jueves, 30 de junio de 2016

Ciudadanos, el partido llamado a reemplazar al PP



Publicado originalmente en elespañol.es

Los más antiguos del lugar, los que vivimos la refundación del Partido Popular en los finales de los años ochenta, pudimos comprobar que el viaje al centro protagonizado por su entonces presidente Aznar consistía de manera poco menos que exclusiva en expulsar al CDS de Adolfo Suárez desde la cuneta de la marginalidad hasta la sima de su irrelevancia política.

Consumada aquella operación, el PP consolidaría un abanico electoral por el que recogía votos procedentes de la extrema derecha hasta los del centro y aún del centro izquierda. Una horquilla ideológica que se mantendría hasta las elecciones europeas de 2014, resultado que confirmaron en 2015 las andaluzas, las municipales y autonómicas, y las generales, pues en todas el bipartidismo cedió su protagonismo a un espacio definido por la competencia entre cuatro formaciones políticas.

Ayuno de propuestas de cambio, el único relato del PP en la repetición de las elecciones ha sido el del miedo

Aznar mantuvo al menos un discurso de centro, reformista, integrador y de regeneración democrática, que se haría añicos en el momento de su gobierno en minoría en 1996 -cuando no se atrevió a desclasificar los papeles del CESID- y en su mayoría absoluta del año 2000 -cuando tampoco restableció la independencia del poder judicial-.

El PP de Rajoy no haría otra reforma que la económica, y aún ésta bastante mejorable, con 10.000 millones de déficit superior al comprometido y una financiación del mismo dificultada por una deuda pública que ya ha alcanzado el 100% del PIB. Ayuno definitivamente su discurso de propuestas de cambio, su único relato en la repetición de las elecciones ha sido el del miedo. "Vótenme a mí, que vienen los malos...", diría en su habitual y corta retórica.

El 'sorpasso' o se ha producido y Ciudadanos ha recibido uno de cada cuatro votos de los que ha cedido el PP

Pero "los malos", por fortuna, se quedaron igual que estaban en diciembre. Y ello como consecuencia de una contradictoria emisión de señales en la que conviven el comunismo y la socialdemocracia con el chavismo populista y la altanería de algunos de sus más conspicuos dirigentes. El sorpasso no se ha producido y Ciudadanos ha recibido uno de cada cuatro votos de los que ha cedido al partido presidido por Rajoy.

La apelación al coco es una manera poco razonable -además de peligrosa- de actuación en política, porque cuando no aparece "el malo" no se le puede volver a evocar, y cuando ese discurso es capaz de convocar al monstruo, éste puede llegar a devorarnos a todos. Ahí está el reciente caso del referéndum británico, cuya endemoniada gestión política ya está agrietando uno de los edificios más sólidos de las democracias occidentales.

C's tiene que reflexionar en torno a por qué se le han escapado votantes que en diciembre recibía del PP

La dinámica de segunda vuelta que ha tenido la elección del 26-J ha contribuido sin duda a la polarización, aunque ésta no se haya resuelto en el terreno del centro izquierda y la izquierda en los mismos términos que en la derecha y el centro. En todo caso, Ciudadanos deberá hacer una reflexión respecto de tres variables fundamentales.

La primera: ¿por qué se le han escapado votantes que en diciembre recibía del PP?, ¿es esta deserción atribuible solo al efecto de engordamiento del partido mayoritario en la derecha o existe alguna razón adicional que haya motivado esta respuesta?

La segunda: ¿han compensado los sufragios procedentes del PSOE los perdidos en la transferencia de votos con la derecha? A esta pregunta ya podemos contestar que no.

La tercera: ¿qué posición ideológica mantienen los votantes de Ciudadanos de diciembre que han engrosado ahora el mayor ejército de los abstencionistas que hemos conocido en este tipo de elecciones?

