Columna publicada originalmente en El Imparcial, el 16 de diciembre de 2021
En el año 1970, Pablo Milanés escribía una canción que inmortalizaría a la también cubana, la actriz Yolanda Benet, con la que estuvo casado durante seis años. La historia se parecía a la que escribió Leonard Cohen sobre su relación amorosa con Marianne Ihlen, a quien conoció en la isla griega de Hidra y dedicó en 1960 una igualmente bellísima canción que el poeta y cantante canadiense no podía interpretar si no lo hacía desde el más profundo de sus sentimientos.
Milanés se refería en su “Yolanda” al temor de verse descubierto, una sensación que quizás comparta ahora la mujer del mismo nombre que nos vice-preside y que -al parecer- querría desterrar la preposición “vice” a un incierto baúl del olvido, donde se encuentran, entre otras, la historia del comunismo o del socialismo chavista del siglo XXI, junto con episodios del XX, como las purgas, los asesinatos y la pobreza para todo el pueblo, excepto, claro está, para la oligarquía directora y extractiva de los recursos que son propiedad de la inmensa mayoría.
Desconectar la historia del comunismo de su ideología parece cuestión bastante difícil, incluso en estos tiempos en los que el pensamiento líquido nos conduce a la desmemoria; pero habrá que convenir en que una sociedad que acepta sin discusión el marco propuesto (¿impuesto?) por la izquierda, por poner un ejemplo, en el que a la “extrema derecha” de Vox no le corresponde una extrema izquierda de Podemos, puede tragar sin dificultad que el comunismo de Yolanda es benefactor, bienintencionado y como mínimo progresista.
Quizás en evitación de comparaciones que pongan en eventual riesgo su ascenso al poder máximo, Yolanda navega en pos de las políticas transversales que fueron un día de Rosa Díez, otro de Albert Rivera y -también- de Pablo Iglesias antes de que el dirigente morado se moviera definitivamente hacia la extrema izquierda real, ayudado, eso sí, en su travesía radical por medios de comunicación de todas las ideología existentes, como por cierto hacen ahora con Yolanda. Anunciaron, todos los citados, su transversalidad y subrayaron lo novedoso de sus propuestas, hasta que concluyeron sus respectivos viajes en los predios habituales de la vieja política: partidos recluidos sobre sí mismos, prácticas autoritarias internas y liderazgos refractarios al debate y al consenso.
En política, cualquiera puede viajar en busca del tiempo perdido, como Proust, a condición de no hacérselo perder a los demás; o al fin de la noche, como Céline, siempre que el trayecto no tenga por origen la deserción. Lo que no deberían olvidar los amantes de esas excursiones es su punto de partida, siquiera sólo sea en previsión anticipatoria de cuál será el de llegada. Porque no es lo mismo proceder de la socialdemocracia o de la mesocracia política que de la radicalidad universitaria o del Partido Comunista. Todos los orígenes manifiestan al menos la intención previa de sus itinerantes, por mucho que en el camino se revistan de un vago progresismo, disfracen la mera ambición de poder de un liberalismo ecléctico, retornen simplemente a los orígenes de eximio hijo de un militante del FRAP o acompañen su trayecto de visitas al Vaticano… la mona puede usar telas de seda, pero no deja de ser un macaco.
Por supuesto que Yolanda está sacando partido del secarral que es el panorama político español. En un mundo en el que la imagen lo es todo, ella aporta una cierta estética derechista a lo que no era sino feísmo de la izquierda rancia; recita unos pasajes de San Mateo donde sus conmilitones repetían párrafos de El Capital, siendo más que probable que ni la una ni los otros hayan leído ni los evangelios ni la obra cimera de Marx; y derrocha sonrisas y maneras educadas donde sus epígonos exudaban de descorteses exabruptos.
Algo hemos ganado en opinión de los bienpensantes, que prefieren ampararse en la condición del avestruz en evitación de verse obligados a hacer algo más que catequizar desde las apenas abiertas al consumo barras de los bares. Pero habrá que decir que el peligro se acrecienta cuanto más se oculta, lo mismo que el sujeto malencarado al que se le ve venir te prepara a una determinada defensa.
Parecido argumento se podría formular a los que consideren que las ganancias electorales de Yolanda se verán correspondidas por las pérdidas en votantes del PSOE. El “cuanto peor, mejor” ya ha sido sobradamente experimentado en política. La división del voto en la derecha francesa impulsada por el presidente Mitterrand, por ejemplo, condujo a la consolidación del partido de Jean-Marie y de Marine Le Pen como segunda fuerza política en Francia, anulando de hecho cualquier posibilidad de una tercera opción moderada alternativa. Cuando se juega con fuego no hay que perder de vista cierta posibilidad de acabar incinerándose.
El descubrimiento de Yolanda se torna por lo tanto en cuestión compleja donde las haya, en especial porque ella misma juega al escondite con quienes pretendan saber adónde quiere en realidad llegar. Pero no hace falta ser Milanés ni Cohen para saber, como Tweedledum y Tweedledee, los sabios personajes de Alicia en el país de las maravillas, que lo que en realidad importa es el poder, porque es éste el que impone el significado de las palabras… y de los hechos, más allá de las ideologías y de las políticas, podríamos añadir nosotros.
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