sábado, 23 de mayo de 2015

Víctor Orban y el Partido Popular Europeo (elPeriodista.es)


(Foto propiedad de www.kremlin.ru)

Publicado originalmente en elperiodista.es

Víctor Orban es un antiguo amigo de los liberales. El presidente del grupo ALDE —Alianza de Liberales y Demócratas y por Europa—, Guy Verhofstaat, nos cuenta que lo conoció cuando sus tesis coincidían con las nuestras. Pero no lo harían por mucho tiempo. Ese viejo luchador contra el comunismo soviético veía que el campo del centro no bastaba a sus aspiraciones de gobernar y en consecuencia mandar, así que se pasaba a la derecha, y no a cualquier derecha, pues la deriva de este personaje y de su partido han desbordado las posiciones democráticas de ese espacio político para inscribirse de lleno en los predios que ocupan los populistas. Un ámbito político del que ya venimos advirtiendo algunas constataciones. La más importante, que no son precisamente demócratas y que utilizan el instrumento de las elecciones para obtener la mayoría y, desde ella, anular a las minorías; también que no son Europeístas, lo que resulta una coherencia —todo hay que decirlo— con la afirmación anterior, porque no respetan los valores que han construido a la Unión Europea y aún constituyen aspectos básicos de su identidad, si Europa tuviera alguna.

Las declaraciones de Orban se han sucedido desde entonces. Su, digamos, falta de aprecio a las ideas democráticas, evocando con nostalgia digna de mejor causa, a los llamados regímenes liberales, aquellos que ponían en marcha sistemas de participación política limitada y que tomarían forma en las Constituciones pactadas, esas en las que el principio de la voluntad del monarca se hacía compatible con el de la soberanía popular (como ocurría, por ejemplo, con la Constitución de Cánovas de 1876).

Pero no solo sus declaraciones. No hace mucho, en el grupo ALDE recibíamos la visita de algunos representantes de medios de comunicación húngaros que nos referían los relatos de sus relaciones con el poder establecido. Y yo mismo he recibido visita en mi despacho de algún grupo mediático que me explicaba los métodos de contención que utiliza el gobierno para silenciar su voz discrepante.

A esas declaraciones les seguían otras en las que Orban ponía en entredicho la política de inmigración intraeuropea así como el principio por el que ningún Código Penal europeo contempla la pena de muerte en su articulado.

Estas dos declaraciones conducían al presidente húngaro al Parlamento Europeo, en un gesto que, para el portavoz del PP, González Pons, equivalía a «dar la cara», pero que yo entendería más bien como un ejercicio de arrogancia política, válido también para la venta política intramuros de Hungría.

Y Orban no modificaría sus tesis. Defendería la idea del debate ciudadano en los dos puntos señalados. Y si bien en el segundo —la pena de muerte— indicaría que no tenía intención de reimplantarla, en el primero —la inmigración— sí parecía dispuesto a impulsar medidas de cierre de las fronteras de su país. Pero, como le dijo el Vicepresidente de la Comisión, Timmermans, «¿por qué lo debaten sí no lo van a poner en práctica?»; un argumento que me recordaba a las viejas polémicas que teníamos en el País Vasco del “Plan Ibarretxe” y tienen ahora en Cataluña respecto de la consulta impulsada por los independentistas, ¿para qué quieren el referéndum si no es para impulsar la separación?

Fue un debate agrio, en el que los grupos de centro e izquierda de la cámara hicieron ver al líder húngaro la lejanía de sus argumentos con la aplicación de los valores de Europa y le recordaron en algunos casos la solidaridad que otros países del continente habían tenido para con los húngaros que huían de su país por el acoso al que se veían sometidos por parte de los invasores soviéticos. De nada servirían empero estas tesis, ya se sabe que los debates parlamentarios no están fabricados para convencer a nadie.

Sin embargo, la defensa por el PP de su socio de grupo resultaría poco creíble. Rechazaron las tesis de Orban y apoyaron… no sabría decir muy bien qué opiniones. Quizás eso de la presencia del dirigente y de que este no escurría el bulto. Poca cosa, en realidad. Cuando Orban regrese a su casa lo hará en volandas, jaleado por sus epígonos ante el valor por él demostrado ante las hordas Europeistas.

Y esta caza y captura del aliado político por aquello de engordar los grupos parlamentarios o de disponer de socios que gobiernen en los países, debería confrontarse a barreras rojas que tengan más que ver con los principios que con la oportunidad. De lo contrario, la utilidad del parlamentario o del gobierno se convertirá en inútil cuando llega a contaminar la política de esos partidos, cuyos valores tanto tiempo y desgracias de todo tipo ha costado adquirir.

El PP europeo debería, más pronto que tarde, romper sus relaciones con Orban y su partido. De lo contrario, cualquiera estaría legitimado para calificarlo de populista o predemocrático… Adjetivos que nada tienen que ver con muchos de sus fundadores y que también han sido padres de esa misma idea de Europa de la que aborrece Víctor Orban

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