lunes, 20 de febrero de 2017

Recuerdos liberales en la muerte de Jose Antonio Segurado

Artículo publicado originalmente en Diario16, el domingo 19 de febrero de 2017

Acosados por la vorágine de los acontecimientos cotidianos, sin apenas tiempo para tomar aliento entre una información periodística y una noticia aparecida en television, una reunión y otra; la imaginación -o lo que sea- puesta en lo que deberás decir en un debate, una comunicación con cualquier compañero de partido o del parlamento, en lo que escribir de forma más o menos atropellada para expresar lo que crees que son las cosas que pasan en este mundo caótico en el que vivimos… por no añadir a estas tareas la de alimentar las redes sociales, atender y contestar los correos electrónicos, whatsaps y telegrams que se desparraman por decenas todos los días sobre tus dispositivos móviles. Pero, de repente, una esquela y el obituario que le sigue te transportan al mundo de los recuerdos: ha muerto José Antonio Segurado, anuncian. Y, como si se tratara de un alma que regresara a una reencarnación anterior, la imagen del que fuera mi presidente en el Partido Liberal se superpone a la de otros miembros de su partido, aquí en Madrid o allá en mi querido País Vasco, donde tantas veces la memoria duele, acuchilla, que diría Jon Juaristi. 

Segurado, el Presidente, como lo llamábamos con gesto irónico que no estaba exento de respeto, era un caballero de la política. Quizás por eso no duraría demasiado en ese cometido. Elegante en las maneras, cuidadoso con los contenidos, respetuoso con los rivales y cercano con los compañeros, Segurado intentaría construir un proyecto desde el centro político que, ahogado por la tenaza conservadora de los aliancistas y el despiadado abrazo de los democristianos, no sería posible. La historia del liberalismo español contemporáneo está jalonada por sonoros fracasos, producto de ese bipartidismo imperfecto del que sólo escapaban los nacionalistas catalanes y vascos. El Partido Liberal de Segurado no sería una excepción a ese largo rosario poblado por los intentos de Garrigues, Suarez, Schwartz o -de manera más progresivamente socialdemócrata- la UPyD de Rosa Díez. Claro que, en la mayoría de los reseñados casos, los votos se contaban; en el de Segurado nadie sabría muy bien si los electores lo eran conservadores, democristianos o liberales y algunos pensábamos que más bien procedían de los primeros y que los partidarios del liberalismo centrista no éramos mucho más que la dulce guinda que coronaba el pastel a modo de adorno.

En todo caso, por allí paseamos nuestras ambiciones e ideales varios gentes como Pio Cabanillas, a quien recuerdo bajo el dintel de una puerta, de la que como buen gallego no se sabía si entraba o salía; Esperanza Aguirre y su verbo encendido de neoliberalismo económico; Ramón Aguirre, siempre eficaz y correcto; el concienzudo organizador que era -y lo seguirá siendo sin duda- Juan Carlos Vera…

Y en el grupo de los liberales bilbainos, la memoria se torna en mueca amarga en el recuerdo de los que se fueron. Ese gran liberal de los tiempos clásicos en los que el liberalismo se conjugaba en antinacionalismo que era Adolfo Careaga, el empresario de ironía a veces mordaz que sin embargo escondía un corazón generoso que era Ramón Churruca o la siempre presente en el recuerdo, mi compañera, mi amiga, mi mujer, Anneli Lipperheide.

No todos se han ido. Ahí sigue por ejemplo con una salud envidiable Pilar Aresti, como una roca que hiciera frente a las firmes olas del Cantábrico. Y con ella se me va la imaginación a aquellas tormentosas reuniones —el liberalismo nunca ha tenido como característica principal la paz o las digestiones sosegadas— en una sala prestada por AP en la calle Henao de Bilbao o en el reservado de una ruidosa cafetería de la calle Iparraguirre que conseguía Adolfo Careaga por aquello de no deber a los conservadores ni siquiera ese espacio de okupas por horas que estos nos cedían.

