miércoles, 31 de agosto de 2022

¿Carece España de intereses en el ámbito internacional?


Publicado en El Imparcial, el lunes 29 de agosto de 2022

En su ensayo Extremo centro. El manifiesto, Pedro Herrero y Jorge San Miguel afirman que “tras la crisis de 2008 y el actual repliegue internacional de Estados Unidos estamos en un período en el que sí hay elementos expresamente políticos: unión fiscal, bancaria, militar... Para definir estas cosas necesitas un cuerpo político, y no está claro que la Unión Europea lo tenga. En cualquier caso, mientras Europa está centrada en esta construcción, España ha recorrido el camino contrario. España ya no tiene intereses. Si uno lee la estrategia de acción exterior del Ministerio de Asuntos Exteriores, sólo se habla de defensa de «valores» como el feminismo, el clima... Si defiendes eso, es que te has convertido en una especie de ONG o federación galáctica, pero desde luego no eres una nación. Y si encima te subsumes en una comunidad política internacional que tampoco está claro que traduzca tus intereses en el mundo, o que tenga claro cuáles son, resulta imposible percibir un rumbo”.

En mi opinión tienen bastante razón los citados autores, si bien el escenario general se está modificando como consecuencia de la guerra en el Este de Europa. Sin perjuicio de que nadie conoce muy bien cómo, cuándo y con qué consecuencias concluirá el fenómeno bélico, parece cada vez más evidente que los principales actores globales (Estados Unidos y China) permanecen atentos al desarrollo de los acontecimientos en Ucrania, por cuanto la mayor o menor reacción del primero de estos países al conflicto está siendo seguida con atención por el segundo respecto de sus intenciones de sometimiento de la isla vecina de Taiwán, en lo que no expresa sino la capacidad de influencia global de las dos superpotencias y del mensaje que emitan acerca de su efectiva capacidad de liderazgo en relación con sus socios y aliados. Aún más, como ha señalado el Secretario de Defensa norteamericano, Lloyd James Austin III, “queremos ver a Rusia debilitada hasta el punto de no poder repetir lo que ha hecho desde el inicio de la invasión de Ucrania”. De modo que la reducción de Rusia a la insignificancia evitaría, entre otras cosas, el eje ruso-chino, que ya fue la principal preocupación del ex secretario de Estado Henry Kissinger.

Al contrario de lo que manifiestan Herrero y San Miguel —que expresan su citada opinión con carácter previo a la agresión rusa contra Ucrania— la guerra está constituyendo un acelerador de decisiones, previstas aunque aún no implementadas. Los países europeos se aprestan a consolidar su pilar defensivo, en primer lugar reforzando el flanco del Este de la OTAN, con el abandono de su condición de neutralidad por parte de Finlandia y Suecia, al que se une el compromiso de incrementar el presupuesto en defensa de todos los países, incluidos los más renuentes a la ampliación de ese gasto, descubriendo así la evidencia de que el mundo no es un oasis beatífico en el que los gobiernos no son más que organizaciones benéficas y su cometido consista en desterrar la pobreza y el hambre, dicho sea con todos mis respetos para con las agrupaciones que combaten por estos y otros objetivos similares. Porque el mundo no será exactamente un Estado Leviathan más grande, como aseguraba Hobbes, una especie de paraíso para los lobos, pero la actuación de algunos dirigentes políticos —como es el caso de Putin— nos permite dudar que no lo sea, al menos en algún caso.

Este fundamental pilar de la defensa europea se completa, como advierten los citados autores, con otros ámbitos en la integración de los países de la Unión que, además de los ya reseñados —bancario, fiscal…—, alcanzan también el de la política exterior, huyendo de la regla de la unanimidad. Cabe pensar que el traje de los actuales Tratados que vinculan a los miembros del club resultará estrecho para una ampliación tan importante de las competencias comunes que se residencian en las instituciones europeas —Parlamento, Tribunal de Justicia y Comisión, especialmente—. Un proceso de integración en el que los Estados miembros plantearán sus propios intereses como elementos constitutivos del consenso definitorio de las preocupaciones europeas. En este sentido, pensar que los intereses europeos están previamente definidos y que éstos son diferentes de los intereses de las naciones que lo constituyen, más allá de lo que en términos generales se viene considerando como el «modelo europeo» (democracia liberal y estado del bienestar), no sólo constituye un error palmario sino que es además una evidente falsedad, y un pésimo negocio para los que consideran que lo único que corresponde hacer en las instituciones europeas es ver, oír, callar… y sumarse al criterio de la mayoría.

