sábado, 24 de octubre de 2020

Retrato al agua de Antonio Maura

Artículo de Jorge Ernesto Ayala publicado originalmente en El País, el viernes 23 de octubre de 2020 

Fernando Maura solo ficciona a Antonio Maura cuando pinta. Su labor política es descrita como si se tratara de su biografía 


Hay libros que empiezan en su portada. El que hoy reseño, Una acuarela en Solórzano, de Fernando Maura, empieza de este modo. Hay en su cubierta dos señores pintando al agua. Uno de ellos es el protagonista y el otro su hermano. Este dato es importante porque es la imagen con la que comienza los capítulos dedicados a hablar de uno de ellos, Antonio Maura, ministro con gobiernos liberales y luego jefe de gobiernos conservadores durante el reinado de Alfonso XIII. 

Maura tuvo interesantes proyectos políticos para una España que los necesitaba. Abogó por una mayor transparencia. Quiso poner orden en el funcionamiento de las instituciones locales a efectos de neutralizar el caciquismo y descentralizar la administración para que fuera más eficaz. Y sobre todo, durante su llamado “gobierno largo”, entre 1907 y 1909, intentó cuadrar el círculo de lo imposible, si no contradictorio, intentando la “revolución desde arriba”. El periplo maurista sufrió su mayor descalabro con la gestión de “la semana trágica”, en Barcelona de julio a agosto de 1909. Primero legalizó que a la guerra de Marruecos no fueran los que podían pagar 6.000 reales, origen de una huelga general. Y para completar el desastre, es durante su gobierno que se condena a muerte al pedagogo Francesc Ferrer i Guardia, fundador de la Escuela Moderna, movimiento pedagógico admirado y copiado en toda Europa.

El libro de Fernando Maura solo ficciona a Maura cuando pinta, uno de sus hobbies. Su labor política es descrita como si se tratara de su biografía. O de una aproximación ensayista. También ficciona en capítulos alternos, la vida de un anarquista, como para dejar patente que Maura también se las vio con el movimiento obrero, el mismo que tuvo que esperar hasta 191 para que lograran la jornada de ocho horas.

Tal vez las páginas más sesgadas e injustas sean las dedicadas al pedagogo catalán, de quien se destaca su costado anarquista antes que el pedagógico. Daré un ejemplo: cita el autor un insulto de Miguel de Unamuno a Ferrer i Guardia (“Fanático, tonto y criminal”) pero no cita al mismo cuando se desdice de aquel cruel exabrupto ocho años más tarde con estas palabras: “El inquisidor que llevamos todos los españoles dentro me hizo ponerme al lado de un tribunal inquisitorial”. Y por último, no sé si Fernando Maura sabe que en Praga, durante una manifestación contra la sentencia de Ferrer i Guardia, un joven llamado Franz Kafka participó en ella.

martes, 20 de octubre de 2020

Estado de emergencia nacional


Tribuna original publicada en El Imparcial, el Martes 20 de octubre de 2020 

Es muy difícil sustraerse al estado de asedio colectivo y personal que nos embarga a los ciudadanos para componer una reflexión que eleve la mirada por encima de la enfangada batalla política. España va mal, y lo dice hasta el CIS que es un instituto que sólo sirve ahora para presentar los resultados de las encuestas en favor del gobierno.

Va mal. El gobierno de coalición está empeñado en la demolición del régimen del ‘78 —al que, de no variar mucho las cosas empezaremos a calificar de “antiguo régimen”, tan pasado de moda como los de épocas feudales del que esa expresión deriva su nombre— y también parece abonado a la creencia de que un estado subsidiado es la mejor de las opciones para crear un rebaño de personas en lugar de lo que un día fuera proyecto de ciudadanía.

Y la oposición, aun observando el derrotero de los acontecimientos, sigue jugando al tacticismo y al regate corto, como si éstos fueran los tiempos de la política de siempre, la de la alternancia, o la de la búsqueda de un espacio propio en el que actuar, desplazando del mismo a los rivales cercanos.

“Por el bien de España”, proclaman; por el bien de sus partidos, deberían decir, porque éste no es un momento ni siquiera en apariencia normal. A la crisis política y el empeño por deconstruir el ámbito de convivencia entre los españoles de nuestra Constitución, le está siguiendo una profunda crisis económica que se traducirá muy pronto —en cuanto los ERTE se transformen en ERE— en la destrucción de cientos de miles de puestos de trabajo, en una economía dependiente del turismo que es el sector por antonomasia más afectado por una crisis sanitaria que provoca una extremadamente alta tasa de contagios.

Nos encontramos en un momento de emergencia nacional, seguramente nunca observado en nuestros tiempos recientes, y descontadas todas las crisis que nos han afectado hasta ahora desde nuestra última guerra civil. Porque la situación se parece, no sólo a la tormenta perfecta de la célebre película de Wolfgang Petersen, sino a un escenario aún peor, el de una tormenta pluscuamperfecta. El edificio constitucional se veía soportado por dos grandes partidos: UCD, AP o PP —en el lado de la derecha— y el PSOE en el de la izquierda. Hoy, en puridad, habiendo abandonado el socialismo su esencial papel de sostenedor constitucional, solamente serían los partidos del centro y de la derecha quienes soportaran el régimen del ‘78. La sociedad civil española sigue siendo débil, fragmentaria y atomizada, y es incapaz de generar un movimiento que pueda de hacer frente a la pertinaz labor de acoso y derribo del gobierno de coalición y de sus socios. Y una ciudadanía atemorizada por el virus y asustada ante la perspectiva de perder su empleo, está sólo a salvar los muebles del desastre que ya se encuentra entre nosotros.

Por eso es urgente que los partidos del centro y la derecha españoles tomen nota de lo que está ocurriendo y consideren que tendrá que ser Europa quién nos saque del entuerto. Porque no lo hará. Europa, la Unión Europea, no dirá apenas nada si España decide suicidarse y crear una Confederación Republicana de Estados Asociados, en lo que sería una decisión interna y soberana de un estado miembro. Tampoco será capaz de impedir que España renuncie a los últimos vestigios de un poder judicial independiente —no lo consigue con Polonia o con Hungría—. Europa sólo actuará, interviniendo la economía española seguramente, si la más que presumible mala gestión económica contagia al euro poniendo en peligro a los demás países miembros de este club.

¿Habrá que esperar a eso, a que la situación sea tan desesperada como para que vengan desde Europa a rescatarnos? ¿No se darán cuenta los partidos constitucionalistas que aún quedan de que no existen atajos, ni defensas del terreno propio de juego o del ataque al contrario? ¿No se enterarán de que a la emergencia se le responde desde la unidad, cualquiera que sea el coste en término de siglas y de dirigentes?
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