Recuerdo que pasábamos las horas discutiendo acerca de si éramos parte de un todo —el apéndice liberal de la Coalición Popular— o la expresión naciente de un proyecto diferente. El tiempo se encargaría de enseñarnos que los liberales no teníamos por aquel entonces capacidad para volar con autonomía propia y la refundación de los tres partidos de la Coalición Popular (en realidad un partido, AP, y dos adminículos, el PDP y el PL) en el Partido Popular presidido por José Maria Aznar a nivel nacional y por Jaime Mayor Oreja en el País Vasco. Un PP que iniciaría desde la derecha conservadores un viaje al centro político, detenido después por Rajoy que descafeinaría de ideología a su partido y lo armaría con la solidez pétrea del inmovilismo.

Por aquel entonces, Jose Antonio Segurado mantuvo la dignidad ejemplar de un liberal de perfiles quizás más económicos que sociales y reformistas, coherente con sus orígenes empresariales, aunque de ningún modo ajeno al liberalismo político. Símbolo de una breve y apasionante etapa política Segurado se nos ha ido. Descanse en paz. Descansen también en paz todos los que nos acompañaron en aquella época y a los que la muerte nos ha arrebatado.

lunes, 13 de febrero de 2017

Marine Le Pen, sus rivales y los servicios secretos de Rusia



Artículo publicado originalmente en Diario 16 el domingo 12 de febrero de 2017

El vídeo de pre-campaña que acaba de hacer público la candidata del Front National, Marine Le Pen, describe a su protagonista en una bella playa en una mañana soleada y en paz. Las olas abrazan con suavidad los arenales de la costa en tanto que la política relata de manera rotunda un discurso que ella misma presenta como basado en sus convicciones de libertad -¡qué bella palabra para ser pronunciada por otros labios!-, independencia y firmeza ante los desafíos que afronta su país. La candidata narra después, con la ayuda de un álbum de fotos, su condición de mujer, de madre, de abogada, de francesa… lo que le permite evocar las amenazas del fundamentalismo islamista -las agresiones sexuales contra las francesas, por lo tanto-, exigir un futuro para sus hijos y ponerse del lado de las víctimas que se confrontan con la impunidad de sus agresores. Y, por supuesto, en resumen es… francesa y siente los insultos que recibe su patria como si los hicieran a ella misma. 

Enlaza sin solución de continuidad las descalificaciones a Francia con los sufrimientos de los franceses, a la vez que las imágenes nos muestran a una Marine Le Pen afable y trabajadora, cercana y competente. Y la música nos recuerda a cualquier thriller de persecución en el que inevitablemente el malo será atrapado por el bueno y llevado ante la justicia de los hombres… o de quienquiera que sea, porque el resultado sólo depende del grado de mandad alcanzado por el perseguido. La candidata alude entonces a las presidenciales como la elección de una civilización, en contra de los que fracasaron, traicionaron y mintieron. Por lo que es necesario poner a Francia en orden. Después Le Pen maneja el timón de un barco que surca esas aguas tranquilas y continúa con su letanía salvífica: quiere que los franceses puedan vivir en libertad, seguridad, prosperidad y justicia. Éstos son los motivos de su compromiso, dice. Las imágenes finales recogen el edificio del Eliseo cuando la candidata asegura que lo hará todo en el nombre del pueblo.

Marine Le Pen no se dedica a descalificar a esa banda múltiple de fracasados, traidores y mentirosos. Le basta con dedicarles una frase despectiva en la que les engloba a todos. Ella no es así, ella es… Francia, una Francia vilipendiada, acosada y atemorizada que debe elegir entre todo ese barullo y el orden. La candidata salvadora; la mujer, la madre, la abogada… la francesa: una especie de Juana de Arco que arrojará en este caso el fuego de la hoguera contra sus agresores.

Un buen vídeo de campaña que no debiera asustarnos si no fuera porque la candidata populista tiene un probable 24% de los votos y será sin duda la vencedora de la primera vuelta electoral.

