lunes, 31 de octubre de 2016

La injuria tiene un escaño


Artículo publicado originalmente en Diario16, el lunes 31 de octubre de 2016

(Dedicado a mi compañero y amigo Juan Carlos Girauta)

Cuando se apagaron las luces del hemiciclo, los manifestantes de “Rodea el Congreso” hacían eso precisamente con algunos diputados de Ciudadanos y las Redes Sociales ofrecían testimonio de los enfrentamientos vividos en la corta y tensa sesión acaecida pocos minutos antes.

Fue Gabriel Rufián el que llevaría al Congreso su arsenal dialéctico en el que sólo sobresale el insulto y la vulgaridad. De sus descalificaciones, en especial al PSOE, provino la respuesta del portavoz socialista y el aplauso reconocido de su grupo al que nos sumamos PP, PNV y Ciudadanos. Pero los de Podemos, un partido que hace causa común con todo lo que resulta desechable y desterrable de los comportamientos políticos, se solidarizaría con Rufián y su ERC, además de con Bildu y otros extremos.

Parapetado entre ellos, el flamante diputado vizcaino, Eduardo Maura, llegaba desde Twitter a amenazar al portavoz de Ciudadanos. Vengo del País Vasco y sé mucho más de ETA que tú, proclamaría: “Girauta, mucho cuidado con lo que dices. Algunos venimos de allá y de muy lejos. El insulto barato envilece”.

Eduardo Maura es tataranieto de quien fuera en cinco ocasiones presidente del Consejo de Ministros. Un político que defendió la unidad de España de forma más que contundente:

«¿Queréis personalidad para hacer jirones la inconsútil soberanía de la Patria? -preguntaría don Antonio a la minoría catalana el 21 de junio de 1907-. Nunca, nada. Mientras yo aliente y pueda, jamás logrará un gobierno sacar una una ley que mutile eso. Si yo tengo la fortuna de tener a mis hijos al lado de mi lecho de muerte, yo les diré que servirán más a su Patria combatiendo eso que derramando su sangre en la frontera».

No parece opinar lo mismo su tataranieto, dispuesto como sus compañeros de bancada a organizar referendos de autodeterminación en cualquier región española en la que alguna minoría lo demande, aunque la ley -en especial, la Ley de Leyes, la Constitucion- lo impida.

La ley, que para los de Podemos sirve de beneficio de inventario, era para el tatarabuelo de Eduardo Maura elemento de observancia básica: «Procurar que nos acerquemos al día en que podamos decir con verdad que las leyes rigen en Espana, porque no me atreveré a confiar, por larga que sea mi vida, que yo lo veré, por mucho que lo desee», diria el político mallorquín, con premonitorias palabras, el 8 de julio de 1904.

Viene del País Vasco, el diputado de Podemos. Y dice saber mucho de ETA. Supongo que no como producto de las conversaciones que él mismo ha afirmado mantenía con los escoltas de quien firma este artículo, que no con su autor. Quizás más su conocimiento proceda de la fluida relación que mantiene su partido con Bildu, los herederos políticos de la banda asesina… O no tan políticos, dada la ya acreditada conexión que Pablo Iglesias mantiene con Arnaldo Otegi, convicto miembro de la organización terrorista.

Fue precisamente Pablo Iglesias Posse, fundador del PSOE, quien en la sesión del Congreso de 9 de julio de 1910, advertiría: «Para impedir que el señor Maura vuelva al Poder, ya dije en otra parte que mis amigos estaban dispuestos al atentado personal».

Y como las armas las carga el diablo, ocurrió que en la noche del 22 del mismo mes de julio, cuando Maura, llegaba en tren a Barcelona para embarcar hacia Mallorca, un joven republicano radical de 18 años, confundido con el grupo de amigos que aguardaba a los viajeros en la estación de Francia, hizo contra él, apenas apareció en la portezuela del vagón, tres disparos de arma de fuego, de los cuales dos le atravesaron, con orificio de entrada y salida, la pierna derecha y el brazo izquierdo, respectivamente, hiriendo los músculos, pero sin interesar los huesos ni los órganos vitales.

Eso es lo que tienen las amenazas, aunque se profieran al amparo de la inmunidad parlamentaria. Ya lo dijo también don Antonio Maura, «la injuria tiene un escaño».

Lo que no sabía el político mallorquín es que uno de esos escaños de la injuria correspondería, andando los años, a uno de sus tataranietos.

domingo, 30 de octubre de 2016

Un hueso difícil de roer

Artículo publicado originalmente en El Español, el jueves 27 de octubre de 2016

La España de nuestros días es un país políticamente compuesto. Compuesto por quienes aún están instalados en que nada ha cambiado en realidad y quienes pensamos que el panorama político español es diferente al que hemos visto hasta quizás las elecciones europeas de 2014, cuando irrumpieron dos nuevas fuerzas políticas, Podemos y Ciudadanos.

Así Rajoy, que sigue instalado en el bipartidismo. "Siempre ha gobernado en España el partido más votado", insistiría en diversas ocasiones a lo largo del debate. Claro que la ruptura de ese sistema permite que el juego de las mayorías varíe, como ocurre en otros países de Europa, en los que no hace falta que forme parte del partido más votado el presidente electo.

Claro que la ruptura de ese sistema permite que el juego de las mayorías varíe, como ocurre en otros países de Europa, en los que no hace falta que forme parte del partido más votado el presidente electo.
Una lógica bipartidista que clama por la desaparición de los partidos más aproximados ideológicamente. Y es que estoy convencido de que muchos de los populares piensan que, en el fondo, Ciudadanos es un partido que ha arrebatado los votos que eran del PP. Y, aunque resulte una obviedad, habrá que seguir diciendo que los votos son de los ciudadanos y no del partido a cuya papeleta votan.

