Las solemnes imágenes que han acompañado al entierro de la Reina Isabel, el boato y la parafernalia desbordantes que hemos podido seguir a través de los medios de comunicación, nos han permitido evocar los cambios en la vida de los británicos a lo largo de los 70 años de inigualable trayectoria de su titular. Mudanzas que se han producido desde luego en su país, Gran Bretaña: en su dieta alimenticia -basada entonces en la patata y el repollo-; la raza -que era sólo blanca en la práctica-; la población -unos 17 millones de personas más en la actualidad, pero menos jóvenes y más viejas-; la familia -menos hijos ahora, concebidos por mujeres en edad más tardía, y un 51% de ellos fuera del matrimonio, cuando sólo lo eran un 5% cuando la Reina asumió el trono-; la energía que calentaba los hogares, que procedía exclusivamente del carbón; y hasta en los hábitos de vida -casi todos los hombres y muchas mujeres eran fumadores.
Los señalados datos proceden del Reino Unido, pero también podríamos encontrar referencias similares en otros países desarrollados, porque las tendencias descritas -y otras que se podrían añadir a éstas- trascienden a ese país y se inscriben en el cambio general de los tiempos que estamos viviendo. No sería exagerado asegurar, por lo tanto, que el cortejo fúnebre en el que han participado tantos Jefes de Estado, coronados o republicanos, ha acompañado a la Reina Isabel como símbolo de toda una época que desaparece con ella.
Porque la sola presencia de Isabel de Windsor suponía el dique que contenía, siquiera levemente, el maremoto que se cierne sobre su país, y que ya viene devastando al mundo entero en términos de pérdida de valores, de ausencia de referencias, de inestabilidad y de inseguridad. Lo era ya mucho antes de que la carroza mortuoria, escoltada por la familia real británica con marcialidad impecable, pasara por las principales calles de Londres. Todo eso ya resultaba evidente en el resto del orbe, quizás no tanto para el Reino Unido.
Permita el lector que haga una referencia a la historia local. En su biografía sobre Cambó, Maximino García Venero recoge una cita del periódico londinense “The Times”, referida a las ya pretéritas campañas militares españolas en tierras marroquíes. El diario británico se preguntaba: ‘¿Para qué quiere ir a Marruecos? ¡Si España es una nación del pasado, si España es nación que no tiene porvenir, si España es nación muerta, si el porvenir de España es ser un país de posaderos, es ser un país para los turistas!’.
Más allá de la evidente -e injusta- carga despectiva que supone el comentario, habrá que convenir que, posadas y turistas (hostelería y ocio) constituyen sectores económicos más que significativos en el mundo actual, especialmente una vez que recuperemos una cierta normalidad, superados los trastornos de la pandemia y los efectos previstos en forma de recesión sobre nuestra economía derivados de la guerra en Ucrania, y aunque ésta última continúe, seguirá el turismo constituyendo un ámbito esencial de nuestra economía y de la de otros países. Será preciso señalar que un buen número de ciudadanos británicos eligen España como su preferente destino para pasar sus vacaciones y algunos de ellos han optado por hacer de nuestro país su residencia para los años de su merecida jubilación; y España también supera a Francia como el principal destino de los universitarios del Reino Unido.
La histórica maldición cuasi-bíblica del diario londinense sobre España parecería más bien una premonición que se vuelve en contra de quien la profiere. Britania, que en el poema de James Thompson gobierna las olas y proclama que los británicos nunca, nunca serán esclavos (“never shall be slaves”), se nos presenta ante nuestros ojos con la inquietud del futuro que correrá en el reinado de Carlos III la Commonwealth, de la que alguno de sus miembros podría desligarse, y aún de los territorios interiores del Reino Unido, como Escocia -que reclama un nuevo referéndum de independencia-, Irlanda del Norte -que ya está gobernada por el pro-integracionista Sinn Fein-, o Gales -donde el independentismo se ha multiplicado por cuatro-. Únase a todo lo cual la apuesta por el más duro de los posibles escenarios del Brexit, decisión que ya está produciendo resultados económicos negativos y que no se ha visto compensada por una relación comercial con los Estados Unidos.
No lo serán -esclavos- seguramente, pero es preciso advertir una tendencia cierta a la reducción y al aislacionismo en esta nueva realidad que deja expedito el orgulloso dique que representaba la Reina y que el actual monarca está lejos de simbolizar. Una singular apuesta por el aislamiento en un mundo que requiere de acuerdos de integración, en el caso de que se pretenda competir en el nivel global.
A pesar de la actitud clasista -como mínimo- del citado diario londinense respecto de los ciudadanos que dedican sus esfuerzos desde bares, cafeterías, restaurantes y hoteles a hacernos la vida más grata, y que podría recordarnos la frase despectiva que pronunciaba el que fuera presidente del PNV, Javier Arzallus: “¿Qué queremos, un país de camareros?”; como si la industria, la banca, la construcción naval… fueran negocios más dignos que este del ocio y de la hostelería, por no referirnos al del comercio de esclavos, que tantos réditos y fortunas produjeron en su día a muchos navieros vascos.
Si el periodista del Times volviera a nacer, seguramente enmendaría su artículo en aras, al menos, del pragmatismo, o -¿quién sabe?- si envuelto en la Union Jack despreciaría a ese país de posaderos -y a tantos otros-, al tiempo que el fallecimiento de su longeva reina ha puesto en evidencia que la época de los buenos y viejos tiempos ha concluido para siempre.