¿Y los demás? ¿Qué ocurre con el equipo de incompetentes y mentirosos que se le enfrentan? Por de pronto el derechista Fillon se hunde en las encuestas después de probadas las colocaciones irregulares de su mujer e hijos; Hamon es un radical de izquierdas que nunca podría ganar a la candidata del Front National… y quedaría el centrista Macron como única solución posible ante el desbarajuste general, un candidato respecto del cual se exhiben dossiers de homosexualidad. La llamada a la homofobia y al machismo para descalificar políticamente a un adversario que refuerza los prejuicios reaccionarios y la tentación por los hombres fuertes llamados a enderezar los destinos de una patria errante, confundida, asombrada ante un mundo que ya no es capaz de comprender. Un hombre fuerte, aunque en este caso sea… una mujer.

Atención a éstos dossiers que aparecen en los medios de comunicación franceses respecto de los candidatos contrarios a Le Pen. Verdaderos o falsos, el mismo periódico que publicaba el informe sobre Fillon y las presuntas contrataciones fraudulentas de su familia, Le Canard Enchainé, sugería que los servicios secretos de Rusia estarían interfiriendo en la campaña electoral francesa para ayudar a la victoria de su aliada del populismo derechista en las votaciones del Parlamento Europeo. La utilización de las redes sociales a través de robots informáticos como instrumentos válidos para divulgar noticias falsas en lo que se ha denominado “campaña negra”.

Algún medio habría sugerido que los informes sobre Fillon o la afirmada vinculación sentimental entre el candidato Macron y el presidente de Radio France formarían parte de estas intoxicaciones que podrían influir en el ánimo y el voto del electorado.


Nadie debería extrañarse ante esta práctica: ya es conocida la afirmación de la inteligencia americana respecto de la intervención de Rusia en su reciente campaña electoral. La desestabilización en nuestro país vecino conduciría a un gravísimo daño a la Unión Europea, un daño del que muy difícilmente podría salir indemne.

viernes, 10 de febrero de 2017

Intervención en el Instituto Universitario Ortega y Gasset de la Fundación Ortega - Marañón sobre la política española en Latinoamérica


Madrid 9 de febrero de 2017

Mis primeras palabras tienen que ser de agradecimiento a la subdirectora del instituto universitario Ortega y Gasset de la Fundación Ortega-Marañon, Purificacion García Mateos, por la oportunidad que me ofrece de compartir con ustedes mi visión sobre la política, los retos, las oportunidades, las amenazas y las posibilidades que se abren a nuestro país en una nueva etapa política que vive España, un momento político que —añadiré— no es sólo diferente para nuestro pais, sino para Europa y el mundo, en el diseño global en el que nos encontramos, aunque no todos lo entiendan así.

Permítanme que haga una primera aproximación al asunto desde la política nacional.

Hasta las elecciones europeas de mayo de 2014, el mapa político español estaba definido por lo que los analistas políticos definían como un sistema de bipartidismo imperfecto. Dos partidos turnantes, UCD y PSOE, PSOE y PP, en situaciones de mayoría absoluta o relativa obtenían y controlaban el poder solos o con el apoyo de los partidos nacionalistas. Más en concreto de la coalición Convergencia i Unió.

Por lo general, el terreno de la disputa política lo era en todos los ámbitos entre los dos partidos principales, incluido el internacional y en especial en este último caso desde la llegada al poder del presidente Zapatero en el año 2004. Todos podemos recordar la escena de un presidente que hacia la ostentación de no levantarse ante el paso de la bandera nacional de los EEUU en el curso del desfile militar de la fiesta del 12 de octubre. Se trataba al parecer de una protesta ante la invasión de Iraq protagonizada por el presidente Bush hijo y al que prestaba su concurso el gobierno de España presidido por José María Aznar; una protesta que sin embargo se producía contra el conjunto de la población estadounidense, y no sólo contra la administración de un presidente: las banderas, al menos en otras latitudes, representan a todos los ciudadanos.

El guión seguido por los gobiernos socialistas desde entonces fue exactamente el contrario a los criterios que habían mantenido los gobiernos del PP desde 1996. Los amigos de España pasarían a ser sus enemigos y las políticas se modificaron como en el cliché de una foto, donde ahora correspondía suplantar el positivo por el negativo.

