sábado, 21 de diciembre de 2013

De la irrelevancia de España y otras consideraciones


La irrelevancia de España en el ámbito internacional empieza a ser un lugar común en los comentarios de los expertos. Ya se mire hacia el resto de Europa donde, una vez renovado el Consejo del Banco Central (BCE), sólo queda como dignatario importante a escala de Union Europea el tan denostado —y no siempre con justicia, por cierto— Joaquín Almunia; o nuestra atención se vuelque hacia otros lugares del mundo, por ejemplo, hacia sudamérica, donde la última y reciente cumbre ha pasado de nuevo sin pena ni gloria... lo cierto es que España no cuenta en el escenario internacional.

El actual gobierno ha reducido nuestra acción exterior a la promoción de la Marca España, una operación que se dice ha convertido a nuestro servicio diplomático en una suerte de departamento comercial encargado de la venta de productos nacionales y en el que los los objetivos no son ya los de influir o realizar informes útiles sobre la situación del país en el que se asienta nuestra correspondiente representación, sino la cantidad de automóviles, lavadoras o productos alimentarios que se consumen en esos mercados.

Nada tengo, sin embargo, en contra de la promoción de nuestros productos en el exterior. Hace ya algún tiempo, el embajador de Brasil en Madrid me comentaba que a España no se le conoce en este ámbito más que por el jamón y el aceite de oliva. Y que no le ocurre como a Italia, por poner el ejemplo que planteaba el embajador, cuya oferta es bastante más amplia. La Marca España no debería constituirse en sinónimo de la acción exterior de nuestro país

Quizás deberíamos haber empezado por otro lado. Por el idioma por ejemplo. El español es una lengua que, según el Instituto Cervantes, es hablada por más de 500.000.0000 de personas en el mundo; a pesar de que, de manera bastante estúpida, la estemos arrinconando en nuestro propio país, a fuerza de reducirla en los colegios a idioma de segunda clase en las Comunidades Autónomas en las que convive —¿malvive?— con otras lenguas más o menos autóctonas o más o menos inventadas.

Otros países han obtenido de sus idiomas una proyección internacional más que indiscutible. Los franceses, con su red de liceos a lo largo de todo el mundo, han conseguido exportar un cierto modelo cultural de calidad que nadie pone en duda; los alemanes también; por no hablar del verdadero esperanto de los tiempo actuales, que es el inglés, con los colegios americanos o el prestigioso mundo cultural británico.

Porque no se trata solamente de las personas que hablan el español. También de las que quieren aprenderlo. ¿Qué está pasando con los institutos Cervantes desplegados a lo largo del mundo? ¿han conseguido aguantar la correspondiente tasa de recortes que las tijeras del ministro Montoro han adjudicado en casi todas las direcciones, no en cuanto a la clase política se refiere, desde luego? La respuesta es clara: no. Su presupuesto para el año 2014 decrece más de un 3% respecto del año en el que se escriben estas líneas.

Creo con sinceridad que se trata de una política equivocada: el idioma es el instrumento que permite a los empresarios ofrecer sus productos y servicios a lo largo del mundo, a los hombres de la cultura presentar sus trabajos, a la inteligencia —cuando la hay, claro— expresarse... 
Por lo que la Marca España debería empezar por el idioma español y continuar por todo lo demás.

Claro que, volviendo a la primera idea de este post, la irrelevancia de nuestro país es consecuencia de nuestra debilidad, y la peor de las debilidades es la que se asume como propia, más allá de las circunstancias sustantivas que padezcamos. O dicho de otro modo, somos más débiles, y por lo tanto más irrelevantes, cuanto más nos hundimos en el pozo de nuestra debilidad, considerando que de este no podremos salir hasta que alguien tire de nosotros, ergo, nos rescate.

Y esta, poco más o menos, es la tragedia de esta España actual: que estamos mal, pero no queremos mejorar, simplemente porque no ponemos los remedios para hacerlo.

¡Felices fiestas, lectores y lectoras!

domingo, 15 de diciembre de 2013

Elecciones en Venezuela


Han tardado algún tiempo las autoridades electorales venezolanas en publicar los resultados de los últimos comicios celebrados en ese país hispanoamericano. Unos resultados que han producido sentimientos contrapuestos, de alegría y de congoja, ambos mezclados, en el gobierno de Maduro y en la oposición de la MUD. Planteadas por esta última como un plebiscito respecto de las medidas que —de manera específica en el ámbito económico, pero también en el político— había tomado Maduro, el resultado no ha sido todo lo magnífico que unos y otros esperaban. Los socialistas oficialistas han obtenido el 49% de las 335 municipalidades en juego y algo menos de 4.600.000 votos; la oposición de la Mesa consigue el 42% de las alcaldías y algo menos de 4.300.000 sufragios, pero también las más importantes ciudades.

Convendría hacer alguna reflexión sobre el asunto.

La primera tiene que ver con la participación, que no ha alcanzado el 60% por algo más de un punto. Lo que significa que la oposición no ha conseguido movilizar a su electorado, hecho de no poca importancia cuando las presentaron como elecciones plebiscitarias.

La segunda, con la naturaleza de estas elecciones. Las locales son convocatorias en las que la política desempeña un papel solo relativo, en especial la gran política, la nacional. Claro que habrá quien me recuerde que las municipales españolas de 1931 trajeron la república, pero no me negarán que, por lo común, este tipo de elecciones son las más despolitizadas de las que existen en los procesos democráticos. Hay un dicho español que afirma: en generales se vota a los partidos nacionales, en autonómicas a los regionales y en municipales a los candidatos a alcalde. Algo parecido ha ocurrido en estas.

Únase a la explicación anterior el hecho de que en las municipalidades más pequeñas, en especial las rurales, el chavismo ha dispuesto de mayor capacidad de control y de intimidación que en las grandes ciudades, en las que se ha producido un avance significativo de la MUD.

La cuarta idea es que la estrategia de Maduro, consistente en un saqueo controlado de los comercios, ha funcionado. Las medidas populistas pueden tener la desventaja de que no se asocian a planteamientos de ninguna ortodoxia en su dimensión económica o política, pero resultan inteligibles para los ciudadanos.

La última, que la oferta de medios de comunicación no es más libre en Venezuela con el paso del tiempo y del azote del bolivarismo, sino al contrario. Globovisión vendida al poder económico chavista, lo mismo que otros medios otrora libres. La contienda electoral no ha sido —no lo ha sido nunca en los tiempos actuales revolucionarios— igualitaria. Es muy difícil el ejercicio de la política en estas condiciones.

