viernes, 1 de mayo de 2015

29 de abril de 2015 (el_periodista)

Publicado originalmente en elperiodista.es, el 30 de abril de 2015
El día 29 de abril de 2015 caía una hoja más -y no menor- en mi calendario personal. Cuando acudía a una sala del Parlamento Europeo a dar cuenta, con mis compañeros Juan Carlos Girauta y Javier Nart, de la constitución de una nueva delegación en el seno del grupo ALDE y que llevará por nombre “Ciudadanos Europeos”, no sabía que algunas horas antes había sido expulsado del partido que hace ahora siete años y medio yo mismo había ayudado a crear.
En el texto de la resolución se afirma que el cartero había acudido a mi domicilio a entregarme el aviso previo de suspensión de militancia en tres ocasiones. Superaría así en una las veces mencionadas en la novela de James M Cain, pero para ello debería haber dejado tres avisos en mi buzón cuando en realidad dejaría solo uno. Uno, dos, tres… como en la película de Wilder en la que el director de Coca-cola de un Berlín de posguerra hace y deshace de manera compulsiva la relación amorosa entre la hija de un alto directivo de la compañía y un joven comunista del este. ¿Qué más da una, dos o tres veces cuando la sanción ya estaba predeterminada?
No importa nada, porque nunca pretendieron mejorar, siquiera igualar al sistema que dicen querer cambiar. Ya lo confesaba, con esa aplastante claridad que le caracteriza, Carlos Martínez Gorriaran, que un partido no tiene por qué parecerse a la realidad que quiere construir. No, en absoluto -podría muy bien haber añadido-, las purgas de hoy serán los tribunales garantistas e independientes que crearemos mañana.
Ver para creer, aunque mejor que le pongamos buenas dosis de fe. Porque lo único cierto es que no pasarán -y eso con muchísima suerte- de gobernar en alguna triste aldea perdida, en la que concentrarán, eso si, todo su arsenal político-ideológico, convirtiendo ese reducto en una especie de Tarascon imaginario, orgulloso y arrogante, donde el nuevo Tartarin -¿Herzog, Lozano o la misma Diez rediviva?- apelen al futuro y sagrado encuentro de las masas con su partido de magníficos.
Claro que eso no ocurrirá en España, sino en Dinamarca. Porque eso era un partido para daneses, y lo malo es que esto es España. Y España, ya se sabe, es una… digamos que porquería de país que no les merece. Mejor solos diciendo la verdad; hundidos, ahogados y muertos… previamente suicidados. Esa debe ser la mejor manera de salir del escenario, por lo visto.

Los otros -Ciudadanos- son inventos mediáticos, pompas de jabón o “soufflés”. Hinchados hoy, mañana se desinflarán. ¿Que no estén ya ellos para arreglar las cosas? No importa, no les merecieron antes, ya no tendrán la oportunidad de encontrarles mañana. ¡Eso es lo que pasa cuando la gente vota mal! Mejor quizás volver a las épocas gloriosas de los déspotas ilustrados, pensará amargamente Gorriarán cuando recoja sus bártulos de diputado para volver a su puesto de profesor de estética en una aparentemente “glamourosa” facultad donostiarra.
Ha sido una expulsión predeterminada. Y lo ha sido porque he sido crítico y les he advertido que sus errores políticos les conducirían a la desaparición de sus siglas. Convenía encontrar algún “chivo expiatorio” al que acusar de sus males. Los platos rotos que los pague el que no los haya roto, que nosotros no estamos para asumir responsabilidades.
Pero no voy a recurrir. Que descansen tranquilos los componentes de la llamada Comisión de Garantías. No trabajarán en un expediente que lleve mi nombre. Si los dirigentes del partido no pretenden siquiera igualar en su casa el tan denostado sistema jurisdiccional español, ¿por qué voy yo a creer en él? A otro perro con ese hueso.
Y mientras tanto, perpetrada la felonía, mis dos inigualables compañeras en lo que se refiere a estulticia y maldad, daban una rueda de prensa utilizando medios públicos del Parlamento, para ponernos a Calvet y a mí a caldo. El ADN de la calidad democrática lo ostentan ellas, aseguran. Nosotros derrochamos los recursos públicos, seguro. Como esa sala de la cámara de Estrasburgo, sólo para denigrarnos: una excelente manera de utilizar los fondos parlamentarios, desde luego.
Claro que si los pasillos hablaran, dirían que ese modelo de gestión que es una de ellas, no permite que sus asistentes empleen más de un cuarto de hora al día en sus comidas o que disfruten de las vacaciones a que tienen derecho. Claro que los pasillos son silentes, porque también los jóvenes tienen que trabajar y vivir. ¿Qué se habían ustedes pensado?

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