jueves, 29 de mayo de 2014

Pequeño apunte post electoral


Toda vez que han quedado retirados los artificios de la reciente campaña electoral, dotada de una retórica huera y de la agonizante presencia de los fantasmales personajes que poblaban los programas concedidos por las cadenas de televisión a los candidatos, parece llegada la hora del análisis. No el análisis de la campaña en sí —que merecería un tan breve y despectivo comentario que no merecería siquiera la pena el hacerlo— sino del mapa político que dejan detrás de ellas.
Del mapa… o de la foto. Porque si algo han sido estas elecciones es el resultado de un monumental voto de castigo. La abstención, el hundimiento del bipartidismo, la aparición de partidos y movimientos hasta ahora sin presencia en el euro parlamento —notablemente la dePodemos— nos presentan a una población hastiada que ejerce su derecho al voto de una manera en apariencia desconcertante.
Pero sólo en apariencia. La crisis económica ha abierto una considerable grieta en el sólido edificio del estado del bienestar europeo. Los habitantes de esta zona del mundo habían aceptado un relativo mal gobierno y a unas clases políticas distanciadas de los electores y de sus problemas cotidianos, siempre que estos les aseguraran las generosas  prestaciones sociales que los diferentes países iban desarrollando desde principios del siglo XX, con los lógicos paréntesis de las dos devastadoras guerras mundiales.
Hoy, después de los ajustes y los recortes, la población recupera con enfado su condición ciudadana. Un enfado que lleva a la calle y a las urnas. Un enfado que es la causa más notable de la aparición de los partidos y movimientos populistas.
Claro que no todo es igual en Europa. Como decía Orwell en «Rebelión en la granja», «algunos son más iguales que otros». Los países acreedores van teniendo una respuesta en clave de desconfianza, la suspicacia de los ricos ante las reclamaciones de los menos pudientes o la actitud insolidaria de la hormiga cuando la cigarra le pide que la tenga en consideración llegado el duro invierno. Los países del norte han visto surgir formaciones politicas como el Alternative für Deutschland que exige la salida de Alemania del euro o austriacos y holandeses que quieren cerrar sus puertas a la inmigración.
El populismo en el sur tiene perfiles diferenciados. Puede aparecer con la notable apariencia de desorganización como ocurre en el M5S italiano que recoge votos a izquierda y derecha del espectro político o de Amanecer Dorado griego situado en la extrema derecha. El caso delFront National francés, si bien plantado en las tierras de la derecha más radical y carpetovetónica del país vecino, sus recientes resultados manifiestan el impacto de esa formación también sobre todos los ámbitos del espectro político.
Y es que los populismos acaban hundiendo su puñal vengativo en el corazón de un sistema que ya no ofrece perspectivas de solución. Un sistema que pretenden reemplazar con reiteradas llamadas al retorno de un pasado idílico, cuando no con la proyección de un futuro irrealizable en el que los ciudadanos sólo tienen que esperar cómodamente sentados a que el Estado les proporcione todo lo necesario para su subsistencia.
En este sentido, es lo mismo el discurso de Marine Le Pen que el de los flamantes izquierdistas de nuestro Podemos. Cierto que sus perfiles personales, sus discursos y sus orígenes puedan ser diferentes; pero encierran la misma simplicidad en sus propuestas y se dirigen al mismo público: una población asustada, aburrida y sin perspectivas de futuro. Jóvenes que no saben cuando obtendrán un empleo estable -siquiera un empleo-, mayores que ya no verán un empleo digno para el resto de su vida y se deben conformar con ir tirando a base de chapuzas ocasionales o jubilados que tienen miedo a que su pensión no les baste para organizar el resto de su existencia de una manera digna. 
Ha crecido el populismo en Europa, y en España hemos tenido nuestra ración correspondiente. Algunos nos habían acusado a UPyD de serlo. Sin embargo, ya desde un principio hicimos de nuestro trabajo una apuesta por la reforma de las instituciones desde las instituciones. ¿No querían populistas? Pues ya los tienen. Y, por cierto, los aprendices de brujo ya conocen hasta dónde se dirigen sus sortilegios.
En lugar de eso, es preciso encontrar respuestas complejas para problemas que son complejos. Y soluciones desde las instituciones. Seguramente que hay algún camino más fácil que ese, pero no conduce a ninguna parte o nos lleva directamente hacia alguno de los abismos que hemos conocido en nuestra historia.
Pero, volviendo al principio, estas han sido unas elecciones europeas. Las primeras después de la desastrosa gestión que ha hecho el PP durante dos largos años y medio y en buena parte constituyen una respuesta a lo realizado por este partido y a la incapacidad del PSOE en articular una oposición creíble ¿Se repetirán esos resultados? Nadie lo puede saber con certeza  Tengamos entonces una cierta tranquilidad en cuanto a su proyección en otras convocatorias electorales.
Y ya se sabe, solo el trabajo bien hecho es garantía para el futuro.  