Las cosas no han ido mejor desde la mayoría absoluta del PP en 2011. La herencia recibida por los populares en cuanto a la situación de déficit presupuestario, la consiguiente dependencia de los fondos europeos en el rescate parcial bancario, unida a la ausencia de ambición internacional por parte del presidente Rajoy, reduciría nuestra presencia en los foros exteriores a las negociaciones con la Comisión Europea. Hacia el interior, una política basada en los ajustes y los recortes agravaría las relaciones entre el gobierno y la oposición convirtiendo los acuerdos en fenómenos para ser vividos en otros tiempos.

Pero la misma crisis económica, unida a la corrupción instalada en los viejos partidos, las perspectivas sombrías para los jóvenes que observaban que el ascensor social ya no era capaz de satisfacer sus lógicas ambiciones y un sistema que les negaba hasta la oportunidad de conseguir un trabajo y, con éste, la posibilidad de alcanzar una vida autónoma, produciría la emergencia de los nuevos partidos en la escena política nacional. Uno desde el populismo de izquierdas, Podemos; otro desde el centro, Ciudadanos.

Hasta 2011 era el tiempo del bipartidismo, desde 2016 es el tiempo de los acuerdos. Eso es algo que no todos han comprendido. Bien porque se han apegado a las viejas prácticas del bipartidismo, como el Rajoy que negó el encargo del Rey de intentar la formación de gobierno, bien porque su empeño consiste en consolidarse como el más importante partido de la izquierda española, a través de la fagocitación de la referencia española de la socialdemocracia europea. Pero sí hay quien entiende que no hay que pactar, sino por el contrario, asaltar o conservar el poder, hay otros que sí nos hemos aplicado el cuento de que el mapa político ha cambiado y con él las viejas prácticas.

Pero también Europa y el mundo han cambiado al mismo paso en que lo hemos hecho nosotros. La crisis de identidad de las sociedades occidentales, vividas a raíz del desastre financiero provocado por la Lehman Brothers, provocaría el fenómeno conocido como populismo. Un fenómeno que tiene su versión a la derecha -Marine Le Pen, Nigel Farage, Geert Wilders o el mismo presidente Trump- o de izquierdas -Syriza o nuestro Podemos.

Son de izquierdas o de derechas, pero como dice el dicho, los extremos se unen. Y los populismos, todos ellos, se basan en ofrecer respuestas simplistas a problemas complejos. De esta manera, la solución de todos los males que nos acosan consistiría según ellos en retornar a las viejas fronteras, el proteccionismo, el regreso al concepto del estado-nación... volviendo a escenarios que creíamos superados, porque pertenecían a situaciones de los siglos XVIII, XIX o XX, en los que la defensa de todos estos principios, las fronteras, las identidades propias, los estados-nación nos llevaron -no lo olvidemos- a las dos guerras mundiales que vivimos en el XX, que fueron mundiales, pero lo fueron más que eso europeas, dos guerras civiles, en definitiva

Es verdad que la globalización, producto entre otras cosas de la superación de esos escenarios, ha llevado consigo sus problemas; que determinados sectores sociales han sentido que sus aspiraciones profesionales se han visto seriamente comprometidas. La adaptación del mercado de trabajo a este mundo globalizado constituye sin duda uno de los retos más importantes ante los que nos encontramos, por lo mismo que también la tecnología induce a que las tareas manuales se ven sustituidas por los robots. Pero es imposible que la respuesta consista en poner puertas al campo en una decisión que además es incorrecta desde el punto de vista de la cesta de la compra de los ciudadanos, incluso de los que se ven perjudicados por la globalización: el coste de los productos que deberán ellos mismos adquirir se encarecerá de manera inevitable con el proteccionismo y la vaga esperanza de un futuro mejor se esfuma como algunas nieblas en los amaneceres cuando el sol irrumpe con fuerza a lo largo del día.

Y no sólo eso. Resulta que los populismos se alimentan a ellos mismos, provocan relaciones bilaterales cuando los instrumentos eran ya multilaterales, rompen los consensos y se potencian unos a otros. De este modo, Trump y Farage, Le Pen y Putin, constituyen los actores protagonistas de una nueva época que no sólo nos debe preocupar. Son -como ha dicho el presidente del Consejo Europeo Donald Tusk- graves amenazas que podrían dar al traste con buena parte de lo hemos construido entre todos, en especial desde la voluntad de quienes pusieron en marcha los mecanismos de una Europa integrada, en paz y en libertad y volcada al progreso económico de sus ciudadanos.

El resuelto combate ante esta gravísima amenaza exige que un país como España que tradicionalmente no ha prestado un excesivo interés a las cuestiones internacionales introduzca en su agenda estos asuntos e intervenga de manera exigente en el escenario político internacional.

En definitiva, que España recupere, si alguna vez la tuvo, una ambición internacional.

En este sentido, habría que decir que la ausencia de ambición política internacional demostrada por España en especial desde el año 2004 se ha puesto en evidencia en los dos ámbitos en los que nuestro país había jugado algún papel: el de la UE y el de Latinoamérica. La drástica reducción en la Cooperación internacional en las partidas de nuestros presupuestos constituye uno de los datos más indicativos de esa situación.

Es lo cierto que la política internacional es una de las cuestiones en que los cambios de gobiernos no deberían notarse apenas en cuanto a las accionen que se emprenden . "Inglaterra no tiene amigos permanentes, tiene intereses permanentes", dice el lema de la política británica en el exterior. Y España debería pretender alcanzar el mismo objetivo.

También en este mismo sentido, en la primera comparecencia pública realizada por el Ministro de Asuntos Exteriores en el pasado mes de diciembre y en la conversación privada mantenida con él más recientemente, como responsable de exterior de Cs he propuesto al Ministro Dastis establecer las bases para un acuerdo de Estado en política internacional. Un acuerdo que se abriría inmediatamente al PSOE y a Podemos, sin perjuicio de que no confío a día de hoy en que éste último se encuentre en condiciones de suscribir pacto de Estado alguno.

Un acuerdo que deberá -según nuestro punto de vista- impregnar de valores la política exterior española. Se trataba de una convicción que venía desde atrás para nuestro partido y para muchos de los que de una manera u otra hemos accedido a sus filas. Pero se trata de una convicción que se afianza ahora más si cabe, ante el panorama de las amenazas que afrontamos ya y a las que me acabo de referir.

Mención especial debo hacer en este momento a lo que considero como una verdadera agresión por parte de la administración Trump hacia nuestro país amigo, México, vinculado con nosotros por razones culturales e históricas. Nación de acogida de los españoles represaliados por la dictadura franquista que allí encontraron su acomodo.

Me refiero a los valores, unos valores que será preciso conjugar con el triángulo formado por el respeto a la legalidad internacional, la democracia y los DDHH y los intereses de España. Los intereses de España debo repetir, no los intereses de algunos españoles, por muy significados que sean esos españoles.

Ese triángulo virtuoso podría valer para definir la estrategia internacional de cualquier país de nuestro entorno occidental y democrático. Pero hay algo que distingue a España respecto de otras naciones europeas. Se trata del idioma con el que nos estamos comunicando ahora, el español, que es vehículo principal de comunicación de 560 millones de personas en todo el mundo. Un arma política de primer orden que ya constituye un porcentaje muy importante de nuestro PIB, que supone un instrumento comercial y económico fundamental. Pero no sólo eso, sino que es también un vehículo para la introducción de nuestra cultura -la española y la hispanoamericana- y, ¿por qué no decirlo?, con el idioma viaja también una determinada manera de entender la vida, el modo de entender las relaciones humanas, el modo de vivir. Eso que es la cultura que nos integra a españoles y latinoamericanos y que con frecuencia desprestigiamos tanto nosotros mismos a fuerza de ser un país extraordinariamente crítico con nuestras deficiencias. España, Latinoamérica, países de acogida, amables para quienes se acercan a nosotros desde otros lugares, otros continentes. España, el país que recibe a más estudiantes procedentes del Erasmus Plus, por ejemplo. O unos países en los que millones de turistas pasan sus vacaciones todos los años.

