jueves, 14 de septiembre de 2023

Las tribulaciones del PNV

Publicado en El Imparcial, el 7 de septiembre de 2023


Bastaría remontarse al año 1936 para situar un debate que se suscitaría entonces -y en adelante- en el seno del PNV. Una discusión que no hacía entonces referencia a los pretendidos orígenes de ese constructo artificial que están dando ahora los “jeltzales” en denominar “nación foral vasca”, y que según el Lehendakari Iñigo Urkullu encontraría sus raíces en el siglo XVIII. Por fortuna, no ha recurrido en esta ocasión el presidente del gobierno autonómico del País Vasco al discurso del “linaje de Aitor” que nos recordaba Jon Juaristi en su ensayo del mismo título, según el cual los vascos procederían directamente de Dios; tampoco a las palabras que escribió su predecesor Juan José Ibarretxe señalando que ha sido “la tenacidad (no una desmesurada inteligencia) lo que explica que este pueblo siga existiendo después de siete mil años”.

Se me podrá rebatir con la idea de que el concepto “pueblo” y el de “nación” constituyen categorías diferentes. Lo que sí considero indiscutible es que los nacionalistas mantienen un duro combate en contra de la historia y que su concepto de “lo vasco” alcanza proporciones mesiánicas a la par que mayestáticas. Tampoco creo que habrá mucha discusión entre historiadores y tratadistas en no situar el nacimiento de una nación en los tiempos medievales; pero ya digo, en palabras prestadas ahora de mi amigo Julen Guimón, “para ellos (los nacionalistas) el futuro es exacto (siempre gobernarán), sin embargo, el pasado es impredecible”.

El PNV ha vivido, al menos desde 1936, el conflicto entre dos modelos, el de sociedad y el de Estado; y siempre ha optado por este último. Aun cuando se trata de un partido de origen burgués, ya se sabe que el origen de Sabino Arana, su fundador, era el de una familia propietaria de unos astilleros, y las motivaciones más inmediatas de su ideología las encontraría en el nacionalismo catalanista, que no se podría calificar, sin grave contradicción histórica, de proletario, en un cóctel ideológico en el que el carlismo operaba como ingrediente fundamental, lo mismo que en gran parte del catalanismo. Sometido a la presión divisoria -hoy diríamos que polarizadora- de los meses, y aún años, previos a nuestra incivil contienda, los peneuvistas recibirían el ofrecimiento de los sublevados contra la República de unirse a ellos. Sería el dandy vergarés, Telesforo Monzón, quien pediría para eso armas a los franquistas; poco después, el PNV compartiría causa con las izquierdas, mediando el ofrecimiento de Prieto de un estatuto de autonomía, en cuyo primer gobierno ocuparía don Telesforo el cargo de responsable de Gobernación (bajo su negligente mandato se cometerían numerosos crímenes y tropelías a cargo de los milicianos socialistas, comunistas y anarquistas). Más recientemente, Monzón sería adalid del movimiento proetarra Herri Batasuna.

El gobierno vasco en el exilio estrecharía las relaciones entre nacionalistas y socialistas, que cristalizarían con acuerdos de coalición entre ambas formaciones políticas al advenimiento de la democracia. Eran los tiempos en los que se creía que el PNV -en palabras de Nicolás Redondo Terreros- era la solución, no el problema. Y eso se mantuvo, en una primera fase, durante doce años (entre 1987 y 1998). En esa época ETA asesinaría a unas 250 personas -socialistas, algunas de ellas-, ante una mirada distante cuando no complaciente, del PNV. Nos han salido un tanto levantiscos -podrían decir-, pero son nuestros. No nos olvidemos del irredentismo violento que era el carlismo, origen tanto de los unos como de los otros; tampoco del “agitad vosotros el árbol, que nosotros recogeremos las nueces”, que les espetaría Arzallus.

El cordón umbilical entre el PNV y ETA nunca se cortó radicalmente. Pero ahora son los hijos quienes se aprestan a matar -parece que sólo políticamente en este caso- al padre. Y el partido del Jaungoikoa eta Legezarrak (Dios y Leyes Viejas) vuelve por donde solía. En el marco del debate entre un modelo de centro-derecha y otro de populismo izquierdista, decide echarse de nuevo al monte del secesionismo. Y si Urkullu ganó a los seguidores de Ibarretxe, una vez que Imaz controlara el desbordamiento, ahora presenta una copia del plan de aquél, con el aditamento de que, al menos, el ex-Presidente del Gobierno Vasco dio la cara presentando su bodrio en el Congreso. Urkullu se oculta ahora, apocado, detrás de la invocación de una llamada Convención.

Le habrán soplado seguramente sus gentes desde Bruselas que había un proyecto de “Convención europea”, destinado como se sabe a contribuir a la federalización de Europa. “Federar es unir”, me decía mi profesor don Pablo Lucas Verdú en la universidad de Deusto. El propósito peneuvista recorre el camino precisamente opuesto, el del federalismo ‘asimétrico”, esto es, el confederalismo, la fragmentación, la desigualdad y el privilegio.

Y entre tanto, un nuevo fantasma recorre España… parafraseando el comienzo del Manifiesto Comunista, que es el del espectro Ferrovial. Si las empresas radicadas en Cataluña huyeron de allí a causa de la inseguridad jurídica provocada por el independentismo, y la empresa presidida por Rafael del Pino abandonaba más recientemente Madrid debido al ambiente anticapitalista generado por Sánchez y sus socios, se rumorea que Iberdrola y el BBVA podrían hacerlo también, perjudicando a toda España en general y a Vizcaya en particular, provincia en la que mantienen su razón social (sólo en el caso de la primera de las dos empresas, se asegura que el impacto que esa decisión tendría sobre las cuentas vascas llegaría a unos 2500 millones de euros).

El PNV debería valorar si su estrategia de confrontación con Bildu, consistente en un desbordamiento nacionalista, es la más correcta para sus intereses. Emerge de nuevo el debate de siempre: modelo de sociedad, modelo de destrucción de España…

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