jueves, 22 de mayo de 2014

Pues yo venía a hablar de Europa



Decía el escritor Francisco Umbral cuando le invitaban a cualquier medio de comunicación porque había escrito alguno de sus libros y, en lugar de preguntarle por su reciente obra, le formulaban cualquier otra cuestión:
- En realidad, yo he venido aquí a hablar de mi libro…
Pues nosotros hemos venido a esta campaña mayormente a hablar de Europa.
No sabemos gran cosa del proyecto de Europa que tiene el PP. Su candidato nos habla de un gobierno del PPSOE, de las herencias recibidas… Nada de lo que piensa hacer en Europa. ¿Será que lo que va a hacer en realidad es dimitir como parlamentario europeo y sentarse en la Comisión? ¿Le dejarán hacerlo los siempre magnánimos socialistas? ¿utiliza las elecciones para hacer campaña para comisario? ¿o está haciendo la anti-campaña precisamente?
Europa no es, no podría serlo en puridad, de izquierdas o de derechas, si es que esos términos representan algo en el día de hoy. Porque sí es algo Europa, es transversal. Y, sin embargo, lo que afirma la candidata del PSOE es que hay que frenar a la derecha. Como sí no supiera Elena Valenciano que en Europa gobiernan también ellos, y los populares, por supuesto. En la Comisión Europea, que es una especie de Gobierno de la Unión, hay un presidente, el señor Durao Barroso, que milita en el PPE, y… ¡Hasta 7 comisarios socialistas! ¿Dirán ustedes que, dada la diferencia ideológica que les separa, estarán estos señores tirándose los trastos a la cabeza a todas horas?… Pues también se equivocarán: casi todas las cuestiones se deciden por consenso.
Lo que el PPSOE está haciendo en esta campaña es despreciar la inteligencia de los ciudadanos.
Quizás haya quien piense que la mejor manera de construir Europa sea desde la ideología, o desde unos contra otros, como acostumbramos habitualmente por aquí. Pero no es ese mi criterio, al menos. Tengo claro que todos los avances que se han producido en la construcción de Europa —y han sido muchos, ciertamente— se han conseguido por consenso, lo mismo que cualquier decisión duradera que afecta a la política, la economía, a la vida social o familiar.
Pero también conviene saber dónde se acuerda y para qué. No es lo mismo el consenso entre los gobiernos que en las instituciones más legítimamente democráticas. O dicho de otro modo, no es igual pactar entre los Estados en una nueva versión de los viejos tratados comerciales previos a la Unión Europea, anteriores a la misma existencia de una Europa política, que pactar en contra del Parlamento o de la Comisión, pactar para desactivarlos, que es lo que se viene haciendo últimamente.
Pactar entre los dos partidos, repartirse Europa entre populares y socialistas. Lo mismo que están haciendo en España. Repartirse España entre los dos partidos. Ese es también su proyecto para Europa.
Por eso, resulta preciso reequilibrar Europa en favor de los ciudadanos, no de los dos partidos, ni de los Estados nacionales o nacionalistas. Por eso, pedimos la supresión del Consejo Europeo, que se está convirtiendo en una rémora para una Europa de ciudadanos y está volviendo a la vieja idea de la Europa de las Naciones que creíamos felizmente superada.
Eliminar el Consejo Europeo, reforzar las competencias del Parlamento, convertir a la Comisión en un verdadero gobierno, reducir el número de comisarios para hacerlo más operativo.
Que los ciudadanos tengan el protagonismo y que las instituciones más legítimas sean las que lideren el proceso de construcción europea.
Tenemos un proyecto para Europa.