Sirva esto para explicar la apretada victoria o la corta derrota —según se vea— de Maduro y de la MUD. Lo cierto es que la tendencia del gobierno venezolano de olvidarse de las reglas de la economía de mercado deberá conducirle, más pronto que tarde, a la decisión definitiva: abolir la Constitución —que es, por cierto, el camino emprendido por Maduro con su famosa Ley Habilitante—, implantando un régimen de dictadura social-populista o rendirse ante la evidencia de que sus políticas económicas sólo llevan al empobrecimiento de un país desabastecido y desorientado en tanto hace largas colas frente a los supermercados. Una evidencia que le llevaría a la pérdida del poder y al restablecimiento de la democracia en ese país.

Con seguridad, la oposición sabrá obtener una lección de esta convocatoria; y pronto, pues la natural tendencia del régimen le lleva más a prescindir de elecciones que a convocarlas. Lo que sí está claro es que la deriva dictatorial del chavismo está también inficionada de corrupción. Las conexiones denunciadas por la periodista Emili Blasco entre el socialismo de Maduro y las FARC, convirtiendo a Venezuela en un inmenso almacén en el que entra y del que sale la droga con destino a Europa, nos muestra el verdadero rostro se un régimen que, amparándose en el populismo, sólo sabe enriquecerse y arruinar a sus conciudadanos. El capitalismo bolivariano está hecho de contrabando ilegal y de perversas compañías.

Una mafia más, una cosa nostra que no podemos por menos que denunciar.

martes, 3 de diciembre de 2013

¿Cuándo se jodió España?


La intervención de Rosa Díez en los desayunos de trabajo del foro Europa que se produjo el mismo día en que se escriben estas líneas, se hacía la pregunta que ronda a lo largo de la novela Conversación en la Catedral del escritor peruano y español, Mario Vargas Llosa. Una pregunta que se refería en este caso a su país de origen: ¿Cuándo se jodió el Perú, Zavalita?

¿Y cuándo ocurrió eso, en que momento se estropeó la democracia española? 

Porque nuestra Constitución —de la que en estos días se cumplen sus 35 años de historia— bien puede considerarse razonable en términos democráticos. Otra cosa muy diferente habría de predicarse respecto de su desarrollo. ¿Cuándo se quebró la letra o el espíritu de nuestra Carta Magna? 

Podía ser en 1985, cuando Alfonso Guerra proclamara a los cuatro vientos que Montesquieu ha muerto, para justificar el saqueo político a la independencia del poder judicial. Las politización de la justicia, que ha tomado carta de naturaleza desde entonces y que han mantenido sin variación los sucesivos gobiernos socialistas y populares, que han contado en diversas ocasiones con mayoría absoluta para retornar a un sistema respetuoso con la independencia del poder judicial. 

Pudo ocurrir también en cualquier momento de la democracia, cuando los partidos políticos invadieron la gestión de las Cajas de Ahorros o colonizaron los organismos reguladores, subvirtiendo las finalidades de unas y otros. 

Se estropearía seguramente también la democracia cuando Jose María Aznar, para ser elegido presidente, entregó las competencias de educación y sanidad a las comunidades autónomas o diversos tramos del IRPF. Es posible que nuestro Perú particular se fuera al carajo cuando este mismo presidente apoyaba la entrada de España en Irak sin contar con el respaldo de la legalidad internacional, residenciada en las NNUU.

No le hizo, por cierto, un gran servicio a la democracia española, el presiente Zapatero, cuando lanzaba a los cuatro vientos la idea de los Estatutos de Segunda Generación, o cuando anunció a bombo y platillo, que cualquier propuesta de modificación del Estatut que saliera de la Asamblea sería apoyada por él sin reservas. 

La democracia española vivió y padeció durante demasiado tiempo el terrorismo etarra, pero también padeció y vivió los tristes y recurrentes episodios de la negociación con ETA. La hoja de ruta trazada por el presidente Zapatero ha sido seguida sin lugar a dudas por el actual presidente Rajoy. Fueron heridas provocadas por estos partidos viejos a la democracia que, por desgracia, hoy continúan sangrando a borbotones.

O cuando gobierno y oposición decidieron, sin luz y sin taquígrafos, modificar la Constitución en el final del gobierno Zapatero

Se jodió España —se está jodiendo— cuando a la ofensiva soberanista del nacionalismo catalán no se le está oponiendo la política de las letras mayúsculas y sí el vergonzoso silencio de un gobierno ineficaz y pusilánime. Mucho antes se estropeó cuando uno y otro partido decidieron gobernar con el apoyo de los nacionalistas, entregando a cambio jirones de soberanía nacional, en lugar de establecer un cortafuegos que impidiera que brotara el gran incendio que hoy nos está abrasando. 

Y mucho antes se fastidió la cosa cuando los partidos nacionales emularon a los nacionalistas, creando miniestados en todas y cada una de las Comunidades Autónomas, haciendo trizas al Estado, que ya no es casa común de todos los españoles, sencillamente porque apenas sí es Estado. En cada uno de esos momentos —y quizás también en otros— se nos fue al carajo la democracia.

¿Seremos capaces de recuperarla? Algunos lo estamos intentando

miércoles, 27 de noviembre de 2013

La entrevista Obama-Mohamed


Los medios de comunicación han dedicado grandes titulares respecto de la reciente visita del rey Mohamed VI de Marruecos al presidente de EE UU, Barack Obama, resaltando la supuesta consideración y apoyo que este habría concedido a la propuesta marroquí de ofrecer una autonomía al Sahara Occidental.

La cuestión me preocupó. En muchas ocasiones he afirmado que, en lo que se refiere a las señas de identidad de UPyD en materia internacional, la solución del contencioso del Sahara es incluso anterior a la creación de una genuina política internacional en nuestro partido. Poco después de la creación del mismo, asistimos Rosa Díez y otros militantes de la recientemente fundada organización a la manifestación anual que CEAS organiza todos los años en triste recuerdo de los Acuerdos de Madrid que perpetraban la vergüenza de una España que no supo muy bien cómo dejar de ser metrópoli de una forma ordenada y acorde al derecho internacional.

Toda vez celebrado nuestro primer congreso, en el que la bandera de la RASD se agitaba en las manos de nuestra portavoz, visitábamos los campamentos y, después, algunos de nosotros, también la zona liberada a Marruecos en Tifariti

En aquella ocasión, Rosa firmaba un acuerdo de colaboración con el partido amigo -el Frente Polisario- que, a decir del alto representante de la RASD, -el presidente de su Parlamento- en el segundo congreso de UPyD, es el único acuerdo que liga al partido saharaui con cualquier partido político.

Hemos presentado iniciativas parlamentarias en las distintas instituciones en las que estamos presentes -Congreso, Parlamento Europeo, parlamentos autonómicos e, incluso, ayuntamientos- y, en suma, estamos en la causa saharaui con una intención no exclusiva ni excluyente: querríamos que esa fuera una causa compartida con todo el arco parlamentario español, sin limitación ni excusa.