Hay que ofrecer a nuestros votantes lo que nos piden, sin producir guiños equívocos que induzcan a confusión

Mi opinión, absolutamente discutible, es que Ciudadanos es contemplado como el partido llamado a regenerar la vida política española desde un espacio de centro -o de centro-derecha, si lo prefieren-; un partido limpio y sin pasado reprochable, forjado en la lucha contra el separatismo y susceptible de convertirse en banderín de enganche de buena parte de los desencantados por el ejercicio de la mala política, los jóvenes, en particular. Un partido capaz de poner en marcha una agenda de reformas dirigida al conjunto de la población, en la que las oportunidades se vinculen al conocimiento y el mérito, no a las relaciones personales o al servilismo complaciente, tan habituales en nuestra historia. Un partido serio y europeo, que procure acercar nuestra actuación cotidiana a la normalidad imperante en otros países del centro y del norte de Europa. Un partido dispuesto al acuerdo y a la gestión del mismo. Un partido, en fin, llamado a reemplazar en el medio y largo plazo a un PP incapaz de renovarse a sí mismo y anclado en un conservadurismo rancio que tiene pavor a la reforma.

Los próximos años -sin otras elecciones que las autonómicas previstas en Galicia y el País Vasco- deberían servirnos para construir este relato centrista, reformista y regenerador, que ofrezca a nuestros votantes lo que nos piden, sin producir guiños equívocos que puedan inducir a confusión.

miércoles, 22 de junio de 2016

¿Qué ocurrirá si triunfa el Brexit?


Artículo publicado originalmente en El Huffington Post, el miércoles 22 de junio de 2016

Los partidarios de la permanencia del Reino Unido en la Unión han establecido una estrategia perdedora. Nadie habla de Bremain sino de Brexit. Es la famosa trampa de las palabras, por la cual lo que se pretende decir queda confundido por su propio planteamiento: el referéndum lo es sobre la salida. Empezaron mal.

Claro que nadie sabe muy bien lo que pretendía Cameron cuando puso en marcha este proceso, si contentar al ala euroescéptica de los tories, reducir por aproximación a sus tesis a los eurófobos del UKIP o solo producir su propia satisfacción. Unas declaraciones del primer ministro en el sentido de que, si ganara el Brexit, seguiría en el 10º de Downing Street, porque dado su prestigio entre los líderes europeos, él sería el más indicado para negociar la salida, no dejaría ser una contradicción: ¿cómo puede el máximo responsable de la campaña por la permanencia ponerse en el papel del perdedor para explicar que él sería el mejor enterrador de su pretendida causa?

Se han vertido muchos datos falsos durante la campaña, tanto sobre las consecuencias perversas de la salida como de las ventajas de la misma, en temas como el alza de los impuestos o la contribución -o no- de los inmigrantes a las arcas públicas. En mi opinión, y siempre que la victoria sea para el Brexit, más allá de los resultados inmediatos, negativos para las dos partes, la situación se recompondría después de un acuerdo de la UE con Gran Bretaña, logrado el cual y cualquiera que fuera este, sería el proyecto de aislacionismo británico el que más padecería por el resultado. La vida de las naciones no se circunscribe solo a los flujos económicos sino a la capacidad política de vivir en un mundo global y aspirar a influir en él. Una Gran Bretaña aislada sería un canto nostálgico a la independencia, el recurso a una idea dieciochesca que poco tiene que ver con el siglo XXI.
Habrá quien se apunte a que la garantía de la estabilidad económica son ellos mismos cuando el Brexit sacuda las bolsas -ya lo está haciendo- y se desaten las turbulencias.
Se trata además de un referendo que -siempre que triunfe el Brexit- provocará uno nuevo: el de la independencia de Escocia, cuyos habitantes son abiertamente partidarios de su permanencia y cerraría las fronteras entre el Ulster e Irlanda. Fronteras, aduanas, obstáculos a la entrada de emigrantes en sociedades envejecidas (tampoco RU llegaba en 2013 a una tasa de fertilidad de dos hijos por mujer)...

Un referéndum, cualquiera, aún basado en referencias racionales, apela más a los sentimientos que a la razón. Lo que inevitablemente conduce a resultados imprevisibles.

No sería desde luego una buena noticia la del Brexit, especialmente para los británicos y en tanto sean capaces de mantener una unidad que devendría circunstancial durante un tiempo. Tampoco para el proyecto europeo, que hunde sus raíces en la evitación de la guerra y la promoción de los valores de la democracia y los derechos humanos. Gran Bretaña ha sido actor principal en los conflictos bélicos europeos y estandarte del parlamentarismo. No debería regresar al aislamiento.