martes, 13 de mayo de 2014

Monsergas nacionales y bipartidistas


La campaña electoral al Parlamento Europeo ha sido sustituida como es habitual por los temas nacionales. Por lo común, nadie, ni siquiera en los debates, se refiere a Europa y a las soluciones que aporta para su futuro, salvo de manera episódica. Los partidos llamados menores han planteado en el debate los excesos del bipartidismo clonado que nos gobierna y los partidos del bipartidismo —el «PPSOE», expresión que ya se va generalizando— han respondido a estas consideraciones por dos bocas autorizadas, la del candidato popularArias Cañete y la del expresidente González, que si España lo exigiera no sería malo que esa fórmula se produjera.
Resulta curiosa la defensa de la idea de las alternativas políticas que hacen ambos. Si son tan diferentes, el PP y el PSOE ¿a qué gobernar juntos? Si los problemas de España se van resolviendo ¿cuál es el interés de España en ese gobierno de concentración?
Pero no, no se trata de resolver los problemas de España. Más bien se trata de resolver los problemas de los dos grandes partidos, que se encuentran ahora ante la curiosa situación por la que si el partido de gobierno pierde votos, el principal partido de la oposición pierde más…Con lo que el que gana pierde y el que pierde, pierde mucho más aún.
En todo caso tienen mala memoria histórica, o no se han leído la historia de España.
Muchas veces he creído que la actual Restauración española de 1978 tiene bastante que ver con la de Cánovas de 1876. Quizás con la diferencia de que no es imprescindible que esta concluya mal, como apuntaba el poeta Gil de Biedma en su célebre poema.
Víctima de la desconexión entre los partidos políticos, liberal y conservador con los electores y bajo la omnipresencia del rey don Alfonso XIII en las decisiones cotidianas, de forma que el político que quisiera obtener la codiciada nominación a la presidencia del Consejo de Ministros debía hacerse agradable a Su Majestad; rotos los partidos y probados todos los dirigentes políticos de la época, el rey mandaba llamar a toda la clase política representativa del turno y les urgía a que eligieran allí mismo un gobierno, que de lo contrario abdicaría. Era el mes de marzo del año 1918.
Y ese gobierno se formó. Quizás la única novedad para la historia de las relaciones entre la política española y la catalana fuera que ejerció en aquel gabinete de Ministro de Hacienda el catalanista don Francesc Cambó.
Se formó aquel gobierno, sí. Pero de forma tan complicada y arbitraria que se dice que uno de sus ministros, Eduardo Dato, contaba a un amigo la forma en que se había producido la composición del gabinete con las siguientes palabras:
Y ya ve usted. Me han dejado en Estado— que era como se denominaba entonces al ministerio de Asuntos Exteriores.
A lo que su interlocutor respondió:
No me extraña, ¡con lo que le han hecho a usted!
Anécdotas aparte. Ese gobierno, al que se llamó «Nacional», tuvo lugar entre marzo y noviembre de aquel año, tan breve como la mayoría de los de la época, si bien la calle lo acogió con muestras de enorme satisfacción. Su presidente. Sin embargo, después de aceptado el encargo, escéptico ante sus previsibles resultados declaraba a los periodistas:
Veremos lo que dura esta monserga
Era en realidad el final de un sistema. Pocos años después, agotadas hasta la extenuación todas las posibilidades, el ejército dio un golpe de Estado a través del general Primo de Rivera. Un golpe que aún siguen discutiendo los historiadores si fue o no aceptado por Su Majestad.
Este gobierno de concentración, el del PPSOE, duraría más: los cuatro años de la legislatura, si los socios se avienen con el reparto. Pero no más. Alborozada o no, la población española observará atentamente si se han cumplido sus expectativas. Pasado el plazo, consumado el fiasco, la situación no volverá al momento presente.
Será bastante peor para ellos.

