Tribuna publicada originalmente en El Imparcial, el jueves 18 de marzo de 2021
Decía Karl Marx en el 18 Brumario de Luis Bonaparte que “la historia ocurre dos veces: la primera vez como una gran tragedia y la segunda como una miserable farsa". Las historias de UPyD y de Cs integran estas dos características, y resultan una especie de tragicomedia. Basta recordar episodios bufos como la convocatoria del partido de Rosa Díez en la Puerta del Sol, reclamando la dimisión de Mariano Rajoy, en enero de 2015, o la reciente presentación de una moción de censura de Cs contra un gobierno formado por el partido presidido por Inés Arrimadas en este mes mismo de marzo. Y las dos historias concluyen en tragedia, la de UPyD es ya conocida, la de Cs apenas intuida.
Un partido debe conocer a sus votantes y tiene que establecer un proyecto político en el que exprese hacia dónde pretende llevar a su país. Y si esto vale para cualquier formación política, se le exige aún más a un partido de centro, a un partido liberal, que más que ninguno habita en la vorágine de los cambios, está sometido a la volatilidad de los electores y se encuentra presionado por la polarización de los actuales tiempos políticos.
Los votantes de Cs -probablemente con exclusión de los que supusieron su éxito en Cataluña- tienen su origen en antiguos electores del PP, hastiados por los casos de corrupción y perplejos ante la dilución de sus valores nacionales en aras de una gestión más ortodoxa que la dilapidadora de los socialistas. Cuatro de cada cinco de sus votos provenían de este lado del espectro. No es, por lo tanto, de extrañar que esos electores asistan desconcertados a la auto-moción de censura de su menguante partido en la región de Murcia, que ha tenido por objeto gobernar con el partido de Sánchez y con el apoyo de Podemos en esa Comunidad. Una suma de dislates que, ya de por sí, y sin tener en cuenta el “efecto mariposa” sobre Madrid y sobre la propia estructura del partido y de algunos de sus más significados representantes institucionales, tendría un impacto más que adverso en los resultados electorales a seguir.
Se pretendía, al parecer, con la moción murciana aseverar que Cs es un partido de centro, capaz de pactar a izquierda y derecha del mapa político, envuelto en la bandera de la lucha contra la corrupción. Pero ni los nuevos socios -PSOE y Podemos-, ni el pacto que le comprometía con el antiguo, y -ni menos aún- la estrategia de ejecución del bodrio le han acompañado. Ni siquiera han sabido hacer algo tan simple como es, en España, contar los votos con los que cuentas, desconociendo que en política -y aún más en los partidos situados al borde del precipicio- un político no es sólo un dedo que pulsa el botón del voto, sino un ser humano que odia o desprecia y que se siente más libre de actuar en la medida en que su casa amenaza ruina.
Pero el centro no es siempre -al menos en política- un espacio intermedio entre dos extremos, especialmente cuando uno de ellos actúa con coaligados que se encuentran situados extramuros del edificio constitucional. Un centro liberal en Alemania o en Holanda, países en los que el centro-derecha y el centro-izquierda asumen el sistema y sus valores, puede bascular a uno u otro lado. En España, esa posibilidad no existe, a menos que el PSOE renuncie a sus alianzas perturbadoras; y no lo hará porque la exigua suma que le puede proporcionar Cs no sirve apenas más que para reducir la presión de algún independentista en su amplio listado de socios. Esa oportunidad ya existió, pero Rivera no la quiso contemplar, su proyecto era más el todo o nada; no consiguió la mayor y perdió la menor, que no era tan pequeña según vemos ahora.
Y si un partido de centro no es por definición un partido equidistante, ¿qué cosa es? Seguramente un partido centrado en sus valores, los que acompañaron el manifiesto fundacional de UPyD -cuyo borrador escribió Fernando Savater- y que acompañaron la andadura primera de Cs en Cataluña y -en el resto de España- a partir de 2015. Esos valores de lucha contra la corrupción, ampliación de los espacios democráticos y de las libertades civiles y una ambiciosa agenda de reformas.
Es más que posible que los restos de Cs desaparezcan barridos por las olas del naufragio de mayo próximo. Pero no sus votantes, o al menos no del todo. Ahuyentados por la polarización política, incapaces de votar con ruedas de molino, hay muchos electores centristas y liberales que permanecerán expectantes al resurgimiento de una oferta política que colme esas aspiraciones.
Además, la llamada refundición -con “i” latina- del PP, opando cargos públicos de Cs no resolverá la necesidad de ampliar la base electoral del PP, pero sí incrementará sus problemas internos. El invento se parecerá bastante a la refundación -con “a”- de finales de los ‘80 del siglo pasado, cuando los votos los ponía AP y los cuadros, los democristianos y los liberales. La vieja guardia popular que deba saltar del barco para hacer hueco a los nuevos llegados tendrá sobrados motivos para el disgusto y algún argumento para hacer sus maletas hacia el partido emergente de la derecha.
Lanzar una piedra plana sobre un lago en -relativa- calma supone a veces que la piedra, antes de hundirse, remueve las aguas que eran apacibles. Es verdad que la política española se parecía poco al agua quieta de un estanque, precisamente por eso conviene pensarlo un momento antes de arrojar el canto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario