martes, 4 de febrero de 2020
Si Gregorio Ordóñez levantara la cabeza...
Artículo original publicado en Libertad Digital, el domingo 2 de febrero de 2020
Se cumplen ahora 25 años del asesinato del que fuera mi compañero de partido y de escaño parlamentario, Gregorio Ordóñez. Su valentía en la lucha por el final del terrorismo etarra ha sido resaltada por los medios de comunicación, y no se ha dejado de advertir que la amenaza cierta a la que Gregorio atacó sigue presente entre nosotros en una perversa reencarnación de los monstruos que un día creímos abatidos. Al concejal donostiarra y parlamentario vasco no le fue permitido conocer -y combatir- el Plan Ibarretxe, el final de ETA como triunfo de la sociedad civil y el estado de Derecho, los mandatos torpes del torpe Zapatero, el sinnúmero de oportunidades perdidas por Rajoy o el nacimiento del populismo de Podemos, su alianza con la coalición filo-terrorista Bildu, la declaración de independencia del Parlament de Cataluña ni el insensato y peligroso gobierno Sanchez.
No pretendo constituirme en exegeta de Gregorio, pero al menos se me permitirá recabar esta condición de mí mismo. Y me preguntaré entonces: ¿para esto entregó Gregorio su vida? ¿Por esto luchamos tantos años, renunciamos a buena parte de nuestra libertad, introduciendo a nuestros familiares y amigos en el dolor y la preocupación, solidarios todos con nuestro existir en peligro constante?
Es forzoso dejar sentado que nos han arrebatado la victoria sobre nuestros asesinados, heridos, chantajeados, escoltados, amenazados... ¿o están a punto de arrebatárnosla? Observar a Bildu como socio preferente del gobierno en Madrid y en Navarra y leer en las crónicas de los palmeros del nuevo régimen de 2020 que el partido que fundara el xenófobo Sabino Arana es una formación política moderada y prudente supongo que revolverá los restos de Gregorio en su tumba.
Porque el plan Ibarretxe que derrotamos en el año 2005 no acabaría políticamente como lo hiciera su principal patrocinador: los "moderados" dirigentes que le sustituyeron, con el lehendakari Urkullu y el burukide Ortúzar empuñando el timón de mando han establecido, no sólo el partido del régimen de la Euskadi contemporánea, sino el faro que alumbra los procelosos mares de la política española y la mejor dirección para que la deteriorada nave del estado y del soberanismo catalán recalen en el mejor y más abrigado de los puertos posibles.
¿Y cuáles serían las características de ese embarcadero propuesta por el PNV? Las ha definido sin demasiada ambigüedad su portavoz en el Congreso Aitor Esteban, en unas declaraciones a el diario El País el pasado 16 de enero. Apelaba el alto representante nacionalista a la trinidad (concepto, por cierto, muy grato al partido del Jaungoikoa eta Legezarrak, o Dios y leyes viejas, de su nombre en vascuence), cuyas personificaciones concretas serían: el reconocimiento nacional de Euskadi; la bilateralidad, la que, por lo visto, no sólo se jugaría en el espacio territorial de España, sino que alcanzaría al territorio europeo; y el arbitraje como fórmula de superación de las diferencias entre Euskadi y España, creando una sala especial del Tribunal Constitucional, se supone que también nombrada por los partidos mayoritarios de las dos cámaras representativas.
Si a las declaraciones de Esteban añadimos el texto del nuevo Estatuto Vasco que está preparando el parlamento de Vitoria, según el cual habría dos tipos de vascos, los residentes y los que adquieran esa nacionalidad, la inaplicación del artículo 155 de la Constitución o la articulación del llamado derecho a decidir, ya tenemos en marcha un segundo plan Ibarretxe, éste a cámara lenta. Un plan cuyo terreno abonarían la urgente tramitación de las transferencias de la gestión de las pensiones (¿la ikurriña en las cartas a los pensionistas solamente?) y de las prisiones -con beneficios a los terroristas, por supuesto.
Y así, como en el síndrome de la rana en el puchero de agua que se va calentando lentamente hasta que, llegado el punto de la ebullición, el batracio termina quemado y perece, un país cansado de atender la triste evidencia de un futuro de zozobra, preferirá tal vez dedicar su esfuerzo a los afanes cotidianos, olvidando por un tiempo -¿el tiempo suficiente para la concepción del monstruo?- su obligación ciudadana. ¿Mirará para otro lado, como tantos vascos lo hicieron en los años que duró la barbarie etarra?
Por eso el ejemplo de Gregorio Ordóñez, su pasión y su lucha, es una magnífica referencia para los difíciles tiempos que corren. Al cabo, es siempre más complicado el holocausto de la vida que la ocupación pacífica de la calle o el ejercicio crítico y el voto responsable para evitar que nos arrebaten definitivamente nuestra principal victoria: lo que construimos juntos y a lo que, también juntos, derrotamos.
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