Ahora bien, si como apuntan algunas encuestas, los ciudadanos de ese país deciden salir, Europa deberá afrontar de una manera decidida y ambiciosa su futuro en una integración que nos lleve a posicionarnos en un mundo como el actual no sólo como una suma de economías y Gobiernos, con una moneda aún relativamente construida desde el artificio que es el sistema de cambio de diecinueve de sus naciones. Es necesario completar la unión bancaria, acometer la unión fiscal, construir una política de inteligencia común -y así combatir el terrorismo-, establecer una defensa común y una política exterior que no sea una centralita telefónica de políticas exteriores, como advertía el ex Secretario de Estado Kissinger.

Lo decía el líder del grupo ALDE Guy Verhofstaat hace unos días en Madrid: ¿no es la India un país, a pesar de sus diferencias sociales y de que en su interior se hablan más de 30 idiomas oficiales y más de 2.000 locales? ¿O las al menos 8 lenguas diferentes que se hablan en China?, ¿O el melting pot o mestizaje que constituye la verdadera riqueza de los Estados Unidos? Claro que, en este último caso, no deja de existir también el recurso del populismo que pretende rehacer su país desde bases pretéritas, como ocurre con Trump.

Pero habrá quien se apunte a que la garantía de la estabilidad económica son ellos mismos cuando el Brexit sacuda las bolsas -ya lo está haciendo- y se desaten las turbulencias. Seguirán utilizando el discurso del miedo y pretenderán con él enardecer a los votantes. Pero nadie debería llamarse a engaño: ni la eventual salida de Reino Unido será tan dramática a medio y largo plazo -al menos para nosotros- como nos la presentarán, ni el recurso a amedrentar a las gentes constituye procedimiento válido para la política en particular y la vida en general.

Por qué votan juntos el UKIP y Podemos


Artículo publicado originalmente en El Español, el miércoles 22 de junio de 2016

Algunas encuestas anuncian que el euroescepticismo avanza en España a pasos acelerados: hoy estarían en torno al 20% los que tienen una opinión negativa respecto de la UE. Esos resultados se ven en parte compensados porque en las mismas encuestas los españoles no vemos otra salida que Europa para el futuro de nuestro país.

Convendría analizar las causas del incremento del euroescepticismo español, porque la historia de nuestra incorporación europea, después de muchas décadas de aislamiento e introspección, es un relato de éxito. La modernización que supuso la democracia española de 1978 y el desarrollo económico consiguiente de nuestro país no se podría entender si no consideramos que ese periodo coincidía con nuestra integración europea.
El Gobierno de Rajoy ha producido la mayor elevación de impuestos y de recortes de la historia de España
Pero los desequilibrios provocados por la evidente desestructuración del euro, la burbuja económica con razones causales endógenas en España y la importación de la crisis financiera procedente de los Estados Unidos provocaron un serio desajuste de nuestras cuentas públicas -el déficit que dejaba Zapatero a su salida del Gobierno era del 9,6% del PIB-.

El Gobierno de Rajoy produciría la mayor elevación de impuestos de la historia de nuestro país, unida al anuncio de sucesivos recortes en las ruedas de prensa que seguían a los Consejos de Ministros, en lo que algunos comentaristas políticos bautizarían como los viernes de dolor. Aún así, el Gobierno del PP dejaría las cuentas nacionales con un excedente de gasto superior al 5,5% y una deuda pública que pasaba del 70% al 100%.
Parece como si los gobiernos españoles fueran ajenos a la desaforada evolución de nuestras cuentas públicas
¿Se podría afirmar que esta situación traía por causa las decisiones adoptadas por Bruselas?, que es lo mismo que decir, ¿no tienen alguna responsabilidad los sucesivos gobiernos españoles en esta desaforada evolución de nuestras cuentas públicas?

Lo cierto es que sí. El Gobierno de Rajoy hacía recaer el ajuste de la crisis sobre la clase media española y su celo reformista se agotaba en los impuestos y los recortes. El despilfarro público, medido en instituciones innecesarias -como las diputaciones, empresas públicas cuya utilidad se desconoce en buena parte, cargos de confianza...- ha venido a significar que en la opinión del Partido Popular, en la Administración española no hay necesidad de introducir medidas de austeridad y que ese es el futuro a favor del que deberíamos votar el domingo.
La UE, paradigma de nuestros éxitos, se ha convertido para algunos en responsable de nuestros problemas
Lo fácil, sin embargo -y en eso nuestros gobernantes no constituyen una excepción- consiste en responsabilizar a otros de los males que debemos afrontar: Bruselas aparecería entonces como la víctima propiciatoria de tantos desatinos.