Sirvan estas notas para significar nuestro compromiso respecto del Sahara Occidental y de su futuro en libertad, que ha sido recientemente subrayado en nuestro segundo congreso, cuando este adoptaba una resolución por la cual UPyD considera un Sahara independiente como una decisión favorable a los intereses de España; paso que constituye un salto cualitativo en una posición que hasta ahora sólo planteaba como exigible el cumplimiento de las resoluciones de NNUU para la autodeterminación de la antigua colonia española, de la que todavía nuestro país sigue siendo potencia administradora.

Por eso, mi entrevista con Bucharaya Beyun, el delegado del Polisario en España, era una exigencia de primer orden. Si el presidente Obama echara por tierra las justas reivindicaciones saharauis, el futuro de su causa tendría un soporte menor y de no poca importancia.

Pero Bucharaya me ha tranquilizado. La referencia en el comunicado final, por la que EE UU sigue confiando en una solución justa, duradera y acordada al problema del Sáhara Occidental en el marco de las Naciones Unidas y los esfuerzos realizados en este sentido, por  el Sr. Christopher Ross, enviado personal del Secretario General de las Naciones Unidas", unida al  interés y la preocupación  de los EE UU  por  el  asunto de los derechos humanos en el Sahara Occidental refleja su profunda inquietud por las violaciones cometidas contra la población saharaui desde hace más de 38 años de ocupación marroquí; una cuestión  que exige la imperiosa  necesidad  de extender las competencias  de la  Misión de las Naciones Unidas para el Referéndum en el Sahara  Occidental, MINURSO,  para que abarque la protección de los derechos humanos en el Sahara Occidental y la supervisión y presentación de informes al respecto.

Una reflexión que hago desde este blog, que espero anime a quienes siguen con interés la causa saharaui. Si bien, no quiero dejar de advertir que la propaganda marroquí continúa siendo eficaz más allá de sus fronteras en presentar lo que no constituyen victorias -incluso siendo derrotas- como triunfos. Todo hay que decirlo.

martes, 19 de noviembre de 2013

¿Ilusión por Europa?



En un foro organizado recientemente por el European Council of Foreign Relations, al que asistió un público generalmente joven —y bien preparado, por cierto— alguien formuló una pregunta que era al cabo una reflexión: ¿Hay algo o alguien que nos devuelva la ilusión por Europa?

Eso de pedir ilusión a las cosas parece que es cosa de jóvenes, porque el uso desgasta hasta los elementos más importantes para nuestra vida: el trabajo, sin ir más lejos, una bendición en estos tiempos que corren, pero que no deja de ser una maldición bíblica.

No sé tampoco si alguien tiene la ilusión de ser español, noruego o australiano. Quizás los haya más, quienes ahora tengan la ilusión de ser catalanes, con tal de que les dejen ser independientes, pero lo que es ilusión por pertenecer a un determinado país u organización de países no parece que sea una característica de los tiempos.

No dejaba, sin embargo, de suscitar una expectativa sobre la que proyectáramos un futuro mucho mejor, esa idea de Europa cuando vivíamos atenazados por los temores del franquismo y aquella era para nosotros el espacio de libertad y bienestar que se nos negaba puertas adentro en nuestro país. Pasado el tiempo, sin embargo, la normalidad nos la devolvía como una realidad más bien aburrida que otra cosa.

Y eso que aún no conocíamos eso de los rescates y las imposiciones, producto las más de las veces de la mala gestión de unos y otros gobiernos, que se endosaban a Bruselas como el chivo expiatorio de sus incapacidades.

No, a uno le puede emocionar un buen concierto, una gran película o una determinada obra de arte, pero emocionan menos las instituciones. Ni los más implicados en el sistema lanzarían un suspiro cuando pasan por delante del Congreso de los Diputados, como no sea una especie de resoplo insatisfecho por el poco tiempo que dedican a lo importante y lo mal que resuelven los asuntos que les tenemos encomendados. No ilusiona tampoco el edifico Berlaymont, como tampoco lo hace el complejo de la Moncloa, y no genera sensaciones de satisfacción la vista del parlamento de Estrasburgo o del vasco en Vitoria, salvadas sean las opiniones artístico-arquitectónicas de estas y otras construcciones. Ya lo dice el refrán: «no se le pueden pedir peras al olmo».

Son otras cosas las que nos pueden ilusionar. Para las que se refieren a la ciudadanía sería preferible un enfoque más racional. Supongo que la habitualidad del hecho de depositar el voto en las elecciones no constituye ya, pasadas las emociones de la transición política a la democracia, un elemento de emoción inconmensurable. Pero es una de las formas más importantes —si no la única— que tenemos los ciudadanos de ejercer nuestros derechos, la posibilidad de conformar los gobiernos o, simplemente, la de criticar el mal gobierno de unos y la mala oposición de otros.

Por lo mismo, no parece que sea demasiado emocionante que pidamos más democracia en las instituciones europeas. Un sistema por el que sea responsable la Comisión Europea ante el Parlamento y que el Consejo vea reducidas sus funciones de una manera drástica, si no es posible que desaparezca. No creará desde luego gran expectación ni derramará demasiadas lágrimas de alborozo el que los itinerantes viajes de los jefes de Estado y de Gobierno, los ministros y demás altos cargos dejen su paso a otros protagonistas. Para muchos eso solo sería una manera distinta de hacer las cosas, poco más.

Pero Europa se ha construido de tal manera a base de pactos, conseguidos en última instancia y para evitar la amarga sensación del fracaso, que apenas resulta reconocible para nadie que no se tenga por especialista en estas cuestiones. Sabemos que existe un señor que se llama Durao Barroso, pero no conocemos exactamente su cometido concreto —algún lector podrá ironizar con que a veces ni siquiera él mismo lo sabe—, Van Rompuy sería un desconocido para la gran mayoría y Lady Ashton sonará a muchos como una componente de la realeza británica o un acreditado perfume, y se asombrarían al saber que se trata de la Alta Representante de la UE, aunque no sepan qué cosa sea esa. Claro que sí nos referimos a Ángela Merkel, muchos dirán que... esa sí, esa es la que manda en Europa.

Y es cierto que muchas veces Europa es la mayor enemiga de sí misma. Pero tengo para mí que si los europeos fuéramos capaces de simplificar y democratizar las estructuras comunitarias, habríamos dado un paso de gigante en el avance del proyecto europeo y, de paso, quizás, podríamos introducir algún grado de ilusión a la idea de formar parte de este continente.

martes, 12 de noviembre de 2013

Cuando el fútbol juega a la política


Nuestra meritoria selección española de fútbol visita Guinea Ecuatorial para disputar un partido amistoso. Este titular que recogen los periódicos contiene —pese a la aparente normalidad del hecho— la suficiente carga política como para merecer un comentario.