Recuerdo con asombro, aún no desvanecido con el paso del tiempo, el comentario que una embajadora de España en un país del Este de Europa —no citaré su nombre, de acuerdo con la máxima que prescribe que «se dice el pecado, pero no el pecador»—, que los tres criterios que, a decir de sus responsables políticos y diplomáticos, deben seguir en su trabajo cotidiano los representantes españoles en las misiones que emprenden, consistirían en la tríada del «nunca solos, siempre dentro y, en caso de duda, con Francia». Sin perjuicio de abogar por las mejores relaciones posibles con nuestro país vecino, es preciso considerar que esta forma de entender nuestra política exterior —y aún europea— significa un sometimiento vicario y además indigno a los criterios de otro país. En definitiva, equivale a aceptar que España carece de intereses que defender en el ámbito internacional, o que, como sugieren Herrero y San Miguel, desaparecido el Reino de España, en su lugar ha nacido la nueva oenegé llamada algo así como la «Federación-de-lo-que-quedó-de-España».

martes, 16 de agosto de 2022

Y el Rey permaneció sentado



Artículo publicado originalmente en El Imparcial, el 15 de agosto de 2022

La ceremonia de investidura del exguerrillero colombiano del M-19, Gustavo Petro, como presidente de la República, ha provocado más polémica —según los medios periodísticos— en España que en el país americano. Y ocurre que en otros parajes importan poco nuestras cuitas, porque habrá que convenir que es entre nosotros donde con más frecuencia se produce la práctica del acoso y derribo de la Jefatura del Estado basada en la institución monárquica por parte de la izquierda y de los nacionalistas e independentistas; y no ha faltado quien, amparado por el sacrosanto principio de la inviolabilidad parlamentaria, ha manifestado «echar de menos una buena guillotina en la historia del estado español».

No se deben tomar a broma determinadas expansiones verbales. También Pablo Iglesias Posse, a la sazón diputado del PSOE, llegó a amenazar a don Antonio Maura en el Congreso el 7 de julio de 1910 con estas palabras: «Hemos llegado al extremo de considerar que, antes que S.S. suba al Poder, debemos llegar hasta el atentado personal». No hubo que esperar mucho tiempo: el día 22 de ese mismo mes, el militante republicano-radical Manuel Posá, disparaba en la estación de Francia, en Barcelona, con una pistola Browning, contra el político conservador, produciéndole una herida en una pierna. Las armas las carga el diablo.

Pero volviendo al gesto que motiva este comentario, es de rigor advertir que la espada de Simón Bolívar, ante el paso de la cual nuestro Rey permaneció impasible, no consta entre los símbolos constitucionales de Colombia, que cualquier invitado a una recepción oficial está obligado a respetar: no es el himno ni la bandera del país. Por cierto, también habrá que recordar que otro de los deportes favoritos en nuestros pagos españoles consiste en quemar retratos del Rey, banderas españolas o pitar la interpretación de nuestro himno… y ante esas agresiones al Jefe del Estado y a los símbolos nacionales, que sí se encuentran recogidos en nuestra Constitución, no descubrimos ni siquiera la más mínima reserva por parte de quienes no dudan en invocar el regicidio como mejor solución a nuestros problemas, ¡faltaría más!