Aún así, un Rajoy aparentemente inédito, apareció en el Congreso para ofrecer una imagen reformista, abrirse al diálogo como solución y convocar a una triada de cambios sin duda imprescindibles: las pensiones, la educación y la financiación autonómica. Es cierto que también estableció líneas rojas, como la relativa a la reforma laboral, para él la mejor de las posibles, a pesar de la precariedad y la dualidad del mercado de trabajo que ha consolidado.

Estoy convencido de que muchos de los populares piensan que, en el fondo, Ciudadanos es un partido que ha arrebatado los votos que eran del PP. Y, aunque resulte una obviedad, habrá que seguir diciendo que los votos son de los ciudadanos y no del partido a cuya papeleta votan

Dijo el candidato que ha intentado formar un gobierno tan pronto como las circunstancias se lo han permitido. Sin embargo, no se quiso referir a lo que expresaron sus más próximos dirigentes, cuando después del bronco Comité Federal del PSOE, este partido acababa con la deriva a que le conducía su entonces Secretario General; esos mismos dirigentes que exigieron a los socialistas un horizonte de estabilidad presupuestaria de, al menos, dos presupuestos. ¿Hubo en realidad algún momento en que Rajoy soñó con unas terceras elecciones, para laminar aún más a sus rivales, especialmente los que estaban y están divididos?

A nada de eso se refirió Rajoy, que prefirió hacer de la necesidad virtud, poniéndose al frente de un gobierno difícil, antes que a la cola de una solución improbable, como era la de llamar por tercera vez a votar.

¿Hubo en realidad algún momento en que Rajoy soñó con unas terceras elecciones, para laminar aún más a sus rivales, especialmente los que estaban y están divididos?

Y ni siquiera fue correcto su ofrecimiento de diálogo. "El diálogo se impone", le espetaría el portavoz socialista en la mañana del jueves. Un gran discurso, seguramente para un gran partido... que son ya dos, por lo menos.

Pero claro, Rajoy pretendía curar las heridas en su rival de otros tiempos, aludiendo a que en realidad defendían ambos muchas cosas comunes. Y no dejaba de tener razón. En realidad, el candidato evocaba la antigua tesis del "crepúsculo de las ideologías", aunque sin citar ni el término ni a su autor. Sólo le faltaba dar un paso más para situarse en el siglo XXI y afirmar que lo que importan son las ideas renovadoras y reformistas, aunque para decir eso hace falta ser renovador y reformista, virtudes de las que el de Pontevedra no dispone.

Pero algún atisbo se vio respecto de ese discurso cortado a sus dirigentes -¿por él mismo?- respecto de la estabilidad presupuestaria pedida por los populares, aunque ya en este caso no adquiriera ribetes de exigencia.

Sólo le faltaba dar un paso más para situarse en el siglo XXI y afirmar que lo que importan son las ideas renovadoras y reformistas, aunque para decir eso hace falta ser renovador y reformista, virtudes de las que el de Pontevedra no dispone.

Y después del drama que en la tribuna representaba a los partidos tradicionales en liza, llegaría el melodrama. Un desatado Iglesias que, después de meter el dedo en el ojo al PSOE -y Ciudadanos- pretendía poner en valor su proyecto político. Un proyecto que, en realidad, no parece tampoco demasiado unido.

Fue el del líder de Podemos un mitin de partido, no la contestación a un candidato a cuyas políticas aludiría con la brocha gorda de los recursos fáciles. Y fue fácil presa para un Rajoy que se encargó de denunciar el doble juego de la representación parlamentaria y de las algaradas callejeras. Por supuesto que en eso, pocas lecciones pueden dar los partidos políticos viejos a los nuevos; porque la comprensión de lo que ha sido la labor institucional y las convocatorias a las masas ha sido cuestión transversal a la política española, a la que siempre ha gustado repicar a la vez que sumarse a la procesión.

Llegaría el momento de quién se ha mostrado en todos los momentos que ha podido facilitador de las soluciones. Rivera presentó su propuesta de política, que es la que se refiere a las reformas necesarias. Pero Rajoy se evadió, conscientemente, de evocar las más políticas de entre ellas: la ley electoral, la Constitución... El Rajoy de siempre, en suma.

Será un hueso difícil de roer, seguramente, pero en eso consistirá nuestro trabajo.

miércoles, 26 de octubre de 2016

Cinco años sin ETA y una declaración institucional

«Es imprescindible evitar esta especie de altzeimer social que la sociedad vasca corre el riesgo cierto de contraer»

Artículo publicado originalmente en Diario 16, el lunes 24 de octubre de 2016

Cinco años después de que la banda terrorista anunciara el «cese definitivo de su actividad armada» —en palabras de su encapuchado portavoz—, un cierto ambiente de tranquilidad parece haberse apoderado de las gentes vascas. Ya no hay atentados, los empresarios no reciben cartas de extorsión, los escoltas van desapareciendo del paisaje y —salvo lo que haya que hacer con los presos de ETA y el derecho a la reparación de las víctimas— el debate político se refiere a los asuntos que habitualmente forman parte del mismo: se diría que el País Vasco ha recuperado la normalidad.

