viernes, 8 de marzo de 2024

Y en eso regresó el escándalo



En realidad, nunca se había alejado del todo. Por más que la Unidad Central Operativa (UCO), la policía judicial de la Guardia Civil, y la judicatura investigan y sancionar a los delincuentes, la corrupción nos sale con frecuencia al encuentro, unida al deterioro correspondiente de nuestras instituciones y la sospecha ciudadana en torno de nuestra clase política. El hecho de que el último -sólo por el momento- episodio que estamos conociendo se haya producido aprovechando la crisis sanitaria del COVID‘19, la reducción de nuestro espacio de libertad por el confinamiento a que nos vimos sometidos y la pérdida de familiares y amigos, muchos de ellos fallecidos en la distancia y en soledad, supone un añadido a la insensibilidad de una conducta que no se comporta sólo como un robo al erario público, sino que pone en evidencia la más torpe sordidez que anida en la avaricia humana.

Habrá que advertir que el fenómeno de la corrupción ha recorrido nuestra historia desde muy antiguo. Los cronistas de la Segunda República nos recuerdan con insistencia el episodio conocido como “estraperlo” -por Strauss y Pearl, sus promotores- y que afectaba a Aurelio Lerroux, sobrino y protegido de don Alejandro; en la Restauración que daba comienzo en el año 1876, el caso conocido como “el millón de Larache”, revisitado oportunamente por Carlos Sánchez Tárrago en el telón de fondo del desastre de Annual y que se hacía como botín con las asignaciones oficiales para la intendencia del personal militar destinado a la campaña de África; aguas arriba, el historiador Carlos Dardé ha evocado en “La Corona y la Monarquía constitucional en la España liberal, 1834-1931” el caso de la implicación de la mujer de Sagasta en la construcción del ferrocarril en Cuba durante la Regencia de Doña María Cristina; o en el Antiguo Régimen, bajo el reinado de Felipe III, las acciones el duque de Lerma por las que haría negocio éste con terrenos en Valladolid y Madrid, especulando con la capitalidad de España en una y otra ubicaciones sucesivas; el régimen de Franco, pese a la opacidad a la que se veían confrontados los medios de comunicación, también tuvo su Matesa que se llevaría por delante a una buena parte del gobierno de entonces.

Y si la corrupción ha atravesado nuestra historia como una especie de mancha de aceite, tampoco entiende de color o ideología política. Ahí está el paradigmático caso de Rafael Blasco, consejero del PSOE valenciano salvado in extremis porque el juez no admitió como prueba inculpatoria unas cintas que así lo evidenciaban, y que sería finalmente condenado por el caso Cooperación, esta vez como consejero del PP de esa Comunidad Autónoma.

Tampoco la corrupción distingue de países: el diputado Nikolas Lôbel, de la CDU, reconoció haber cobrado una comisión por mediar a favor de una empresa para la compra de mascarillas por parte de la administración pública. El expresidente de la República francesa, Nicolás Sarkozy, fue condenado a un año de prisión por la financiación ilegal de la campaña electoral de 2012. En el Reino Unido, el gobierno de Boris Johnson estuvo plagado de una serie de escándalos, desde acusaciones por su desprecio de las reglas y revelaciones de fiestas ilegales para romper el confinamiento celebradas en Downing Street, hasta el punto de recibir denuncias por irregularidades y abusos por parte de diputados de su partido. Hasta una institución poco propicia al envilecimiento, como es el Parlamento Europeo, está viviendo el “Qatargate” o “Moroccogate”, que aún sigue dando coletazos.

En el caso de que otorguemos credibilidad al Índice de Corrupción correspondiente al pasado año 2023, publicado por Transparencia Internacional, España figura en el puesto 36 sobre 180 casos analizados. En países de nuestro entorno, y por debajo, figura Italia (42); y por encima, Portugal 34), Reino Unido y Francia (20) o Alemania (9).

Interesa a mi juicio más que los índices -por muy bien realizados que estén- el funcionamiento de las instituciones en las que se asientan los sistemas políticos, y en especial el respeto que respecto de ellas tenga nuestra clase política. El profesor Eloy García ha escrito que “cuando reina la corrupción de las instituciones o el abandono de la ciudadanía, la respuesta es muy simple: en ese caso el poder impera e impone su ley como fenómeno al margen de cualquier esencia política”.

Sin perjuicio del carácter genérico de la cita, podría el señalado catedrático de Derecho Constitucional haber indicado que ése es precisamente el caso español. El acoso a la judicatura, la cautividad del parlamento respecto del poder ejecutivo, el correspondiente debilitamiento de la separación de poderes y del estado de derecho, la colonización de empresas públicas e instituciones a través de afines políticos y aún de amigos… ilustran un cuadro de ejercicio de poder incontrolado por parte del actual principal responsable del gobierno.

Un sistema político, por muy bien definido que se encuentre desde su Constitución, no puede sobrevivir si no es por el aliento de la ciudadanía y el apoyo cotidiano de los agentes políticos. Ya es vieja la distinción entre las Cartas Magnas semánticas respecto de las efectivas, y en España vamos desgraciadamente recorriendo a gran velocidad el camino que conduce de las segundas a las primeras.

