miércoles, 17 de diciembre de 2014

¿Qué podemos hacer con Palestina?

Artículo original publicado en Mundofinanciero.com
Quienes estén acostumbrados a los debates parlamentarios pueden pensar que lo que vivimos el pasado 26 de noviembre en Estrasburgo se parecería a una especie de jardín sin flores. Lo digo porque al debate no seguiría ninguna propuesta de resolución. Bien es cierto que no pocos de los que lean estas líneas podrán pensar que tampoco es que las resoluciones parlamentarias sirvan para demasiado; no en vano, los gobiernos no atienden muchas veces los mandatos de sus parlamentos; y de manera muy especial en el supuesto de que el órgano que los adopte carezca de competencias en la materia, como ocurre en el caso del Parlamento Europeo, que nada puede en el ámbito de la política internacional, más allá de servir de advertencia o de guía para los Estados miembros.
A pesar de todo, el debate del 26 de noviembre tuvo su importancia. En primer lugar porque fue precedido por la presencia de la Alta Representante, Federica Mogherini. El discurso de la nueva responsable de la política exterior comunitaria suena bien, resulta creíble y es claro. La dirigente italiana tiene algo que la hace particularmente atractiva en la arena política, poblada como está de sujetos de largos y retorcidos colmillos, dispuestos a devorar a cualquiera que se presenté ante ellos con el solo armamento de sus ideas.¿Qué podemos hacer por Palestina? Más allá de pagar, por supuesto, unas cifras que se acercan a los 25 millones de euros para la reconstrucción de Gaza, una especie de escenario permanente de contienda, de devastación, de tierra quemada por las bombas…
Algunos dirán que muy poco; unas palabras más, quizás. Aún así, y como dice el refrán popular, “algo tendrá el agua cuando se la bendice”. No en vano, el revuelo que han traído al escenario internacional las palabras de Mogherini en su reciente visita a Gaza sobre el reconocimiento del Estado de Palestina; la resolución del gobierno sueco, que no dudaría en calificar de valiente; la del Congreso de los Diputados español, la más reciente declaración de la Asamblea francesa… han abierto el paso al debate al que este artículo hace referencia. Un debate -como digo- sin resolución, diferida esta hasta la próxima sesión plenaria en Estrasburgo, en una decisión provocada por el grupo popular y seguramente alentada por los intereses israelíes en esta vieja y, a veces, cansada Europa, que parece en ocasiones incapaz de articular propuestas ambiciosas y de largo recorrido.
Es más que probable que la decisión que adopte el pleno parlamentario de diciembre resulte más que descafeinada para quienes deseen una fórmula, una aproximación más resuelto en el avance del proceso. Creo honestamente que una posición de reconocimiento del Estado de Palestina, que manifieste que por la Alta Representante se procure armonizar una respuesta común de los Estados de la Unión Europea en ese sentido, no debería ser considerada ni mucho menos como anti-israelí. Puedo decir que he recibido muchos correos electrónicos procedentes de ciudadanos de ese país, entre los que se encuentran antiguos ministros de gobiernos israelíes así como un Premio Nobel y diversos artistas e intelectuales, y -cuando se escriben estas líneas- acabo de recibir la solicitud para una entrevista con un embajador de Israel que pretende una resolución clara y rotunda en ese sentido.
Cualquier planteamiento que haga el Parlamento Europeo en este debate no debería ser considerado por las partes en litigio como partidaria de uno o de otro sector. Europa y su parlamento trabajan -bien o mal- por la paz y la seguridad en esa zona, lo que es lo mismo que decir que apuestan por los ciudadanos palestinos e israelíes. A todos ellos les conviene que concluya cuanto antes este tormento cotidiano que convierte la vida diaria de sus poblaciones en la permanente inseguridad, antecedente de la angustia de sí la siguiente bomba impactará sobre su casa o sus seres más queridos.
Una resolución del Parlamento Europeo que, de acuerdo con las palabras de Mogherini en el debate del 26 de noviembre, permita reiniciar un proceso de conversaciones entre las partes que conduzca finalmente a un acuerdo. Ya sé que estas palabras podrán sonar una vez más a producto de la ingenuidad y los mejores deseos, pero que no se corresponden con la realidad que nos descubren las páginas de los periódicos y las pantallas de televisión. Lo cierto es que no nos podemos permitir la ausencia de Europa en este debate. Y no sólo por el dinero que ponemos encima de la mesa; tampoco solo por la necesaria estabilidad en la región, que supondría una cierta distensión en una zona particularmente en tensión; sino de manera principal por la defensa de los valores, de los Derechos Humanos y de las libertades democráticas. Un compromiso que debería presidir la acción exterior de la Unión Europea.

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