martes, 6 de mayo de 2014

Los cuatro principios constitutivos de Europa



El replanteamiento de una construcción —mejor sería decir deconstrucción— europea basada en los Estados solo podría hacerse revirtiendo esta forma de articular las instituciones europeas, situándolas ahora sobre los ciudadanos. En este sentido, una Europa de los ciudadanos es diferente a una Europa de los Estados, que es lo que conocemos hasta ahora. No diría que es lo opuesto, aunque estaría más bien inclinado a sugerirlo, dado que la forma en que se está haciendo esa Europa de los Estados está cada vez más alejada de sus ciudadanos. Si no están de acuerdo, pueden fijarse en las políticas de ajustes y recortes impulsadas por la troika —con la incorporación a ella de un actor que nada tiene que ver con Europa, como es el el FMI, o con la ausencia de su control por parte del Parlamento Europeo.
Aún así, Europa no puede construirse en contra de los Estados. Por eso, la pretensión de una Europa Federal tiene una característica bicameral, donde el Consejo Europeo debería desaparecer y quedar subsumido en una especie de Senado, como el de los Estados Unidos. ¿Desaparecen los Estados en América? ¿Carece de fuerza su Senado? En absoluto. Pero, imaginemos una estructura de ese país en la que desaparezca el Congreso, o las elecciones directas a la presidencia de los Estados Unidos, y no lo reconoceríamos.
Hacer una Europa de los ciudadanos supone también contar con algún elemento que la configure. Porque nunca ha existido una idea de «ciudadanía europea». Sí hay una ciudadanía de los Estados que la componen. Pasar de una situación a la otra exige instituciones nuevas y transparentes, simplificándolas además. Un Parlamento normal, un Gobierno normal, un tribunal normal… Pero también exige saber si existen en Europa elementos que nos puedan distinguir de otras comunidades políticas.
Algo que ha formado parte del acervo comunitario europeo desde el principio es la llamadacláusula democrática. Signo de distinción o no —porque es lógico que aspiremos a que todo el mundo comparta con nosotros una idea similar de la protección de los derechos humanos— la cláusula democrática se ha enarbolado por los europeos comunitarios en contra de cualquier país no autoritario que quería formar parte de las instituciones europeas. Recuérdese que ese fue el caso de la España de Franco, de la Grecia de los coroneles o del Portugal salazarista.
También ha formado parte de nuestra forma singular de entender las relaciones ciudadanas, la forma de comprender la sociedad que es común a los europeos, la idea del bienestar individual. No hemos permtildo conceptualmente que el sistema posibilite el abandono de las personas que carecen de recursos propios. No hemos estado dispuestos a que en las puertas de los hospitales queden abandonadas personas sin recursos por el solo hecho de que no los tienen o que la edad de la jubilación —palabra que viene de júbilo— se acompañe de la tristeza de nuestros mayores por carecer de recursos para afrontar su tercera o cuarta edad.
Europa ha sido siempre paradigma de estas conquistas en lo democrático y en lo social. Un modelo que no nos podemos permitir abandonar cuando se trata precisamente del modelo que pretenden imitar los países que van encontrando su camino al desarrollo.
Es verdad que se trata de dos conceptos que se encuentran sometidos a un duro ataque. Los partidos xenófobos, disfrazados muchas veces de euroescépticos, pretenden conculcar la idea de una Europa que pueda recoger en su seno a las personas que pretenden vivir y trabajar con nosotros. Una idea bastante preocupante, si se tiene en cuenta que ni siquiera los europeos estamos generando las condiciones para que una nueva generación soporte las jubilaciones de la anterior.
Por último ¿qué decir del estado del bienestar, cuando so pretexto de que hay quien se aprovecha de forma torticera del mismo, se pretende destruirlo? Esa Europa Federal es la Europa de los ciudadanos y se debe construir sobre esas dos patas: los valores democráticos y los derechos sociales.
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