jueves, 25 de noviembre de 2021

Una novela para evocar a Antonio Maura (presentación en El Norte de Castilla)


Acto de presentación de la novela «Una acuarela en Solórzano» en Valladolid

EL NORTE. El escritor y abogado Fernando Maura (Bilbao, 1955) compartió ayer con los asistentes al Aula de Cultura de El Norte de Castilla los secretos y la inspiración de «Una acuarela en Solórzano» (editorial Almuzara). En esta novela histórica, ambientada en el verano de 1914, el autor evoca la trayectoria de su bisabuelo, Antonio Maura, quien fuera presidente del Gobierno. Junto a él, un anarquista es el otro protagonista de la historia. Su figura fue también glosada durante el encuentro que tuvo lugar en el salón de cabildos de las Angustias, con el patrocinio de Obra Social laCaixa y Fundación Vocento.

miércoles, 24 de noviembre de 2021

Fernando Maura: «El Parlamento en tiempos de mi bisabuelo era de respeto, palabra e ironía»

Entrevista de F. Conde a Fernando Maura, publicada en El Norte de Castilla, el 24 de noviembre de 2021


El Aula de Cultura de El Norte de Castilla repasa este miércoles la vida de Antonio Maura, cinco veces presidente del Gobierno

Hay quien cuenta que el 21 de octubre de 1909, tras los sucesos de la Semana Trágica en Barcelona, don Antonio Maura, presidente del consejo de Ministros, presentó su dimisión al rey Alfonso XIII de este modo: «majestad, por mí y por todos mis compañeros». Sin embargo, el político mallorquín no jugaba al escondite, sino que, muy al contrario que en nuestros tiempos, asumía con responsabilidad lo que el pueblo gritaba en las calles, culpándole: «Maura, no». Pero Maura era mucho Maura, en todo. Y lo demuestra bien el estoicismo con el que afrontó los varios atentados sufridos, heridas graves incluidas, a lo largo de su vida. Y sobre esa posibilidad, la de un atentado en Solórzano, la villa cántabra a la que solía retirarse, levanta ahora su bisnieto, el abogado y también político Fernando Maura, una novela que recorre toda una época de la historia de España, magistralmente, y sobre la que se hablará en la próxima sesión del aula, como siempre, con el patrocinio de Obra Social laCaixa y Fundación Vocento.

¿Quién fue Antonio Maura?

-Don Antonio Maura, cinco veces Presidente del Gobierno en el sistema regido por la Constitución canovista de 1876, fue un político y abogado nacido en Palma de Mallorca en el seno de una familia acomodada, pero sin excesivos recursos, Maura se asoció pronto a Germán Gamazo, también político y abogado, vallisoletano, jefe de una facción del partido liberal que Maura heredaría a la muerte de aquél. Aliado después de Francisco Silvela, jefe del partido conservador, adoptaría su ideario regeneracionista con su slogan «la revolución desde arriba», que intentó llevar a cabo en sus dos primeros gobiernos; el segundo de ellos (1907-1909), o «gobierno largo» de Maura concluyó con la Semana Trágica de Barcelona y la desafección de don Alfonso XIII. A partir de entonces, España viviría en uno de nuestros habituales «antis» con el lema del «¡Maura no!», aunque aún Maura pudo ensayar tres gobiernos en el final de la monarquía, en los que no pudo llevar adelante su programa de reformas.

Su vida, personal y política, sin embargo, está muy estudiada, ¿qué aporta entonces esta novela?

-Aporta -creo- una mirada integral al personaje: su vida política, desde luego, pero también los recuerdos de su infancia, las circunstancias familiares, su pasión por la pintura, por la abogacía… Y aporta el contrapunto de la historia del anarquista que quiso acabar con su vida.

Maura sufrió varios atentados e, incluso, amenazas de muerte en sede parlamentaria, como la lanzada, ¡en su primera intervención!, por Pablo Iglesias en 1910. Curioso parlamentarismo aquel, ¿no?