En todo caso, esa Europa que se constituía en el paradigma de nuestros éxitos económicos se está convirtiendo en la responsable de nuestros problemas. Y esa clase media, hundida económica y desconcertada anímicamente, responde culpando a Europa de lo que Europa no es responsable. Y, peor aún, vuelve su mirada hacia los movimientos populistas que emergen en todo el continente como las setas después de la lluvia.
Hay dirigentes que en lugar de hacer frente al populismo hacen seguidismo de su discurso demagógico
Los casos del Front National de Francia, del UKIP británico o de AfD o Pegida en Alemania o nuestro Podemos español, son respuestas similares a la crisis -y votan lo mismo en el Parlamento Europeo-, respuestas que buscan el refugio en los viejos estados nación, allá donde precisamente no se encuentran ya las soluciones.

Pero es cierto que también Europa está en crisis. Y no sólo porque la culpen de ser el origen de nuestros males, sino porque los dirigentes europeos -aún los procedentes de partidos europeístas- observan los comportamientos de sus electorados tradicionales y su apoyo al populismo, y en lugar de hacerles frente con un relato de integración, les hacen seguidismo a esos discursos. El referéndum británico para la permanencia en la UE y la consecuente aprobación de medidas de excepción que impidan el brexit en el Consejo de febrero -unas excepciones que abrirían el terreno a otras en otros países- o el acuerdo de la UE con Turquía en el Consejo de marzo sobre los refugiados, son dos ejemplos de esas malas políticas.
La presencia como actor global es un objetivo al que los viejos estados nacionales no pueden aspirar
Una adecuada combinación de medidas económicas realistas, promovidas por un nuevo gobierno reformista en España, que permitan el restablecimiento de las clases medias con unas cuentas que cuadren, y el fortalecimiento de una Europa basada en sus valores fundacionales, unida a la integración de sus políticas de seguridad, defensa y exterior, asegurarán nuestra presencia en el mundo como actor global. Objetivo al que los viejos estados nacionales no podrían aspirar.

Europa sigue siendo la solución, pero no la Europa de los intereses alicortos, insolidarios y egoístas. Urge poner en marcha una nueva ambición para esa Europa, que tenga su origen en una España que aspire a recuperar un relato de cambio.

jueves, 16 de junio de 2016

La oposición cubana y nosotros mismos




La visita de Guillermo Fariñas -premio Sajarov del Parlamento Europeo 2010- y de José Daniel Ferrer —líder de la UNPACU, principal partido de la oposición cubana— ha servido para confirmar alguna de nuestras más recurrentes dudas sobre la evolución del régimen castrista y de la más o menos probable recuperación de las libertades en ese país.

Se trataba de un viaje largamente anunciado, impedido en muchas ocasiones por las autoridades cubanas y que solo la gestión personal del presidente Obama ante la petición de la disidencia, reunida con él en su reciente estancia en Cuba, conseguía descongelar. Una primera reflexión que pone en evidencia el diferente trato que la diplomacia española y europea —por extensión— ofrece a quienes luchan por la libertad en cualquier parte del mundo. Al ministro español Margallo no le pareció adecuado violentar hasta ese punto las relaciones con los Castro: era más importante que le recibiera Raúl que compartir las dificultades que encara la oposición, por lo visto.

Va tomando cuerpo un discurso complaciente en los medios políticos occidentales, según el cual la apertura comercial iniciada por las restauradas relaciones con los EEUU llevará a una recuperación del mercado abierto en Cuba y que estas libertades económicas llevarán de la mano una inexorable apertura política con un sistema democrático más o menos similar a los que practicamos entre nosotros.