Un partido amistoso. Ya sé que en España hemos devaluado la palabra amigo, de tanto usarla. No están lejos los sonidos de la canción de Roberto Carlos, quien por lo visto quería tener 1.000.000 de amigos. No se antoja fácil semejante pretensión, si de lo que se trata es de obtener la complicidad de estos, en especial en los tiempos difíciles de la vida, pero ya se ve que hay gentes para todos los gustos y para cualesquiera ambiciones.

Y ya que hablamos de canciones, hay un dúo que se puede sacar a colación para este asunto: se llama Amistades Peligrosas. A eso se quiere referir este post. Ya no se trata, por lo tanto, de desbordar el número de amigos que se tienen —algo así como los que son amigos en Facebook o los seguidores en Twitter o en otras redes sociales. No, lo que se quiere es tener amigos millonarios, aunque eso sea jugar un partido... peligroso.

En efecto, Guinea Ecuatorial es un país rico, o de dirigentes ricos, que es cosa bien diferente, tanto como para que el hijo de su Jefe del Estado, el llamado Teodorín, haya ofrecido una prima de 5.000.000 de dólares —o de euros, que para el caso de sus bien provistos bolsillos parece dar lo mismo— para el supuesto de que su selección gane a la española. ¿Puede resultar bastante complicado que finalmente se vea obligado a abonar dicha cifra? Todos lo esperamos, y aunque el poder del dinero mueva muchas voluntades, esperemos que no las de nuestros jugadores.

Lo que sí está claro es que a nuestro gobierno parece interesarle esta gestión deportiva. No en vano, algún país más serio que el nuestro, como es el caso de Francia, ha situado literalmente frente a las cuerdas al hijo de Obiang, a quien le reclaman diversas cuentas pendientes con la justicia de ese país. Animada, por lo visto, nuestra diplomacia con la oportunidad que nos brinda nuestro sin embargo socio europeo, ya estamos dispuestos a sentar nuestras plantas en el territorio que los franceses abandonan y con ello todo el trasunto de francofonía que el genio guineano que es Obiang —padre, en este caso— había puesto en marcha.

Pues allá que se va la selección española y allá que se irá nuestro Secretario de Estado para Iberoamérica y de Cooperación, Jesús Gracia, a negociar no se sabe muy bien qué. Porque, que se sepa, ni Guinea Ecuatorial está en el mapa sudamericano —salvo que nos contamine la creatividad del venezolano Maduro en cuanto a ponerle nombres a las cosas que ya estaban de sobra nombradas—, ni tampoco parece que un país que dispone de una renta per capita similar a la de Arabia Saudi requiera de ayuda humanitaria, precisamente. El excelente embajador que Gracia fue en Cuba no se merece a mi entender el papelón que le están adjudicando ahora.

Además que es lo cierto que nunca España estuvo lejos de Guinea Ecuatorial. Y no me refiero ahora a nuestra acción como exmetrópoli respecto de su antigua colonia. Lo digo porque nunca los intereses españoles se han encontrado distantes de los intereses guineanos, claro que no necesariamente se deba dar por sentado que estos intereses sean los de España, sino los de algunos españoles. Los que muchas veces pretenden utilizar su capacidad de intervención e influencia política para obtener recursos económicos, que el corrupto régimen de Obiang parece repartir a manos llenas.

Además de régimen corrupto, no deberíamos olvidar que Guinea Ecuatorial es una dictadura, sin ningún tipo de adjetivos ni reservas. Lo que la debería convertir para la diplomacia española en un régimen a evitar o —cuando menos— a afrontar por nuestra política exterior de una forma directa y no —como parece que se quiere— mirando hacia otro lado. Se trataría más bien de hacerle ver al dictador que debería dejarlo y convocar elecciones verdaderamente libres, y no las bufonadas electorales que organiza, donde todo está previsto, incluido el triste escaño que ofrece a la oposición. Y explicar este planteamiento en cuantos foros internacionales opere nuestro país.

No, en Guinea Ecuatorial no hay elecciones libres, y no las habrá hasta que el exilio guineano —en buena parte presente en España— pueda regresar a su país para concurrir en el proceso electoral libre y abierto. Y España puede hacer muchas cosas en ese sentido.

Cuando el fútbol juega a la política, esta última tiene todo el derecho a pitarle falta, por encontrase en situación de fuera de juego.

martes, 5 de noviembre de 2013

Un partido para determinar las políticas


La historia de los partidos democráticos viene determinada por sus congresos, lo mismo que a la historia de las democracias son las elecciones quienes las definen. Un congreso, al igual que una elección, cierra y abre una etapa y lo hace siempre de forma distinta. En ocasiones, se tratará de la continuidad de un proyecto esbozado tiempo atrás; en otras, se podrá considerar como una ruptura. Cabe también, incluso, que partidos y democracias puedan celebrar cónclaves de liquidación. Episodios de lo referido los hay para narraciones de todos los gustos.
En cuanto al 2º Congreso de UPyD, no creo que se pueda hablar de ruptura respecto del congreso anterior, desde luego; este partido continúa fiel a su proyecto inicial y buena parte de su dirección sigue siendo la misma. Personas e ideas, que definen los proyectos y su ejecución se situarían entonces en una clave de continuidad.
Pero tampoco podría considerar nuestro reciente congreso como una continuidad respecto del anterior. Quizás porque es la propia vida política nacional, condicionando la actuación cotidiana del partido, la que va profundizando la brecha entre lo que ha sido —y, por desgracia, sigue siendo— la vieja política, que decía Ortega ya en 1914, y la nueva que apunta cada vez con mayor nitidez.
Porque cuando celebramos el primer Congreso, el proyecto de UPyD estaba claro y nuestros diagnósticos eran compartidos por muchos ciudadanos, pero —todo hay que decirlo— no todos pensaban que a nosotros correspondía su puesta en práctica. Una cierta —aunque vana— esperanza llevaba a algunos a pensar que esas reformas profundas —Rosa Díez las llama revolucionarias— las ejecutaría el nuevo gobierno emergente de las elecciones de 2011, un gobierno con mayoría absoluta de un partido que presidía una buena parte de las CC AA y de los ayuntamientos más importantes. Un partido que además copiaba numerosas de nuestras propuestas, sin citar su procedencia y —lo peor— sin voluntad concreta de aplicarlas.
Porque muy pronto se pondrían de manifiesto las insuficiencias del celo reformista del nuevo gobierno. Un gobierno que decidió endosar la solución de la crisis a los ciudadanos salvando los chiringuitos que la vieja política había creado a lo largo de 35 años de existencia.
Tengo para mí que en ese momento fue cuando gran parte de la ciudadanía española, a la vez de compartir nuestras propuestas, consideró la posibilidad de que fuéramos nosotros mismos, los autores de las iniciativas, los encargados de conducirlas. Cuando la fotocopia es sólo una desvaída copia del original, cuando apenas sí se parece a la posición inicial, las miradas se dirigen hacia los que diseñaron la iniciativa.
Es verdad que entonces también comenzó el escrutinio directo, implacable a veces, de nuestras gentes. Un escrutinio que pareciera demandarnos un mayor nivel de adecuación en los comportamientos que el exigido al conjunto de los representantes públicos, pero que asumimos con paciencia, sabedores de que es así como suelen ocurrir las cosas.
Llegaba de esta manera el 2º Congreso, tan oportuno como estatutario y por lo tanto normal. Un partido que algunos consideraron poco más que un selecto producto de un gabinete de estudios se proclamaba dispuesto ya a gobernar, sólo 6 años después de haber nacido en un hotel de San Sebastián, dispuesto a pulsar la opinión de las gentes en toda España, las ganas de embarcarse en un proyecto nuevo, la necesidad del mismo.
Y esa ha sido la virtualidad del congreso, desde mi punto de vista. Se ha presentado a la sociedad como una organización cuyas ambiciosas propuestas se dirigen hacia su cumplimiento. No tenemos vocación de club político que debate en las tertulias de los viejos casinos de pueblo o en las cafeterías de las ciudades acerca del futuro. A diferencia de ellos, el nuestro es un partido y tiene la voluntad de determinar las políticas y los gobiernos. Y, por eso mismo, de formar parte de estos últimos para que se puedan aplicar las primeras.