Creo que el referido episodio no representa afortunadamente la historia del parlamentarismo español de la época. Aunque fue aquel un parlamento vivo en sus debates, constituyó también un espacio de respeto y de uso de la palabra y la ironía. El de hoy resulta bastante más limitado y mucho más zafio.

La historia de España de finales del XIX y principios del XX parece la preparación perfecta para un gran fracaso, ¿hubiera sido evitable?

-Creo que, con todas sus limitaciones, la Restauración fue un periodo de gran estabilidad que, si hubiera adoptado las medidas preconizadas por algunos políticos y pensadores de la época -Maura entre ellos-, habría evolucionado hacia una democracia plena, evitando entonces la Dictadura de Primo de Rivera, la República, el deterioro revolucionario de ésta, la guerra civil y la dictadura de Franco. Ni siquiera los historiadores se han puesto de acuerdo en cuanto al momento en el que esa evolución se convirtió en imposible.

Como político: ¿ve usted a España como un país indestructible?

-Bismarck dijo que a España no había quien la destruyera, ni siquiera los españoles. Sin embargo, la idea de la España que definimos a lo largo de la Transición está claramente en peligro, como consecuencia del cambio de criterio que está adoptando la actual representación del partido socialista, uno de los principales actores de la esta etapa de nuestra historia reciente. Corresponde a unos partidos -que parecen en ocasiones más empeñados en preservar sus propias parcelas de poder y remisos a adoptar las medidas necesarias para revertir el actual estado de la situación- y a una sociedad civil, cuando no atomizada inexistente, la reconexión con el espíritu de diálogo y de pacto de la transición. Dicho lo cual, considero que los instrumentos de que disponemos para esa tarea son muy endebles y la obra de demolición nacional es sin duda muy peligrosa. La destrucción no es inevitable, pero deberíamos hacer algo más que dolernos y llorar en soledad.

domingo, 21 de noviembre de 2021

¿Un nuevo mapa político para España?

Artículo publicado originalmente en El Imparcial, el viernes 19 de noviembre de 2021


En este mundo de la política líquida que resulta consustancial al siglo XXI, resueltas sus propuestas en la inconsistencia de los liderazgos, la evanescencia de las organizaciones y la ductilidad de mensajes y programas (ayer queríamos ‘derogar’ lo que hoy sólo podríamos reformar, por ejemplo), lo que quizás intuíamos en un determinado momento como una situación permanente, se convierte, se diría que por arte de magia, en un elemento cambiante y volátil. Eso parece ocurrir con el mapa político español, nunca definitivamente cerrado.

Empezando -por algún lugar hay que empezar- por la izquierda extrema, la retirada del paisaje político español de un singular personaje, oráculo que fue de los presuntos estertores del “régimen del ‘78” y avanzadilla del reconocimiento del bildutarrismo -con línea directa y ejerciente de embajador de Otegui en la Villa y Corte- que ha sido Pablo Iglesias, emerge con fuerza un liderazgo femenil, integrador de los radicalismos diversos que se diría pretende encerrar el artefacto, otrora explosivo de Podemos, en el trastero de los objetos inservibles. Un discurso menos contundente para un fondo de armario que sigue siendo el mismo: nacionalismo progresista -oxímoron de los nuevos tiempos españoles- y progresismo confederal -otrosí.

El auge de Yolanda Díaz es el declive de Pedro Sánchez, no en vano ambos faenan en el mismo caladero. El presidente está acumulando errores sin tasa y su remodelación gubernamental va dejando heridos, que se convierten en zombis dispuestos a reactivarse nada más que suenen los tambores de la venganza, que constituye argumento esencial de la política y que siempre se consume a baja temperatura. La hubris desmedida y la capacidad de aferrarse al poder que tiene el presidente, unidas al libre uso constitucional del Decreto de Disolución con que cuenta, hará que -pese a todas las encuestas- no resulte fácil su desalojo democrático del gobierno. Además, el ‘anti’ -tan español como nefasto- opera en contra del centro-derecha, que tantos enemigos concita entre regionalistas, nacionalistas y populistas radicales.