Pero este aserto no pasaría de ser un autoengaño con el que las democracias occidentales pretendemos tapar nuestras vergüenzas, me viene a decir Ferrer. En realidad, la tan pretendida apertura económica se está produciendo solo de forma selectiva, porque no afecta a todos los sectores de la población. Es preciso formar parte del núcleo duro del partido o estar bien situado políticamente en la isla para aspirar a disponer de una licencia para abrir un negocio, el cuentapropismo del léxico popular cubano.
Lo que está detrás de esta nueva estrategia de los Castro es más bien la necesidad de encontrar un nuevo abastecedor de recursos, desaparecida la URSS y con la Venezuela chavista en una profunda crisis.
José Daniel Ferrer, líder de la Unión Patriótica de Cuba
Unido a ello, el VII Congreso del Partido Comunista Cubano, celebrado en abril de este mismo año, se cerraba con una clamorosa ausencia de llamada a las reformas y con el mantenimiento del inmovilismo. Y el futuro del régimen parece abonar la tesis de un nuevo comunismo monárquico, donde Fidel fue sustituido -no en su totalidad, por supuesto- por su hermano y ahora, un hijo de Raúl sería el llamado a continuar con la saga. Si todas las dictaduras se parecen, Cuba tendría su precedente en el comunismo norcoreano. Y por seguir con las antiguas colonias españolas, no dejarían de encontrarse en ese mismo paradigma los esfuerzos denodados de Obiang Nguema por su sustitución a cargo de su hijo Teodorín, pese a las reclamaciones que contra este se siguen por la justicia internacional.

Es verdad que la apertura de las relaciones entre EEUU y Cuba corresponde a una necesidad histórica, por tanto tiempo aplazada, debido a la existencia de los bloques que dividían al Este del Oeste. Tampoco creo que el embargo económico decretado por el colosal vecino de la isla caribeña deba ser necesariamente la mejor respuesta para tratar las diferencias políticas entre los dos países. Pero lo que está detrás de esta nueva estrategia de los Castro es más bien la necesidad de encontrar un nuevo abastecedor de recursos, toda vez que, desaparecida la protección de la vieja Unión Soviética, la Venezuela del chavismo, que ha sumido a su país en el desabastecimiento y la crisis humanitaria, ha tomado su relevo y también está dejando de ser su socio de referencia.

La alocada y vergonzosa carrera de los países europeos para tomar posiciones estratégicas en el futuro comercial e inversor de la isla -el presidente Hollande, nuestro ministro Margallo-, abandonando en la práctica la Posición Común que el presidente Aznar había conseguido introducir como hoja de ruta de la UE no constituye, a mi juicio, la mejor de las respuestas al desafío que viven los cubanos. Es preciso exigir que la sociedad civil cubana, su disidencia, ocupe un lugar preeminente en cualquier proceso de apertura comercial que, de acuerdo con el Tratado de la Unión, debe contemplar la agenda de los derechos humanos. La acción exterior europea está presidida por "la universalidad e indivisibilidad de los derechos humanos y de las libertades fundamentales, el respeto de la dignidad humana", dice el artículo 21 del Tratado.

En un mundo en el que los intereses parecen llamados peligrosamente a sustituir a los valores, el corto plazo a la estrategia y el culto a la riqueza a la consideración humana, los combatientes por la libertad en Cuba corren el serio peligro de convertirse en meros objetos inservibles. Pero quienes fuimos un día, ya lejano pero igualmente vivido, opositores democráticos a la dictadura franquista, deberíamos volver la vista atrás, recordar lo que fuimos y las ayudas solidarias que recibimos. Y repetirlas ahora en favor de estos nuevos luchadores por la libertad.

Somos los mismos.

viernes, 10 de junio de 2016

Las claves del ingreso de Ciudadanos en el partido ALDE


Artículo publicado originalmente en El Mundo Financiero, el 10 de junio de 2016

ENTRE EURÓFOBOS Y EUROESCÉPTICOS

La entrada de Ciudadanos en el partido de los liberales y demócratas europeos (ALDE), cuya previsibilidad resultaba evidente, es más que significativa, sin embargo. Y no solo por lo que supone en sí misma, sino por los intentos que se han producido para evitarlo y por la importancia en el reforzamiento de las posiciones centristas en el sur de Europa donde es más necesario que nunca el discurso del liberalismo regenerador. Para Ciudadanos esta decisión nos permite definir la posición de nuestro partido en ese ámbito ideológico que apuesta por las soluciones federales en el marco de «una Unión cada vez más estrecha», según dicen los Tratados. Los estados europeos solos son incapaces de resolver los problemas que les afectan: la necesidad de una mayor integración viene a constituirse en la mejor respuesta frente a desafíos como la crisis de los refugiados, una situación económica aún no suficientemente resuelta o el regreso a los viejos nacionalismos o localismos a través del auge de los movimientos populistas... Problemas que asolan a nuestro viejo continente sin solución de continuidad. 

