Publicado originalmente en vozpopuli el día 16 de noviembre de 2019
De las crisis también se aprende, y no es este un partido tan viejo o envejecido como para olvidar la ilusión que generó en su día
Los resultados de las recientes elecciones han situado a Ciudadanos ante la difícil perspectiva de su reinvención o redefinición. Colocado, a pocos años de su nacimiento, en la encrucijada de los diferentes caminos de la política española, el partido fundado un día por unas gentes notables en Cataluña, y engrosado años más tarde por muchas más del resto de España, debe adoptar una primera decisión: qué partido quiere ser.
Para dar respuesta a esta cuestión no sería malo recuperar la idea original, la posición de la que este partido traía su causa (más allá de su reclamación de la unidad de España, frente al supremacismo en Cataluña, que nadie pone en duda; o del debate entre la ideología socialdemócrata o liberal-progresista, que ya está superado). Me refiero a su condición de partido de centro y, en este espacio político, de partido útil.
Yo soy de los que, en el debate producido en Cs con anterioridad a las elecciones, han creído que la disyuntiva entre aspirar a ser un partido mayoritario o un partido bisagra era simplemente falsa, tramposa incluso: todos los partidos tienen la ambición de gobernar en solitario y con mayoría absoluta, además; pero una vez que se cierran las urnas y se cuentan los votos, lo responsable es conocer en qué lugar le han dejado los electores y cómo actuar en beneficio del país, mucho antes que hacerlo en favor del partido o -aún más- de su líder.
Por eso, un partido útil, situado en el centro político es un partido que activa todas las posibilidades de pacto con las formaciones limítrofes, moderando sus programas, dotando de estabilidad y de horizonte al ámbito político en el que se desenvuelve.
La importancia de los diez diputados
La debilidad de Ciudadanos se encuentra ahora en el ámbito nacional, en el Congreso de los Diputados. Sin embargo, a pesar de la escasa relevancia de este partido en ese nivel, el hecho de disponer de grupo parlamentario y la general dificultad de gestionar las mayorías en un parlamento cada vez más atomizado, convierten a sus 10 diputados en un instrumento que en muchas apretadas votaciones que se desarrollen a lo largo de la legislatura contará con alguna importancia.
Pero la fortaleza más evidente de Cs se encuentra en su gestión autonómica y local. Su presencia en una buena parte de los equipos de Gobierno en los ayuntamientos y CCAA, la proximidad que estas instituciones tienen respecto de las gentes (la sanidad, las políticas sociales, la educación...), supondrá una verdadera palanca para la recuperación de su voto nacional.
Corruptelas y vergüenzas
No en vano, el retroceso comparativo del voto de Ciudadanos entre las elecciones de abril y las de mayo se debió de modo muy principal a la todavía insuficiente implantación local y regional de este partido. Gobernar las instituciones consiste no sólo en administrar adecuadamente en beneficio de la comunidad, también en estar atento a cualquier corruptela -propia o ajena- y actuar en consecuencia: gestionar no consiste en tapar las vergüenzas de otros, por muy socios que éstos sean.
Y, sin perjuicio de a quién elija el partido para dirigirlo, no sería malo que su liderazgo fuera integrador y sumatorio; que recuperara a cuantos tengan algo que decir; que atienda a quienes, desde dentro o desde fuera, quieran aportar su reflexión y su experiencia; que abra la organización a los afiliados y les haga más partícipes de la tarea común...
Ciudadanos puede volver a ser un partido útil, porque una España cada vez más fragmentada políticamente precisa de un centro con idea de Estado, moderador y moderado y que dirija su mirada hacia el futuro. Al pasado sólo hay que atender para evitar cometer los viejos errores.
Fernando Maura es ex-diputado de Ciudadanos.
lunes, 18 de noviembre de 2019
sábado, 9 de noviembre de 2019
Los Reyes y la disidencia cubana
Artículo publicado originalmente en El Mundo Financiero, el jueves 7 de noviembre de 2019
En el debate a cinco, organizado por la Academia de televisión, se incluía un bloque dedicado a “la política internacional”. Eso despertó mi interés. Después de criticar que, en pleno Siglo XXI, en el que buena parte las gentes estamos interconectadas, que la empresa española se encuentra plenamente integrada en la economía global, que participamos del proyecto de la Unión Europea, que nuestro idioma lo hablamos más de 500 millones de personas en el mundo, que nuestros jóvenes viajan y trabajan y crean sus proyectos familiares más allá de nuestras estrechas fronteras... ¡por fin asistiríamos a una confrontación dialéctica sobre política exterior!