En este sentido nuestra política hacia Latinoamérica debería estar presidida no tanto por el concurso de las Cumbres Hispanoamericanas, de cuya eficacia y virtualidad tengo serias dudas, sino por la construcción de espacios comunes desde los que avanzar en proyectos ambiciosos en el escenario internacional. Espacios compartidos entre los países de Latinoamérica y España. Como podría ser la creación de un instituto Cervantes Plus, en el que se integren todos los institutos que promueven el español para acometer desde éste la tarea de proyectar el idioma común en EEUU y en otros países, como podría ser el caso de Filipinas, donde prácticamente se ha perdido. O en Brasil, China, la India, Rusia, en Africa, en otros países de Europa...

No es justo decir que en Estados Unidos el español es una lengua extranjera. Cuarenta millones de estadounidenses son hispanohablantes. La ciudad de Nueva York, o los estados de California y Texas, son territorios bilingües de facto, y en Miami y Nuevo Méjico prevalece el español sobre el inglés. Ni siquiera el inglés es el idioma oficial en los EEUU.

En Estados Unidos hay ahora mismo ocho millones de personas estudiando español. Y en el año 2050 el número de hablantes en español en EEUU superará al de los mexicanos,

Solo en el estado de California hay más emisoras de radio en español que en toda América Central. En el ámbito televisivo, Univisión y Telemundo marcan records de audiencia cada día frente a los medios en lengua inglesa.

El idioma español tiene en la actualidad 559 millones de hablantes y representa entre el 15% y el 18% de nuestro producto interior bruto. Este activo económico intangible es para muchos expertos nuestro ‘oro negro’ pero no ha sido lo suficientemente bien gestionado ni explotado, hasta la fecha. En la actualidad el número de interesados en el español aumenta considerablemente en todo el mundo
Hace pocos días se celebraba en Madrid la fiesta del cine, la gala de los Goya. ¿Y por qué no unos Goyas hispano-latinoamericanos? O el espacio artístico ARCO, que dará según informa la prensa de hoy mismo un importante espacio a los artistas argentinos. ¿Por qué no un ARCO hispano-latinoamericano?

Habrá que encontrar espacios comunes entre los países que formamos esta verdadera comunidad de hablantes, desde el idioma común, desde los valores que compartimos. Siempre en clave de igualdad, alejados de los viejos complejos que sin embargo y por fortuna nunca llegaron a enfrentarnos hasta el punto de convertirnos en enemigos irreconciliables. Hoy se trata por encima de todo de construir espacios de encuentro y colaboración,

Otro nivel de cooperación lo constituyen los espacios económicos, como el acuerdo Unión Europea - Mercosur, UE - Mexico o UE - Alianza del Pacifico, allá donde otros pretenden sustituir el multilateralismo por las relaciones bilaterales.

El efecto benéfico de los acuerdos comerciales en el nivel de vida de los ciudadanos de los países que los integran no debería en ningún caso dejar fuera de la agenda de su vigencia la cláusula democrática y el respeto de los DDHH por parte de las diferentes partes firmantes.

En esta nueva etapa de la política española que deberá estar presidida por los acuerdos, recuperar la ambición internacional en América Latina es una condición imprescindible. En este ámbito, tanto España como los países latinoamericanos ganaremos sin lugar a dudas. No estamos en un supuesto de suma cero sino de mejora general.

jueves, 2 de febrero de 2017

Rusia y la Unión Europea



Artículo publicado originalmente en Diario16.es el martes 1 de febrero de 2016

Tres son los motivos que se encuentran detrás del malestar ruso respecto de Europa: el primero tendría que referirse a la cuestión de las fronteras trazadas en el viejo continente después de la caída del muro de Berlín en 1989, que marcaría el final del ciclo que con manifiesta habilidad negociaba Stalin en la Conferencia de Yalta en febrero de 1945 y que no constituía sino una extensión de la política de aseguramiento de un espacio de protección estratégica para sus expuestas planicies y que se remontaría a los tiempos de los zares; el segundo haría referencia a la sensación de incomodidad que tendrían los rusos debido al tratamiento que éstos estarían recibiendo por parte de las potencias occidentales, más en concreto la Unión Europea y los Estados Unidos y la tercera, la ampliación progresiva de la OTAN, toda vez que algunos de los países que hasta 1989 estaban bajo su férula, se incorporaban a la UE y se asociaban a este instrumento militar.