martes, 29 de octubre de 2013

Europa se esconde


El Consejo Europeo de este mes de octubre ha venido enmarcado por la lógica derivada del proceso electoral alemán. Antes de esas elecciones no había posibilidad de tomar decisión alguna, después tampoco, hasta que no haya gobierno en firme.

En lo que se refiere a la chicha del Consejo, planteado en torno a la unión bancaria, tampoco se han producido demasiados resultados. Como decía al principio, nada saldrá adelante hasta que no se constituya nuevo gobierno en Alemania (es curioso cómo la UE se encuentra permanentemente condicionada por la situación política de uno solo de sus socios, pero con la que está cayendo en EE UU y el bloqueo de su administración por el desencuentro entre los dos principales partidos, parece que nos podríamos dar por consolados).

Por lo tanto, sólo cabría esperar alguna decisión de alcance técnico, mientras tanto. Sin embargo, lo que Alemania parece pretender es que la futura unión bancaria disponga de suficiente cobertura jurídica (una buena parte de los acuerdos derivados de la crisis del euro a nivel europeo lo han sido solamente por los gobiernos, de modo que podrían no soportar reclamaciones de terceros, en este caso de alguna entidad financiera afectada).

Eso exigiría una modificación del Tratado de la UE en este aspecto, lo que conduciría a su vez a la necesidad de su aceptación por los Estados signatarios. Una ratificación que no debería someterse a referéndum por aquello de los rechazos que el Tratado constitucional produjo en Francia o en Holanda, por lo que debería pasar exclusivamente por los parlamentos nacionales. Todo ello, como digo, siempre después de la formación del nuevo gobierno.

En cuanto a lo que pretendía el gobierno español de este Consejo, la posición ha gravitado en torno a la exigencia de que los tests de stress bancarios se adopten con carácter general y afecten a un porcentaje similar de bancos (un 80% en el caso de España, no más de un 2,5% en el de Alemania). Una postura que ni siquiera la delegación española ha presentado a debate debido a la fragilidad política de nuestra posición.

Pero, la pretensión del gobierno —más allá de la petición no formulada— es que la prueba de resistencia bancaria, prevista para el 15 de noviembre a la banca española, sea lo suficientemente suave para que la Comisión dictamine que se ha cerrado la situación de rescate bancario en España. Eso interesa al Gobierno, que está empeñado en vender que no sólo ha concluido la recesión sino la crisis misma, y a la Comisión, que quiere cerrar este capítulo cuanto antes.

Aunque dicho cierre se produzca en falso. Porque todo esto no es sino mirar hacia otro lado. Las necesidades de recapitalización de la banca española no estarían en los 5.000 millones de euros que dice De Guindos (y que saldrían del FROB), sino de unos 36.000 millones de euros, según algunas fuentes autorizadas. La causa de esta diferencia estaría en la consideración de algunos créditos bancarios a grandes empresas españolas que más bien serían fallidos, si no fuera porque semejante consideración llevaría a una nueva y profunda recesión (lo único que va relativamente bien en la economía española es el sector exportador, y en ese punto, las grandes empresas resultan claves).

No parece, sin embargo, que la negación de la realidad, unida a la notoria falsedad de que la crisis económica haya concluido, notablemente en su importantísima dimensión bancaria, constituya una buena manera de actuar, aunque lo cierto es que esta actitud se encuentra entre las características más acostumbradas de este gobierno que, por cierto, viene pareciéndose mucho al anterior en estos mismos parámetros (no hay crisis/hay brotes verdes y tenemos el mejor sistema bancario del mundo, decían).

En cuanto al asunto que más destaca la prensa, el relativo a las escuchas a móviles de dirigentes europeos por EE UU, se han producido grandes aspavientos, pero sin recorridos serios tampoco. La declaración final del Consejo ha sido calificada por el diario El País como la confesión de una impotencia. En todo caso, existe una cierta expectación en el ambiente respecto de posibles filtraciones concretas que bien pudieran embarrar aún más el terreno político.

El gobierno español, también como acostumbra, ha salido tarde y como un pálido reflejo de la actitud de otros.

La crisis humanitaria provocada por el fenómeno ocurrido en Lampedusa merece apunte aparte. Ha habido abundancia de palabras (parole, parole, parole...), como dice la canción. Y es que no hay fondos adicionales ni políticas novedosas. Un informe para diciembre y, quizás, alguna decisión de envergadura para junio de 2014.

Lo que resulta pasmoso. Una Europa que no toma decisiones y esconde la cabeza como las avestruces cuando algo va mal. ¿El signo de los tiempos? Desde luego, pero habrá que hacer algo para cambiarlo.

miércoles, 23 de octubre de 2013

El caso Pavlov


El pasado mes de julio, y por conducto de uno de los dirigentes del Partido Radical italiano (liderado por Marco Pannella y Emma Bonino), me pidieron una entrevista urgente con una ONG polaca, de nombre OpenDialog. El motivo era ponerme en antecedentes respecto del caso de Alexander Pavlov, un disidente kazajo pendiente de juicio de extradición por la Audiencia Nacional española.

La preocupación de nuestros amigos italianos no era injustificada, pues días antes era detenida y remitida a Kazajstan la esposa del líder de la oposición en aquel país, Muhtar Ablyazov, en una operación considerada como ilegal por las autoridades de Italia.