El centro debe ocupar, por fuerza, muy escasa mención. Sus errores pasados y presentes conducen a Cs a la irrelevancia del encefalograma cuasi plano. Sólo el tiempo y la renovación de ideas y dirigentes podrá convertirlo en un instrumento válido a medio plazo.

El PP merece comentario aparte. Bendecido por la nefasta gestión del PSOE y de sus socios y por la necesidad democrática de un electorado necesitado de pasar página de pandemias, fragmentación y pactos contra-natura nacional, el partido de Casado ve cómo le crecen los enanos de su circo particular. Nadie que no conozca el solapado pero permanente duelo al sol en la calle Génova podrá comprender el espectáculo de los García Egea y Almeida contra los Ayuso y Miguel Ángel Rodríguez… pero la política es el poder, aunque en este caso se trate de vender la piel del oso antes de obtener la pieza. Se trata de un lance que contiene caracteres florentinos y besos en la fiesta de la Almudena, pero se abrazan al igual que en las novelas de Carlos Fuertes hacen ciertos mexicanos: se palpan sólo para comprobar que el contrario carece de armas… en ese preciso momento.

El ‘utrumque roditur’ (me roen por los dos lados) del bipartidismo en recesión, tiene, en el caso del PP, a Vox como su mayor preocupación. En su viaje al centro, incluyendo opas hostiles a Ciudadanos y sus desconcertadas y diezmadas huestes, el partido de Casado parece sumido en el síndrome del marianismo, consistente básicamente en desdibujarse para atraer así a toda la numerosa cohorte de descontentos con Sánchez y sus socios. Esa estrategia abre una importante vía de agua en el ámbito de los valores, que es por donde el navío popular se resiente más y en el que penetra de manera incesante Vox. Las limitaciones del discurso de este último -procedentes de un relato que no le hace ascos al populismo derechista y de sus socios exteriores que ya están instalados en ese discurso- impiden a este partido progresar en el ámbito del liberalismo conservador que le proporcionaría marchamo de organización homologable y normalizada políticamente, al igual que un incremento de electores. Aún tendría Vox la posibilidad de ocupar el espacio de la derecha liberal y democrática, desplazando al PP de esos predios, pero no parece que los de Abascal estén por esa labor.

Quedan los nacionalistas, que vienen a ser los de siempre, con su proyecto destructivo de los restos del naufragio nacional. Y la adición de una cierta federación de partidos de la España vaciada, que es la nueva especie confederal que pugna por hacerse lugar principal en el Congreso que representa sólo en teoría a la soberanía de nuestro país. No cabe duda que habría que cerrar con carácter inmediato el Senado si la Cámara Baja representa ya a todas las minorías regionales y/o nacionalistas. Y, más en serio, habría que modificar cuanto antes la Ley Electoral para evitar que semejantes desafueros se vean confirmados.

En resumen, un mapa político siempre en vías de definición, que, en el mejor de los casos, nos abona a la alternancia de partidos en el poder y nos aleja de la alternativa. O lo que es lo mismo, heredar políticas más que mudarlas profundamente.

sábado, 6 de noviembre de 2021

La política exterior en la Transición

Artículo original publicado en El Debate, el día 6 de noviembre de 2021

Convendría continuar cubriendo de información las lagunas que han quedado pendientes y la aclaración de determinados acontecimientos que se produjeron en ese período nos ayudará a comprender mejor dónde se encuentra hoy la política exterior española

España vivió su transición, consecuencia de la cual sería el compromiso entre los diferentes actores políticos que la llevaron a cabo, expresado en la Constitución de 1978; pero ese consenso constitucional no se tradujo en una política exterior definida por los objetivos generales que exigen nuestros intereses como país en el ámbito internacional. Este de la política exterior –sin perjuicio de algunos acuerdos básicos, como lo fue la apuesta por nuestra presencia en las instituciones europeas– ha sido, por lo tanto, un lugar abierto a la disputa y a la mudanza, y los sucesivos Gobiernos de la democracia han supuesto significativas –y perjudiciales, en ocasiones para España– variaciones en nuestra acción exterior. 