Empezaré por decir que los asuntos que tienen que ver con los sentimientos resultan por naturaleza irresolubles y la política nada puede hacer salvo -en democracia- permitir que se expresen libremente y resolver las cuestiones más susceptibles de ser objetivadas y de las que eventualmente -distorsionadas o no- este malestar pueda traer su causa. Todos los nacionalismos y en especial los excluyentes padecen de este problema, juegan con un pretendido victimismo y consideran que el menosprecio que estarían recibiendo por parte de alguna situación exterior a ellos se encuentra en la raíz de sus pretendidos sufrimientos.

No ocurre lo mismo sin embargo con los otros dos factores enunciados también como parte del descontento ruso. Es evidente que la zona de influencia de este país como consecuencia de los hechos que produjeron la caída del muro de Berlín se ha visto reducido de manera drástica y que también es cierto que no será posible -ni deseable, agregaría desde mi punto de vista- al menos durante mucho tiempo, que ese espacio adquiera los límites fijados en Yalta. Pero sí parece necesario que vayamos comprendiendo algunas cosas que también por mucho tiempo no serán susceptibles de cambiar. ¿Alguien que esté bien informado puede pensar que Crimea podrá algún día próximo retornar a Ucrania? Incluso, ¿será posible pensar en que este país, Ucrania, pueda acometer un proyecto unificado entre su oeste pro-europeo y su este pro-ruso? Por muchas sanciones que le pongamos a Rusia no parece probable que esa política varíe.

En cuanto a la OTAN se refiere, las manifestaciones del portavoz oficioso de Trump -en realidad, el único portavoz del presidente de los EEUU es él mismo-, Jeffrey Lord, señalaría durante la campaña electoral que la única forma en que la OTAN siga siendo lo que viene siendo hasta ahora es a través de un incremento del 55% del gasto en defensa de los países europeos miembros, o sea un 2% y no un 1’28% que es lo que empleamos como porcentaje de nuestros PIB en los momentos actuales. Asunto difícil en los tiempos que corren, si pensamos en que los populismos que nos invaden en uno u otro Estados de la Unión demandan a los gobiernos más Estado del Bienestar que Defensa; o, por decirlo en términos clásicos, más mantequilla que cañones.

En cualquier caso, el re-pensamiento de la OTAN debería producirse sean cuales sean las nuevas estrategias de la administración Trump. Y no porque Rusia haya dejado de ser una amenaza sino porque no es la amenaza que era en su época soviética. Y porque sólo ha avanzado en los terrenos en los que los Estados Unidos ha retrocedido de forma voluntaria, como está ocurriendo en Siria, conflicto en el que apenas nadie cree que tenga alguna participación significativa; o haya recuperado alguna posición que había perdido como consecuencia de la crisis originada por el abandono del comunismo. Volver a pensar la OTAN como uno de los elementos que quedaron pendientes toda vez que el mundo de Yalta concluía y con él todas las certezas que conllevaba -incluso las de riesgo- y que se han visto sustituidas por todas las incertidumbres que lo son prácticamente todas.

Rusia es un país importante para Europa, clave para nuestra seguridad y su contraria, la inseguridad en la que vivimos. Por ello deberíamos reflexionar si conviene o no proseguir por un camino -que ya no es abordable en la práctica- o sustituirlo por una política de acuerdos que nos permitan un desarrollo de nuestro proyecto europeo en el que terceros países -como Rusia por ejemplo- no alimenten a nuestros populismos con el solo propósito de desestabilizarnos.

Es verdad que los populismos de Europa tienen bases endógenas y que éstas son las que más motivan su desarrollo, pero no es menos cierto que se ven alimentadas por terceros que como es el caso de Rusia no vacilan en evitar que prospere la ever closer Unión europea porque para ellos ese objetivo es sólo una amenaza.

Lo sea o no, y yo pienso que no lo es, Rusia así lo cree ahora.
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