a la Plaza de España -ahora rebautizada por el nacionalismo imperante como “Circular”- te encontrabas con mucha frecuencia con Juan Iglesias, que había sido Consejero del Gobierno Vasco en el exilio, y te colocaba sus diatribas muchas veces interminables; o el siempre sabio, circunspecto y grave que era Antón Saracíbar -compañero y amigo entrañable de Nicolás- y sus siempre agudas reflexiones que darían para un buen libro de aforismos.

Ése era el mundo en el que conocí a Nicolás y a sus gentes, a su hijo con quien compartí militancia y amigos en las Juventudes Socialistas, de una época que ya ha pasado de tal manera que ahora me parece un sueño de lo irreal que se me representa en estos tiempos que corren y nos cogen con el pie cambiado y sin capacidad -ni convicción tampoco- apenas para recuperar el paso que nos imponen los nuevos dirigentes de la improvisación, el poder por el poder y las encuestas como sustitutivo de los programas.

Porque se nos ha ido con este nuevo año un viejo y bueno ser auténtico. Una persona con un sentido de la responsabilidad y de sus limitaciones como es raro advertir en estos días. Quien vio a Felipe González como alguien más adecuado que él para liderar al socialismo español, en tanto que él, Nicolás, se dedicaría a la UGT. Y dicen que Felipe le espetó: “¿La UGT? ¡En España lo único que se conoce es a Comisiones Obreras!” Pero cuando ya fue presidente del Gobierno, González acabó conociendo a la UGT y a su dirigente, en forma de una huelga general, en el año 1988, y de una dimisión como diputado de un hombre que haría de su vida un paradigma de la dignidad.

“Se ha ido en dos días”, me decía su hijo y amigo, consciente hasta el último momento. Y cuando me desprendo de su abrazo y salgo del salón de actos de la sede ugetista, pienso que Nicolás -el padre- habrá observado durante estos largos años de distancia con la política y el sindicalismo activo, el devenir de los acontecimientos de nuestro país, desde la tristeza que es también patrimonio de las gentes que no saben despegarse de lo que es importante y lo que es cierto: que la vida es tolerancia y respeto, que las gentes somos personas y no objetos de las apetencias de otros, que las pretensiones de unos deben ser cohonestadas con los intereses de los demás, y que la democracia es el acuerdo, lo mismo que la libertad es un valor que se conquista día a día y que no constituye un hecho necesariamente establecido.

Y dejaba atrás la melodía, resuelta en un susurro de la “Internacional”, pensando que quizás sonaría ésta como el himno de los auxiliares del Bilbao sitiado por las fuerzas carlistas. Ése que decía: “Somos auxiliares/Sin color ni grito/Somos defensores/De este pueblo invicto/Somos liberales/Y derramaremos/Toda nuestra sangre/Por la libertad”.

Y si el PSOE ganó las elecciones de 1982 con el slogan de “socialismo es libertad”, el liberalismo, al menos el que yo conocí en Bilbao, resulta necesariamente compatible con el bienestar social y la defensa de las clases más desprotegidas. Claro que el socialismo de hoy abandona la igualdad en aras de la diferencia, y el liberalismo actual reclama a veces mas el estado mínimo y la indefensión de los más débiles.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

cookie solution