Pero mi esperanza se desvanecía a poco que los actores desarrollaban sus tesis en este ámbito, canibalizando -literalmente- ésta parte con las consideraciones que ya habían expuesto en apartados anteriores y que, sin duda, entendían que no habían quedado remachadas lo suficiente en sus anteriores exposiciones.
Dos fueron los asuntos que escaparon a su particular incendio de los vestigios del debate: Venezuela y Cuba. No es extraño: el vocablo “venecuba”, que expresa la ligazón creada por las dos dictaduras que más pobreza han inflingido a países latinoamericanos (además del sufrimiento añadido por la conculcación de los derechos humanos y las libertades democráticas); define este término también la vinculación de dos regímenes que se retroalimentan mutuamente: petróleo a cambio de inteligencia, materias primas a cambio de dirección política... parafraseando el lema castrista, Patria y Muerte... y la derrota de nuestros pueblos”.
Cuba es el caso de un régimen dictatorial que viene devastando a su población durante más de seis décadas y del que nadie espera su conclusión en un futuro más o menos cercano. Los hermanos Castro y su hombre de paja, Díaz Canel, han tenido el dudoso mérito de mantener su dictadura despótica contra los vientos y mareas de la ofensiva norteamericana, la caída de la Unión Soviética y aún la muerte de Fidel. Su capacidad de resistencia se ha unido con eficacia a la debilidad occidental por imponer sus valores democráticos en un espacio territorial cuya proximidad a los Estados Unidos permitía presagiar un cierto acomodo cubano a la ideología predominante en ese ámbito. No sólo no ha ocurrido eso,, sino que un cierto movimiento tectónico está sacudiendo ahora los elementos que proponían un regreso a la normalidad política en su continente vecino: a la Venezuela de Chávez y Maduro se le unía muy pronto el régimen de Evo Morales en Bolivia, con sospechas fundadas -por cierto- de fraude electoral en sus últimos comicios; México caía en manos del populista de izquierdas, López Obrador; Brasil en las del también populista, aunque de derechas -todos los extremos se juntan-, Bolsonaro; Argentina será gobernada de nuevo -¿y cuándo no?- por el populismo peronista; y las revueltas han asolado a un Ecuador apenas recuperado a la normalidad democrática y a un Chile que había sido finalmente paradigma de la estabilidad económica y la vigencia de los valores democráticos. En conclusión: los herederos de los barbudos de la revolución de 1958 que, cuando no han fallecido son ya octo o nonagenarios, hacen muy ufanos la “uve” de la victoria.
En este difícil contexto envía nuestro gobierno en funciones a los Reyes a Cuba, y nuestros candidatos a la presidencia evocan el asunto en su debate electoral. Toca hablar del exterior, y toca Cuba... porque los Reyes van, justo al día siguiente de las elecciones -el 11- a La Habana.
Y la crítica de los líderes del centro-derecha está bien formulada: ¿a qué enviar a SSMM a una Cuba que es modelo de la negación democrática? No está desde luego mal que así lo adviertan, pero se les ha olvidado el contexto geopolítico que acabo de citar, lo mismo que han carecido de sensibilidad hacia quienes se constituyen en emblema del sufrimiento de su país, que permanecen vigilantes ante las atrocidades arbitrarias de ese régimen. Y es que a la la dictadura, lo recordaba recientemente Felipe González en un acto con venezolanos, se le puede sumar en ocasiones la arbitrariedad, que es un plus a añadir al despotismo. Los cubanos que padecen las consecuencias de ese totalitarismo arbitrario nos exigen un ejercicio coherencia democrática.
Les ha faltado a los líderes del centro-derecha español la empatía de exigir al presidente en funciones que, al menos, y ya que la visita de don Felipe está ya cerrada, nuestro monarca reciba en la embajada española (que debería constituirse en centro de acogida solidaria para los perseguidos políticos cubanos) a representaciones de las Damas de Blanco, del UNPACU, del MCL y a líderes civiles como Yoani Sánchez o Dagoberto Valdés. Seguro que nuestra representación diplomática podrá incorporar a muchos nombres más en una relación extraordinaria -y lamentablemente- amplia.
