lunes, 25 de enero de 2021

La acuarela de Dorian Gray

(imagen de El Español, en la reseña del mismo título)

Reseña de Pablo Quesada Ruiz, publicada originalmente en El Español, el 23 de enero de 2021

Es quizás una anécdota que Antonio Maura y Germán Gamazo vuelvan a estar presentes en las páginas de un diario llamado El Español, más de 120 años después de que ellos fundaran una cabecera con ese mismo nombre. Cuando se analizan los paralelismos entre la situación política que vivió nuestro país en la época de Maura con la actual, la anécdota deja de serlo y Una Acuarela en Solórzano, el libro con el que Fernando Maura recoge la situación política y social de la época de su bisabuelo, se convierte en un retrato que permite ver el reflejo de los mismos males que siguen asolando hoy la vida política de nuestro país.

El hilo conductor de la novela es el cruce de caminos entre el presidente Antonio Maura y un anarquista que intentará acabar con su vida. Los recuerdos de ambos personajes que intentaron la revolución en España, este desde abajo y aquél desde arriba, serán el trazo con el que el pincel del autor plasme en el lienzo de este libro los males de fondo de la sociedad y la clase dirigente de la España de principios del siglo XX.

Al igual que en la obra de Wilde, se nos enfrenta al hecho de que las caras que vemos en nuestra realidad pueden parecernos lozanas y frescas, pero los males del siglo pasado siguen configurando el dibujo de nuestra realidad y con más fuerza aún, si cabe: el problema catalán, la corrupción de las élites caciquiles, las deficiencias del sistema electoral, la reforma pendiente de la Administración Local, los ataques a la Corona, el populismo y hasta la “la turbina de la cloaca”.

Si acaso la España de hoy ha sustituido la importancia de la oratoria y el discurso bien construido y articulado, intelectualmente sólido con independencia de la opción ideológica que cada uno estime más conveniente, por un discurso de consumo rápido, de usar y tirar. Serían estos, junto a los tecnológicos, unos cambios que muy posiblemente sorprendieran a alguno de los personajes reflejados en esta acuarela que Maura nos pinta en su novela si pudieran salir de ella y ver los tiempos actuales. También podrían comprobar la evolución del tratamiento a la población reclusa. Donde a lo mejor no verían demasiada evolución, no obstante, es en la vida interna de la política, sus facciones, intereses y disensos.

Dejo al lector la tarea de sacar sus propias conclusiones al respecto en un libro de novela con más componente histórico que novelesco, y pese a ello, con un retrato de la realidad que cuenta el actual El Español que de la que contaba aquel que fundaron los protagonistas de esta novela mayor de lo que nos convendría a todos.

domingo, 10 de enero de 2021

De Maura a Maura

 Reseña de Juan Ángel Juristo, publicada en el semanal de La Vanguardia Cultura|s, el 9 de enero de 2021

Fernando Maura (Bilbao, 1955) es un conocido político que militó en el PSOE durante la transición y, luego, animado por su vocación liberal fue candidato al Partido Demócrata Liberal y, más tarde, junto a Mayor Oreja, participó en la fundación del Partido Popular en el País Vasco, para pasar a Unión Progreso y Democracia, el partido de Rosa Díez, y luego a Ciudadanos. 

Pero esta notable vocación política, como la de su bisabuelo, Antonio Maura, presidente del Consejo de Ministros con Alfonso XIII, no empece para que haya cultivado el artículo en diversos medios de comunicación y algunas novelas, con títulos como Últimos días de agosto o El doble viaje de Agustín Ceballos.

Ahora, y tengo para mí que esta novela es homenaje a su bisabuelo pero también una narración que le sirve para proyectar anhelos y cuitas que atañen a su eminente carácter liberal, el suyo, no el de su ancestro, Fernando Maura acaba de publicar Una acuarela en Solórzano, donde describe los recuerdos que asaltan a Antonio Maura mientras pinta una acuarela en el verano de 1914 en la localidad cántabra de Solórzano, refugio donde el político liberal se cree a salvo del mundo sin percatarse de Andrés Cuevas, anarcosindicalista educado en la escuela de Ferrer i Guàrdia y que está inspirado en Abel Paz, miembro de la CNT durante la II República.

Al modo de Víctor Hugo en sus novelas históricas, donde el contraste era condición necesaria para alumbrar nuevos caminos en el porvenir —acordémonos de las luchas intestinas entre los realistas de La Vendée y los republicanos en Noventa y tres—, Fernando Maura contrasta los recuerdos que acontecen en Maura mientras pinta en su retiro, como le pasó a Churchill, y los de Cuevas mientas va en su busca, donde da un repaso a su vida, desde su infancia en Almería a su educación anarquista en la Barcelona de Ferrer i Guàrdia, luego en la Stemana Tràgica, su huida a Francia... Dos modos distintos de abordar la política, la del revolucionario y la del liberal, palabra tan alterada que convendría cambiarla por aquella que empleó Raymond Carr para definir a Maura, socialconservador, y que su bisnieto acaba de exorcizar en esta novela que posee momentos reveladores y poco estudiados.

sábado, 9 de enero de 2021

Construir un puente sobre una sociedad dividida

Artículo publicado originalmente en El Imparcial, el viernes 8 de enero de 2021


Las imágenes de un Congreso de los Estados Unidos asaltado por unas malencaradas turbas nos plantean -además del estupor consiguiente- muchos interrogantes, el más evidente, ¿está pasando eso en el país de Jefferson, Roosevelt o Kennedy? Más aun, ¿son los asaltantes herederos del presidente —republicano, por cierto— Lincoln?