Y no, tampoco resulta Pedro Sánchez el único responsable de esta situación. No fue él quien proclamó que “Montesquieu ha muerto”, sino Alfonso Guerra cuando era vicepresidente de Felipe González; y no fue el PP de Aznar ni el de Rajoy -ambos con mayorías absolutas- el que abogaba por que fueran los jueces quienes eligieran al CGPJ, como ahora hace, con fervor digno de apoyo y consideración, Feijoó. Pero será preciso conceder que el actual inquilino de la Moncloa está marcando un récord en el avance del deterioro institucional que ahora padecemos.

En eso que estamos, ha llegado el “caso Koldo” que ya va siendo más el “caso Ábalos”. Y algunos se dan a la ensoñación de confundir deseos con realidades, en la idea de que el tropezón con esta piedra hará caer al presidente. El hecho de que vayan dimitiendo progresivamente -como sería de prever-, a la manera de un castillo de naipes, los principales colaboradores de Sánchez, sólo significa que se irá desprendiendo de su equipo inicial, el que se agrupó en torno de él cuando olía a cadáver político y nadie se le acercaba. Hoy, el presidente, aunque débil, está en La Moncloa, y los apoyos parlamentarios con los que cuenta le prefieren así, débil, antes que a un Feijoó derogatorio de la gestión de aquél. En eso consiste su resistencia de manual: “Conmigo disponéis de un caos bajo vuestro control; con mi alternativa, seréis quizás vosotros los que entréis en la vorágine”.

lunes, 19 de febrero de 2024

El día en que Putin asesinó a Navalni






El título de este comentario no parte de una licencia que quien lo suscribe se adjudique a sí mismo, porque no espero -carezco de cualquier confianza al respecto- ningún resultado de la anunciada investigación de las autoridades rusas respecto de las causas que se encuentran detrás de la muerte del emblemático opositor al zar instalado en el Kremlin desde hace más de dos décadas. Ha sido un asesinato, y eso lo saben y lo reconocen hasta quienes por mor de una neutralidad exigida por la información que aún no se ha convertido en opinión callan esta realidad. Lo saben los políticos, los empresarios, los sindicalistas y los profesionales de todos los sectores de la economía, incluidos los parados hayan o no desistido de buscar empleo; lo conocen los jubilados, los estudiantes y aún los colegiales que le echen algún ojo a las redes sociales que frecuentan.

Navalni ha sido asesinado por Putin. Ya lo intentó en su día, cuando en el año 2020 le untaron Novichok en su ropa interior. Pudo fallecer entonces, pero le sonrió la suerte en aquella ocasión. Entonces se fue a Alemania a recuperarse. Menos de un año después voló hacia Moscú en un gesto de desafío que Putin nunca le perdonaría. Condenado a 30 años de prisión, y a cumplir su sentencia en la cárcel de Jarp, situada a 60 kilómetros al norte del Círculo Polar Ártico, seguramente en uno de los peores presidios de Rusia, tres años después el crimen ha sido consumado. Y además de matarlo, Putin ha secuestrado su cadáver, nadie debe conocer la causa de su muerte; pero, da lo mismo, todos sabemos quién lo ha ordenado.

Ha seguido Alexei Navalni un camino que ya otros habían recorrido o que aún se encuentran transitando. El liberal Boris Nemtsov fue asesinado en el año 2015; Vladimir Kara-Murza, otro liberal, está purgando su crítica a la guerra de Ucrania con 25 años de prisión; Ilya Yashin, amigo y aliado de Navalni lo está también desde 2022.

El senador norteamericano John McCain dijo en una ocasión que Rusia era una gasolinera a la que habían puesto el nombre de un Estado, y no le faltaba alguna razón. Pero existen formas variadas de dirigir una empresa, y Putin ha decidido hacerlo con su país de la manera en que se gestiona un negocio mafioso. Dirige su imperio como lo hacían -lo siguen haciendo- quienes controlan los cárteles de la droga: premia a sus amigos y elimina a sus enemigos. Y no es necesario “que parezca un accidente” (como ordenaba el inolvidable Marlon Brando – Don Corleone a uno de los suyos). No, es mejor que se sepa, así conocerán todos con quién se juegan los cuartos.

Y Navalni le plantaría cara al nuevo zar y padre padrino de todas las Rusias restantes después de concluido el punto y aparte que supuso la desaparición del muro de Berlín. Algo que un capo mafioso no puede soportar. Incluso encerrado en esa penosa cárcel, los mensajes del opositor y referente de la dignidad y la libertad en Rusia le parecían intolerables. No le bastaban 30 años de condena y que en la parodia electoral que actualmente está organizando no pudiera participar su principal contradictor: había que suprimirlo.

Y es que existe seguramente otro motivo en la actuación vesánica del todopoderoso jefe de la Mafia. Se trata quizás de un síndrome que acomete a todos los dictadores que en el mundo son o han sido. El mismo que se apoderó de Calígula, un trastorno límite de la personalidad con una inestabilidad generalizada del estado de ánimo, de la propia imagen y de la conducta. No importa que se disponga de todo el poder; la desconfianza, el recelo, la inquietud ante el más leve atisbo de deslealtad o la más pequeña posibilidad de traición, les acometen, sumiéndoles en un estado de profundo desasosiego. Les amargan sus victorias y agigantan sus derrotas.

Cara y cruz de dos personajes que el criminal que dirige Rusia ha convertido en el reverso de sí mismo. El poder absoluto basado en la mentira, contra la verdad y la limpieza del principal referente de la oposición; la cobardía de quien se esconde detrás de sus esbirros para perpetrar sus atentados, frente a la valentía de quien decidió arriesgar su libertad, primero, y su vida, ahora, para defender estos y otros valores para su gente; el autócrata sin escrúpulos ni límites, frente a un demócrata íntegro. Cara y cruz, el verdugo ha convertido a su enemigo en un héroe.