Para hacer más comprensible el argumento que pretendo desarrollar, permítame que vuelva hacia atrás el reloj de mi historia personal. El 15 de abril de 2015, Don Felipe visitó la sede del Parlamento Europeo en Estrasburgo, cuando yo mismo era uno de los vicepresidentes del grupo liberal (ALDE). Su presidente, el belga Guy Verhofstaat, generosamente, me cedió la representación del mismo en la reunión que a puerta cerrada los diferentes grupos mantuvimos con el augusto invitado, a quien acompañaba en representación del Gobierno, el ministro de Exteriores, García Margallo. En mi intervención, saludé la presencia del Rey como una oportunidad histórica para la puesta en marcha de una regeneración política que acercara a España a las prácticas democráticas ya consolidadas en otros estados de Europa. Una nueva generación, que Vuestra Majestad encarna, —dije— se asoma al necesario cambio político que exige nuestro país. En su respuesta, Felipe VI recordaría que la obra de la institución que él representa no se circunscribe a una sola persona, sino al conjunto de quienes le precedieron. Se trataba de una intervención impecable, y a través de ella yo podía en efecto evocar a su padre y la transición democrática, al señorío sin ejercicio de su abuelo o al destierro de su bisabuelo en evitación de que en España se derramara sangre por su causa —luego se vertió, y sin medida, por una república que en realidad muy pocos quisieron.

El Rey Felipe no representa por lo tanto sólo a la España y a los españoles de hoy, es la significación de las generaciones que le precedieron y el nexo con las que le sigan. Y es, mal que les pese a sus contradictores, descendiente en el trono de los reyes que hicieron el imperio, descubrieron nuevos mundos para España y para Europa, y dejaron allí el legado de nuestro idioma, nuestra civilización cristiana y —como ha recordado recientemente Felipe Fernández-Armesto— las infraestructuras necesarias para su permanencia durante más de tres siglos. No parece muy presentable que uno se levante al paso del sable con el que se le propinó un mandoble a su abuelo.

El paseo de la espada del llamado ‘libertador’ por las calles de Bogotá, capturada por el exguerrillero y otros líderes populistas como emblema de un pueblo que combate la opresión, no deja de resultar un contrasentido. Bolívar era un acaudalado aristócrata criollo que se enfrentó a la metrópoli agitando a un pueblo que nada tenía en contra de ésta. Y serían los descendientes del líder caraqueño quienes ejercerían —obtenida la independencia— la tarea del sometimiento a la población indígena que, pasados unas cuantas décadas, la nueva izquierda americana dice querer proteger. En consecuencia, no se entiende que se exhiba el acero de Bolívar como imagen de una pretendida liberación popular, cuando fue sólo un instrumento que perseguía sustituir un poder por otro, siquiera más lejano aquél que éste.

En la obra colectiva titulada «Populismo y política exterior en Europa y América», Susanne Gratius se refiere a la gestión del boliviano Evo Morales, que habría enfrentado a los indígenas contra la tradicional élite blanca y a la polarización étnica que este dirigente provocó con su salida del poder. Los líderes populistas —y quizás Petro no sea una excepción a esta norma— tampoco han servido para unir a sus pueblos, sino para enfrentarlos. Y si su blasón lo constituye una espada… más vale quedarse sentado a su paso.

miércoles, 3 de agosto de 2022

Los beneficios "caídos del cielo"


Publicado originalmente en El Imparcial, el 2 de agosto de 2022

En tanto que el presidente Sánchez Pérez-Castejón acaba de remodelar su partido con el difícil propósito de impedir el descalabro que le auguran las encuestas, el jefe de gobierno ha sacado de su cambiante chistera (ayer me puse el sombrero de estadista proamericano, porque me tocaba ser anfitrión en la cumbre de la OTAN; hoy me pongo la boina populista y demagógica, para tocar a rebato a las masas descarriadas…) el conejo de los “beneficios caídos del cielo”, o beneficios extraordinarios obtenidos por la guerra provocada por la agresión de Rusia sobre Ucrania; un gazapo en las dos acepciones de la palabra, ya que se trata tanto de un animal asilvestrado como de un error de más que previsibles consecuencias.

No he utilizado el término que definiría los impuestos que presentará Sánchez a su discusión por las Cortes como una reacción novedosa: otros países europeos los han establecido o están en vías de hacerlo (es el caso del Reino Unido y de Italia en lo que se refiere a las empresas del sector de la energía, no así en el de la banca, donde nuestro particular Robin de los Bosques no pasa de ser un trasunto del asalta-caminos que era el Tempranillo en la tradición más castiza del bandolerismo andaluz.

