domingo, 28 de abril de 2024

Aprés moi le déluge

Publicado en El Imparcial, el 15 de abril de 2024


“Après moi le déluge” (“después de mi el diluvio”), es una expresión que el pintor Quintín de la Torre atribuyó a Madame de Pompadour, amante de Luis XV, después de la derrota en el año 1757 en Rossbacb del ejército franco-austriaco por el prusiano de Federico II. Una cínica manifestación que, según me comenta el profesor Eloy García, está asociada al incremento de la deuda pública en el país vecino, el alza de precios consecuencia de las malas cosechas y el incremento de impuestos que sería su corolario. Los arsenales del descontento popular estaban repletos y quedaba apenas margen para evitar el levantamiento revolucionario.

“Después de mí el diluvio”, parece decir el actual titular de la presidencia del gobierno, instalado ahora en un papel de mero observador de las convocatorias electorales que se presentan en el horizonte inmediato y a la espera de sus decisiones una vez que se produzcan sus resultados. Está ahora dedicado Sánchez a la huida exterior, con la excusa del reconocimiento del estado de Palestina, una declaración de muy escaso recorrido para la solución de un conflicto enquistado y que cuenta con muchas papeletas para su extensión hacia otras zonas de su hasta ahora relativamente contenido espacio geográfico.

¿Qué será España, en qué acabará el partido socialista toda vez que Sánchez sea -democráticamente- desalojado de la Moncloa?, ¿cómo abordaremos el post-sanchismo en un país tan polarizado, dividido y enfrentado como el que ahora nos encontramos? Una cierta sensación de fin de ciclo se viene apoderando de comentaristas políticos y del público en general, ya bastante alarmados ante una deriva de concesiones al independentismo que parecen no tener fin. Es la amnistía su elemento principal, pero no único, ya que la acompañan la intervención y aceptación del acoso sobre el poder judicial, la colonización de las instituciones, y hasta la presumible cesión del control de puertos y aeropuertos a las policías autonómicas -dicho sea este último como ejemplo de una pequeña cuenta en un ya largo rosario.

Pero en ocasiones confunden, quienes se dedican a escribir o se aplican a opinar en las tertulias de los medios y en conversaciones privadas, los deseos con las realidades. Porque la realidad de las cosas es que Pedro Sánchez continúa en la sede de la presidencia, y que aun cuando el primer partido de la oposición active comisiones de investigación (nada más que un circo parlamentario como lo son las socialistas), mejore sus resultados electorales en el País Vasco y Cataluña o arrase en la diferencia de votos y de escaños al PSOE en las europeas, se ha convertido el PP nada más que en un instrumento de sustitución del actual partido de gobierno, y no ha puesto sobre la mesa ningún proyecto que ilusione a sus votantes ni llame la atención de otros ciudadanos para que cambien el logo de su papeleta.

Queda por ver lo que ocurra en el País Vasco, instalada su campaña en una atonía tal que candidatos y proclamas nos inducen al sopor. Todo parece, sin embargo, que los dados están ya sobre la mesa, y que a pesar de que gane Bildu al PNV, por incapacidad del partido fundado por Sabino Arana de movilizar a su particular grey de abstencionistas, los parlamentarios socialistas apoyarían como lehendakari a un tal Imanol Pradales. Los de Otegi ya van cobrando dividendos del PSOE en “legitimación democrática” -más bien blanqueo de un pasado sangriento-, poder institucional -Pamplona- y en medidas que faciliten la excarcelación de los presos etarras…

El tablero se le complica a Sánchez en Cataluña. Ha permitido que un encogido prófugo de la justicia se convierta en el árbitro de la situación, que podría además obtener un mejor resultado electoral que el de ERC. La eventualidad de un acceso de Salvador Illa al palacio de la Generalitat se antoja como improbable, pero sólo sería posible en el caso de que -sumados los escaños del PP a los del PSC, que es el caso del ayuntamiento de Barcelona- le dieran mayoría. Aunque, todo hay que decirlo, cada día que pasa se plantean más incógnitas en esta especie de damerograma maldito en que se ha convertido la política catalana y, por extensión, la nacional.

En el supuesto de un gobierno -una de las posibilidades a considerar- encabezado por el líder del PSC con el apoyo del Partido Popular, y descontado el triunfo de este último sobre el PSOE en las europeas, la mejor manera de desactivarlo para Pedro Sánchez sería una convocatoria anticipada de elecciones en otoño. Una convocatoria que, además de clausurar la euforia popular -como ya ocurrió después de las autonómicas-, habilitaría al actual presidente a presentarse como el máximo contribuyente a la desactivación del soberanismo catalán y a la normalización de aquellas no hace nada levantiscas tierras.

La reacción de los diputados nacionalistas catalanes en el Congreso no sería desde luego muy complaciente con el ocupante de la Moncloa, aunque no tanto como para votar una moción de censura que ponga a Feijóo en su lugar. Además de que, concluido el proceso tri-electoral, ni siquiera dispondrían de margen para acometer dicha reprobación. Por otra parte, la capacidad de maniobra de Sánchez en el gobierno, sin posibilidad real de aprobar los presupuestos, como no sea a cuenta de mayores y aún más peligrosas cesiones, sería bastante escaso.

Claro que también cabe que insista el presidente en ceder metros y profundidades de soberanía -si el ámbito de ésta resulta susceptible de troceamiento, como así lo parece- y continuemos por lo tanto en el permanente sobresalto de la nueva “medalla del abatimiento generalizado”, esa que asegura, con amargura, que hoy estamos peor que ayer, pero mejor que mañana…

Poco importa lo que ocurra más adelante, dirá Pedro Sánchez instalado en el palacio de la carretera de La Coruña: después de mí ya puede venir el diluvio universal. Y podría añadir: pero más les vale sentarse a esperar.

martes, 2 de abril de 2024

El esperpento nacional



Hace ya más de 100 años, en 1920, el escritor Ramón María del Valle Peña -más conocido por Valle Inclán- escribió el texto cumbre del esperpento, una obra teatral a la que puso por título “Luces de Bohemia”.