Quizás haya quien se pregunte por qué el asesinato, qué necesidad tenía Putin de suprimir a un rival que ya estaba neutralizado; por qué lo ha hecho ahora que la farsa electoral está ya urdida y sin posibilidades de éxito para nadie que no sea él mismo; qué motivo tenía precisamente ahora, que puede reivindicar el triunfo bélico de la retirada de Ucrania de la ciudad de Avdivka. Para contestar a estas u otras preguntas el analista político o el mero comentarista carecen de capacidad introspectiva: nadie puede introducirse en la mente de un criminal, de un sociópata, de un tipo que despoja de la vida a sus sin embargo semejantes con la misma frialdad con la que un médico forense practica una autopsia.

El día en el que Putin asesinó a Navalni podría ser una jornada dedicada a la tristeza y al llanto por un hombre cuya muerte permanecerá y se agigantará en nuestro recuerdo. Serán bien recibidas las lágrimas y los testimonios de pesar, pero no serán suficientes. “Fiat justitia ruat caelum” (“que se haga justicia aunque se caiga el cielo”) decía el político y militar romano Pisón. Y la única forma que está en nuestra mano para hacerla, más allá de la necesaria expresión de solidaridad, consiste en ayudar a Ucrania a revertir la situación de una guerra para cuya continuidad ya algunos comienzan a sentir fatiga. Y eso va para los países europeos que no quieren ofrecer recursos suficientes para ganar la contienda y para los senadores republicanos que no autorizan las contribuciones necesarias para tal fin. Pero eso también va por todos los ciudadanos sin excepción, no cabe que nos refugiemos en la sola tristeza sin reclamar una acción decidida de nuestros gobiernos, se encuentre donde se encuentre el foro en el que nos representen.

El día en el Putin asesinó a Navalni debería ser el día en el que dé comienzo la cuenta atrás de la derrota del autócrata criminal. Nos va en eso nuestra propia dignidad..

miércoles, 7 de febrero de 2024

El nuevo Jardín de las Delicias


Dos han sido las negativas que ha obtenido este gobierno de mayorías menguantes en la exigua legislatura que lleva, uno se ha debido a la discrepancia de Podemos con la vicepresidenta Díaz, el otro a la pretensión de Junts de convertir a Puigdemont, no en sujeto amnistiable, sino en persona inviolable -según expresión feliz de Rubén Amón-; con lo que se pone en evidencia el singular monarquismo de la pretendida república catalana, un reino que debuta con los ropajes que otras formas de gobierno -o de estado, como se dice ahora- no ponen en cuestión en los sistemas democráticos, que todos, incluida la más alta magistratura del país, somos iguales ante la ley.

Tiene algo de kafkiana la sesión de impugnación en el Congreso de la amnistía. El partido que se desgañitaba asegurando que semejante propuesta era inconstitucional, vota a su favor; en tanto que el que había hecho de la iniciativa parlamentaria el principal motivo de su apoyo a la investidura, la repudia. Que ahora se devuelva a la comisión parlamentaria correspondiente formaría también parte de uno de los escritos del genial escritor de Praga. Toda vez que se impugna la iniciativa, o bien se entierra ésta definitivamente, o bien se reforma, o el gobierno presenta un proyecto de ley que cumpla con los informes preceptivos de los correspondientes órganos consultivos que la proposición ahora rehusada se encargó de soslayar. Doctores tiene la iglesia, y ya algunos juristas del Congreso -se supone que los que no están sometidos a los dicterios gubernativos- y el PP, han denunciado la supuesta irregularidad de la medida.

En todo caso, el paisaje que se presenta después de la votación fallida muestra a mi modo de ver los siguientes perfiles:

El primero, el de un Gobierno que, más allá de la contención en las cesiones a los partidos soberanistas exigida por las autonómicas gallegas, quizás no se avenga a ese permanente gólgota de negociar hasta la extenuación todas y cada una de las mayorías parlamentarias exigidas, en especial la ley de presupuestos, y su ley de acompañamiento, en la que, con viciada técnica legislativa, se cuelan todo tipo de reformas y de propuestas. Esta opinión, como todas las que se refieren al actual gobierno, está sujeta a revisión; pero la eventualidad de incorporar a los hechos amnistiables el terrorismo y aún la traición, conduciría seguramente a la anulación de la ley por los tribunales europeos. Por supuesto que ese hecho supondría un retraso añadido de unos tres años hasta que el TJUE dicte resolución, tiempo suficiente para que el presidente-domador intente amaestrar a sus fieras y les haga ver que es mejor entenderse con él que con un candidato del PP, mediante una improbable moción de censura. En todo caso, ya se ha anunciado que las posibles cesiones vendrán por el lado de reducir el tiempo empleado por los jueces para analizar los casos a ellos encomendados, por vía de una modificación de la Ley de Enjuiciamiento Criminal.