Lamentablemente se trata sólo una apariencia, no sólo por la salvaje agresión sufrida por unos agentes de la guardia civil y sus parejas en Alsasua. Y eso que sabemos que la victoria sobre la banda asesina se produjo gracias a la aplicación del Estado de Derecho, la perseverancia de las fuerzas y cuerpos de seguridad, el acuerdo de los partidos y —lo último, pero no lo menos importante— la colaboración entre Francia y España.

Pero no es eso lo que parece haber quedado en la retina de la sociedad vasca. En un reciente reportaje de la televisión pública vasca se entrevistaba a la hija del etarra que asesinó a Melitón Manzanas —el primer atentado mortal de la banda—; ene ella, el periodista de ETB daba por hecho, sin tener que proceder para ello a ninguna justificación, que el etarra era un político, porque había sido encarcelado bajo la dictadura franquista.

¿Será ese el relato que debamos aceptar de lo ocurrido? Y si es así, ¿cuántos años deberán pasar para que los etarras presos durante la democracia sean considerados «políticos» y el régimen que preside la Constitución de 1978 aparezca como represivo y violador de los «derechos del pueblo vasco»?

Es verdad, se producen ciertas escenificaciones en las que algunos asesinos piden perdón a sus víctimas, en tanto que menudean las peticiones para el acercamiento de los presos etarras al País Vasco, eso sí, sin que ETA entregue las armas y anuncie su disolución definitiva. No seré yo quien discuta que se deba pedir perdón y que se pueda ser perdonado. ¿Pero qué ocurre con los 300 asesinatos de la banda que aún quedan por resolver? ¿No se debería exigir a los etarras, que son autores, cómplices o encubridores, su colaboración al esclarecimiento de esos atentados?

Un importante sector de la sociedad vasca se ha instalado en la feliz idea de vivir como si ETA nunca hubiera existido —en feliz afirmación de Joseba Arregui—. Los mismos vascos vergonzantes que miraban hacia otro lado cuando caían guardias civiles, policías nacionales, jueces, periodistas y políticos; cuando secuestraban a empresarios o les enviaban cartas conminatorias a la entrega de una cantidad; cuando nos veían recorriendo las calles con nuestros escoltas.

Es imprescindible evitar esta especie de altzeimer social que la sociedad vasca corre el riesgo cierto de contraer. Recuperar la memoria y adjudicar las calificaciones auténticas a los hechos. Y si el Estado de Derecho venció un día a la banda asesina, hoy la política democrática debería emplearse también a fondo en denunciar la tergiversación de los hechos y restaurar la verdad de lo ocurrido.

Y, cinco años después del anuncio etarra, todavía el Congreso de los Diputados era incapaz de aprobar siquiera una brevísima declaración institucional en la que se celebraba esa victoria de la democracia sobre el terrorismo, se rendía homenaje a las víctimas y se llamaba a la defensa de las ideas en un marco de libertad y respeto a las leyes. No cargamos precisamente las tintas del borrador de la posible declaración quienes llevábamos en la memoria esos años de plomo (algunos, por cierto más que en la memoria, Eduardo Madina, uno de los negociadores, había sido objeto de un atentado). Lo fueron quienes precisamente se sitúan en el mismo campo ideológico que el de los asesinos. Por cierto que incluso alguien convicto y encarcelado por pertenencia a banda armada tuvo la osadía y le dieron la oportunidad de vetar al texto. Diré su nombre: Arnaldo Otegui, quien consultado por el mismo Pablo Iglesias, alegaba por lo visto que la redacción propuesta era más bien el relato de una parte del «conflicto».

Queda para mi historia particular —y la de mis lectores— esa relación fluida entre el etarra y líder de Bildu y el de Podemos. Una relación que quizás se deba analizar con más detalle en otro momento. Lo que sí parece claro es que los herederos políticos de los asesinos no están dispuestos siquiera a reconocer que lo que hicieron los suyos era simple y llanamente terrorismo. ¿Será quizás porque se sienten confortados por el relato que va quedando de esos años?

Pues eso es lo que habría que evitar.

jueves, 20 de octubre de 2016

Hans, el fotógrafo y la vida real



Hans -el nombre es figurado- es un fotógrafo de eventos al que conocí en un reciente encuentro político en Bratislava. Me abordó en el momento de la pausa del café y conversamos un rato. El día siguiente, en la cena de clausura en un restaurante desde el que se podían ver las aguas de ese extraordinariamente caudaloso río que es el Danubio, se sentó a mi lado. Cualquiera puede pensar en lo fortuitas y ligeras que son las relaciones que se hacen en las reuniones internacionales. Apenas unos intercambios de información envueltos en una educada cordialidad. Cualquiera lo piensa y no se equivoca además. Pero Hans es un hombre sentimental. Como tantos otros alemanes, que esconden sus más íntimas vivencias en un lenguaje rudo y unas maneras correctas aunque cerradas.

Y Hans desgranaría su historia a lo largo de la cena, en tanto que mis otros compañeros de mesa anudaban otras conversaciones. Hans es el tercero de tres hermanos -uno de ellos vive precisamente en Bilbao-. Está divorciado y tiene dos hijos. "Mi mujer decidió que quería vivir otra vida", me cuenta mientras dirige sus ojos inyectados de amargura hacía el mantel de la mesa. Otra vida... Y él no se lo ha pasado bien después de eso. "Alcohol y chicas guapas. Ahora he dejado todo eso". Y no bebe un sorbo de vino en toda la cena. Ahora toda su vida está destinada al trabajo. Debe pagar la educación de sus hijos y mantener esa "otra vida" de su mujer. Su padre le dijo que la vida real empieza alrededor de los 50. Y yo me asombro al comparar esa afirmación con mi vida a partir de los 47. ¿Es que era menos real que la actual? No lo sé con certeza, pero sí que sé que el ser humano tiene una cierta capacidad de reinventarse a esa edad. Y que yo lo hice. Pero Hans continúa refiriéndome su historia. Su padre le legaría la casa familiar. Pero tenía necesidad de reformas y él no contaba con capital suficiente. Por eso también tiene que trabajar. "Cada euro es importante para mí", asegura. Y declara a continuación que se encuentra bien.

