Artículo publicado originalmente en Diario16, el domingo 19 de febrero de 2017
Acosados por la vorágine de los acontecimientos cotidianos, sin apenas tiempo para tomar aliento entre una información periodística y una noticia aparecida en television, una reunión y otra; la imaginación -o lo que sea- puesta en lo que deberás decir en un debate, una comunicación con cualquier compañero de partido o del parlamento, en lo que escribir de forma más o menos atropellada para expresar lo que crees que son las cosas que pasan en este mundo caótico en el que vivimos… por no añadir a estas tareas la de alimentar las redes sociales, atender y contestar los correos electrónicos, whatsaps y telegrams que se desparraman por decenas todos los días sobre tus dispositivos móviles. Pero, de repente, una esquela y el obituario que le sigue te transportan al mundo de los recuerdos: ha muerto José Antonio Segurado, anuncian. Y, como si se tratara de un alma que regresara a una reencarnación anterior, la imagen del que fuera mi presidente en el Partido Liberal se superpone a la de otros miembros de su partido, aquí en Madrid o allá en mi querido País Vasco, donde tantas veces la memoria duele, acuchilla, que diría Jon Juaristi.
Segurado, el Presidente, como lo llamábamos con gesto irónico que no estaba exento de respeto, era un caballero de la política. Quizás por eso no duraría demasiado en ese cometido. Elegante en las maneras, cuidadoso con los contenidos, respetuoso con los rivales y cercano con los compañeros, Segurado intentaría construir un proyecto desde el centro político que, ahogado por la tenaza conservadora de los aliancistas y el despiadado abrazo de los democristianos, no sería posible. La historia del liberalismo español contemporáneo está jalonada por sonoros fracasos, producto de ese bipartidismo imperfecto del que sólo escapaban los nacionalistas catalanes y vascos. El Partido Liberal de Segurado no sería una excepción a ese largo rosario poblado por los intentos de Garrigues, Suarez, Schwartz o -de manera más progresivamente socialdemócrata- la UPyD de Rosa Díez. Claro que, en la mayoría de los reseñados casos, los votos se contaban; en el de Segurado nadie sabría muy bien si los electores lo eran conservadores, democristianos o liberales y algunos pensábamos que más bien procedían de los primeros y que los partidarios del liberalismo centrista no éramos mucho más que la dulce guinda que coronaba el pastel a modo de adorno.
En todo caso, por allí paseamos nuestras ambiciones e ideales varios gentes como Pio Cabanillas, a quien recuerdo bajo el dintel de una puerta, de la que como buen gallego no se sabía si entraba o salía; Esperanza Aguirre y su verbo encendido de neoliberalismo económico; Ramón Aguirre, siempre eficaz y correcto; el concienzudo organizador que era -y lo seguirá siendo sin duda- Juan Carlos Vera…
Y en el grupo de los liberales bilbainos, la memoria se torna en mueca amarga en el recuerdo de los que se fueron. Ese gran liberal de los tiempos clásicos en los que el liberalismo se conjugaba en antinacionalismo que era Adolfo Careaga, el empresario de ironía a veces mordaz que sin embargo escondía un corazón generoso que era Ramón Churruca o la siempre presente en el recuerdo, mi compañera, mi amiga, mi mujer, Anneli Lipperheide.
No todos se han ido. Ahí sigue por ejemplo con una salud envidiable Pilar Aresti, como una roca que hiciera frente a las firmes olas del Cantábrico. Y con ella se me va la imaginación a aquellas tormentosas reuniones —el liberalismo nunca ha tenido como característica principal la paz o las digestiones sosegadas— en una sala prestada por AP en la calle Henao de Bilbao o en el reservado de una ruidosa cafetería de la calle Iparraguirre que conseguía Adolfo Careaga por aquello de no deber a los conservadores ni siquiera ese espacio de okupas por horas que estos nos cedían.
Recuerdo que pasábamos las horas discutiendo acerca de si éramos parte de un todo —el apéndice liberal de la Coalición Popular— o la expresión naciente de un proyecto diferente. El tiempo se encargaría de enseñarnos que los liberales no teníamos por aquel entonces capacidad para volar con autonomía propia y la refundación de los tres partidos de la Coalición Popular (en realidad un partido, AP, y dos adminículos, el PDP y el PL) en el Partido Popular presidido por José Maria Aznar a nivel nacional y por Jaime Mayor Oreja en el País Vasco. Un PP que iniciaría desde la derecha conservadores un viaje al centro político, detenido después por Rajoy que descafeinaría de ideología a su partido y lo armaría con la solidez pétrea del inmovilismo.
Por aquel entonces, Jose Antonio Segurado mantuvo la dignidad ejemplar de un liberal de perfiles quizás más económicos que sociales y reformistas, coherente con sus orígenes empresariales, aunque de ningún modo ajeno al liberalismo político. Símbolo de una breve y apasionante etapa política Segurado se nos ha ido. Descanse en paz. Descansen también en paz todos los que nos acompañaron en aquella época y a los que la muerte nos ha arrebatado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario