viernes, 5 de agosto de 2016

Rajoy «bogartiza» la designación


Publicado originalmente en El Español, el jueves 4 de agosto de 2016

«Por sus hechos los conoceréis», aseguran los siempre sabios Evangelios. Y a ese enigmático personaje de la actual política española, prototipo de una forma de actuar basada en la no actuación, que es Mariano Rajoy, es preciso comprenderlo por los hechos, aunque los hechos no lo sean o precisamente por eso.

Comprendo que al lector le resulte confuso este primer párrafo, pero es que nada hay que sea más confuso que este hombre.

Pero intentemos aproximarnos a él. Tengo para mí que el concepto del poder que tiene Mariano Rajoy es decimonónico, por no decir que predemocrático -y ello sin que pretenda acusar al presidente en funciones de fascista o de dictador o de otra cosa parecida-. No, Rajoy corresponde a otra situación. Forma parte de las especies políticas ya extintas o en peligro de extinción que piensan que no es preciso luchar por el poder, porque el poder se recibe como fruta madura cuando ha llegado el momento.

Rajoy ha logrado volver del revés el reloj de la historia: donde ayer reinaban los caciques, hoy lo hace la pereza
Ejemplos de este tipo los hay sobrados en la historia política española. Sin ir más lejos, el sistema que definía la Constitución canovista de 1876 y que se conoce como la Restauración -porque en efecto restauraba la monarquía en España en la persona de Alfonso XII-, establecía una soberanía compartida entre las Cortes y el rey, y el método habitual de obtener el poder y conservarlo durante algún tiempo consistía en que en su nombramiento el candidato recibiera junto con el encargo el decreto de disolución. La maquinaria caciquil imperante garantizaba una comodísima mayoría parlamentaria.

No es ese el sistema actual, pero se diría que Rajoy ha recreado el artificio de volver del revés el reloj de la historia. Claro que de una forma diferente a la referida. Obtenido el control del partido por la sucesión del presidente anterior, y vaciado este de políticos, ha transformado lo que fuera una organización por unas simples siglas. Ya solo queda un presidente y unos fieles votantes -cuanto más provectos más fieles-. Y esperar el momento. No hacen falta grandes campañas electorales, llamar a la convicción de los electores, dotar de brillantez los debates... Esa era la maravilla -deberá pensar nuestro personaje- de la política restauracionista. Donde ayer reinaban los caciques, hoy lo hace la pereza de uno y el aburrimiento de los más.

Recordemos su historia. Rajoy no presentó una moción de censura contra Zapatero, cuando España se iba por el fregadero, y prefirió esperar sin mover un solo dedo a que el país le otorgara la mayoría absoluta. Rajoy no gestionó la crisis, prometió hacer lo que le pidiera Merkel, y cambió déficit por deuda. Rajoy no cumplió su propio programa, ni siquiera el que no tenía contenido económico, y esperó tranquilamente a que su ministro de Justicia le presentara la dimisión. Rajoy no aceptó el nombramiento del rey en la XI Legislatura, esperó a que la repetición de las elecciones mejorara sus resultados.

No ha dicho que 'no' a la candidatura por si al rey se le hubiera ocurrido ensayar otra fórmula, sólo por eso
Y Rajoy no irá a la investidura aunque haya aceptado la nominación de Felipe VI. En su película de 1971, Taking Off, Milos Forman describe a unos padres de jóvenes adolescentes que pretenden conocer el motivo de la adicción de sus hijos a las drogas blandas y se encierran a fumar marihuana. A uno de ellos parece gustarle mucho y no suelta el porro. ¡No «bogartices»!, le espetan (el término parece que tenía que ver con la costumbre de Bogart de tener siempre un pitillo entre las manos o en sus labios). Pues Rajoy bogartiza la designación. No ha dicho que no, por si al rey se le hubiera ocurrido ensayar otra fórmula, nada más que por eso.

Encargará, eso sí, un informe jurídico a la Abogacía del Estado o a quien sea, de la mano de la vicepresidenta en funciones, que le ampare para incumplir el artículo 99 de la Constitución y esperará a ver qué pasa con el escándalo que se montará a continuación. De modo que antes de recurrir al precedente de la Asamblea de Madrid con el «tamayazo» y de que se convoquen terceras elecciones sin previo recurso a la investidura, algún partido más -o todos- cedan y le dejen gobernar.

¿Y qué pasa con Sánchez? Hay una apuesta en la que dos conductores corren a la máxima velocidad en una vía de dos carriles que convergen en uno solo. Pierde el que desiste y frena para evitar la colisión, inevitable en otro caso. Y algo de este terrible juego se está viendo ahora en España, ante más de 40 millones de ciudadanos. Pongan ustedes los nombres que quieran a los dos jugadores. Yo lo tengo muy claro.

Terminaré hablándoles de Europa. Allí sí que hay cesiones y acuerdos, cualesquiera que sean los resultados electorales. ¿Somos o no somos europeos? Pues tendremos que aprender siquiera un poco de ellos.
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