Porque -y éste sería el segundo de los apuntes del paisaje- la perspectiva de una legislación gobernada por el PP con el apoyo de Vox, no parece convenir en absoluto a la insaciable voracidad soberanista de los nacionalistas e independentistas. Nunca han dispuesto de un objeto más propicio que esta España en deconstrucción para asestar sus dentelladas, ni un gobernante más dispuesto que el actual a considerar exentos de la autoridad del Estado a los territorios catalán y vasco. Ni la moción de censura, ni el exceso de presión que lleve a Sánchez a disolver el parlamento y convocar elecciones, parecen soluciones adecuadas para ellos, aunque en ocasiones se diría que los apremios a los que somete Junts al gobierno podrían muy bien conducir a alguna de esas posibilidades.

Deberá por lo tanto esperar el Partido Popular a que tan tortuosa legislatura concluya -y éste es el tercer boceto del horizonte a la vista-. Y debería también aprovechar este tiempo el partido de centro-derecha para reforzar su equipo y para ofrecer alguna alternativa en el ámbito de lo que se viene denominado como "batalla cultural" y en lo que se refiere al modelo territorial. No es suficiente, no puede serlo, reducir la propuesta a una rectificación del sanchismo y a una gestión más o menos aseada de la economía -como ha recordado recientemente el historiador González Cuevas-; la alternativa no sólo se afirma, es preciso demostrarla.

En tiempos convulsos como los actuales, se echa poderosamente en falta la voz de las élites intelectuales y económicas, otrora influyentes en el devenir de nuestro país. Recuérdese el papel que los pensadores nacionales desempeñaron en la caída de Alfonso XIII y el advenimiento de la Segunda República, o la influencia que tuvieron durante la transición posfranquista apuntalando la necesaria integración de los pares democracia y Europa. El mundillo de la cultura se divide hoy entre los paniaguados receptores de las dádivas gubernativas y los que aguardan su turno en la nómina de la oposición, o se han acogido a los favores de alguna administración autonómica. Del ámbito económico, más allá de algunas escasas expresiones disonantes, la complacencia, cuando no la resignación, preside el escenario.

¿Y la sociedad civil? Sería ésta la última pincelada aproximativa del nuevo "Jardín de las Delicias" que sin duda volvería a pintar El Bosco a la vista de lo que acontece en la España de Sánchez 'et ali'. Una sociedad que apenas sí toma la palabra, convencida de la media verdad según la cual el ejercicio de la ciudadanía empieza y termina con el voto. Algunos han comprendido que la democracia no es un regalo que se coloca en una vitrina para enseñar a las visitas, sino que es preciso luchar por ella todos los días. Pero se trata de una organización atomizada y heterogénea de siglas innumerables que traen su causa en el designio tan caro a los españoles de que cada lidercillo dispone de su chiringuito propio. Habrá que pensar que si el objetivo es el mismo -defender la vigencia y reclamar la eficacia de la Constitución de 1978-, bueno sería articular todas estas asociaciones en una sola y potente confederación, regida por los mismos estatutos y dirigida por un comité ejecutivo representativo de sus principales tendencias. Un desiderátum que seguramente es irrealizable en un país abonado al caos, cuando no al caudillismo de pequeño alcance.

¿Y nos sorprende entonces que Pedro Sánchez siga haciendo de la Moncloa su casa de alquiler durante tres años y medio más?

martes, 23 de enero de 2024

No hay motín en el "Bounty of Spain"



Publicado en El Imparcial, el lunes 22 de enero de 2024

Surca los procelosos mares alejados de nuestras costas patrias un gran trasatlántic
o llamado el "Bounty of Spain" (nombre que podríamos traducir como la "Generosidad" o la "Liberalidad" española). Se trata de un viejo buque que muy bien podría encontrarse en el fondo del mar, un pecio que contendría cuantiosas riquezas, un museo del Prado, la catedral de Burgos o de la Sagrada Familia, y, aún más, 47 millones de personas armadas de ilusiones y resueltas a afrontar un futuro, siquiera encrespado de dificultades, como las que la embarcación debe afrontar en su difícil travesía. No, no se ha hundido todavía, y es que -como aseguraba Bismarck-, "se trata de la nación más fuerte del mundo. Siempre ha intentado destruirse a sí misma y nunca lo ha conseguido". Y añadía el canciller: "El día que dejen de intentarlo -destruirse-, volverán a ser la vanguardia del mundo".

No llegaría a naufragar, pero estuvo varias veces a punto. Quizás la más dramática acontecía en la década de los 30 del pasado siglo. Un conflicto interno derivó en un enfrentamiento que sólo se superó con la destrucción o la proscripción de la mitad del pasaje. Cuarenta años más tarde, asumía el control de la “Bounty” un perspicaz almirante, dotado de olfato y de instinto para avizorar la más segura de las derivas posibles. El responsable del trasatlántico, Juan Carlos de Borbón, contaría con el asesoramiento de un capitán valeroso -Adolfo Suárez- y de una buena partida de oficiales y contramaestres que decidían aparcar por unos años sus intereses personales y dedicarse a la reparación de un buque que pudiera surcar de nuevo los mares con la seguridad del trabajo bien hecho.

El "Bounty of Spain" recibió la admiración del mundo. Surcó las aguas mediterráneas y cantábricas haciendo de Europa su nuevo hogar, y otros mares recibieron con satisfacción su restaurado casco. Pero no toda la tripulación parecía viajar cómoda en la embarcación, y para aquietarla se produjeron concesiones a perpetuidad a quienes más protestaban de espacios que en otro tiempo fueron compartidos y comunes. Un ejército de termitas se afanaba además por roer la sala de máquinas del "Bounty...", con el afán de provocar cortocircuitos, entrando hasta en las cocinas, disputando el rancho de la marinería y las comidas del pasaje. Preferían, por lo visto los concesionarios de dádivas, que los agentes destructores estuvieran dentro de la tienda y haciendo pis fuera, que fuera de la tienda haciendo sus cosas dentro; en cualquier caso, estuvieran en uno u otro sitio, se dedicaban a hacer sus necesidades donde les viniera en gana.