Pero Hans es un corazón solitario que se rompe en pequeños pedacitos cuando se encuentra con alguien que esté dispuesto a compartir ideas y situaciones vividas. Porque ese es quizás el mayor drama de la existencia, la soledad. El doloroso paso de los días empujados el uno por el otro sin que el rosario de sus cuentas parezca tener final. Donde no hay cariño, sino una conversación ocasional; donde los amigos desaparecen, devorados por sus familias y su vida social y profesional. Y tú no sabes adónde ir, ni con quién hablar. Y tengas la tentación de recurrir -como Hans- al alcohol y a las chicas guapas.

Aunque siempre cabe una luz fugaz. El destello de la comprensión, siquiera porque compartimos lo vivido, en latitudes diversas pero en circunstancias que algo se le parecen.

Debo decir que apenas le hice a Hans alguna confidencia, más allá de las inevitables. Esas que me ligaban a su país.

En su canción "Avalanche", decía Leonard Cohen:

"Your pain is no credential here,
it's just the shadow, shadow of my wound"

Pero la dureza de estos versos no evita que piense en que el sufrimiento nunca se puede comparar, cada cual tiene el suyo, y porque es el suyo es el sufrimiento que conoce. Y el problema de Hans es que sigue anudado a su pena. Y aunque se ha desprendido de sus falsos refugios y haga todo el ejercicio que puede para llegar agotado a su casa solitaria y descansar sin que sus pensamientos le devuelvan la realidad, nadie sabe —seguramente que ni siquiera él mismo— si ha conjurado para siempre el peligro.

Entretanto Hans regresará a Berlín a la espera de un nuevo encargo. Con su gesto afable y su mirada triste volverá a recorrer las avenidas de su gran ciudad —cuanto más grande sea y más gente anónima la transite, más poderosa resulta la sensación de abandono— o correrá en la cinta de su gimnasio.

Pero la vida, también para Hans, esa vida real que, según le advertía su padre, empieza alrededor de los 50 está ahí. Y allí está también él, pidiendo a sus fotografiados que esbocemos un gesto simpático. ¿Lo tendrá también para él mismo? A veces sí. ¿Por qué no? ¿O es que la vida real siempre tiene que vivirse desde el desaliento?

Intervención en la Comisión de Exteriores del Congreso


19 de octubre de 2016, con relación al Consejo Europeo de octubre 

El  presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, en referencia a esta reunión de octubre, ha utilizado la expresión «efecto árbol de Navidad». Una dosis de realismo, la de Tusk, que no estaría de más, si pensamos en los asuntos que tiene que resolver la UE y la muy limitada capacidad que esta tiene en cuanto a su resolución. Pensar en este Consejo como quien cree que en la mañana de Navidad aparecerá el árbol repleto de regalos o que los Reyes Magos atenderán todas nuestras peticiones constituye una pretensión vana que sólo nos conducirá a la melancolía.

Pero, por lo que nos acaba de explicar el SEUE, de lo que se trata más bien es de reducir la importancia de este Consejo, llevando la carga decisiva a diciembre o a marzo, con la activación del Brexit por parte del RU.

A pesar de lo dicho, creo que se tratará de un Consejo para nada irrelevante.

Empezaré si les parece con lo que no está en el orden del día, aunque todos sabemos que será discutido, que es el acuerdo comercial Canadá-UE, llamado CETA, que responde a la denominación Comprehensive Economy and Trade Agreement.


Todos sabemos que, desde la fitración por Greenpeace Holanda de algunos documento secretos del TTIP (el acuerdo que se está negociando con EE UU), los convenios comerciales no gozan de buena salud. Tampoco el CETA, según las últimas informaciones.

Sin embargo, convendría precisar que no es lo mismo el CETA que el TTIP. Tanto en la forma de su discusión como en su contenido. La manifiesta opacidad del TTIP, si se piensa que sólo se puede recibir información en espacios de lectura en Bruselas, a los cuales pueden acceder únicamente los miembros del Parlamento de la UE, en un acceso que es disponible por dos horas, dos días cada semana. Y que pueden entrar sólo con un papel y un lápiz... ¿Exagero cuando digo que el TTIP se está negociando de una manera opaca?

Y no acaba en esto el asunto para su difícil adopción por la UE: el relativo a la protección sanitaria y fitosanitaria, la protección ambiental, la ausencia de prioridad en cuanto a la protección del clima, de la protección del medio rural y de los productos geográficamente determinados o la cooperación comercial en cuanto suponga una reordenación normativa en la UE.

No ocurre lo mismo con el CETA, en el que además de la mayor transparencia en la negociación, se ha aceptado el ACS (o tribunal ad hoc para dirimir los contenciosos, que por cierto había sido pedido por el grupo ALDE, en el que se incluyen los eurodiputados de C's en el Parlamento Europeo).