¿Qué ocurrió entonces con aspectos tan importantes y vitales para nuestro futuro como nación como lo son nuestra relación trasatlántica con los EE.UU. (más allá de nuestra condición de socios en la OTAN) y que produjo un resonante conflicto político en la época Bush-Aznar, foto de las Azores incluida? ¿Qué se habló sobre nuestra proyección hacia los Estados de Iberoamérica? ¿Qué del español (una lengua nativa para 600 millones de personas) como instrumento de nuestra política exterior? ¿Y qué se dijo de nuestra vecindad sur, de la garantía de aprovisionamiento energético (tan de actualidad para nuestros bolsillos en estos tiempos, y en el futuro invierno que se aproxima), de nuestras relaciones con ese vecino tan difícil que es Marruecos y con la política a seguir con respecto al Sáhara, territorio del cual seguimos siendo potencia administradora, al menos de iure? ¿Intuíamos que nuestra entrada en el Mercado Común supondría una necesaria congelación en el contencioso que manteníamos –y mantenemos– con el Reino Unido respecto de Gibraltar? ¿Había alguna política alternativa en este punto? ¿Se pensó en algún momento en dar vida a la economía de los municipios del Campo de Gibraltar? ¿Hasta qué punto la doctrina del ministro Castiella, victoriosa en el escenario de la ONU, prevaleció en ese momento de la transición, y cuenta para algo hoy, en la política exterior española? Y en lo referente al papel del Rey, ¿se llegó a plantear alguna posibilidad de intervención del Jefe del Estado en la política exterior cuando se discutió el texto constitucional? 

A estas y otras preguntas que podríamos plantearnos en el día de hoy, se pretendía dar respuesta en el acto que, conjuntamente, la Fundación Transición Española, presidida por Rafael Arias Salgado y dirigida por Pablo Zavala, y el foro LVL (Libertas, Veritas et Legalitas), celebramos hace unos días en Casa Arabe. Un acto que contaría con la ponencia del historiador y director del Instituto Elcano, Charles Powell y del exministro de Exteriores y embajador, Carlos Westendorp. 

Es evidente, que las formuladas cuestiones constituirían en sus respuestas al menos un apasionante libro que el historiador Powell debe ya a sus lectores. En todo caso, la revelación que el citado ponente del acto formuló en el mismo respecto de los asuntos del abandono a su suerte del Sáhara por España y la posición que se mantuvo durante la transición en lo relativo a Gibraltar merecen alguna consideración, siquiera muy brevemente. 

Respecto del primero de los asuntos, el del Sáhara, parece que existía un cierto choque de posiciones en el Gobierno Arias Navarro, figurando el presidente del Consejo con una actitud entreguista del territorio a los ocupantes marroquíes, en tanto que la opinión del ministro competente, Cortina Mauri, lo sería de resistir a la denominada Marcha Verde. Cerraría el debate el Rey Juan Carlos, quien después de sondear las opiniones de otras cancillerías –en especial la de EE.UU.– y observando que España carecía de apoyo en caso de tener que hacer frente a la agresión marroquí, resolvió que España se alejara de ese territorio, desentendiéndose de sus compromisos previos. Un conflicto bélico al principio de su reinado equivaldría a un proceso de «portugalización» de la transición española. 

En lo que se refiere a Gibraltar y a Ceuta y Melilla –siempre a decir de Charles Powell–, España podía hacer poco respecto a la colonia enclavada en el Peñón, salvo normalizar las relaciones a ambos lados de la verja. Tiempo después, un Gobierno de Felipe González decidía abrirla unilateralmente. 

Tiene particular interés la afirmación del ponente del acto, en el sentido de que Don Juan Carlos pensó seriamente ceder Melilla a Marruecos, a la vez que fortalecer la presencia española en Ceuta. 