La deriva del barco se internaba ya por desconocidos mares, cuando el capitán Zapatero se hizo con el timón. El proceso antes descrito devino en irreversible, pero el optimismo del capitán -su irresponsabilidad- le hacía advertir un viento de cola que era más bien de través y que presagiaba inminente zozobra. Abandonado el mando, el capitán Rajoy actuó como lo habría hecho un mero subalterno, corrigiendo el rumbo, pero dejando el buque a merced de las devoradoras termitas y de la insaciable fracción de marinería, siempre descontenta.

Y en eso llego el capitán Sánchez. No era el nuevo capitán de la "Bounty..." como el teniente William Bligh -interpretado en la gran pantalla por el siempre genial Charles Laughton-. Si Bligh se comportaba de manera despótica con su tripulación, sometiéndola a todo tipo de vejaciones y arbitrariedades, el flamante responsable del buque español observaba complacido el escenario y se diría encantado de que los agentes exterminadores se devoraran ante sí a la vez que hacían trizas el trasatlántico. No en vano el capitán reducía, primero, a mínimos, el mantenimiento en el que residían las fortalezas del barco, liberó más tarde a los disidentes que protagonizaron un golpe de mano contra la autoridad del buque, y ahora los presenta como víctimas de la asonada, y a todos los demás -incluido, singularmente, el mismo capitán Sánchez- como productores de la agresión. Después de todo el "Bounty of Spain" es "too big to fall", y además él es el que está en el puente de mando. Insaciable en sus apetencias marineras hace tiempo que Sánchez abandonó las costas cercanas, ha doblado el cabo de Finisterre y navega por el océano Atlántico y aún hacia el Pacífico, toda vez que la complejidad de la singladura le tenga a él, y sólo a él, en el gobernalle.

De poco sirven al capitán las advertencias que, con carácter resuelto y frecuente, le dirige el almirante Felipe de Borbón, seguramente espantado por la lejanía que se produce entre las instrucciones de navegación y la ruta que imprime el capitán: el laberinto del oído de Sánchez es tan sinuoso que apenas sí le llegan sus reflexiones. Tampoco quiere el capitán recoger el cabo que le tienden los remolcadores bruselenses, con la intención de conducir el barco a puerto seguro, ofrecidos por un belga de nombre Reynders; en lugar de eso prefiere asumir la oferta recibida del responsable de un lanchón, salvadoreño de nacionalidad, de nombre Francisco Galindo, que le propone conducir al "Bounty..." a un mar infestado de tiburones y de mareas de peligroso oleaje. Da igual -pensará el capitán-, si no eres capaz de montar dos caballos a la vez, no trabajes en el circo.

A todo esto, el pasaje se ocupa de disfrutar de la travesía, de conocer a otras gentes y de cercar las barras de bar del trasatlántico, de igual manera a que no hubiera mañana. Por la borda circulan en ocasiones algunos voceros advirtiendo a la confiada grey de que las cosas se están poniendo mal y que conviene que cada familia reserve plaza en alguno de los botes salvavidas. "No hay sitio para todos", advierten. Pero el capitán les califica de agoreros, mentirosos y cómplices de esa perversa parte de la tripulación que se enfunda en los uniformes que lucen las siglas "PP" y "Vox".

Y el oficial Feijóo, relevado "sine die" de sus funciones, carece de otro plan alternativo que aguardar que, en el momento en que el navío doble el Cabo de Buena Esperanza, Sánchez le entregue el mando. Si llegara el caso -que está por ver- es muy probable que el orensano haga lo que el capitán pontevedrés: poner rumbo a otros mares, sin perjuicio de que el destrozo de termitas y discutientes prosiga.

Hace de esto pocos días, en uno de los salones de baile del "Bounty...", se ha detenido la fiesta y han ocupado el escenario el antiguo comodoro del trasatlántico, Felipe González, al que se ha unido un prometedor joven que padeció en su carne uno de los más duros golpes de los enemigos de la embarcación, de nombre Eduardo Madina. Concluyó González su sentida declaración completando el discurso que cuarenta años atrás había pronunciado en favor de la necesaria moderación de sus gentes. "Hay que ser socialista antes que marxista", dijo entonces; "antes que socialista hay que ser español", ha afirmado hoy.

González y Madina recogieron sus trastos y en su lugar la orquesta deparó a los asistentes su popurrí de salsa, rap y boleros, en tanto que el público, olvidadas las graves expresiones de los que les antecedieron, se disponía a danzar con el frenesí de quienes piensan que la fiesta no tiene final en el "Bounty of Spain" y que los canapés y la bebida no hay que pagarlos.