Son, desde luego, preguntas que se formulan desde el desconcierto. Pero hay otras que se refieren a la calidad de las democracias —la negativa a aceptar un resultado electoral es un síntoma de la escasa consideración a la soberanía popular—, de modo que cabe traer a colación, en este sentido, casos como la tragicomedia del Brexit y los interminables debates en la Cámara de los Comunes, las democracias iliberales de Hungría y Polonia o los ataques que infringe —hacia dentro y hacia fuera— el presidente ruso Putin. Y en el continente americano —más allá de la tragedia humanitaria y política de Venezuela— Chile, Bolivia, Ecuador... son alguna de las cuentas del inacabable rosario de incidentes políticos a los que las democracias se ven confrontadas en este siglo XXI de turbulencias sin fin.

Democracia y populismo constituyen el anverso y el reverso de la misma moneda: cuanto mayor sea éste, menor será la calidad democrática de los sistemas que se dirían parasitados por los populismos.

Pero el populismo no es una enfermedad de las democracias que nos ha venido desde fuera del sistema, más bien se trata de un problema socialmente larvado y desarrollado en las sociedades democráticas. En su ensayo, “The road to somewhere”, el que fuera editor de la revista Prospect, David Goodheart, explica que como consecuencia de la globalización, la sociedad se está viendo confrontada a una gran división —“the great divide”—, generando dos bloques antitéticos de población, que Goodheart califica como los “anywhere” —literalmente, en cualquier sitio—, y los “somewhere” —los de algún lado—. Los primeros, “anywhere" se sienten cómodos con la globalización, son más ciudadanos del mundo que de su propio país, confían en ellos mismos y viven en cualquier parte en la que sus expectativas profesionales se vean razonablemente correspondidas; los “somewhere”, sin embargo, perciben la globalización como una amenaza, se sienten enraizados en sus pueblos o pequeñas ciudades, resultan dependientes y anudan su futuro profesional al puesto de trabajo que hayan podido obtener, sienten miedo de perderlo y no se atreven a intentar un desarrollo profesional en otra actividad o empresa.

El contingente de los “anywhere” se integra en su mayor parte de jóvenes que viven en las grandes ciudades o que aspiran a vivir en ellas, los “somewhere” son reclutados entre las gentes de mediana edad y los mayores y residen en pueblos o en ciudades pequeñas. La educación es elemento fundamental en esta línea divisoria: los “anywhere” son las personas que han recibido una mejor y más larga formación, en tanto que los “somewhere” la tienen más escasa.

Los populistas han sabido interpretar las preocupaciones de los “somewhere” de nuestras sociedades y les han ofrecido un adecuado cauce político. Es el caso de los Orban, Kazynsky o el mismo Trump. Sus respectivos mandatos han renunciado, de ese modo, a cumplir con la primera obligación de un gobernante, que es la de unir a su sociedad en la búsqueda de objetivos comunes que mejoren su vida. Ésta ha sido la particular gesta del —por poco tiempo— presidente norteamericano, que ha culminado en un provocador mitin, resultado del cual ha sido el mencionado asalto a las instituciones representativas de la nación.

Frente al trumpismo, la comunidad demócrata ha enarbolado banderas igualmente divisivas, desde la óptica de lo políticamente correcto, creando el marco mental de un relato fuera del cual el pensamiento que le es crítico resulta simplemente inadmisible, poco menos que fascista. Movimientos como el “Me too” o el “Black lives matter” han creado su correspondiente grey de ciudadanos desconcertados ante las críticas que se producen sin medida en contra de su religión, de las fuerzas del orden, de su condición racial blanca o de género masculino y heterosexual. Las trincheras que cavan unos se parecen en ocasiones bastante a las que horadan otros, unas y otras se retroalimentan respectivamente.

No parece existir otra solución a la gran división social que la de construir un puente entre estos dos bloques separados entre sí. Un puente que ayude a quienes, de entre los “somewhere” puedan anudar su futuro en un mundo que, si bien altamente competitivo, les ofrezca un elevado nivel de oportunidades profesionales y personales; y, para los que ya no puedan atravesarlo, proporcionarles la seguridad de un Estado que sea también protector, porque nadie deja de ser ciudadano, piense lo que piense, resida donde resida, tenga la educación que tenga...

¿Será Joe Biden capaz de suturar las heridas de la dividida sociedad estadounidense, o se abonará al lenguaje —y a la práctica— de lo políticamente correcto, ignorando o despreciando a esa otra América que siente pavor por el futuro que tiene por delante?

No le basta a Biden con pretenderlo, deberá también contar con la energía y la voluntad política para lograrlo. Veremos si, al menos, es capaz de salir de su propia zanja enarbolando una bandera de paz y de integración.

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