Publicado originalmente en El Huffington Post, el miércoles 27 de julio de 2016
Estamos en una semana decisiva en la pequeña -aunque importante- historia de la formación de un nuevo Gobierno para España. Es verdad que todas las semanas y todos los días merecen compartir este calificativo, pero la aparición en la escena del rey y sus consultas a las formaciones políticas, después de la constitución del Parlamento, supone que los plazos empiezan a contar. El próximo viernes, después de recibidos los líderes de los partidos, don Felipe informará a la presidenta del Congreso del nombre de su candidato a la investidura; o aceptará que el "periodo de reflexión" sugerido por Rajoy se abra, aunque con plazos, ya que un sine die, ni resulta posible ni es razonable, dados los numerosos problemas a los que deberá confrontarse nuestro país en el futuro inmediato.
Y en esta semana, su majestad tendrá ante él las piezas de este mosaico que es la política española. Fragmentos de una unidad que no existe, pues casi nadie parece dispuesto a asumir su parte alícuota de responsabilidad en el derrotero de los acontecimientos. Como si todos los actores políticos supieran que el siguiente paso fuera el de abismarse en un precipicio, pero ninguno de ellos estuviera dispuesto a retroceder para encontrar una respuesta.
Todos se miran de reojo, todos esperan la solución de otros, todos presionan a un tercero... Y, sin embargo, deberían todos asumir que son parte de la solución para dejar de ser parte del problema.
Ciudadanos ya anunció que pasaría del no a la abstención, y eso a pesar de que no le gustaba la candidatura de Rajoy. El partido liderado por el presidente en funciones no ha considerado que su candidato pudiera eventualmente tener otro nombre. Y el PSOE tendría la "magnanimidad" de pasar a la abstención en el caso de que Ciudadanos dijera que sí a Rajoy. Si tú das dos pasos, yo doy uno, y el PP ninguno. Un juego imposible...
Un Gobierno en minoría del PP con sus solo 137 escaños estaría pendiente del doble hilo de un rechazo a sus presupuestos por la oposición o de un decreto de disolución de las Cortes firmado por el presidente.
O se trata de una partida de póquer en la que nadie quiere enseñar sus cartas hasta que las apuestas queden cerradas. Y entre tanto, la habilidad característica de algunos portavoces más o menos ocasionales del PP que pretenderían convencer a Ciudadanos, arrojando a Rivera al foso del circo para ser devorado por funcionarios y pensionistas, toda vez que sin Ley de Presupuestos para 2017, sus ingresos no se verían incrementados. Podrían decirle lo mismo al PSOE, porque sin la aprobación del techo de gasto no tendrán tampoco presupuestos las Comunidades Autónomas y los Ayuntamientos que gobiernan los socialistas. Podrían hacerlo sí, pero lo que ahora toca por lo visto es convencer a Ciudadanos.
El palo y la zanahoria del PP. Donde el palo consiste en echar sobre los hombros de Ciudadanos a los millones de funcionarios y pensionistas españoles. Y la zanahoria, en prometer a su líder una Vicepresidencia en el Gobierno con la portavocía añadida a ese puesto. Una zanahoria que tiene por cierto mal sabor, porque es un Gobierno que no tendrá más remedio que adoptar ajustes sociales —el Ejecutivo de Rajoy ya no podrá cambiar déficit por deuda cuando ésta ha alcanzado el 100%— y alguien deberá explicarlos.
Además, que la promesa de las poltronas forma parte de la vieja política, donde los cambios lo son de unos organismos que en medio de la siesta se acomodan para continuar su descanso. Diferentes nombres para hacer las mismas cosas, para quemar a los nuevos y mantener las mismas políticas durante unas cuantas generaciones más.
Urge por lo tanto coger el toro por los cuernos. Reunir a los líderes de los tres partidos constitucionalistas españoles —Podemos aún no sabe lo que quiere ser cuando sea mayor—, acordar una agenda de reformas y decidir después quién es el más indicado para liderarlas —normalmente un candidato sugerido por el PP, de este partido o un independiente—. Cualquier otra fórmula nos llevará a una legislatura corta y repleta de dificultades.
Porque un Gobierno en minoría del PP con sus solo 137 escaños estaría pendiente del doble hilo de un rechazo a sus presupuestos por la oposición o de un decreto de disolución de las Cortes firmado por el presidente. Y un Gobierno presidido por Rajoy, con el apoyo externo o en coalición de Ciudadanos no es lo que quiere esta formación política, que desconfía del presidente de un partido incapaz de controlar la corrupción que aflora de manera contumaz en su interior y ajeno a una agenda reformista en su acción de gobierno. Además, que no llegaría a la mayoría absoluta, y tendría que negociar seguramente con los nacionalistas.
En esta decisiva semana, el rey deberá analizar las piezas de este mosaico español y saber si con ellas cabe construir algo o dejar simplemente que continúen separadas, esperando a que madure la solución, o desembocar en la la solución que no lo es de ninguna de las maneras: que los electores resuelvan por tercera vez.