La reunión tuvo lugar en una cafetería de Madrid, en una cálida tarde de este mismo verano. Los representantes de la referida ONG me expusieron el problema. Pavlov, chófer a la sazón de Ablyazov, está siendo perseguido por las autoridades de su país en una ofensiva lanzada por Nazarbayev con el fin poco menos que de exterminar a la oposición democrática de su país.

A la información verbal añadieron documentos que se referían a la situación de los Derechos Humanos en Kazajstán, contenidas en misiones realizadas por abogados y ONG que demuestran la débil —por llamarla de alguna manera— preocupación por esta materia del gobierno de ese país, último en independizarse de la antigua URSS.

Claro que vivimos unos tiempos en que la protección de las libertades básicas tiene más que ver con la oportunidad que con su ámbito sustancial. O, dicho de otro modo, con quién sea el que las conculca.

De modo parecido al diálogo que mantenía Alicia con las formas ovoides en el inolvidable libro de Lewis Carroll, lo importante no es quién crea las palabras ni lo que expresan estas, sino quién tiene el poder. Y, en este mismo sentido, Kazajstán parece que resulta un escenario importante para la expansión de las empresas españolas; de acuerdo con el viaje que el presidente Rajoy hacía a Astana, en el que fue acompañado por diversos representantes del tejido empresarial de nuestro país.

Una fortaleza, por lo tanto, que se une a la debilidad de España y a una política con orejeras de nuestra diplomacia, que parece sólo interesada en promocionar la Marca España, convirtiendo nuestras embajadas en oficinas comerciales; eso sí, pactando con quien daña los intereses españoles en juego —los argentinos con YPF— el contencioso gibraltareño con el de las Malvinas, en un viaje que conducirá seguramente a la triste diplomacia española una vez más hacia ninguna parte.

Son las orejeras de quienes no han sabido comprender que no se es más débil por no reclamar lo que simplemente es justo sólo por miedo. El respeto nace de la dignidad y de la conciencia que tengamos de ella, no de mirar hacia otro lado.

Recientemente, otra delegación de la referida ONG polaca se volvía a reunir conmigo. En el ínterin, el grupo parlamentario de UPyD había presentado iniciativa parlamentaria mostrando la preocupación de nuestros representantes por el asunto. La reunión se celebraría en un ambiente de gran preocupación.

En el caso de que la Audiencia Nacional resuelva la extradición del disidente Pavlov, será el gobierno español el que tenga la última palabra. Y, en ese supuesto, me gustaría equivocarme, pero me temo lo peor.

¿Y qué ocurriría con Pavlov en Kazajstán? Se lo pueden imaginar. No sería el único disidente torturado como consecuencia de sus opiniones políticas o de su afección —como es el caso— a un líder de la oposición de su país, o a ambas cosas.

Por eso, me gustaría llamar nuevamente a todos los que sigan este blog a que suscriban y difundan la campaña desarrollada por Change.org para pedir de nuestro gobierno una decisión acorde con los derechos humanos y que nos evite —al menos en este caso— la indignidad de entregar a un hombre que lucha por la libertad en manos de quienes la conculcan.

miércoles, 16 de octubre de 2013

El discurso de Picardo


No puedo menos que referirme al discurso que el ministro principal de Gibraltar pronunciara la semana pasada en la Asamblea General de las Naciones Unidas. Sus acusaciones contra nuestro país, entre las que se encuentran la de disparar a civiles gibraltareños, propagar el odio contra la población del Peñón y ocupar territorio y aguas británicas se han encontrado con una respuesta silenciosa por parte del gobierno británico

Tampoco nuestro gobierno ha respondido mucho mejor, carente como está de estrategia y sumido como siempre en la improvisación; pues si bien es grave lo que manifestó el ministro principal, lo cierto es que no ha dicho cosa distinta de lo que ha venido repitiendo en todos los medios a los que ha tenido acceso: una carencia de anticipación, en suma. Además, no se ha exigido por nuestro gobierno rectificación alguna al británico, con lo que cumplimos con la máxima de los pusilánimes, atacar al que se cree que es más débil, porque contra el más fuerte ya sabemos que nada podemos.

Aunque no deja de ser cierto que el único culpable de la crisis es el propio Picardo. Fue su gobierno quien dio por roto el acuerdo con los pescadores españoles y comenzó su acoso sobre los mismos y sus familias; fue una empresa contratada por ese gobierno la que arrojó 70 bloques de hormigón en aguas territoriales españolas y ha sido su principal responsable quien ha difamado a España en los foros internacionales.

Picardo es un buen nacionalista. Y sigue en esa práctica los guiones previstos por este tipo de gentes: ha creado un enemigo externo y se presenta a sí mismo como víctima.

Por decirlo más claro aún: la Guardia Civil no dispara sobre gibraltareños. Al contrario, es un ejemplo de profesionalidad y servicio público que, notablemente en la bahía de Algeciras, lleva años demostrando templanza y contención, pese a la provocaciones de la policía gibraltareña, que en lugar de cooperar en la persecución del crimen, obstaculiza la labor de la Benemérita, cuando no protege a los sospechosos.

Que de los miles de vehículos de residentes gibraltareños en España que a diario cruzan la frontera hayan aparecido uno o dos con las ruedas pinchadas, no prueba ninguna campaña orquestada por nuestro país contra los ciudadanos del Peñón —muchos de ellos, no lo olvidemos, residentes en España—, mucho más cuando las supuestas víctimas ni siquiera denuncian estos hechos ante nuestra policía, con lo que no parece que los daños ocasionados hayan resultado cuantiosos.

Y, como buen nacionalista que es, Picardo pretende para Gibraltar el estatus jurídico de nación —no lo digo yo, se le escapó al propio ministro principal ante un think tank. Con la Corona británica en la jefatura del Estado, de la misma manera que ocurre en Australia o Canadá, perpetuando así su paraíso fiscal.

Claro que el desnortado gobierno de Su Majestad se encuentra sumido en muchos problemas, como el referéndum por la independencia de Escocia, el relativo a la permanencia en la UE y el auge del también nacionalista UKIP, por señalar algunos otros nacionalismos en presencia. De modo que Picardo bien podrá seguir con el mareo de su particular perdiz.


