viernes, 7 de abril de 2023

Pienso en las cosas perdidas


Artículo publicado en El Imparcial, el 6 de abril de 2023

En estos tiempos posmodernos en los que los ritos procesionales de la Semana Santa se combinan con las vacaciones en la playa; y en los que una precampaña electoral nos atosiga con propuestas que envuelven un contenido inexistente; y se diría que es lo mismo un político cualquiera que su alternativa, porque todos se obsesionan con la obtención del poder, rechazando -por inconveniente- cualquier posibilidad de transformación política, si ésta no procede de sus eventuales socios, quienes, en suma, sólo aspiran a desmontar el “Estado del 78” o retrasar el reloj de la historia al menos 40 años… Cabe evocar hoy, las ilusiones que se llevaron los vientos de los inviernos transcurridos, en el comentario de las personas que me acompañaron en la presentación de mi novela sobre un político valenciano corrupto, de esos que entendía la política como el mejor de los procedimientos existentes para enriquecerse.

Pero este comentario no quiere referirse a la corrupción, tampoco a “La piel del plátano”, que es el título de la mencionada novela, sino a los dos presentadores de la misma, Juan Carlos Girauta y Eloy García, escritor y ex-diputado, el primero; catedrático de Derecho Constitucional, el segundo, que mantendrían un diálogo de altos vuelos sobre la literatura, la política, la condición humana y los tiempos que vivimos hoy y en los que nos ha correspondido conocer.

Girauta forma parte del exilio interior provocado por la intolerancia nacionalista que se ha apoderado de Cataluña ante la desidia de unos, y el apoyo de otros, en esta Villa y Corte de Madrid, que no ha terminado de comprender lo que significa de verdad el supremacismo de los independentistas. Habría que recordar, en este sentido, lo que recomendaba hacer don José Ortega y Gasset con los cantos de sirena: oírlos al revés.

Existe una cierta amargura en el exilio. Por las gentes que quedan detrás, desde luego, pero también por los objetivos que un día pretendías y que no se han cumplido. Y ese Juan Carlos Girauta, a quien conocí una tarde bruselense recostado en un sofá del Parlamento Europeo, y a quien después traté, en compañía del profesor Sosa Wagner y del abogado y corresponsal de guerra, Javier Nart, -“las guerras se han inventado para que vaya Nart a informar de su desarrollo”, diría Sosa-; ese Girauta que creía tan firmemente en la victoria de Ciudadanos y en la presidencia de Rivera, y que aún sigue desenvolviendo teorías y explicaciones acerca de porqué no fue posible, cómo pudo ocurrir que un partido que estaba a la cabeza en las encuestas de entonces se haya precipitado hasta la desaparición en la inmensa mayoría de las recientes.

Tampoco es objeto de estas letras ofrecer al lector mi opinión sobre lo sucedido y de sus causas. Sólo basta decir que allí había un proyecto de transformación de España, de recuperación del país que supo reconciliarse, del acuerdo como fundamento de las grandes decisiones, del retorno a una democracia de españoles libres e iguales, y de un sistema de separación de poderes y de partidos abiertos y participativos como exige la Constitución.

Son las cosas perdidas, como las que nos cantaba Gigliola Cinquetti en el año 1964. Quizás una década más tarde me encontraba con el hoy distinguido cátedro Eloy García, compañero y amigo de interminables paseos entre General Mola -que recuperaría su nombre de Príncipe de Vergara en el año 1981, bajo el mandato del alcalde Tierno Galván- hasta los aledaños de la calle Caídos de la División Azul -cuya denominación aún conserva el callejero madrileño-, discutiendo los dos acerca del futuro político de España, construyendo premonitorios castillos en el aire que esos huracanes invernales se encargarían de desmoronar en muy poco tiempo.

Y había también mucha ilusión juvenil en aquellas caminatas, tanta como la confianza depositada en la política, a la que considerábamos como la solución a todos los males que atenazaban el presente de nuestro país. Y si alguien nos hubiera mencionado la definición que de esa actividad hacía Groucho Marx (“la política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados”), seguramente habríamos despreciado esa expresión como producto de un furibundo reaccionario. Hoy, lamentablemente, le concederíamos buena parte de razón.

Todavía hoy, que nos corresponde el siempre necesario ejercicio de pensar acerca de la democracia, no colegimos con certeza lo que quieren esos millones de españoles que viven atribulados por el alza de los precios, por el coste de las hipotecas, por el cuidado de sus mayores y de sus niños; qué reclaman ellos de sus políticos y de las instituciones. Y, más aún, en qué España piensan los jóvenes de hoy, que recorren frenéticos las redes sociales en busca de “likes” que confirmen sus actuaciones, de “influencers” a quienes seguir y de “flashes” que han sustituido hace tiempo a las informaciones más reflexivas, en tanto que dilatan todo lo que pueden la constitución de una unidad familiar, cuando no la decisión de tener hijos, y que son cada vez más conscientes de que no deben esperar demasiado del futuro de sus pensiones. Por el momento, la precampaña electoral les mantiene distraídos a base de promesas y subvenciones, pero llegará muy pronto el día en que haya que pagar la factura de la fiesta y se dispare la deuda pública que, en definitiva, siempre pagan las generaciones que nos siguen.

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