sábado, 9 de noviembre de 2019

Los Reyes y la disidencia cubana



Artículo publicado originalmente en El Mundo Financiero, el jueves 7 de noviembre de 2019

En el debate a cinco, organizado por la Academia de televisión, se incluía un bloque dedicado a “la política internacional”. Eso despertó mi interés. Después de criticar que, en pleno Siglo XXI, en el que buena parte las gentes estamos interconectadas, que la empresa española se encuentra plenamente integrada en la economía global, que participamos del proyecto de la Unión Europea, que nuestro idioma lo hablamos más de 500 millones de personas en el mundo, que nuestros jóvenes viajan y trabajan y crean sus proyectos familiares más allá de nuestras estrechas fronteras... ¡por fin asistiríamos a una confrontación dialéctica sobre política exterior!
Pero mi esperanza se desvanecía a poco que los actores desarrollaban sus tesis en este ámbito, canibalizando -literalmente- ésta parte con las consideraciones que ya habían expuesto en apartados anteriores y que, sin duda, entendían que no habían quedado remachadas lo suficiente en sus anteriores exposiciones.

Dos fueron los asuntos que escaparon a su particular incendio de los vestigios del debate: Venezuela y Cuba. No es extraño: el vocablo “venecuba”, que expresa la ligazón creada por las dos dictaduras que más pobreza han inflingido a países latinoamericanos (además del sufrimiento añadido por la conculcación de los derechos humanos y las libertades democráticas); define este término también la vinculación de dos regímenes que se retroalimentan mutuamente: petróleo a cambio de inteligencia, materias primas a cambio de dirección política... parafraseando el lema castrista, Patria y Muerte... y la derrota de nuestros pueblos”.

Cuba es el caso de un régimen dictatorial que viene devastando a su población durante más de seis décadas y del que nadie espera su conclusión en un futuro más o menos cercano. Los hermanos Castro y su hombre de paja, Díaz Canel, han tenido el dudoso mérito de mantener su dictadura despótica contra los vientos y mareas de la ofensiva norteamericana, la caída de la Unión Soviética y aún la muerte de Fidel. Su capacidad de resistencia se ha unido con eficacia a la debilidad occidental por imponer sus valores democráticos en un espacio territorial cuya proximidad a los Estados Unidos permitía presagiar un cierto acomodo cubano a la ideología predominante en ese ámbito. No sólo no ha ocurrido eso,, sino que un cierto movimiento tectónico está sacudiendo ahora los elementos que proponían un regreso a la normalidad política en su continente vecino: a la Venezuela de Chávez y Maduro se le unía muy pronto el régimen de Evo Morales en Bolivia, con sospechas fundadas -por cierto- de fraude electoral en sus últimos comicios; México caía en manos del populista de izquierdas, López Obrador; Brasil en las del también populista, aunque de derechas -todos los extremos se juntan-, Bolsonaro; Argentina será gobernada de nuevo -¿y cuándo no?- por el populismo peronista; y las revueltas han asolado a un Ecuador apenas recuperado a la normalidad democrática y a un Chile que había sido finalmente paradigma de la estabilidad económica y la vigencia de los valores democráticos. En conclusión: los herederos de los barbudos de la revolución de 1958 que, cuando no han fallecido son ya octo o nonagenarios, hacen muy ufanos la “uve” de la victoria.

En este difícil contexto envía nuestro gobierno en funciones a los Reyes a Cuba, y nuestros candidatos a la presidencia evocan el asunto en su debate electoral. Toca hablar del exterior, y toca Cuba... porque los Reyes van, justo al día siguiente de las elecciones -el 11- a La Habana.

Y la crítica de los líderes del centro-derecha está bien formulada: ¿a qué enviar a SSMM a una Cuba que es modelo de la negación democrática? No está desde luego mal que así lo adviertan, pero se les ha olvidado el contexto geopolítico que acabo de citar, lo mismo que han carecido de sensibilidad hacia quienes se constituyen en emblema del sufrimiento de su país, que permanecen vigilantes ante las atrocidades arbitrarias de ese régimen. Y es que a la la dictadura, lo recordaba recientemente Felipe González en un acto con venezolanos, se le puede sumar en ocasiones la arbitrariedad, que es un plus a añadir al despotismo. Los cubanos que padecen las consecuencias de ese totalitarismo arbitrario nos exigen un ejercicio coherencia democrática.

Les ha faltado a los líderes del centro-derecha español la empatía de exigir al presidente en funciones que, al menos, y ya que la visita de don Felipe está ya cerrada, nuestro monarca reciba en la embajada española (que debería constituirse en centro de acogida solidaria para los perseguidos políticos cubanos) a representaciones de las Damas de Blanco, del UNPACU, del MCL y a líderes civiles como Yoani Sánchez o Dagoberto Valdés. Seguro que nuestra representación diplomática podrá incorporar a muchos nombres más en una relación extraordinaria -y lamentablemente- amplia.

Pero a la carencia de reflejos de nuestros líderes en el centro-derecha les acompañará -tengo pocas dudas- la más absoluta carencia de voluntad política por parte de un gobierno en funciones por ofrecer a la Corona un gesto que -siempre en representación de España- la acerque a las sensibilidades democráticas de los cubanos.

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