C's está a favor de los acuerdos comerciales. Creemos que, por lo general, benefician a los consumidores y dinamizan la economía, con lo cual tienen un impacto positivo sobre el empleo. Pero no todo acuerdo comercial es bueno. Como ha dicho Tusk, para que el comercio sea libre deberá ser justo. Y hay acuerdos comerciales que pueden llegar a perjudicar los estándares establecidos para la protección de esos mismos consumidores, de los derechos laborales o de la protección del medio ambiente. Esto no ocurre con el CETA.

Segundo asunto.

En cuanto al tratamiento que viene haciendo la UE, en general, y España en particular respecto del asunto de los refugiados, es necesario hacer notar que en los últimos meses, y aún semanas y días, han ocurrido cosas, aunque no todas positivas. El reciente referéndum celebrado en Hungría que, pese a no haber obtenido la participación necesaria del 50%, será llevado a la legislación de ese país, de acuerdo con las declaraciones de su presidente Orban, no debería dejarnos indiferentes. La protección de los DD HH y el cumplimiento de la ley que algunos países de la Unión parecen estar dispuestos a conculcar —o lo están haciendo ya de manera deliberada— nos debe llevar a exigir de nuestros gobiernos, como lo estoy haciendo yo ahora mismo, que los principios que inspiran a la UE también son el respeto a la democracia y a los derechos individuales, muy lejos de las democracias «iliberales» que algunos dirigentes políticos se jactan en poner en práctica.

Quizás sea el momento de analizar lo que ha pasado con el acuerdo UE-Turquía que la Comisión Mixta UE estudiaba y pactaba en la legislatura anterior y de cuya resolución creo que el gobierno no ha hecho el adecuado uso. Mucho menos en cuanto al compromiso previamente asumido en cuanto a reasentamiento y reubicación de los refugiados correspondientes al cupo aceptado por España.

En lo que se refiere al acuerdo con Turquía es preciso indicar que en tanto que el número de nuevos refugiados se ha reducido desde el principio de este año, la media mensual casi se ha triplicado desde el mes de mayo. No parece que estos datos nos puedan llevar a la complacencia.

Turquía, un tercer país seguro, de acuerdo con la consideración de Grecia, aunque bastante menos según otras opiniones, si tenemos en cuenta el respeto a los DDHH por parte del régimen de Erdogan, en especial después del abortado golpe de estado.

¿Queremos convertir a Grecia en un nuevo Nauru europeo? (Así se llama la isla del Pacífico donde los australianos depositan a los emigrantes y refugiados que expulsan).

Insisto. Se trata de un problema respecto del cual España debería tomar partido, en favor de la ley y de las soluciones positivas y solidarias.

Y para empezar por algo, debería España cumplir con los compromisos previamente acordados. Utilizando datos del Ministerio del Interior, a finales de septiembre, aunque nuestro gobierno se había comprometido en 2015 a reubicar a 6.647 personas en un periodo de dos años, sólo ha acogido a 344. Y sólo 379 personas han sido reasentadas respecto de las 1.449 comprometidas.

Tenemos poco más de dos meses para multiplicar por 10 el escaso esfuerzo realizado.

Estamos hablando de personas, concentradas en campos de refugiados, que tienen circunstancias familiares, económicas, sanitarias y alimentarias muy difíciles. Estamos hablando de personas a las que no estamos asistiendo  a pesar de que nos comprometimos a hacerlo. De modo que sólo debo insistir en que el gobierno —en funciones o no— ha fracasado de manera estrepitosa en acometer sus obligaciones. Han convertido ustedes a España en parte del problema ya que no han querido formar parte de la solución.

Y para terminar, permítanme hacer un comentario respecto de Rusia. Por lo general, las sanciones están funcionando y están justificadas. Habrá además que enviar un mensaje al régimen de Putin para que cesen los bombardeos indiscriminados que afectan a la población civil en Siria. Me gustaría dirigir desde esta comisión un saludo solidario a esa bella población que era Alepo y que hoy es sólo un amasijo de escombros donde algunos civiles procuran resistir a la desnutrición, la ausencia de asistencia sanitaria, evitando a la vez los bombardeos que están convirtiendo a su ciudad en un verdadero agujero negro del que les resulta imposible escapar a sus habitantes.

Esto es lo que quería decir en mi primera intervención. Árbol de Navidad o carta a los Reyes Magos, le pido que España se sitúe en el lado justo de la historia en cuanto a las decisiones a adoptar. Que es precisamente el de los DD HH y de las personas.

viernes, 14 de octubre de 2016

Vergüenza


Artículo publicado originalmente en Diario 16, el viernes 14 de octubre de 2016

Estos días, periódicos e informativos de televisión, hacen el seguimiento de los diversos casos de corrupción que afectan principalmente al Partido Popular. La trama Gürtel y las tarjetas Black se han convertido en expresiones del lenguaje común y algunos de los principales investigados por la comisión presunta de la larga serie de delitos que hacen referencia a la utilización de un cargo público para el enriquecimiento personal (prevaricación, cohecho, tráfico de influencias…) eran personajes que parecían atesorar una prístina trayectoria democrática dedicada al servicio de los ciudadanos.

Algunos medios han rastreado en la historia particular de esos sujetos, contrastando los hechos por los que se les juzga ahora con sus declaraciones anteriores. El aspecto juvenil que desprendían entonces, la claridad de sus razonamientos y la rotundidad de sus afirmaciones no pueden dejar de asombrarme, en especial porque yo mismo estuve afiliado a ese partido.

Mi militancia en el PP comenzaría con su refundación, allá por el año 1989, cuando un grupo de liberales bilbainos aterrizábamos en el proyecto que dirigía Aznar a nivel nacional y Jaime Mayor Oreja en el País Vasco (yo mismo sería secretario general de la gestora vasca de aquel partido presidida por el que después fuera Ministro del Interior).

Algunos de los ahora encausados visitaban con cierta frecuencia las tierras y los parajes vascos para transmitirnos, al parecer, la solidaridad de un partido que se enorgullecía – decían – de nuestro valor. Caían compañeros del PP (y del PSOE, compañeros todos en esa difícil lucha por la libertad, en contra del terrorismo y de un nacionalismo que miraba hacia otro lado); se celebraban los funerales; se convocaban manifestaciones y, con los años, llegaban los aniversarios en los que, unos y otros, vascos y altos cargos del partido, nos congregábamos a rendir justo homenaje a su memoria.

Habían despojado el ejercicio de la política de su raíz ética y se convertían así en unos parásitos de la cosa pública en contra de los ciudadanos a quienes decían servir de forma tan grandilocuente como artera.

Eran aquellos años de plomo los años en los que florecían algunas de estas tramas. Cuando los nombres que hoy son conocidos en el comentario general recibían las comisiones que viajaban en sobres y que engordaban contabilidades paralelas y engrosaban las particulares cuentas corrientes de muchos de los que nos visitaban entonces y nos advertían que no estábamos solos, que un gran partido nos apoyaba en nuestros sueños quebrados por la pesadilla y en los sollozos callados e íntimos ante la incomprensión general de otros muchos vascos.

No habría que esperar demasiado para que algunos nos diéramos cuenta del obsceno espectáculo que se estaba produciendo en nuestro derredor: que nosotros poníamos los muertos, las familias destrozadas, la vida malvivida y protegida por escoltas; en tanto que ellos conseguían los votos que les proporcionaban el poder y la facultad de enriquecerse con éste; unos votos a los que contribuíamos nosotros mismos, como homenaje nacional a nuestro valor.

Era ya un proyecto indecente, contaminado por la impudicia de demasiadas gentes que no habían querido distinguir la frontera entre el servicio público y el medro personal y el consciente incumplimiento de la ley. Habían despojado el ejercicio de la política de su raíz ética y se convertían así en unos parásitos de la cosa pública en contra de los ciudadanos a quienes decían servir de forma tan grandilocuente como artera. En eso habían convertido nuestro esfuerzo, nuestro trabajo, nuestra lucha.

No había más solución que salir de allí. No fuimos muchos, algunos decidieron volver a la actividad profesional que dejaban olvidada años atrás, en el País Vasco o en otros lugares de España. Otros pensamos que la actividad política -escrita con mayúsculas- era aún posible en otras formaciones que no habían sufrido -quizás por su novedad- la contaminación de la gangrena que había devorado a los viejos partidos. Y todavía hoy seguimos creyendo en que es posible la regeneración democrática en nuestro país.


Pero cuando observo los rostros impávidos de los dirigentes de ayer, investigados hoy y quizás condenados mañana y los comparo con mis recuerdos y los años pasados junto a ellos, sólo puedo decir que algunos cumplimos con nuestro deber y que todo el peso de la vergüenza y el oprobio moral – además del de la ley, por supuesto – deberá caer sobre ellos.

jueves, 13 de octubre de 2016

Al fin un Gobierno



Publicado originalmente en The Huffintong Post, el miércoles 12 de octubre de 2016

Concluido el aparatoso Comité Federal del PSOE y conocedor del estado supremo de debilidad en que se encontraba este partido, Rajoy ordenaba la semana pasada a sus particulares elementos de presa a practicar las "dentelladas secas y calientes" de las que hablara el poeta Miguel Hernández. El PSOE debería garantizar al PP al menos dos presupuestos de estabilidad si quería evitar las elecciones, dirían los populares. Semejante despropósito habrá inducido sin duda un grado de tensión adicional al curso de los acontecimientos que ni siquiera el actual inquilino en situación de prórroga en el Palacio de la Moncloa podría resistir por más tiempo. Los 137 escaños de hoy, los que obtuviera eventualmente de más en las terceras elecciones repetidas obtendrían un elevado precio que pagar: el del ejército de los contrarios que ascendería en ese caso a todos los diputados que no figuraran en las listas del PP, conduciendo así a nuestro país al punto de no retorno de la ingobernabilidad, que no se resolvería sino con la condición, por supuesto, de la renuncia del de Pontevedra.

Fue por eso seguramente por lo que el presidente en funciones detuvo en seco a sus gentes y pronunció las palabras sabias que debieran haber sido expresadas desde el primer día: no pondré condiciones, gobernaré haciéndome ganar el favor del Congreso. Un cambio de ciento ochenta grados que permitirá que arranque definitivamente la legislatura.

Rajoy ganará así una investidura que muy pocos le pronosticaban en diciembre de 2015 y que se mantendrá durante el tiempo que le permita la oposición y que el presidente investido quiera. Armado a partir de entonces del decreto de disolución, Rajoy dispondrá del poder que los primeros ministros de la época de la Restauración demandaban con insistencia del rey Alfonso XIII. Obtenido éste, organizaban a su antojo las elecciones por el procedimiento del "encasillado", y el Parlamento se parecía como una gota de agua a otra al que había diseñado el ministro de la Gobernación desde la Puerta del Sol.

La política no consiste en elegir el terreno de juego ni la personalidad de los rivales. Es un fango en el que es preciso chapotear para conseguir algún resultado que ofrecer al país.