Y el capitán Sánchez prorrumpe en una sonora carcajada. No se sabe muy bien porqué, quizás porque conoce perfectamente que no tendrá lugar un motín en el “Bounty of Spain”.

martes, 16 de enero de 2024

El año que viene


Publicado originalmente en El Imparcial, el 9 de enero de 2024

El año que viene, el año en el que apenas sí nos hemos instalado, viene cuajado de acontecimientos políticos. Tres elecciones se aproximan con la velocidad de los tiempos vertiginosos que estamos viviendo. Las gallegas confirmarán seguramente que el predio que dejó Feijóo sigue a buen recaudo, de lo contrario será la propia cabeza del líder la que temblará ante la guillotina -versallesca, pero no menos eficaz en el degüello- de las gentes de Génova; las vascas restablecerán al viejo PNV o pondrán en marcha una nueva era política dominada por Bildu y por sus gentes, nunca descontaminadas de su pasado violento y aún asesino, y lo harán -en uno u otro caso- con el apoyo del PSOE; las europeas se presentan como un paseo triunfal del PP, toda vez que los de Vox acuden a ellas junto con lo peor del populismo de extrema derecha europea; y lo que quedaba de centro político español habrá sido destruido por sus mismos titulares y ejecutado en plaza pública por los “populares”, y eso que bien necesitarían los del PP de ellos para que el grupo liberal del Parlamento Europeo no sea dirigido en lo que a la política española se refiere por los nacionalistas e independentistas del PNV y de Junts… y es que resulta preciso advertir que, acabadas las Navidades, terminó la temporada de regalos y comienza la de rebajas,

En cuanto a las cosas del gobierno, Sánchez seguirá jugando a dirigir su circo de tres -o cuatro- pistas, confiando en que lo que le nieguen los nacionalistas se lo darán los del PP. Más en concreto, el Real Decreto que considerarán las Cortes esta misma semana, incorpora a la Ley de Enjuiciamiento Civil un nuevo artículo, 43 bis, sobre la «cuestión prejudicial europea», que podría poner en cuarentena la aplicación de la ley de amnistía. Junts ya ha anunciado su rechazo, con lo que todas las miradas se dirigen ahora hacia el PP. Cualquiera de las posiciones que adopte éste se volverán en su contra, engordando, por débil, a Vox, o enajenándole el respeto de sus votantes, deseosos de que la injusticia que es la proposición de ley de amnistía disponga al menos de alguna dificultad en su ejecución.

Pero es que el laboratorio de ideas del presidente trabaja sin descanso en okupar (no es un error sintáctico) todos los espacios, aunque no le sean propios. Es poder -o mando- y es oposición de la oposición. Y si no le sale bien esta última jugada, aún podrá someterla al pudridero de las mercancías que, cuando el tiempo pasa, cada vez huelen peor. Una semana, dos, un mes… y luego azuzarán a los dóbermans de sus acólitos para advertirnos a todos de que es el PP el el problema, y si la descomposición del producto avanza, el hedor contaminará las ciudades y aldeas gallegas, lo mismo que la pésima gestión de los pactos autonómicos con Vox infectó a las generales de julio.

Entretanto, el presidente seguirá dirigiendo la particular carpa en la que está convirtiendo España, consciente de que, una vez investido, será más que difícil que prospere en su contra una moción de censura por mucho que Junts se le rebele totalmente -lo cuál resulta bastante improbable- y apoye la candidatura de Feijóo, lo que supondría el canto del cisne final del gallego.

Cuestión diferente será la de las elecciones vascas, en las que el apoyo del PSOE al PNV o a Bildu se convertirá en una decisión relevante. Si el partido de Ortuzar resulta agraciado, los de Otegi seguirán recibiendo dádivas que, como la de la Alcaldía de Pamplona, quedarán ocultas hasta el momento más propicio; si es Bildu quien consigue la Lehendakaritza, los jeltzales quedarán situados en un terreno incierto, obligados a regañadientes a seguir apoyando a Sánchez o a emigrar hacia el PP con su pacto de investidura como moneda de cambio -que es posible que Feijóo les conceda, lo cual sería peor que un crimen, un error, y además inconstitucional- y en compañía de Vox, por mucho que ambos partidos se detesten entre sí.

Así empieza el año del cubo de Rubik. Un juego en el que sólo el presidente del gobierno dispone de las piezas y su solución, y al que el resto de la clase política y los ciudadanos asistimos como meros convidados de piedra. Un buen argumento para una nueva serie de televisión que sería el anti-Borgen, porque apenas sí advertimos entre los actores principales y los del reparto algo más que un ansia desmedida de mando o un sálvese quien pueda. Un buen relato si no fuera porque no se trata de un libreto de ficción.

Pese a todo, les deseo el mejor de los años posible.

domingo, 17 de diciembre de 2023

Sánchez, ¿funambulista o director del circo?


Publicado en El Imparcial, el 14 de diciembre de 2023

Existe ya una cuantiosa literatura publicada en los diferentes medios de comunicación por la que el presidente del gobierno se habría convertido en una especie de rehén de sus socios independentistas, nacionalistas, y aún de la extrema izquierda y la izquierda extrema -por parafrasearle-. Una legión de saboteadores en potencia de su tortuosa legislatura a los que se han sumado -¿restado?- las ahora devastadas huestes de Podemos.

Un Sánchez en el difícil equilibrio del trapecio, una especie de Pinito del Oro, también sin seguridad, y aún carente de pareja que le aguante la escalera para subirle a la barra y que siga sus maniobras desde el suelo para contener el desastre de una eventual caída… esa es una de las imágenes que quizás cultiva el propio personaje de esta historia de la España actual, dado que a los mortales nos gusta atender los relatos en los que los buenos son hostilizados por los malos, de modo que la justicia intrínseca del argumento es que prevalezcan los adalides de la libertad sobre los villanos que la pretenden conculcar.