Muchas preguntas y algunas respuestas, todas ellas sin duda de enorme importancia. Abierto el melón de ese capítulo de la historia de España, convendría quizás continuar cubriendo de información las lagunas que han quedado pendientes y la aclaración de determinados acontecimientos que se produjeron en ese período nos ayudará, sin duda, a comprender mejor dónde se encuentra hoy la política exterior española… si en algún lugar existe.

viernes, 5 de noviembre de 2021

¿Se parece cada vez más la UE a España?

Artículo publicado originalmente en El Imparcial, el 4 de noviembre de 2021

España, esa nación en la que ocurre que el mismo concepto que la define es “discutido y discutible”, según el expresidente, José Luis Rodríguez Zapatero, y que experimentó un embate sin precedentes en la democracia española reciente con la declaración de independencia del Parlamento de Cataluña el 27 de octubre de 2017, ha vivido todo tipo de agresiones a su integridad territorial. El antecedente de la citada declaración independentista se producía el 6 de octubre de 1934, en plena Segunda República, en la forma de una contestación a la victoria electoral de la fuerza política accidentalista CEDA en las elecciones anteriores, y coetánea de la insurrección de Asturias del mismo mes. Nacionalistas, socialistas y anarquistas se conjuraron entonces en contra de un régimen aún por estructurar -como lo era el republicano- lo mismo que los nacionalistas de hoy lo hacen junto con los populistas en relación con el sistema del ‘78, que creíamos consolidado pero que registra graves fallas evidenciadas ahora tras la denuncia ‘de facto’ del consenso constitucional por uno de sus firmantes, el PSOE de Sánchez.

Pero la UE no parece gozar de mejor salud. Tras la farragosa e interminable salida del Reino Unido -aún sin solucionar definitivamente-, se produce ahora la explosiva decisión del Tribunal Constitucional polaco respecto de la primacía de su jurisdicción sobre la europea, a la que convendría añadir las cautelas que viene planteando el órgano constitucional de Karlsruche en Alemania o el cuando menos deficiente funcionamiento de la euroorden -por citar un caso de particular interés para España-, se diría que las costuras de nuestra relación europea se van abriendo sin que observemos muy bien el procedimiento de cauterización de las mismas.

Por supuesto que no es lo mismo el Brexit que el “Polexit”, y que este último no es comparable con las decisiones del Tribunal Constitucional de Alemania o a la tantas veces fallida euroorden, aunque supongan un desafío a la organización, a los valores o a los procedimientos de la Unión; y que además tomen en cuenta -casi siempre para mal- las decisiones del Tribunal de Justicia europeo. Resulta también que el “Polexit” no es tal, porque Polonia no quiere marcharse, sino quedarse “a su manera”, que es incumpliendo las decisiones del TJUE.

Como ha afirmado el semanario británico The Economist, "si los tribunales de la UE no pueden confiar en los polacos, el sistema legal europeo comienza a deteriorarse. Una orden de arresto aquí no se cumple allí; una licencia bancaria otorgada en un país no es respetada en otro… con el tiempo, un área sobre la que las personas, los bienes, el capital y los servicios pueden fluir libremente se convierte en otra en la que sólo pueden moverse con problemas".

El caso es que, ante la ofensiva polaca, apoyada por Hungría, tiene la UE un elenco limitado de respuestas para que se reconduzca la actitud perniciosa por parte del país contestatario; solamente las sanciones económicas, que si bien eficaces para un Estado que recibe más de los fondos comunitarios de lo que les entrega, también podría rearmar el discurso nacionalista y encrespar a sus aliados, configurando un bloque de países que no están dispuestos a ceder soberanía en el ámbito judicial. La “Europa de las dos velocidades” que se explicitó desde la adopción del euro como moneda común, se extendería ahora al espacio jurisdiccional, con la particularidad de que este ámbito -el de los tribunales- forma parte del núcleo básico de los Tratados, a diferencia del área monetaria en la que no todos los países europeos están incluidos.

Sin perjuicio de lo que resulte del contencioso polaco, parece claro que, así como una crisis financiera en un país puede extenderse a otro, también puede hacerlo una crisis constitucional. De la misma manera que una crisis constitucional como la española está derivando en una crisis de proyecto de país, que cada vez resulta más difícil de resolver.