Pero a la carencia de reflejos de nuestros líderes en el centro-derecha les acompañará -tengo pocas dudas- la más absoluta carencia de voluntad política por parte de un gobierno en funciones por ofrecer a la Corona un gesto que -siempre en representación de España- la acerque a las sensibilidades democráticas de los cubanos.
martes, 5 de noviembre de 2019
La política exterior, la gran ausente en el debate electoral
Publicado originalmente en ABC, el domingo 2 de noviembre de 2019
En una situación política cada vez más marcada por los acontecimientos de Cataluña, no es necesario consultar con la Pitonisa de turno para conocer, con carácter inmediato, que en los próximos debates electorales la política exterior -siquiera la europea- no constituirá objeto de atención por parte de los diferentes candidatos.
Y no será eso debido -o no sólo- al debate catalán. El desinterés de nuestros políticos trae su causa en la falta de importancia que adjudicamos los españoles a los temas internacionales. Acredita esta afirmación el Barómetro del Instituto Elcano (BRIE) de diciembre de 2018; que destaca que casi el 60% de los encuestados tiene poca o ninguna preocupación por la política internacional, situando a ésta a la cola respecto de sus inquietudes.
El hecho, cierto, de que nuestros políticos hayan abdicado de su posición de liderazgo, y se concentren en debatir los asuntos que más inquietan a los ciudadanos, retroalimenta la indiferencia de éstos; y los medios de comunicación -especialmente los televisivos- no hacen demasiado por evitarla. Pero eso no debe suponer que admitamos dicha renuncia sin mayores reparos. Es obvio que España es un pais que está en el mundo, que nuestra economía se encuentra integrada en la economía global y que los problemas que afectan a otros países son -mayores, iguales o menores- similares a los nuestros. La tradicional endogamia española respecto de la política exterior no debería contaminar a la clase política; al contrario, los políticos deberían poner en valor un ámbito que, como ocurre con el exterior, nos afecta de manera permanente.
Habrá, sin embargo, quien se pregunte: ¿nos concierne, verdaderamente la política internacional?
Nos concierne. Veamos algún ejemplo.
Recientemente, un fallo en una subestación de Red Eléctrica provocaba un apagón en la isla de Tenerife que afectaba a más de 460.000 clientes durante más de 7 horas.
La energía condiciona toda nuestra vida cotidiana. Pues bien, España es un país enormemente dependiente en esta materia. Un informe de la Asociación de Empresas de Energías Renovables afirma que, en 2017, nuestro país debía al exterior algo más del 76% de la aportación a su consumo (por cierto, muy por encima de la media de la Unión Europea, que era de un 53,4%).
Como es lógico, esa situación obliga a España a desplegar una política (exterior, por supuesto) que nos garantice el abastecimiento. Con el inicio de la actual década, la dependencia española respecto del gas argelino se situaba en torno a un 45%. Y eso nos conduce a establecer una estrategia de buenas relaciones con ese país, aquejado en la actualidad por fuertes tensiones políticas y sociales.
Argelia mantiene en la región una enemistad desde antiguo con nuestro vecino Reino de Marruecos, país con el que mantenemos una relación privilegiada que se ve oscurecida por el flujo de inmigración irregular y el conflicto político respecto del territorio del Sáhara Occidental, aún pendiente de descolonización y del que España continúa siendo potencia administradora “de iure”. No debemos olvidar tampoco que Argelia alberga en los campamentos de Tindouf a unos 150.000 saharauis que viven en condiciones enormemente precarias.
Me acabo de referir a la inmigración, que es cuestión de creciente ocupación y preocupación para los españoles. Según el censo del INE de 2006, más del 36% de la misma procede de países latinoamericanos, en especial de Venezuela; un país que sufre una crisis política, social y económica que lo ha devastado literalmente. Y es cierto que España, que tiene una escasísima tasa de natalidad, necesita -ademas de una política de apoyo a las familias- de la inmigración. La pregunta es inevitable: ¿qué política deberemos seguir en este ámbito? ¿Deberíamos primar la emigración latinoamericana respecto de la magrebí y la sub-sahariana? Si así fuera ¿cómo? ¿Qué politica deberíamos seguir con Venezuela, un país en el que malviven dos gobiernos?
Las cuestiones a plantear serían inacabables, y no susceptibles de ser contenidas en el espacio de este artículo. Por ejemplo, Diplocat y la gestión de la política exterior, la repercusión para España de la guerra comercial desatada por EEUU en contra de la UE, el Brexit y Gibraltar como paraíso fiscal, nuestro proyecto para Europa, la promoción de nuestro idioma común en el ámbito internacional (pero también en el interior, donde se está viendo marginado en algunas CCAA)...
Me temo, sin embargo, que más allá del regate corto y la descalificación, no habrá lugar para esos asuntos en la campaña electoral.
Fernando Maura es promotor del Foro LVL de política exterior
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