(publicado originalmente en El Mundo Financiero, el sábado 21 de mayo de 2016)
POLÍTICOS EXCEPCIONALES
Conocí a Marco Pannella apenas nombrado responsable de exterior en UPyD, un partido que ayudé a fundar y que se ha desvanecido sin gloria y sin pena en el mapa político español. Tenía yo una amiga argentina, Malena Zingoni (reiteración innecesaria, seguramente: es difícil imaginar que un nombre así no venga acompañado de esa nacionalidad), cuya familia militaba en las huestes de la Unión Cívica Radical, esto es contraria al peronismo, que tanto daño ha supuesto y es más que probable supondrá a ese gran país. Malena se ponía en contacto conmigo y me sugería participar en el encuentro que el Partito Radicale celebraba en los primeros días de septiembre en Barcelona. Desde antiguo había sentido yo curiosidad por ese movimiento -más que partido- y por dirigentes tan singulares como lo eran Marco Pannella y Emma Bonino.
Y me fui a Barcelona, donde el final del verano no daba sin embargo tregua al calor y donde me encontré con un partido que solo tenía de italiano su origen y que ni siquiera era un partido al uso: la organización, cualquiera que fuera su condición -una ONG, un ectoplasma...- se calificaba a sí misma como transpartidaria y transnacional. No hacía competencia a los partidos nacionales -no se presentaba a las elecciones- y la afiliación a ella no implicaba renuncia por lo tanto a otras eventuales afiliaciones políticas: una rara avis.
Como curioso era su principal mentor. Porque Marco Pannella emergía en la reunión con su gran altura, encanto mediterráneo, impecable traje azul marino y una coleta recogida con elegancia y que ofrecía un aspecto finalmente chocante de su persona.
La coleta de Pannella era el símbolo, la expresión de su anticonformismo social y político; su lucha por la autenticidad; esa especial sensación por la que, allí donde se encontrara, ese hombre escogería siempre el camino más difícil, que es el de la verdad. No todas las coletas definen del mismo modo a quienes las llevan.
Mi amigo florentino Alfonso de Virgilis —a su vez primo de Pannella— me lo presentaba. Y Pannella remontaba sus recuerdos a la época en la que fuera parlamentario europeo, dentro del mismo grupo al que luego se adscribirían UPyD y Ciudadanos, el de los liberales y demócratas. Allí se encontraría el radical italiano con el conservador español, ex-ministro de Franco y a la sazón miembro de Alianza Popular, Fernando Suárez. Pese a la distancia ideológica mantendrían ambos una excelente relación y —a decir de Pannella— los aliancistas españoles votarían todas sus propuestas. Nada más lejos de mi intención desmentir el recuerdo de Pannella, aunque mucho dudo que siguieran los de Fraga sus opiniones cuando estas se refirieran a la despenalizalizacion del aborto, la legalización de las drogas blandas y —mucho menos aún— mostraran la solidaridad de acompañarle en las numerosas huelgas de hambre y de sed practicadas por el italiano.
Introducido en el ámbito del radicalismo transpartidario y transnacional, y gracias también a la amistad que me unió desde entonces con Begoña Antigüedad, participaría yo en todos los congresos del partido, que eran asambleas abiertas a todos sus afiliados e invitados y donde la única diferencia a la hora de intervenir era el tiempo adjudicado —doble para afiliados, simple para los que no lo éramos-. En cuanto al asunto a abordar, la libertad era total, lo que producía la extraña sensación de hablar en el Speaker's Corner londinense en una agradable mañana de domingo.
Dos o tres congresos más tarde me afiliaría a ese partido y se me ofrecería un puesto en su Consejo Político, lo cual acepté, aunque fuera un nombramiento sin contenido ni práctica. Carente de recursos, producto de su caótica estrategia de alianzas, el partido no organizaría reunión alguna en adelante.
He calificado de caótica su política de alianzas, aunque no otra cosa podría ocurrir en partido tan singular. Les daba igual acercarse a Berlusconi que vituperarlo, coquetear con la izquierda o aún con el populismo... Con tal de ganar espacio en la tribuna, para desde ella —eso sí— defender siempre sus insobornables valores.
Caótico; raro; avanzado en sus concepciones, creador de un partido que no lo era, de una especie de congregación laica donde el respeto sacrosanto a la persona constituía su único credo... Pannella ha sido definido como el Ghandi europeo y es verdad que emitía él un cierto halo de liderazgo espiritual de hombre de convicciones firmes, palabras conciliadoras y acciones enérgicas.
Radical como el joven Marx, de los que toman las cosas por la raíz. «Y la raíz, en el hombre, es el hombre mismo», que decía el filósofo alemán, Pannella se nos ha ido en una clínica de Roma. Las generaciones producen muy escasos hombres como este. La política europea tardará mucho tiempo en encontrar a alguien que se le parezca.