Uniéndose a ALDE, Ciudadanos quiere emitir un mensaje claro: la respuesta está en fortalecer Europa y los instrumentos de que esta dispone o pueda disponer para convertirse en un actor global en el exterior y una potencia democrática y económica en su interior. Nos situamos, en el discurso y en la práctica política en el otro lado al que se sientan los populistas, los eurófobos, los euroescépticos y —también, ¿por qué no decirlo?— los pragmáticos a ultranza, cultivadores de la política real, que es solo la política de los intereses: Europa, y la crisis de los refugiados nos lo muestra, debería ser por encima de todo el escenario de los valores, la solidaridad y los derechos humanos.


Y no ha sido fácil nuestro ingreso en el partido ALDE, como no lo fue en su día nuestra entrada en el grupo del Parlamento Europeo que lleva el mismo nombre. Los nacionalistas catalanes —los separatistas de CDC—, que habían utilizado en contra de Ciudadanos las más arteras mentiras para dificultar nuestra entrada en el grupo intentaron ahora que no se produjera nuestro ingreso en el partido. Claro que los dos años vividos junto a los otros compañeros centristas en las instituciones habían demostrado con claridad que no éramos esa partida de sujetos xenófobos, contrarios a la riqueza cultural y lingüística de nuestras tradiciones, ni un proyecto reaccionario dispuesto a echar por tierra todo lo que con enorme dificultad habíamos construido entre todos los españoles. Ciudadanos ha demostrado con su trabajo y su contribución a las propuestas del grupo ALDE que nuestras posiciones son las mismas que las de los demás partidos que componen la familia liberal y demócrata europea.

Por eso mismo el trabajo sucio de los convergentes no se ha encontrado con el terreno abonado que pretendían. Una pequeña escaramuza en forma de preguntas pretendidamente incómodas encargadas a otros portavoces más o menos espurios fueron contestadas de modo convincente por Juan Carlos Girauta en la tarde del sábado. Y solo dos votos contrarios a la presencia de Ciudadanos en ALDE significaban no sólo la ausencia de altura de miras del nacionalismo convergente sino su estulticia y su incapacidad de entender los acontecimientos. Deberán revisar sus concepciones de la política internacional y europea a la que tanto habían fiado su éxito, ya convertido en el más rotundo de sus fracasos, no sólo en Cataluña o en el conjunto de España.


Pero conviene analizar el ingreso de Ciudadanos en ALDE más allá de la clave española, de este partido o del de los soberanistas catalanes, sino de las posiciones centristas en Europa. Me lo decía el eurodiputado sueco Frederick Federley —uno de los soportes más activos de nuestra entrada—. «Sois una esperanza en la reactivación de nuestras ideas en el sur de Europa». Y es que han pasado muchos años en los que el bipartidismo —la partitocracia de los dos partidos— había condenado a la práctica inexistencia a una formación de centro en España. El final de esa época nos sitúa ante una oportunidad magnífica para que Ciudadanos contribuya al fortalecimiento de un nuevo centrismo federalista europeo.

Queda pendiente que se produzcan réplicas similares en Francia, Italia o Portugal, donde la cultura política y las leyes electorales no lo hacen fácil. Sin embargo, la necesaria articulación de una política de regeneración europea podría llegar del sur, ya que el norte parece haberse olvidado del proyecto de esa Europa «cada vez más estrecha». Alguien debería ponerle ambición y alas.

Y mientras tanto, Ciudadanos, ya el partido más importante en ALDE concluye y da comienzo a una etapa. Una nueva etapa para luchar junto con otros compañeros por Europa y sus ciudadanos.

miércoles, 8 de junio de 2016

El conflicto del Sahara después de la muerte de Abdelaziz



Publicado originalmente en El Mundo Financiero, el 8 de junio de 2016

¿RECLAMACIÓN VIABLE?