Pensar que el estado de derecho proclamado generalmente a lo largo de la UE es asunto resuelto, creer que la democracia subsistirá en España porque no existe otra alternativa, es incurrir en una locura peligrosa.

En el día de la Unidad en Alemania que se celebra el 3 de octubre, la Canciller en funciones, Angela Merkel, se expresaba de la siguiente manera:

“Hoy en día se ven ataques a la libertad de prensa en los cuales se fomentan las mentiras, la desinformación y los resentimientos. Estos son ataques a la democracia. La democracia no es algo sobreentendido, hay que trabajar entre todos por ella todos los días”.

Siguiendo lo que parece ser una especie de testamento político de la dirigente alemana, nada hay que dar por asegurado. La vida misma constituye siempre el escenario de la lucha por la supervivencia, y nuestro sistema de valores -entre los cuales se encuentra la democracia o la construcción de una UE anclada en los valores del liberalismo y la solidaridad- no podrían resultar ajenos a ese combate.

Basta con poner en cuestión los principios constituyentes -constitucionales- de una unión política para enmendar de raíz su propia existencia. Unidad, democracia, estado de derecho y gobierno, en última instancia de los jueces, son por lo tanto valores que tienen la misma profundidad e identidad, y que contaminan positivamente a todo el edificio construido en torno a esos principios, convirtiendo en indivisibles los unos respecto de los demás.

La desintegración, ya sea de los Estados constituidos, ya de las uniones entre estos, constituye antesala cierta de su desaparición.

martes, 2 de noviembre de 2021

Las calles de mi ciudad

Publicado originalmente en Iberian Style, el 30 de octubre de 2021

Pasear y caminar por las calles de una ciudad como pueda ser Madrid, Londres, Nueva York o Bilbao, observando todo y dejando a las cavilaciones personales deambular por la cabeza se puede convertir en una balada. Es lo que hoy nos ofrece Fernando Maura; una balada urbana.


LAS CALLES DE MI CIUDAD

La pandemia del Covid’19 – aún no resuelta en los miedos personales y la pérdida del tejido productivo consiguiente – nos ha devuelto a muchos el gusto por el paseo, la mirada y el reencuentro con personas que, como nosotros mismos, resuelven abordar en libertad las calles, las plazas y las avenidas para cualesquiera tipo de usos y objetivos. En una fugaz observación, advertimos las prisas de quienes acuden a sus trabajos, los correteos de los niños que salen de sus colegios o el pasar tranquilo de quienes se aprestan a apoderarse de alguna mesa en una soleada terraza en este benigno otoño madrileño. 

El primer desafío en este deambular callejero – incruento, al menos para mí – es el de las gentes que han decidido caminar con sus mascarillas puestas. Reducida la expresión a los ojos, la intensidad de sus inspecciones oculares me describe su posible disconformidad con mi actitud. Son muchas veces ojos profundos, inyectados en desaprobación o cuando menos exigentes de la reciprocidad. Les devuelvo entonces el gesto como advirtiéndoles que la mascarilla protege del virus, pero también dificulta la respiración en esta ciudad a la que ya han regresado los coches y los autobuses y los camiones, y la contaminación vuelve a imponer su victoria en no dosificadas raciones de CO2. Y les digo, con mi gesto callado, que además yo ya estoy vacunado.

La calle en la que vivo es contigua a una zona de colegios, de esas que – según la hora – se ve inundada de coches que aparcan donde les viene mejor – esto es, en doble fila -, y de padres y niños que atraviesan, con una nerviosa carrera, la vía, sin tener en cuenta que el ayuntamiento ha dispuesto semáforos y pasos de cebra para ese menester. Eso constituye un “excelente ejemplo” para los chicos, para cuando se hagan algo mayores y sean ellos quienes adopten sus decisiones urbanas.

