viernes, 14 de julio de 2023

De carteles y platós


Artículo publicado en El Imparcial, el 12 de julio de 2023

Las campañas electorales ya no son lo que eran. Los carteles que inundaban las paredes de nuestras calles, con los consabidos equipos de los partidos pegando sus pasquines sobre los que habían fijado los otros, en una ronda nocturna de resultado imprevisible, ya no forman, por fortuna, parte de nuestro paisaje urbano. Se trataba en realidad de una actividad bastante intrascendente, salvo para los candidatos. Recuerdo, en este sentido, cómo un cabeza de lista en el País Vasco protestaba invariablemente si en el trayecto entre su domicilio y la sede del partido no se encontraba con su imagen fijada a los muros: hubo que contratar a un equipo especial para que ese trayecto matutino del político no le deparara contrariedad.

Hoy los carteles cuelgan ordenadamente en las farolas. Y hasta hay partidos que renuncian a los mítines, porque resultan caros, sólo movilizan a los militantes y el breve corte que de ellos se ofrece en los telediarios se puede cubrir de otra manera. Quizás por eso el candidato-presidente del Gobierno ha preferido lanzarse a los platós televisivos -incluidos los propios- y a las cadenas de radio.

Quizás pensaba Sánchez que el dominio de los medios que esa actuación le suponía, convertiría en poco menos que un paseo triunfal el debate televisivo del 10 de julio. No sabíamos demasiado de la capacidad dialéctica de su adversario y sí era conocido, por el contrario, que el presidente en ejercicio mantiene una relación distante con los escrúpulos, el respeto al rival y la moderación en las formas: el resultado podía muy bien ser incierto, hasta el punto de recortar aún más la distancia existente entre el PP y el PSOE.

Sánchez sabe que la victoria de su candidatura es imposible, de modo que el mejor de los resultados para él consiste en que se produzca una situación de bloqueo (PP y Vox no suman, la izquierda y la extrema izquierda, más los nacionalistas de toda laya tampoco) y no exista otra solución que la repetición de elecciones, en las que el actual inquilino de la Moncloa disponga de una nueva oportunidad.

No estaba mal urdida esa estrategia para sus propios intereses. Así que acudió al debate como si no existiera en el plató nadie más que él. No existía oponente, por lo visto, al otro lado de la mesa; ni tampoco moderadores (en realidad estos últimos apenas se hicieron notar a lo largo de la noche, lo que no deja de constituir un insólito lujo o una confusión entre la idea de la objetividad y la de simplemente no arbitrar en la contienda).

La arrogancia, la falta de educación, la soberbia -incluso- fueron los principales errores del socialista; pero los tuvo también menores, que supongo que al común de la gente trastornan poderosamente. El paseo del Falcon, la mención de su teléfono móvil como síntoma de transparencia (seguramente nos habría ido algo mejor a los españoles con nuestros problemas en el Magreb si ese instrumento de comunicación hubiera sido sellado al espionaje de terceros); y la expresión evocada por él, “que te vote Chapote”, no pareció tampoco muy conveniente para su particular convento.

Estaba el inquilino del complejo monclovita quizás demasiado imbuido del síndrome que provocan esas estancias como para advertir que no todo lo que ocurre en el interior de su casa presidencial se parece como una gota de agua a la otra con la que vivimos los españoles de a pie. Uno puede agitar la bandera del PIB, citar el 2% de inflación o el incremento del salario mínimo; pero a lo mejor no comprende -y se diría que en realidad no lo hace- que la cesta de la compra está cada vez más cara, que lo del producto bruto no lo entiende todo el mundo y tampoco llega a sus bolsillos en forma de dinero contante y sonante, y que lo del decremento del paro puede llegar hasta a dar risa si el afectado es un fijo discontinuo.

Y eso en lo que se presume que son los logros del presidente, en la economía. Pero quedaban los aspectos más problemáticos para él: el apoyo de independentistas y herederos del terrorismo a sus políticas, y el trueque para ello de medidas que debilitan al Estado -delito de sedición, malversación…-. De forma tal que hasta el talón de Aquiles de Vox podía llegar a sonar como una aburrida letanía sin efecto. Además, que tanto el partido presidido por Abascal como Sumar de Yolanda Díaz -más el primero-, aparecieron sólo como convidados de piedra de una ceremonia celebrada una vez más en adoración al bipartidismo imperante.

Las campañas electorales han cambiado, en efecto. Pero no lo ha hecho la importancia en la orientación del voto que suponen las encuestas. Esta contienda además está siendo aderezada con “trackings” diarios en los más significativos medios de comunicación.

Desde muy antiguo he sostenido que los sondeos son en España una especie de primera vuelta de las elecciones, en especial para el grupo de los indecisos que se sitúan mayoritariamente en el centro del mapa político. Un conjunto de gentes liberales, ilustradas y con capacidad de convencer a sus círculos cercanos de lo adecuada que es su decisión.

Si conectamos ese voto al debate del día 10 con el efecto de arrastre que el partido de Feijóo obtendrá de los electores a su derecha y a su izquierda, no será difícil vaticinar que -salvo error grave- el candidato del PP se alce con una victoria bastante apabullante para su rival televisivo y para su contendiente en el espacio político de la derecha. Que sea para bien.

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