domingo, 21 de noviembre de 2021

¿Un nuevo mapa político para España?

Artículo publicado originalmente en El Imparcial, el viernes 19 de noviembre de 2021


En este mundo de la política líquida que resulta consustancial al siglo XXI, resueltas sus propuestas en la inconsistencia de los liderazgos, la evanescencia de las organizaciones y la ductilidad de mensajes y programas (ayer queríamos ‘derogar’ lo que hoy sólo podríamos reformar, por ejemplo), lo que quizás intuíamos en un determinado momento como una situación permanente, se convierte, se diría que por arte de magia, en un elemento cambiante y volátil. Eso parece ocurrir con el mapa político español, nunca definitivamente cerrado.

Empezando -por algún lugar hay que empezar- por la izquierda extrema, la retirada del paisaje político español de un singular personaje, oráculo que fue de los presuntos estertores del “régimen del ‘78” y avanzadilla del reconocimiento del bildutarrismo -con línea directa y ejerciente de embajador de Otegui en la Villa y Corte- que ha sido Pablo Iglesias, emerge con fuerza un liderazgo femenil, integrador de los radicalismos diversos que se diría pretende encerrar el artefacto, otrora explosivo de Podemos, en el trastero de los objetos inservibles. Un discurso menos contundente para un fondo de armario que sigue siendo el mismo: nacionalismo progresista -oxímoron de los nuevos tiempos españoles- y progresismo confederal -otrosí.

El auge de Yolanda Díaz es el declive de Pedro Sánchez, no en vano ambos faenan en el mismo caladero. El presidente está acumulando errores sin tasa y su remodelación gubernamental va dejando heridos, que se convierten en zombis dispuestos a reactivarse nada más que suenen los tambores de la venganza, que constituye argumento esencial de la política y que siempre se consume a baja temperatura. La hubris desmedida y la capacidad de aferrarse al poder que tiene el presidente, unidas al libre uso constitucional del Decreto de Disolución con que cuenta, hará que -pese a todas las encuestas- no resulte fácil su desalojo democrático del gobierno. Además, el ‘anti’ -tan español como nefasto- opera en contra del centro-derecha, que tantos enemigos concita entre regionalistas, nacionalistas y populistas radicales.

El centro debe ocupar, por fuerza, muy escasa mención. Sus errores pasados y presentes conducen a Cs a la irrelevancia del encefalograma cuasi plano. Sólo el tiempo y la renovación de ideas y dirigentes podrá convertirlo en un instrumento válido a medio plazo.

El PP merece comentario aparte. Bendecido por la nefasta gestión del PSOE y de sus socios y por la necesidad democrática de un electorado necesitado de pasar página de pandemias, fragmentación y pactos contra-natura nacional, el partido de Casado ve cómo le crecen los enanos de su circo particular. Nadie que no conozca el solapado pero permanente duelo al sol en la calle Génova podrá comprender el espectáculo de los García Egea y Almeida contra los Ayuso y Miguel Ángel Rodríguez… pero la política es el poder, aunque en este caso se trate de vender la piel del oso antes de obtener la pieza. Se trata de un lance que contiene caracteres florentinos y besos en la fiesta de la Almudena, pero se abrazan al igual que en las novelas de Carlos Fuertes hacen ciertos mexicanos: se palpan sólo para comprobar que el contrario carece de armas… en ese preciso momento.

El ‘utrumque roditur’ (me roen por los dos lados) del bipartidismo en recesión, tiene, en el caso del PP, a Vox como su mayor preocupación. En su viaje al centro, incluyendo opas hostiles a Ciudadanos y sus desconcertadas y diezmadas huestes, el partido de Casado parece sumido en el síndrome del marianismo, consistente básicamente en desdibujarse para atraer así a toda la numerosa cohorte de descontentos con Sánchez y sus socios. Esa estrategia abre una importante vía de agua en el ámbito de los valores, que es por donde el navío popular se resiente más y en el que penetra de manera incesante Vox. Las limitaciones del discurso de este último -procedentes de un relato que no le hace ascos al populismo derechista y de sus socios exteriores que ya están instalados en ese discurso- impiden a este partido progresar en el ámbito del liberalismo conservador que le proporcionaría marchamo de organización homologable y normalizada políticamente, al igual que un incremento de electores. Aún tendría Vox la posibilidad de ocupar el espacio de la derecha liberal y democrática, desplazando al PP de esos predios, pero no parece que los de Abascal estén por esa labor.

Quedan los nacionalistas, que vienen a ser los de siempre, con su proyecto destructivo de los restos del naufragio nacional. Y la adición de una cierta federación de partidos de la España vaciada, que es la nueva especie confederal que pugna por hacerse lugar principal en el Congreso que representa sólo en teoría a la soberanía de nuestro país. No cabe duda que habría que cerrar con carácter inmediato el Senado si la Cámara Baja representa ya a todas las minorías regionales y/o nacionalistas. Y, más en serio, habría que modificar cuanto antes la Ley Electoral para evitar que semejantes desafueros se vean confirmados.

En resumen, un mapa político siempre en vías de definición, que, en el mejor de los casos, nos abona a la alternancia de partidos en el poder y nos aleja de la alternativa. O lo que es lo mismo, heredar políticas más que mudarlas profundamente.

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