Tribuna publicada originalmente en ElImparcial.es el martes 8 de septiembre de 2010
El reto de conseguir una política europea exterior y de seguridad comunes no es nuevo. Europa nació con el proyecto político de impedir que las dos guerras mundiales que se habían producido en su suelo -algunos las rebautizaron como guerras civiles- se repitieran, por lo que no resulta aventurado afirmar que el principal objetivo europeo construido desde sus escombros era el de la preservación de la paz, y la paz no deja de ser uno de los imperativos de la política internacional. Que el procedimiento para entrelazar los intereses de las naciones europeas que la componían fuera el de los acuerdos económicos -primero el carbón y el acero, que tenía una innegable vertiente anti-bélica; luego el mercado interior-, o que la construcción del proyecto europeo se produjera a través de la cultura -como sugeriría años más tarde Jean Monnet-, no es significativo a este respecto; la idea de una Europa integrada daba sus primeros pasos.
Aún no completado el objetivo en su vertiente económica, fiscal o solidaria -aunque el pacto para la recuperación decidido en el Consejo Europeo de julio debe situarse como un importantísimo paso adelante en este ámbito-, ahora parece llegado el momento de avanzar en el perímetro de la unión política, y en éste la política exterior y de seguridad constituye un elemento de principal importancia.
Emma Bonino decía que, en Europa, hay dos tipos de países: los que son pequeños y los que todavía no se han enterado de que lo son. Aún unidos todos esos Estados, su peso en la población mundial sólo representa un 9%, y con una tendencia claramente decreciente.-
Que la UE debería actuar con una sola voz en el concierto internacional no parece que genere demasiadas dudas. Esta unidad es poco probable, sin embargo. Si Europa constituye un agregado que parte de las políticas y los intereses nacionales, que después es consensuado por sus dirigentes, una eventual política exterior común debería alcanzarse también con el procedimiento del acuerdo. Y en este punto, la definición de las amenazas percibidas por los Estados miembros y las prioridades que les dedican en sus preocupaciones son muy diferentes.
Haré excepción del caso de España, que lleva ya demasiado tiempo abdicando de una política exterior acorde con sus intereses nacionales -quizás desde que el presidente Aznar concluyera sus mandatos-. En efecto, ¿cómo podríamos definir nuestros intereses nacionales cuando no hacemos otra cosa que discutir la misma idea de nación aplicada a nuestro país?
Aún en el caso de los Estados que sí tienen definidos sus propios intereses, tampoco resulta fácil la integración -cuando no superación- de éstos en beneficio de los del conjunto de Europa. Pondré algún ejemplo de lo afirmado. Todos conocemos la inquietud que sienten los países que durante décadas se mantuvieron en el espacio político soviético ante la actuación resueltamente autoritaria, y expansionista, de Rusia en su vecindad más próxima; y sabemos que observan con preocupación dos hechos que continúan subrayando esa amenaza, uno de carácter exterior a Rusia -aunque no tanto-, como es el de las elecciones en Bielorrusia y la represión subsiguiente por Lukashenko, otro interno a Rusia, como es el del envenenamiento del líder opositor Navalni. ¿Qué haría la UE en el supuesto de una intervención militar ordenada por Putin en Bielorrusia?,¿establecer más sanciones contra los dirigentes del Kremlin? ¿Qué hará Europa -más allá de las firmes declaraciones de Merkel- en el caso Navalni?
Lamentablemente creo que nada. Existen muchos intereses en juego y toda una economía de los países del Centro y del Este de Europa dependientes del gas ruso. Definir las amenazas sobre Europa no es tampoco asunto fácil. Borrell evocaba las que son cuestiones ya generalmente admitidas entre nosotros: el terrorismo, el cambio climático, las migraciones, la desinformación... pero, ¿no constituyen también amenazas dignas de mención los regímenes autoritarios/totalitarios y sus constantes violaciones de los derechos humanos? Es seguro que sí, pero el Alto Representante lo omitía de su lista, no en vano no todos los Estados de Europa constituyen paradigma de la democracia liberal y, sin embargo, continúan asociados al club.
El aspecto geográfico y la historia tiene también su influencia en nuestra percepción de las amenazas. Además del caso de Rusia, la percepción que se tiene de Turquía no es la misma en Alemania -país en que residen cerca de 3,000.000 de turcos, no completamente integrados en su habitual modo de vida- que la de los italianos. Ni a los suecos les quita el sueño la vecindad sur europea, el Magreb y todos los retos y amenazas que supone.
Y si, más allá del llamado poder blando, la política exterior y de seguridad exige en ocasiones la intervención militar, con la consecuente existencia de un ejército europeo, el asunto se vuelve aún más difícil.
Muy ambiciosos objetivos los evocados por Borrell para unas economías -públicas y privadas- devastadas por la pandemia.
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