miércoles, 26 de julio de 2023

Y, en eso, llegó Sánchez



Se vuelve a poner de moda en España algo tan antiguo en la historia como es la demonización del mensajero: ahora la responsabilidad de la victoria insuficiente, que sabe a derrota, y de la derrota, que también podría ser insuficiente para la victoria, no lo es de los ganadores o perdedores, cualesquiera que sean éstos; son, por lo visto, los institutos de opinión los que han fallado, alimentando las expectativas de unos y enardeciendo el ánimo de resistencia de los otros. Pero yo más bien creo que los encuestadores son unos magníficos profesionales, y que sus estudios nos ofrecen aceptablemente la fotografía que advierten del mapa sociológico del país. Otra cosa es que, en efecto, su lectura conduzca a alimentar la complacencia de quienes se ven beneficiados por ellas, a la vez que enerve el ánimo de quienes piensen que “todavía hay partido”.

Y ante la lectura de las encuestas, el elector avisado, opta por la desmovilización o por su contraria, de modo que analizará si es mejor que repita el gobierno que se presenta a la revalidación -socios, por supuesto incluidos- o permite el acceso al poder de la alternativa que se presenta con una compañía a la que se rebautiza de extrema derecha: o Bildu o Vox; pues prefiero a los segundos, a pesar de su pecado original, que a la “derechona”, parecen decir.

En este sentido, la campaña electoral que acabamos de sufrir me recuerda poderosamente a la de 1996, en la que el PSOE emitió el famoso vídeo del “dóberman”, una peligrosa fiera exhibiendo sus colmillos con aspecto de pocos amigos. A pesar de todo, esas elecciones las ganó Aznar -con una distancia respecto de los socialistas muy pequeña, pero que nos les impidió gobernar a los del PP.

Algunos aseguran no comprender el país que observan sus ojos, piensan que la sociedad española quiere un cambio de régimen, y que los ropajes de la Constitución de 1978 se le han quedado ya estrechos para albergar tanto hecho diferencial territorial y tantas identidades minoritarias grupales como los que existen. Pero tengo para mí que la cuestión es más simple que todo eso: aquí lo que ha funcionado es el miedo al socio de Feijóo, unido a la falta de carisma del personaje llamado a sustituir y enmendar la plana al gobernante. Luego están las explicaciones más pormenorizadas del éxito y del fracaso: Cataluña y el retroceso del independentismo, la escasa cosecha en términos comparativos con las autonómicas y locales de Andalucía o de Madrid, los pactos PP-Vox -lamentablemente conducidos por la dirección de aquel partido-, y otros.

Se abre ahora un panorama de difícil tránsito político y de protocolo lento de realización y de negociación. Feijóo ya ha anunciado su propósito de presentar su mejor derecho a gobernar, pero fracasará seguramente: el maridaje entre su partido, Vox y el PNV es de difícil consumación gastronómica para el estómago de los seguidores de Sabino Arana -no menos, desde luego, para el de Abascal-, más aún si se tiene en cuenta que las elecciones autonómicas están previstas para el año que viene. Más posibilidades tiene Sánchez, aunque para ello tenga que negociar con un evadido de la justicia e inhabilitado como parlamentario europeo que reside en Waterloo; pero, incluso si obtiene el magro resultado de su investidura, tendrá que sortear el difícil obstáculo de un Senado en el que el PP dispone de mayoría absoluta y de opciones de bloqueo y de veto permanentes. No habrá leyes de presupuestos ni ninguna otra que la oposición de la derecha no acepte, que no serán, desde luego, muchas.

Así que el escenario de una repetición de elecciones, como “regalo” de Reyes para los electores, se presenta como una posibilidad no en exceso remota. Para esa oportunidad convendría apuntar una reflexión adicional: en esta España de empate infinito entre las derechas y las izquierdas, sometida al arbitraje final de los nacionalistas de todo pelaje, la única manera de evitar el abismo que nos dejan los electores es la de recuperar la idea de un tercer partido, nacional y de centro, que permita a la sociedad española escaparse de la elección diabólica entre una izquierda contaminada por los extremos y los independentistas, o una derecha que sólo puede pactar con gentes cuyo modelo nos lleva más a las nostalgias del pasado y a las distancias con el proyecto europeo, que es uno de los logros más valiosos de la España democrática del 78.

Sería necesario, entonces, situar en el tablero electoral la recuperación de un partido centrista y liberal, que represente a la “tercera España”, alejada de rojos y azules, con propuestas que reconcilien una idea de país con la necesidad de la reforma desde los cauces constitucionales, sin vaciamiento de la Carta Magna y con acomodación a los nuevos usos y urdimbres de una sociedad en permanente evolución. Y, desde luego, consciente de su papel instrumental al servicio de los españoles, y no llevado, por el contrario, del endiosamiento que es tan habitual en los pagos políticos.

Porque los electores deciden entre las ofertas que se les presentan. Y el consumidor político español tiene ante sí un supermercado repleto de variados productos, pero carente de un género que, aunque no se advierta en ocasiones, es necesario para garantizar la digestión de los demás: una especie de bicarbonato que combata la acidez que producen los artículos de mayoritaria venta.

Merece la pena, creo, repensar la idea; encontrar los candidatos; establecer los programas… y ofrecer a la sociedad española la posibilidad de escapar a la maldición histórica y existencial de eso que Gil de Biedma decía de todas las historias de la historia de España: que siempre terminan mal.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

cookie solution