La nueva normalidad trae también consigo la más amplia recuperación del transporte público para quienes, en pleno apogeo del virus, se desplazaban en vehículo privado o se atascaban en el trabajo telemático. Hay en este punto su heterogeneidad de comportamiento; aunque generalmente cumplidora el común de la sociedad, algún que otro pícaro se apresura a ocupar el margen de la insolidaridad. El otro día, en un autobús municipal, observé que la grabación del vehículo recordaba, casi a voz en grito, que en el interior del mismo era obligatorio el uso de la mascarilla. Después de repetirse varias veces el reclamo, lo que suena es un gruñido articulado. Es el conductor:

—Aquí hay una cámara que comprueba si todos los pasajeros llevan puesta la mascarilla. Así que no mires atrás y a los lados. Eres tú…

Y prosigue el chófer:

—Dentro de un momento te dirán que te tienes que bajar…

Miro en dirección a los asientos de atrás. Un chico joven, en efecto con la cara despejada, se da finalmente por aludido. Tiene buena pinta y viste correctamente. Su expresión es afable.

—Vale. He comprendido

Asegura. Y se pone la mascarilla.

Por fortuna, pienso, aquí no ha existido violencia, vandalismo, ni expresiones altisonantes. No ocurre lo mismo en otros lugares de nuestra ciudad y aun de nuestra geografía.

Y Madrid será lo que queramos pensar que es, pero está claro que no es un ghetto. El modelo de urbanización de la capital de España se parece poco a los que conocemos en determinados barrios parisinos, marselleses o bruselenses, en los que se recomienda no aparecer desde la puesta del sol. Los caldos de cultivo de los que emergen los yihadistas no tienen entre nosotros la misma consistencia que en otros países, al menos por ahora. Y no creo que eso se deba a una planificación definida y ejecutada por las autoridades municipales o regionales, menos aún por el gobierno central. Ha sido mucho más la ausencia de planificación, la improvisación española, la que viene produciendo este resultado.

El Madrid abigarrado, multicultural, multiétnico y generacionalmente transversal de la calle de Bravo Murillo huele a aceite requemado de kebabs y guisotes latinos; hay zapaterías y tiendas que dispensan objetos de decoración, otras que venden cortes de pelo, unas cuantas de moda femenina y también de las que practican la manicura y la pedicura… todas ellas están atendidas por población china; pero también hay panaderías, cafeterías y bares regentados por personal español… o castizo, porque nadie podría garantizar que los ecuatorianos, bolivianos o – incluso – los orientales que te sonríen a la entrada de sus comercios, no tengan un pasaporte español.

Prosiguen mis pasos en dirección ahora de una estación de metro. Voy a tomar un café con un amigo, diplomático de altos vuelos, ideas claras e implacable defensor de los intereses de España en el ámbito interior e internacional. Y recuerdo entonces la canción de Ralph McTell, “Streets of London”, del año 1960. Una triste balada dedicada a las gentes de esa ciudad. Su estribillo dice:

So how can you tell me you’re lonely

And say for you that the sun don’t shine?

Let me take you by the hand

And lead you through the streets of London

Show you something to make you change your mind”

(Entonces, ¿cómo puedes decirme que estás solo?

¿Y decir que el sol no brilla para ti?

Déjame llevarte de la mano

Y guiarte por las calles de Londres

Mostrarte algo que te haga cambiar de opinión).


Es la soledad que proyectan inevitablemente las grandes urbes, acrecentada por los cientos de personas que te encuentras por sus calles, sin conocerlas, sin intuir apenas sus caracteres, sus angustias y sus alegrías. Pero la soledad, habrá que concluir, es algo que llevas contigo mismo y proyectas sobre la pantalla de tu ciudad: no podrías, sin incurrir en injusticia, culpar a nadie por estar solo, menos aún a ese ser que es la población en la que vives.

Pero es cierto, se puede uno sentirse solo a pesar de encontrarse rodeado de gente. La soledad de Madrid… yo también la sentí muchas veces. En Madrid, en Bilbao, en Lanzarote, por ejemplo. Por fortuna, esa es ya desde hace tiempo una historia del pasado.

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