Pero existe otra posibilidad. Consiste ésta en que sea el propio Sánchez el que dirige este enorme circo de la confusión en el que ya lleva un tiempo instalado nuestro país. Esto es, que no es el presidente uno de los figurantes de la función -incluyendo entre ellos, por supuesto, al domador de fieras varias-, sino que, dentro y fuera de la pista, es Sánchez quien ejerce de verdadero maestro de ceremonias, como propietario que es del negocio.

Por seguir con el ejemplo sobre el que se construye este argumento, el espectáculo montado sobre el escenario público se parece al de aquellos que se denominaban en los remotos tiempos de la edad de oro del circo como de diversas pistas, quizás más de tres -que ya eran difíciles de seguir para el espectador-, como en el célebre Ringling. Una primera, la más comentada por lo sensible que resulta, es el escenario en el que actúan los artistas independentistas catalanes, Puigdemont y sus gentes de Junts y las ERCs, que compiten entre sí para obtener el favor de su público, y en la que por el momento son los primeros los que nos ofrecen las piruetas más desvergonzadas y rocambolescas; una segunda viene del norte y es la que enfrenta a los herederos del nacionalismo reaccionario -todo nacionalismo lo es por definición- de Sabino Arana, y en la que contienden los ya un tanto casposos peneuvistas y los que a la herencia sabiniana unen la sangrienta de ETA, es ésta una pista que recupera su interés después del anunciado apoyo del PSN a los de Otegi para la moción de censura en el ayuntamiento de Pamplona, en esta parte del espectáculo el PNV pretenderá mantener como socio de gobierno en tierra vasca al PSOE de allí, pretensión a la que también aspira Bildu; y una tercera, la de las extremas izquierdas, que bajo una pretendida capa de contenido social ya se encuentran en un verdadero proceso de recíproca anulación cainita.

Extramuros de la sociedad del gobierno y sus apoyos se encuentran los partidos de la derecha. Nadie diría que es el mismo director del espectáculo el que dirige sus pasos, pero no caben demasiadas dudas respecto de que actúan también a sus dictados, aunque sea de manera involuntaria. Vox, con sus desaforadas invectivas, parece cada día más un espantapájaros ideado por el presidente y al servicio de sus propósitos, y el PP no acaba de encontrar su lugar en la trama, tanto porque no sabe cómo integrar al elefante que tiene en su habitación -el partido de Abascal- en su espacio visual, como porque tampoco conoce cómo combinar una oposición radical al gobierno con una pretendida política de estado y de acallamiento de sus baronías regionales gobernantes, preocupadas ahora por el ahogo financiero si su partido nacional de referencia no se adecúa con la actitud que el gobierno exige. Y, como de circo hablamos, uno puede pensar que el partido de Feijóo se parece al oso amaestrado que baila al son de los tambores que le preceden, el caso de Vox ya no sólo lo parece.

Y esta que es la semana del atropello más grave que está sufriendo la Constitución española -quizás después de los golpes de estado del 23-F y de la declaración de independencia del parlamento de Cataluña-, la semana en la que empieza a debatirse, por el trámite de urgencia y sin los informes previos de los organismos que garantizan su adecuación, la proposición de ley de amnistía, las gentes de Moncloa están consiguiendo que no se hable demasiado del asunto y sí de cuestiones que operan como cortinas de humo del que es el asunto principal: las sectarias declaraciones del presidente de Vox o la sensible preocupación de Sánchez por la situación de Palestina, de “su” sedicente libro o de las navidades con la inflación que debería recortar gastos -aunque tampoco lo consigan-. Y, mientras tanto, Sánchez sigue colonizando instituciones y empresas públicas con sus amigos y principales colaboradores, ordenando en la política exterior y mandando en la interna.

Me atrevo a sugerir que es más bien éste el argumento a cuyo desarrollo estamos asistiendo. Político que asume riesgos como hace el presidente del gobierno, quizás intuya que el de operar en la red sin protección le podría someter a un desenlace fatal. Para el recuerdo queda que Pinito del Oro sufrió tres caídas casi mortales: en la primera, se rompió el cráneo y permaneció en coma ocho días, con sólo 17 años; se rompió otra vez el cráneo, tres veces las manos, y tuvieron que operarle los pies para erguirle los dedos, encorvados de tanto puntear en el trapecio.

Demasiados trances para que los asuma un político que dice operar en tierra firme…

viernes, 1 de diciembre de 2023

De los nuevos y los viejos socialistas


Publicado en El Imparcial, el 30 de noviembre de 2023

Los sucesivos gobiernos de Pedro Sánchez han abierto, una detrás de la otra, una sima cada vez más profunda entre el viejo partido socialista y el nuevo. Los dirigentes de los primeros tiempos de la democracia -los González, Guerra, Corcuera…- se diría que se asemejan para el nuevo y omnímodo secretario general de esta formación, a los que fueron derrotados por aquéllos en el congreso celebrado en la ciudad de Suresnes, a las afueras de París, en el año 1974. Urdieron, los entonces jóvenes socialistas, el llamado “Pacto del Betis”, entre sevillanos y vascos, para la defenestración de Rodolfo Llopis y los suyos, contando con el apoyo de la fundación Ebert del SPD alemán.