Todas las especulaciones están abiertas después del fallecimiento de Mohamed Abdelaziz, presidente de la República Árabe Saharaui Democrática (RASD) y secretario general del Frente Polisario. En especial, en un momento en el que la vía emprendida por el durante muchos años líder saharaui, que apostaba por la diplomacia para la resolución del conflicto que enfrenta al pueblo de la anterior colonia española con el Reino de Marruecos, estaba quedando en entredicho. La expulsión de más de 80 componentes de la Misión de Naciones Unidas para el Referéndum en el Sáhara Occidental (MINURSO), ha dejado en un compás de espera de tres meses la solución puntual de este asunto. Marruecos debería decidir si admite que vuelva la MINURSO al Sahara o simplemente no está dispuesto a ello. Y ahora el Polisario y la RASD deberán elegir un nuevo líder para terminar con este rosario de cuentas que se van sumando unas a otras; además, el principal valedor de los saharauis, que mantiene cedido su territorio en Tinduf para los campos de refugiados saharauis, Argelia, su presidente, Abdelaziz Buteflika, cuenta con casi 80 años y su estado de salud no es precisamente óptimo.

Un rosario de cuentas acumulativas, más bien, si se suman a ellas la débil estructura geopolítica de la región del Magreb, circundada por todos los elementos que pueden producir el más indigesto de los cocktails: una primavera árabe que apenas si ha rozado a Marruecos y Argelia y que aún no es del todo irreversible en el único país en el que ha triunfado. Túnez. Un estado poco menos que fallido, como es Libia, que comparte fronteras con Argelia y el mismo Túnez, con capacidad de exportación de armas que alimenten a los grupos más peligrosos y activos en esa región. Y una cercanía con los conflictos que enfrentan a la población siria en guerra civil, por una parte, y como escenario de combate entre Arabia Saudí e Irán con su correspondiente conflicto religioso (suníes contra chiíes); a los que hay que sumar el DAESH e Irak...

¿Demasiadas cuentas? Demasiadas, en efecto. Una aparente estabilidad, la del Magreb, que podría quebrar en cualquier momento y cuyo desequilibrio se añadiría al hecho de que para España, y el sur de Europa, vendrían a sumarse nuevas cuentas en este particular rosario: las fronterizas, las históricas no resueltas a través del correspondiente derecho de autodeterminación para el pueblo saharaui (según resolución 1514 de Naciones Unidas), las energéticas (Argelia es principal proveedor gasístico de nuestro país).

«Cualquier verdad ignorada prepara su venganza», decía Ortega... Y cualquier conflicto histórico no resuelto prepara su retorno en forma de violencia, podríamos advertir ahora. Quien haya visitado los campamentos de Tinduf, donde viven más de 100.000 personas y haya intercambiado impresiones sobre la vida y el futuro de estos seres humanos, sabrá de tristezas y de frustraciones; de sueños por realizar que el paso de los años va convirtiendo en irrealizables; de una generación perdida para su país pero ante todo para ella misma. Y sabrá también que buena parte de la responsabilidad histórica se aloja en España y el abandono de su excolonia a la suerte de sus habitantes en 1976, como consecuencia del fallecimiento de Franco y de la Marcha Verde puesta en práctica por Hassan II.

Ese triste episodio de nuestra historia nos remite a los nombres de los protagonistas del relato, hombres que van desapareciendo (Franco, Hassan II, ahora Abdelaziz, mañana Buteflika...), pero en un conflicto enquistado que va adquiriendo la forma de un polvorín. Un verdadero arsenal que España debería ayudar a resolver, ahora desde su puesto no permanente en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, antes desde el Grupo de Amigos del Sahara (que nos vincula con Estados Unidos, Francia; el Reino Unido y Rusia a la consecución de ese objetivo).

Han sido muchas décadas de sufrimientos y de abandono, al que solo la mala conciencia de los sucesivos gobiernos españoles nos ha convertido en el principal abastecedor de ayuda humanitaria a los refugiados en los campamentos: donde falla la política ha sido la caridad la que ha tomado el testigo. Pero este no es un problema de pobreza y caridad, sino de justicia y dignidad... Y de derecho internacional.

No basta con esperar y ver qué puede ocurrir en el Sahara a partir de este momento: con saber quién vaya a sustituir a Abdelaziz; con conocer qué opinión mantendrá Argelia y sus nuevos o viejos dirigentes... España debería afrontar el momento presentando —o ayudando a que se presente— una iniciativa en Naciones Unidas para la resolución del conflicto. Y no solo por las razones históricas, de justicia y de solidaridad que han quedado evocadas, sino por el propio interés de España.

Y es que nos va mucho en todo esto.
cookie solution