Los nacionalistas no necesitan que su discurso se atenga a la realidad; por el contrario, la distorsionan. No importa que hayan ocupado de manera ilegal el istmo, que intenten ejercer jurisdicción sobre unas aguas que nunca le fueron cedidas, que practiquen rellenos de arena ganando terreno a aguas españolas o que pongan en peligro el medio ambiente con vertidos, submarinos nucleares o bunkering. Son nacionalistas, eso es todo. Y su discurso apela al sentimiento, aunque sus verdaderos propósitos estriben en la preservación de sus intereses económicos. Nada nuevo, por lo tanto.

jueves, 10 de octubre de 2013

No nos equivocamos


Cuando un grupo de demócratas vascos nos reuníamos en el hotel Costa Vasca de San Sebastián, en el verano de 2007, unos y otros hicimos la lectura de lo que nos parecía la actual situación de nuestro país —de España, en ese caso. Algunos de entre los allí congregados hemos recorrido el tortuoso camino que nos ha conducido hasta aquí, cuando a decir de muchos, la suerte nos sonríe, las encuestas nos son propicias y los asuntos que hemos ido produciendo se han convertido en lugares comunes en el debate político. No ha sido fácil, desde luego. Pero tampoco hemos tenido suerte.

No es, sin embargo, España una excepción a la norma. Los sistemas políticos son por lo general cerrados, como lo son también la mayoría de los mercados. Nadie recibe a su competencia con una palmadita en la espalda y las empresas tienden a pactar acuerdos que acaban vulnerando la libre rivalidad entre ellas. Por eso existen las leyes antimonopolio, por ejemplo, que persiguen esas malas prácticas en las economías de mercado.

Y se produce también una especie de vértigo personal cuando alguien abandona una posición más o menos segura, en un partido instalado, si bien que perseguido por los violentos y los intolerantes —la intolerancia no es al cabo sino otra forma de violencia— y se enrola entonces en un proyecto que no sólo no cuenta con bendición alguna, sino que además recibe la incomprensión, cuando no la acusación de quienes hacía sólo unos pocos meses decían sentirse próximos a ti, porque eras —como le gustaba afirmar a Margaret Thatcheruno de los nuestros.

Tuvo un coste indudable para algunos. Amigos y bienhechores volaban de tus proximidades como las hojas secas que se lleva por delante el viento en el otoño. Estaba claro que no eran amigos, precisamente, y que además no lo habían sido nunca. Pero también resultaba muy dura la experiencia cuando sólo habías abandonado ese partido para irte a otro, ligero de equipaje —que decía Antonio Machado—, dejando que ocupara tu escaño el siguiente de la lista, el día inmediatamente anterior a la entrega de tu carnet, para que nadie dijera que te habías quedado con tu acta de parlamentario un solo día después de cesar en las filas de tu partido.

No se hacen desde luego las cosas para que te las agradezcan. Y si del árbol caído se hace leña, de las gentes que abandonan los recintos se formulan los más encendidos reproches.

Cuentan que un grupo de mujeres bañistas se encontraba en una playa y que, de cuando en cuando, alguna de ellas salía del corro para darse un chapuzón. Pero había una que permanecía invariablemente en la reunión. «¿Tú no tienes calor nunca?», le preguntaron. «No es eso —dicen que contestaría—, lo que no quiero es que me critiquéis».

Incomprensión y censura. ¿Y qué nos habría ocurrido si el año siguiente al de aquella reunión, Rosa Díez no hubiera obtenido el escaño por Madrid? Pues no quiero ni pensarlo.

Aún así, el esfuerzo de Rosa y de tantos compañeros y simpatizantes de aquel proyecto nos llevaría en volandas hacia un éxito tan improbable como aquel, en circunstancias tan adversas y sólo ayudados por la ilusión de los que creyeron que ese acta de diputado era posible.

Hoy ya nuestro partido es una realidad y se proyecta hacia el futuro como la pieza básica de la democracia regenerada que este país necesita. Hoy ya no sólo es que nuestro análisis sea compartido por las gentes como una teoría del deber ser, de lo que debiera ocurrir, sino que muchas de esas gentes, hastiadas ya de la mala política que observan en todos los segmentos del espectro, están ya dispuestas a apostar por nosotros.

Ese proyecto que hace seis años debatíamos, soñando entonces con el partido que nos gustaría que existiera en España —lo mismo que un niño escribe una carta a los Reyes Magos—, será muy pronto un partido con reales perspectivas de gobierno y que se verá encargado de poner en práctica las soluciones que nos permitirán encarar el futuro de otra manera.

Pero ese es otro debate, y a mí, visto desde esa perspectiva de 6 años, lo que me queda es que a pesar de lo endogámica que resulta la política en especial, todo hay que decirlo, en el País Vasco, donde la relación y la comunicación de algunos responsables políticos está tan condicionada, tuvimos alguna visión más allá de las orejeras que despistan a buena parte del conjunto de quienes nos rodean. Unas orejeras fabricadas de intereses alicortos y de aves rapaces de vuelo bajo. Sobre todo, que no nos equivocamos.

miércoles, 2 de octubre de 2013

Las tres solidaridades


Son tres las claves que deberían construir la Europa que necesitamos, como viene afirmando oportunamente José Ignacio Torreblanca; tres las alianzas o las cohesiones que deben ponerse en práctica si lo que pretendemos es crear un espacio europeo que nos proteja y, a la vez, nos permita competir en una economía global, manteniendo el modelo que nos caracteriza, que es el modelo del estado del bienestar. Porque no se trata ahora de arrojar por la borda todo lo que hemos construido los europeos desde la Segunda Guerra Mundial, gracias a un pacto entre las fuerzas de la derecha y la izquierda, un modelo social que tantos admiran fuera de los límites de nuestra UE y tantos otros quisieran abandonar dentro de nuestras fronteras.