En mi juventud, en ocasiones, escuchaba las emisiones en español de Radio París. En ellas se colaban a veces los comunicados de aquel PSOE histórico. La lejanía de sus dirigentes de la realidad política de nuestro país les llevaba a presentar la situación de una manera espeluznante. La pobreza era dueña de los hogares, la represión se producía de manera desmedida y la infelicidad de los ciudadanos era la constante de una sociedad a la que se le negaba sin tasa el pan y la sal. Estaba claro que el PCE y Comisiones Obreras, mucho más pegados al interior, no suscribían esos apocalípticos manifiestos.

Vino ese nuevo y esperado PSOE, y con él la renuncia al marxismo, el abrazo a la socialdemocracia y a la política atlantista, y el desarrollo de nuestro camino europeo. Y que pactó la Constitución. Se trataba de un partido correoso y combativo, pero que disponía de un sentido de estado, que practicaba el método del consenso y que admitía la alternancia como una de las expresiones básicas del juego democrático.

Ese partido empezó a morir cuando un nuevo líder, José Luis Rodríguez Zapatero, le ganó a José Bono el congreso que se celebró en el año 2000. Vino después el pacto del Tinell de 2003 por el que nacionalistas y socialistas -el PSC- decidían impedir que el PP volviera al poder. La alternancia quedaba proscrita.

Un intento de reconducir la situación lo protagonizaría la vieja guardia para evitar que Pedro Sánchez se hiciera con el control definitivo del partido, toda vez que Zapatero había agotado el sin duda peor de los gobiernos habidos en democracia, con exclusión de su sucesor socialista. Además de una gestión económica que nos condujo al punto de la intervención de las autoridades económicas europeas, agitó Zapatero con el espantajo de la memoria histórica el recuerdo de las dos Españas que creíamos definitivamente superado.

Pero el 39 congreso socialista, celebrada en 2017, entronizaría a Sánchez en lugar de a Susana Díaz. Batida en retirada la vieja guardia, el flamante líder iniciaría su asalto al poder, obteniendo finalmente la presidencia del gobierno ese mismo año mediante una moción de censura, en la que sería apoyado por la extrema izquierda, los nacionalistas e independentistas e, incluso, la coalición de partidos en la que se integra Sortu, la marca política de ETA.

No tendría que pasar mucho tiempo para que el presidente -a pesar de sus manifestaciones en sentido contrario- entronizara al populismo de extrema izquierda en el gobierno. Y no sólo eso, sino que integrará además la metodología de conservación del poder que le habría explicado Pablo Iglesias, importada del ideólogo post-marxista argentino, Ernesto Laclau. Un discurso del que se apropiaba Sánchez antes de desprenderse del emisor del mismo. Le resultaba al presidente más conveniente un partido subordinado a él -como la suma de facciones lideradas por Yolanda Díaz- que una organización dispuesta a sustituirle.

Y la hoja de ruta del populismo, el de Laclau o el de Víctor Orban, es similar. Sólo se diferencian en los presupuestos ideológicos pero no en sus objetivos de la ocupación más amplia posible del poder. Ganadas las elecciones, corresponde cancelar la separación de poderes. Decía el ex-presidente uruguayo, Julio María Sanguinetti, -buen amigo, por cierto, de Felipe González que “es el resguardo principal de la libertad en estas democracias aún imperfectas. Después de todo -añadía-, como dijo Kant, el legislativo es ‘irreprensible’, el Ejecutivo es ‘irresistible’ y el Poder Judicial es ‘inapelable’. Aun en el error”.

Se da comienzo entonces el asalto con el poder judicial -la pieza del Tribunal Constitucional ya ha sido cobrada, le seguirá el CGPJ-, vendrá -ya está viniendo a través del trato de favor a los medios afectos y el olvido a los contrarios- el acoso al mundo de la comunicación, y la ocupación -o el puenteo- de cuantas instituciones de control no le hayan sido propicias, convirtiendo el espacio público en una mera prolongación de ese “irresistible” gobierno.

Y aún más. Ya quedan en el olvido la ley de memoria democrática, el estropicio del “sólo el si es sí’, los indultos y la desprotección del estado respecto de las amenazas interiores que reciba por vía del Código Penal. Viene con velocidad de vértigo la amnistía, en este tobogán imparable al que nos vemos sometidos. Habrá verificadores internacionales y una legislatura teledirigida desde Waterloo o la Generalitat, también la bilateralidad con el País Vasco y la concesión de su nacionalidad a éstos y a los catalanes, y ya sabemos que una nación siempre tiene derecho a convertirse en estado. Vendrá el asalto a la forma de estado y se intentará la Tercera República Confederal.

Roto ya definitivamente el consenso constitucional por gracia y obra de un gobernante que pretende construir un muro -como Trump- y destruir los puentes, el edificio del 78 se hace añicos porque se basaba éste en dos fuerzas políticas comprometidas en la aceptación de sus reglas fundamentales, sólo cabe -a mi modesto juicio- que pisados todos los callos posibles, algunos socialistas comprendan que la única vía posible consiste en la reconstrucción de un partido socialdemócrata, dispuesto a pactar, y que fije una frontera clara con los nacionalistas, la extrema izquierda, los independentistas y la marca blanqueada de ETA. Un partido que nazca de los estragos cometidos por el actual presidente, ya lo decía el sabio Conde de Romanones: “La derrota por el enemigo de siempre no es derrota total. Es derrota completa el triunfo del disidente”. 

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