Se ha definido el esperpento como el examen de una deformación sistemática de la realidad, que acentúa los atributos grotescos e incoherentes que siempre se producen en cualesquiera acontecimientos. Era, poco más o menos, lo que describía el escritor de la luenga barba en el viaje nocturno de Max Estrella por la noche de Madrid y los variados protagonistas que encuentra en esa su última noche de vida.

Quizás no imaginara don Ramón que poco más de 100 años después, sus bohemias nocturnas fueran tan reales como la vida misma en una España que apenas si él distorsionaba en su texto teatral. El asombro preside la escena pública de nuestro país, de manera que los políticos dejan atrás las composiciones más elucubrantes de los escritores, y los periódicos y las pantallas de televisión eclipsan en sus informativos a los otrora seguidos reality shows.

El presidente de la Comunidad Autónoma de Murcia, Fernando López Miras, parece emerger esta Semana Santa de una escena de Ben-Hur, conduciendo una cuadriga y seguido por unos escoltas que nadie sabe muy bien si le jalean o le protegen; un enfervorizado público parece surgir del circo romano, divertido ante las complicadas evoluciones del dignatario político.

Pero hubo un antes de ese espectáculo. No de otra cosa puede calificarse la negociación de la investidura de Pedro Sánchez, negociada lejos de España y con un prófugo de la justicia, y monitorizada y tutelada desde entonces por un mediador salvadoreño, el diplomático Francisco Galindo, que estuvo vinculado en su día a la intermediación entre el gobierno colombiano y el narcoterrorismo de las FARC. Abierto el proceso de campaña electoral de las autonómicas catalanas, ERC ha manifestado -ante el silencio del Gobierno- que ellos también están utilizando semejante procedimiento.

La utilización de la mediación como método de solución de las diferencias políticas forma parte, si no del esperpento nacional que nos preside -que también- de una connotación que remite a un país que carece de instituciones sólidas y fiables. Desmontados todos los niveles de confianza que presidía el consenso que dio lugar a la Constitución de 1978, el parlamento se ha convertido en una caja de resonancia de las diferencias irreconciliables entre los partidos mayoritarios que atizan la polarización como procedimiento más fácil para ocultar sus limitaciones dialécticas y de proyecto, a la vez que destruyen cualquier posibilidad de que algún criterio sensato aparezca más allá de los extremos que cada uno de ellos simboliza. No se trata aquí de adjudicar las diferentes responsabilidades que unos y otros tengan en este episodio de la división. Baste con decir que ambos obtienen provecho de esas actuaciones.

Por eso mismo, y una vez que criticara cumplidamente la figura del mediador entre el PSOE y Junts, el partido llamado -por lo visto- a ofrecer un mínimo de seriedad al panorama político español -no a regenerarlo, que es asunto muy distinto-, el PP, acepta que las conversaciones que mantiene con el Gobierno para la renovación del CGPJ se produzcan también fuera de nuestras fronteras y con un mediador que a su vez es responsable de la cartera de Justicia en la Comisión Europea. “¡Más madera -diría Groucho Marx- que es la guerra!”

Llevada de la mano de la comedia bufa en la que están convirtiendo a nuestro país, también la corrupción española merece un lugar de honor en el viaje a los submundos de un redivivo Max Estrella. El caso Koldo, sin ir más lejos, ilustra lo que afirmo: un portero de bar de alterne, rescatado por la cúpula del partido socialista como hombre de confianza del número dos de la organización, luego ministro de Transportes, y aún del mismo presidente del Gobierno, cuando éste recorrió España allegando voluntades para no sucumbir ante las presiones del aparato socialista.

“Dios los crea… y ellos se juntan”, afirma nuestro refranero popular. Se juntan, por lo que se ha informado, en el aeropuerto de Barajas para recibir a una de las dirigentes más venales que conoce la actualidad política, la actual ministra de Economía, Finanzas y Comercio Exterior, y vicepresidenta ejecutiva de Venezuela, Delcy Rodríguez, objeto de sanciones por la Unión Europea que prohibían su entrada en España.

Alguno pensaba -con Ortega- que buena parte de las contrariedades que arrastraba nuestro país verían su solución en un horizonte en el que Europa formara parte de nuestro proyecto de convivencia. “España es el problema, Europa la solución”, afirmaba el filósofo. Pero la peculiar idiosincrasia carpetovetónica, arraigada entre nosotros desde hace ya mucho tiempo, parece resistirse a abandonarnos. Lejos de importar algunos de los buenos modales que imperan en otros lares europeos, los españoles nos empeñamos en excavar nuestra propia fosa como en el celebrado chiste de Chumy Chúmez, en el que dos personas están perforando un agujero. “Hemos llegado al fondo”, anuncia uno de ellos. “¿Qué hacemos?” “Seguir cavando”, le contesta el otro.

De modo que el grito crepuscular de “Luces de Bohemia”, en el que se reclamaba, “¡Muera Maura! ¡Muera el Gran Fariseo!” Al que el coro de modernistas contestaba, ¡Muera! ¡Muera! ¡Muera!” Y que coronaba Max Estrella diciendo “Muera el judío y toda su execrable parentela”… venía a ser una palada de tierra más en las pocas cosas serias que en España se intentaron entonces y que por desgracia no se lograrían.

Ya se sabe: conviene seguir cavando…

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