sábado, 16 de mayo de 2020
La utilidad de Ciudadanos
Publicación original el 14 de mayo de 2020 en El Imparcial
En sus análisis sobre la dictadura cubana, el líder social Dagoberto Valdés, insiste siempre en la pregunta de Alicia al gato de Cheshire en el inolvidable relato de Lewis Carrol: ¿Dónde está la salida? Y la respuesta del sonriente animal: “Esto depende en gran parte del sitio al que quieras llegar”.
Instrumentos y objetivos, esos son los elementos que, en efecto, condicionan las decisiones humanas. Estado de Alarma, de Excepción o legislación básica como medio para combatir la pandemia y recuperación de la normalidad económica ahuyentando la posibilidad de un rebrote. Y, en el cuadro, un escenario de libertades ciudadanas sacrificado en el altar de los datos de los técnicos que no conocemos ni conoceremos seguramente y que no se utilizan de manera igual para todos.
No resulta fácil la elección, desde luego. Aún más cuando la lógica democrática exige como respuesta adecuada la negociación y el consenso, prácticas desterradas en los usos políticos de la España contemporánea salvadas las excepcionales maneras de la transición.
En España no se negocia, se impone. No lo hizo Aznar después de las bombas del 11-M, ni lo estaba dispuesto a hacer Zapatero (obligado por la Unión Europea y advertido por los presidentes de China y de Estados Unidos) para modificar la Constitución que habilitara el munífico riego de ayuda financiera para el rescate de la banca.
Para conjurar esa tragedia (y para evitar la otra: que la política española se vea casi permanentemente gobernada por las irrefrenables ansias de los nacionalistas) nació Ciudadanos. Un partido bisagra que, sin embargo, sufrió de una contaminación macroniana -por Emmanuel Macron-, y Albert Rivera creyó que, un momento político como los que describía Nicolás Maquiavelo en la siempre turbulenta política florentina, más recientemente producido en Francia, podría ocurrir en España. No le faltaba algún motivo en esa intuición: la crisis de corrupción que sumió al PP en una difícil perspectiva de futuro y un PSOE al borde del sorpasso por Podemos, podían albergar alguna esperanza en la meteórica ascensión de Ciudadanos -un incremento de votos que aparecía en todos los sondeos hasta justo antes de que triunfara la moción de censura que conduciría a Sánchez a la presidencia del gobierno.
Siempre he creído que la ambición es una cualidad legítima en el ser humano. Pero, en política, la ambición llega -puntualmente- hasta el momento en que se cierran las urnas y se cuentan los votos. Entonces es cuando los dirigentes políticos deben saber interpretar adecuadamente el lugar en el que han dejado los electores a su partido. Si éste es el que definía antes -un partido bisagra- la ambición por llegar a la presidencia del gobierno debe ceder a la ambición de influir del mejor modo posible (insisto, moderando y centrando) las políticas del gobierno. Eso es precisamente lo que no hizo Rivera.
Por lo que llevo afirmado, creo que el debate partido bisagra versus partido mayoritario es, sencillamente, un debate falso: se es lo que se puede, y lo que se puede en democracia es lo que dicen los votantes; cualquier transgresión a esa regla conlleva la pena del castigo electoral en los comicios siguientes. Eso ocurrió con Ciudadanos.
La recuperación ahora por Inés Arrimadas de la función de partido útil ha sabido evitar la tentación de confundir las tácticas con la estrategia, los sondeos con la política bien hecha, el regate corto con los intereses generales de España; huir de la dictadura que imponen a la clase política el postureo y las RRSS como única manera de gestionar los cosas de todos; volver a los clásicos, que pensaban más en las generaciones siguientes que en ganar las próximas elecciones.
Y volviendo a Alicia, el lugar al que pretendemos dirigirnos no es otro que la recuperación del modelo de economía social de mercado y de las libertades civiles. Justo lo que el socio del presidente del gobierno pretende abolir, uniendo en su personal hoguera de San Juan de los muebles viejos a instituciones que -como la monarquía- han actuado siempre como valladar a la ruptura nacional.
Una tarea que no es fácil, que requiere de prudencia, perseverancia y negociación. No fácil, pero sí imprescindible.
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