Es cierto que los cacicatos de entonces no se corresponden a los de hoy, pero tampoco deja de ser menos cierto que las redes clientelares de hogaño no dejan malparadas a las tejidas antaño por ese conjunto de gobernadores civiles, alcaldes y propietarios rurales. Cambian los tiempos, mudan los protagonistas y las elecciones son más limpias, pero no definitivamente ausentes de coacción subliminal. Habrá desaparecido la partida de la porra o la compra de los votos, pero los partidos que ganan en sus municipios, provincias y regiones se mantienen década tras década, con independencia de su gestión, de sus corruptelas o del mayor o menor carisma de sus dirigentes.

Esa es la España que todavía deberemos reformar, convirtiendo el sistema político en un terreno más amplio de juego y educando a los españoles para que adquieran de una forma real su condición de ciudadanos, que es hoy -todavía en muchos casos- una cuestión meramente nominal.

Pero todo eso se consigue con el doble procedimiento de los cambios legales y del ejemplo. Ejemplaridad y corrupción constituyen pulsiones paralelas, y solo conocemos en abundancia de las primeras. Pero también existen en nuestro país gobernantes honrados, respetuosos con el dinero de los contribuyentes y que dedican su tiempo a cambio de ninguna retribución económica, solo recompensada por la satisfacción que proporciona el trabajo bien hecho y el aprecio de sus conciudadanos.

Para que se aprueben leyes y mejore la educación -que conduzca a la ciudadanía- hace falta la existencia de un Gobierno. Y si el presidente a investir es un sujeto reacio a las reformas y hábil como pocos en sortear presiones y rivales, al menos carecerá de mayoría absoluta y deberá negociarlo todo.

La política no consiste en elegir el terreno de juego ni la personalidad de los rivales. Es un fango en el que es preciso chapotear para conseguir algún resultado que ofrecer al país. Pero eso es la política. Y si el canciller Bismarck decía que no había que conocer ni el proceso de fabricación de las salchichas ni el de elaboración de las leyes, podríamos añadir hoy que de la negociación política uno habrá que atenerse a lo que se consiga, y no a los componentes de la transacción.

miércoles, 5 de octubre de 2016

¿Un nuevo mapa político para España?



Publicado originalmente en Diario16.es el miércoles, 5 de octubre de 2016

Habrá quien piense en el reciente Comite Federal del PSOE en términos de una crisis circunstancial que podría enderezarse –coserse, dicen sus protagonistas- de un modo relativamente complicado, aunque posible. No tengo los suficientes datos para negar esta afirmación, por lo que tampoco estoy en condiciones de hacer objeción alguna a la misma, ni siquiera deseo hacerla. Es el PSOE quien deberá realizar su análisis y tomar sus decisiones y es tarea de los demás respetarlas y esperar que acierten por el bien de su partido y mucho más por el de España.

Pero esta opinión viene de más lejos y se proyecta quizás más allá de lo que ocurriera el sábado 1 de octubre. Porque procede, en efecto, de la eclosión de los nuevos partidos en España en mayo de 2014, en las elecciones europeas, y en lo que podríamos denominar el momento tocqueviliano –por Alexis De Tocqueville, en su conocida obra El Antiguo Régimen y la Revolución-, según la cual los fenómenos revolucionarios no se producen en el momento más álgido de las crisis que los motivan, sino cuando se intuye la superación de la misma. Es entonces cuando todo el malestar concentrado en esos tiempos, y que había sido reprimido en aras de resolver más acuciantes problemas, estalla de golpe de forma desenfrenada -revolucionaria, en el Tocqueville de la revolución francesa- o regeneracionista y populista en el caso de la España de nuestros días.

No entendieron los viejos partidos en el Parlamento español lo que sus compañeros habían aceptado en las autonomías y ayuntamientos 

Ese momento tocqueviliano supuso una recomposición del mapa político español que se desenvolvería en las elecciones autonómicas y municipales del año pasado y en las elecciones generales de diciembre de 2015 y de junio de 2016 y ha tenido su conclusión en las autonómicas de Euskadi y Galicia de septiembre, las cuales han sido causa inmediata del mencionado tumultuoso Comité Federal socialista.

Un nuevo mapa político que sería comprendido por las diversas fuerzas políticas -tanto las viejas como las nuevas- en los diferentes niveles autonómicos y municipales, produciendo el juego correspondiente de las coaliciones, pactos de legislatura o simples apoyos a las investiduras de los candidatos. Una comprensión que, sin embargo, no se ha producido a nivel nacional, donde a la decidida actitud de bloqueo de los viejos partidos -el PP respecto del PSOE-Ciudadanos en la XI Legislatura- y el PSOE -respecto de la del PP con el apoyo de Ciudadanos en esta.

No entendieron los viejos partidos en el parlamento español lo que sus compañeros habían aceptado en las autonomías y ayuntamientos: que el mapa político nacional había cambiado también y se imponía la tarea de encontrar acuerdos. El empecinamiento de sus líderes les llevaría a rechazar toda posibilidad de acercamiento y el bloqueo institucional del país estaba servido.

Y la cuerda se rompería -como resultaba relativamente sencillo de pronosticar- por el lado más débil, el del partido que encadenaba una larga serie de trastornos electorales, el PSOE. Apartar a su líder era la única solución que cabía al poder real del partido -líderes regionales y locales- si lo que pretendían era reorientar el rumbo, a pesar de que -todo hay que decirlo- ese rumbo lo hubieran marcado ellos mismos en una derrota -dicho en términos marítimos- que ya se advertia imposible desde que se producía.