Carezco de criterio para analizar los entresijos de esos impuestos que, cuando se escriben estas líneas, apenas se han esbozado. Lo que sí cabe es recordar el precedente histórico que en España tuvo la propuesta del liberal vallisoletano don Santiago Alba de gravar los beneficios extraordinarios obtenidos por las empresas españolas como consecuencia de la provisión de recursos por ellas realizadas a los estados contendientes en la Primera Guerra Mundial, dada la neutralidad que mantuvo nuestro país en la misma, y que la Lliga catalanista liderada por don Francisco Cambó hizo descarrilar.

En todo caso, los presupuestos de reconstitución que presentó don Santiago en 1917, tenían un abierto carácter regenerador. La reconstrucción vigorosa del país. Hasta ese momento todos los objetivos de modernización del sistema -seguramente con la excepción de los programas de acomodamiento de la Marina de Guerra española a los nuevos tiempos, promovida por don Antonio Maura- se iban en palabrería. No se construían carreteras, no se abrían escuelas, no se había reorganizado el ejército... Y las fuerzas políticas y sociales emergentes, el partido socialista y los sindicatos obreros, exigían reformas que no admitían demora. Era también necesaria la nivelación del presupuesto y la normalización del Tesoro Público. Todas esas medidas que, a decir de Alba, precisaban de una ingente cantidad de recursos, irían destinadas a los ministerios de Fomento, en lo relativo a obras públicas, hidráulicas, traídas de agua y comunicaciones; al Ejército, y a la construcción de edificios.

Aquí termina el precedente histórico. Y da comienzo la actualidad de la gestión. Los 7.000 millones adicionales por estos dos nuevos recargos fiscales, financiarán una beca complementaria de 100 euros mensuales para todos los estudiantes mayores de 16 años que ya disfrutan de ayudas, prestación que recibirán cerca de un millón de alumnosen el último trimestre de este año, para que ninguno abandone sus estudios por motivos económicos; el desbloqueo "inmediato" de la 'operación Campamento' en Madrid para construir hasta 12.000 viviendas, el 60% de ellas públicas; la gratuidad de los abonos de Renfe de Cercanías, Rodalies y media distancia. el Gobierno desplegará una "nueva y mejorada Política Agraria Común" para ayudar al campo español.

A la luz de estas medidas -y de otras que interesan de manera específica a Baleares, Canarias, Ceuta y Melilla, y poco más-, cabe cuestionarse si lo que se propone el presidente es reforzar el carácter asistencial de su proyecto de permanencia en el poder, previamente a la convocatoria de elecciones, antes que corregir los déficits estructurales de la economía española: la pérdida de competitividad internacional, la recuperación de nuestra economía después de la pandemia, el diferencial de paro (aun con el maquillaje estadístico de los fijos discontinuos) o las políticas de vecindad con nuestro principal proveedor de gas… sólo por poner algunos ejemplos.

Eso sí, de la prolífica madriguera exhibida por Sánchez surgen con fuerza los nuevos cuatro jinetes del actual apocalipsis español: Feijóo, Abascal, Ana Patricia Botín y Sánchez Galán… ¿no hay algún “bicho” más en la gazapera?

Por si tuviéramos alguna duda, es preciso advertir que comparar a Sánchez con Alba es lo mismo que deificar a un indigente sólo por el hecho de ostentar esta penosa condición. Por supuesto que ni siquiera lo pretendería el actual presidente, en el supuesto de que se haya entretenido en el estudio de las reformas pretendidas por don Santiago.

Dicen las fuentes bíblicas que lo que caía del cielo era el maná, no los beneficios procedentes de las actividades económicas. Lo que sí caerán del cielo serán las muníficas ayudas propiciadas por un gobierno desasistido de apoyos y a la búsqueda del voto perdido, como Proust reclamaba el reencuentro con el tiempo pasado y apenas lo conseguía después de siete entregas. El tiempo perdido de Sánchez se diría que ha quedado enterrado en su insólita ambición de poder y sin ofrecer a cambio sino un país carente de referencias institucionales, entregado al separatismo y a los epígonos del terrorismo y en situación de bancarrota económica. Algunos pudimos darnos cuenta de que eso era precisamente lo que nos esperaba de los socios de la moción de censura que Sánchez presentó contra Rajoy. Supongo que me creerá usted si le digo que yo voté en contra.

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