Está la solidaridad interterritorial, porque no existe Europa si no somos capaces de proyectarla más allá se los cortos espacios nacionales, y -¡atención!-, no parece posible ser solidario a escala europea si no se es solidario en los niveles nacionales: nadie debería predicar europeísmo cuando se es incapaz de anudar relaciones estrechas con los ciudadanos que forman parte de tu propio Estado. Una solidaridad que se fragmenta hoy en los bloques del Norte y del Sur, de tal manera que se abre un abismo entre quienes acusan a los otros de despilfarradores y quienes contestan a los primeros que no son sino los aprovechados de una moneda que les permitió invadir con sus productos los mercados de toda Europa y que, ahora, cuando las cosas pintan oscuras, solo quieren recuperar su dinero, sometiendo a los países del sur a unas curas de caballo (cuando no salen con eso de la nueva bota de Berlín y el eventual retorno del Tercer Reich).
La otra es la solidaridad intergeneracional, porque los proyectos no podrían resultar flor de un día o de treinta años. Si se pretende que liguen relaciones de futuro, la moda no puede llevarse por delante lo que debería ser permanente, lo mismo que -por lo menos para este caso- no debería el video matar a la estrella de la radio, según la conocida canción. Y es verdad que en Europa no disponemos de pensiones a escala de UE que permitan visibilizar esta posibilidad; pero también deberíamos tener en cuenta que los Jean Monnet, De Gasperi y tantos otros no trabajaron en vano; por no hablar de los Köhl, los Delors y otros europeistas convencidos.
Y existe también una tercera dimensión en la Europa que queremos: la social, interclasista. La que apela a la solidaridad entre los privilegiados y los que no han tenido tanta suerte en el reparto.
Ninguna de las tres alianzas de la Europa por la que venimos trabajando se ha conseguido plenamente, pero es lo cierto que la última de ellas, la construcción solidaria en su componente social es ahora la más atacada de todas. Y toca además al corazón del proyecto europeo, el que nos distingue de las economías del despegue hacia un modelo de crecimiento y de pleno empleo y las economías que ya crecieron siguiendo un modelo en el que sólo se puede aspirar a una parte de la riqueza, en el caso de que esta se haya obtenido antes de forma particular.
Y es verdad que ya soportamos muchas de las posiciones de quienes nos invadieron comercial, política y culturalmente. Adoptamos sus bebidas más emblemáticas y sus costumbres más arraigadamente establecidas, somos adeptos por fin a la Coca-Cola y a las fast foods, nos hemos reconciliado con toda esa pose de nuevos ricos, y su costumbre de derrochar a destajo. Lo hemos hecho todo, hasta ahora, menos importar su modelo social, un modelo que ahora pretenden arrebatáramos los nuevos liberales que al cabo esconden sus vergüenzas neocon debajo del disfraz de las ideologías que promovían lo privado sin aceptar que lo público dejara de cubrir el abismo que se abría entre los que ya  habían llegado y los que nunca llegarían, si el esquema de vida -el way of life- continuaba por siempre igual.
Claro que hay quienes se han aprovechado sin merecerlo, y continúan haciéndolo, de esa Europa social. Pero evocaré en defensa de mi tesis la máxima evangélica que dice que no deberían pagar los justos por los pecadores. No es posible desmontar todo un sistema porque siempre hay quienes utilicen sus intersticios y sus vacíos para colarse entre ellos.

Europa debería establecer sus prioridades y servirlas, asignar adecuadamente sus recursos y suprimir lo que sea superfluo. Pero nunca destruir el espacio de solidaridad que desde mediados del siglo pasado venimos construyendo.

lunes, 23 de septiembre de 2013

Elecciones en Alemania y el resto de la UE


Este domingo, los alemanes han sido llamados a las urnas para elegir un nuevo gobierno que será dirigido por la misma responsable política, Angela Merkel. A cinco escaños de la mayoría absoluta, la actual -y futura- canciller ha obtenido una victoria de las históricas, quedando a cinco escaños de la mayoría absoluta.

También el SPD ha obtenido un buen resultado. Unas (CDU y CSU) y otros (los socialdemócratas) lo han conseguido a costa de los partidos intermedios que sufren un varapalo cierto: los liberales quedan fuera del Bundestag y los verdes sufren un retroceso. Que los euroescépticos de Alternative für Deutschland no lleguen por tres escasas décimas a obtener representación electoral no es algo que nos debería confortar demasiado, nadie les daba opciones y han estado a punto de llegar; habrá que seguir de cerca a este partido para las europeas.

Cualquiera que sea la opción de gobierno que decida la canciller -y esa es y ya era cuestión pacífica entre todos los analistas que han opinado respecto de lo que haya de venir después- las políticas no cambiarán.

El balance de la gestión de la actual canciller en el plano europeo tiene luces y sombras, quizás más de las últimas que de las primeras:

  • Desde el punto de vista institucional, se han trasladado al Consejo las decisiones que antes adoptaba la Comisión, lo que ha producido el debilitamiento de esta última y... ¡qué no decir del Parlamento! No deja de resultar sorprendente que el propio parlamento alemán se haya convertido en un nuevo actor protagonista de las instituciones europeas. Evidentemente, en este escenario, la canciller se ha encontrado bastante cómoda.
  • La tesis prevaleciente durante toda la legislatura alemana, ha sido que no existía una crisis del euro como tal, por el contrario, lo que más bien pasaba era que en algunos países de la zona euro había crisis, debidas a conductas derrochadoras por parte de esos países. La solución -siempre a decir de los gobernantes alemanes- consistiría en exportar su modelo, un modelo de éxito, basado en las reformas planteadas por la agenda 2010 del socialdemócrata Schroeder. La austeridad, por lo tanto. Algunos piensan en este sentido que la medicina era la adecuada, no así su dosificación, y que en ese punto ha variado algo la posición alemana (opina así, por ejemplo, el actual Secretario de Estado para la UE de nuestro gobierno, Iñigo Méndez Vigo).
  • De manera puntual, y sin tener en cuenta necesariamente la letra del Tratado de Lisboa, los distintos actores en el escenario europeo -Alemania de manera muy principal- han acometido o proyectado una serie de decisiones de carácter excepcional. Sin embargo, las instituciones europeas no han quedado precisamente favorecidas en ese proceso, quedando cada vez más al margen.
  • Deudora de la estrategia que se le impuso por los aliados después de la II Guerra Mundial, Alemania no ha hecho ni mucho ni poco por apoyar la acción exterior europea. El ejemplo de la ausencia de estrategia europea respecto de la guerra civil que está asolando a Siria es paradigmático: algún responsable político europeo ha afirmado que ni siquiera se han reunido para analizar el asunto.
  • De esta manera, subsisten -y seguramente que por mucho tiempo, aunque no se trate de algo que se pueda achacar exclusivamente a Alemania- las 4 tensiones que afectan a la UE: desconfianza ante las instituciones por parte de los ciudadanos, la tensión entre países deudores y países acreedores, la que existe entre los países miembros y los que no lo son en la eurozona y la tensión entre democracia y adopción de decisiones fuera de las instituciones democráticas (Parlamento), que viene a ser un problema de legitimidad.

(En relación con este último punto, la sensación que, según algunos analistas políticos, tienen los alemanes respecto de la construcción europea es que Más Europa significaría inevitablemente más dinero alemán). 

En definitiva, un balance que se podría adjudicar a una variada gama de responsables políticos europeos, por lo tanto, también a Merkel: tenemos un euro sin instituciones y una política exterior indiferente a los conflictos.

Visto lo visto, y ya que nadie piensa que se producirán grandes cambios, ¿qué posibilidades vemos al futuro de la UE con el próximo -ya que no nuevo- gobierno alemán?

  • Un avance en la unión bancaria. Seguramente lento y menos ambicioso de lo que algunos prevén.
  • Una Europa más transnacional -que no supranacional-, una Comision cada vez menos decisiva y un Parlamento desaparecido, donde los Estados tendrán un mayor papel en el seno de un Consejo cada vez más fuerte.
  • Y, por supuesto, todo lo que se haga se hará sin pretender plantear un nuevo Tratado, no importa lo rígido que sea el actual y lo contrario que resulte a un proyecto ambicioso de una Europa federal.

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