Queda ahora saber cómo lo hará esa nueva gestora. Pero parece probable que recomendando alguna abstención a la investidura del candidato del PP, una abstención que no debería resultar cara ni para este partido ni para el PSOE, si lo que unos y otros pretenden es salir de este atolladero antes de la fecha límite del 31 de octubre.

En todo caso, y dado el papel central que juega el PSOE en la política española, dado también el enconamiento de los del no contra los de la sedicente abstención, parecen apuntarse en el horizonte inmediato dos nuevas almas en el PSOE: los más radicales y los más pragmáticos. Los primeros podrían en el medio plazo encontrarse con el sector más institucional de Podemos, enfrentado al más populista; y los segundos -los pragmáticos- crear una estrategia común de oposición constructiva y negociadora respecto del PP que podrían eventualmente coordinar con Ciudadanos.

¿Estamos cerca de alumbrar en España el definitivo mapa político que abrieron las europeas de 2014? Solo el tiempo lo dirá.

lunes, 3 de octubre de 2016

El PSOE y la ausencia de política



Publicado originalmente en El Español, el día 2 de octubre de 2016

Asistimos a momentos de enorme confusión. Estamos instalados en un tiempo en el que -como en la noche más oscura- todos los gatos parecen pardos. Y es que somos contemporáneos de una situación en la que los ruidosos debates que agitan el panorama político responden aparentemente a causas y motivaciones que no están en la realidad de las cosas.

Nuestra época se corresponde a un momento en que la distancia entre lo que se dice y lo que se hace en política es tan larga que, quien está entre bastidores de lo que ocurre, corre el riesgo de ser tomado como un indocumentado simplemente por narrar aquello que experimenta y ve con sus ojos. Algo o mucho de esto viene a cuento del espectáculo que contemplamos en el PSOE, donde dos bandos enfrentados se disputan el dominio del partido.

Cualquier conocedor de la situación sabe muy bien que lo que ahí se está produciendo va más allá de las posiciones que sobre la formación de un gobierno para España mantienen ambos grupos. Es más, resultaría perfectamente posible que las posturas sobre la investidura de Mariano Rajoy estuvieran invertidas si las circunstancias de los contendientes fueran otras. Porque en realidad, lo que se discute es quién manda en el PSOE; es decir, se lucha por el poder y en la lógica del poder, y no por la Política o en la lógica de la Política.
El Poder es siempre absolutista. El poder aspira sólo a mandar y a ser adorado. La Política es la implicación de todos en la solución de los problemas comunes.

Tenemos próximo un ejemplo parecido. París se conmueve esta semana con las revelaciones de Patrick Buisson, antiguo consejero áulico del ex presidente Sarkozy, que en un libro titulado La Cause du peuple pone el dedo en la llaga señalando muchas de las miserias que afectan a toda la clase política francesa.

Preguntado por los periodistas sobre los motivos que mueven sus revelaciones, Buisson niega tajantemente las acusaciones de deslealtad, para afirmar literalmente que en Francia, desde hace treinta años, no hay conflicto político sino una inmoral y cruel lucha por el poder revestida de apariencia política en la que a ninguno de los contendientes les importa otra cosa que reforzar su control y aniquilar al adversario.

Y es que poder y política no son la misma cosa. Lo explica de manera muy sugestiva Alain (Émile Chartier) -uno de los hijos más ilustres que ha tenido la democracia en Francia- en un libro que acaba de aparecer en España, El Ciudadano contra los Poderes, y que como tal es una importantísima novedad, imprescindible para comprender lo que nos está pasando.

Alain fue el maestro de Simone Weil, de Sartre, de Raymond Aron, de André Maurois y de centenares de catedráticos franceses. Ejemplo de ciudadano republicano -léase demócrata-, el gran constructor del pensamiento radical que influyó tanto en nuestro Azaña y en los intelectuales italianos. Un gran maestro que con su ejemplo y su obra enseñó a los franceses lo que es la democracia, distinguiendo nítidamente entre poder y Política.
Lo que hay detrás de la actual crisis socialista, que no es el noble ejercicio de la política sino la simple lucha por el poder

El Poder es siempre absolutista. El poder aspira sólo a mandar y a ser adorado. La Política es la implicación de todos en la solución de los problemas comunes. La toma de posturas y el debate sobre las cuestiones de la realidad cotidiana; es decir, la discusión sobre la sanidad y la forma de administrar sus recursos, la emigración relacionada con las necesidades demográficas, nuestra universidad descompuesta por Bolonia, las jubilaciones a los 55 años, las cautelas a imponer a los poderes financieros… Problemas que hay que afrontar y no pretender sepultar a base de la eterna repetición de eslóganes.

Eso es Política, esa fue la gran enseñanza de Alain, que se resistía a reducir la política a un mero ejercicio de dominación. Qué importa cuál sea la Constitución si cuando los ciudadanos se dejan gobernar todo queda dicho -afirmaba Alain-. Por eso, el único remedio al abuso de poder al que sus titulares tienden irremediablemente es a la irrupción ciudadana en la vida pública. El poder -los poderes- no pueden sobre el ciudadano consciente sino a cambio de ejercer la Política y, en este caso, la harán con el ciudadano, no contra él.

Eso lo enseñó Alain en este libro que recoge sencillos artículos de periódico, los famosos Propos. Artículos que vienen a cuento para saber lo que hay detrás de la actual crisis socialista, que no es el noble ejercicio de la política sino la simple lucha por el poder.
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