Artículo original publicado el viernes 8 de octubre en El Imparcial
La economía española vive aún pendiente del repunte del crecimiento que los pronósticos del gobierno auguraban (no otra cosa parece advertirse del magro 1,1% de incremento en el segundo trimestre de 2021 constatado por el INE, y que rebaja casi en dos puntos las previsiones del ejecutivo. Este dato habría que ponerlo en relación con la emergencia de dinero que durante la pandemia no pudo aflorar en el mercado debido al confinamiento y a las medidas restrictivas del consumo adoptadas por los gobiernos; así como el del cuantioso presupuesto liberado por las autoridades europeas para combatir el impacto de la recesión económica correspondiente -los fondos Next Generation.
No es objeto de este comentario analizar el reparto de los fondos europeos ni la penalización que la devolución de los mismos producirá sobre la sufrida economía española. Lo que sí parece evidente es que, cuando se produzca un más acusado crecimiento de la economía, éste se verá confrontado a una prolongada recesión en los países ricos. Así lo aseguran algunos medios, entre ellos el prestigioso semanario británico The Economist.
En los tres meses previos al de mayo, en los Estados Unidos, la inflación subyacente (la que no toma en cuenta ni los productos energéticos ni los alimenticios sin elaboración) alcanzó un 8’3% anualizado, el incremento más alto que ha tenido ese país desde principios de los ‘80 del pasado siglo (en 1979 el índice de precios creció en Norteamérica un 13’3%).
No está ocurriendo lo mismo en la zona euro. Pero si los precios venían creciendo en un entorno anual del 0’9%, desde el mes de mayo de 2021 se están incrementando en un 1’9%. Todavía se encuentra bajo control, pero también ocurre que la inflación subyacente se está acelerando en España. En el octavo mes del año, según los datos del Índice de Precios al Consumo (IPC), dados a conocer ayer por el Instituto Nacional de Estadística, la inflación subió un 0,4% mensual y se disparó un 3,3% interanual, alcanzando la mayor subida en casi nueve años.
El BCE, que espera que la inflación sea del 2,6% a finales de año, ya ha modificado sus previsiones, lo que supondrá que no resulte inaceptable sobrepasar ese límite. El Banco de Inglaterra también parece haberse vuelto más tolerante con la idea de los excesos inflacionarios.
La conclusión de esas expectativas y las actitudes de los organismos monetarios, en especial la Reserva Federal norteamericana, parecen hasta ahora estar relativamente relajados con respecto a la inflación, dejando claro que son conscientes de los riesgos, pero que no están aún dispuestos a llegar a una acción precipitada. Así, en junio, la Fed señaló que podría subir las tasas de interés dos veces en 2023, antes de lo esperado; algunos han planteado la posibilidad de hacerlo el próximo año.
Un asesor económico senior de la Casa Blanca de Barack Obama, afirma que su mayor preocupación sigue siendo una recesión porque, aunque su probabilidad es baja, sus consecuencias serían nefastas.
En el mes de agosto, los precios al consumo aumentaron de manera más que rápida, especialmente en Estados Unidos. Incluso en la zona euro, fueron un 3% más altos que un año antes, lo que supone el mayor crecimiento en una década. A todo eso parece estar contribuyendo la variante Delta del Covid19, disparando la inflación.
Se produzca la elevación de los tipos de interés a finales de 2022 o de 2023, la medida tendrá sin duda consecuencia sobre la frágil economía española que, a día de hoy, no ha recuperado aún su tejido productivo ni su clientela turística habitual. La pandemia y las medidas adoptadas como consecuencia de la misma han situado nuestra deuda pública en un nivel superior al 125% del producto interior bruto a un coste que hasta ahora ha podido resultar negativo para nuestra Hacienda. Pero el incremento del interés penalizará sin duda los pagos de la deuda, convertidos desde la época Zapatero en créditos de atención prioritaria, como quedó incorporado en la correspondiente modificación constitucional.
Lo cierto es que, superponiendo la agenda económica a la política, los años 2022 y 2023 estarán rondando con las elecciones generales españolas y el cambio de ciclo político que auguran las encuestas. Será una vez más el PP a quien seguramente le toque lidiar con las vacas flacas de un horizonte con nubarrones.
Y ello nos conducirá por lo tanto a una especie de “revival” de los tiempos de Rajoy. Cabe la posibilidad de que Casado no haga un ‘remake’ del de Pontevedra y, esta vez sí, aproveche la oportunidad que se le presente de dar la vuelta al calcetín, enmendando buena parte de los errores cometidos y situando a España en el buen camino. Al menos por unos años. Pero, para ello, será necesario que al líder del PP no le tiemble el pulso y cuente con un programa de reformas, a la vez, preciso y atractivo para la sociedad española.
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