Artículo de Fernando Maura, publicado en El Imparcial, el 18 de julio de 2022
Quienes han dedicado su atención a las relaciones entre los movimientos terroristas que ensangrentaron Europa en las décadas de los años ‘60 y ‘70 no han pasado por alto la especial relación que mantuvieron ETA y el IRA. Esta última, creada en el año 1969, en su versión del IRA Provisional, si bien procedía del llamado IRA antiguo -o ejército oficial irlandés-, que tuvo su origen en 1919, hasta su escisión 50 años más tarde. No deberá olvidarse tampoco, siempre en lo que se refiere a los orígenes de las bandas asesinas, que la organización que reivindicó la independencia de Euskadi con el nombre de ETA, fundada en el año1959, procedía generacionalmente de hijos de señalados dirigentes del PNV, que reprochaban a sus padres su actitud consistente en beneficiarse económicamente del franquismo, en tanto que relegaban la causa de las “libertades vascas” al baúl de los recuerdos y de la nostalgia, como señalaba Jon Juaristi en su “bucle melancólico”.
La relación pública entre Herri Batasuna (brazo político de ETA en su marca más conocida) y el Sinn Fein (que lo fue del IRA provisional), además de la que hayan podido mantener ambas bandas terroristas en privado, tuvo expresión muy señalada en mayo de 1994, en Bilbao, en la calurosa recepción que los “abertzales” (patriotas) vascos dedicaron al líder del partido irlandés Gerry Adams. El lema que corearon los anfitriones como saludo a Adams no podría ser más significativo: “jo ta ke irabazi harte" (dale que te pego hasta vencer). Recuérdese que fueron doce los asesinatos perpetrados por ETA sólo ese mismo año.
Un año (1994) en el que, por cierto, el IRA decretó un “alto el fuego” en el marco de las negociaciones en cuya primera edición, su brazo político, el Sinn Fein, participó; cuatro años después se llegaría al célebre “Acuerdo de Viernes Santo”. A punto de finalizar el ciclo de gobierno socialista protagonizado por Felipe González, Herri Batasuna vivía momentos menos felices: sólo contaba con dos diputados en el Congreso, aunque sí disponía de once en el Parlamento Vasco; como consecuencia de los acuerdos políticos entre el PP y el PSOE, que cristalizaron en la Ley de Partidos, la organización hermana de la banda asesina fue ilegalizada en 1998.
Hoy en día las estrategias de ambos partidos, consistentes en operar su blanqueamiento por parte de la política oficial, funcionan a la perfección. Es suficiente para adverar esta tesis la aceptación de sus votos por los gobiernos o el mismo crecimiento electoral de los que nacieron a la sombra del terrorismo. Según el autor de “One Man’s terrorist. A political history of the IRA”, Daniel Finn, en un artículo publicado por “Le Monde Diplomatique” de junio de este año, “habiéndose convertido el Sinn Fein en el primer partido en la República de Irlanda al final de las elecciones generales de febrero de 2020, es ahora también la principal fuerza política en Irlanda del Norte, donde ha logrado destronar a su histórico adversario, el Partido Unionista Democrático (DUP). Situado ahora en una posición de fuerza, el Sinn Féin promete someter a votación la cuestión de la unidad de la Isla Esmeralda en un plazo de diez años”.
Los momentos políticos que atraviesa Bildu no son menos brillantes. Convertido en el elemento esencial de los apoyos al decadente gobierno de Sánchez, el partido abertzale acaricia ya la posibilidad de sobrepasar al PNV como primera fuerza política en el País Vasco y constituir -quizás con la inestimable ayuda del PSOE- un gobierno de coalición que permita a su líder, Arnaldo Otegi, condenado por delito de terrorismo, residir en el vitoriano Palacio de Ajuria Enea.
Les ha bastado al Sinn Fein y a Bildu aprovechar las oportunidades: el primero del desastroso Brexit y la nueva frontera entre el norte y el sur irlandeses para personas, mercancías y servicios; o la debilidad, unida a la torpeza del gobernante Sánchez en el segundo de los casos, para poner en valor la utilidad de su aportación pública y política. Y está claro que están rentabilizando esas ocasiones.
La actual operación de blanqueamiento de Bildu nada tiene que ver con la reforma laboral, como ocurrió con el más significativo acuerdo entre Bildu y Sánchez; ahora se trata de la seguramente más ignominiosa -pero sin duda más eficaz para los terroristas- ley de memoria democrática, que no sólo lavará la cara a los asesinos, sino que procurará adjudicar su dosis de betún a los dirigentes políticos de los primeros años de la democracia española, y arrojará no pocas sombras respecto del más exitoso proceso político que haya emprendido España en los últimos tiempos: el de la transición democrática.
Que la silueta de la sospecha se deslice hacia los predios de UCD es, por lo visto, cuestión de menor entidad. Otra cosa ocurre con la vieja guardia del PSOE, siempre atenta a lo que acontece y permanente vindicadora de su papel en el proceso; pero al actual presidente del gobierno eso poco le importa. Aunque contamine la historia reciente de su partido: es muy posible que todavía anide en su espíritu el afán de la venganza por la deposición de su liderazgo al frente del partido a cargo también de sus antiguos dirigentes, en octubre de 2016, o el cierre de filas de los mismos en torno a Susana Díaz, siempre en su contra.
Pero lo que está haciendo Sánchez con Bildu, además de una indignidad, en la medida en que afrenta a las víctimas y ofrece una tan airosa como inmerecida salida de escena a los victimarios, es una temeridad. Ya lo hizo su predecesor Zapatero con ETA y lo remató Rajoy con su habitual abstencionismo displicente, desterrando ambos a sus partidos regionales en el País Vasco a la irrelevancia, cuando en buena y justa lógica deberían haber resultado los vencedores en el relato de lo ocurrido y en los apoyos electorales. Es la temeridad de que la serpiente (no otro es el símbolo de ETA) se apodere del presupuesto, del BOE vasco y de las decisiones de los gobiernos de lo que queda de España. Y atención con las palabras de Mertxe Aizpurua, su portavoz en el Congreso: “Estamos seguras también que más pronto que tarde podremos construir una república vasca libre y democrática”. Un aviso para navegantes que, conociendo los antecedentes de semejantes sujetos, convendría no echar en el saco roto que contiene las bravatas de los chulos de barrio.