Publicado en El Imparcial, el 18 de marzo de 2024
Entramos en fase electoral, el próximo 21 de abril se celebrarán las correspondientes elecciones al Parlamento Vasco, vendrán luego las catalanas y después las europeas. En el caso de la primera, se trata de una convocatoria que se diría cierra un ciclo propio para abrir otro.
Constituye el final de la etapa de Íñigo Urkullu, quien en tándem con Andoni Ortúzar -éste al frente del PNV- recogían el testigo de Josu Jon Imaz, después de que el que fuera eurodiputado y consejero de Industria de Ibarretxe, evitara la deriva soberanista hacia los territorios de abierto enfrentamiento con el Estado que preconizara su rival Joseba Egíbar. Eran desde luego otros tiempos, en éstos es el mismo Estado el que se desprotege, y son sus aliados, los nacionalistas e independentistas, los que se alían con él en esa operación destructiva.
El tiempo que cierra Urkullu, pero que Ortuzar pretende estirar ahora con la ayuda de un candidato bisoño, de nombre Imanol Pradales, era el del clásico "ritornello" nacionalista. Fue primero Garaikoetxea en su lucha con Arzallus y sus desplantes a los gobiernos centrales. Aquel lehendakari, de origen navarro, acabaría fundando Eusko Alkartasuna, hoy partido miembro de la coalición Bildu. A éste le sucedería el más moderado Ardanza, que impulsaría el "pacto de Ajuria Enea" en contra del terrorismo; pero el péndulo vertiginoso del PNV le sustituiría después por el más radical Ibarretxe, que pondría en marcha su célebre "plan" que pasaba por dividir a los vascos con su estatus de "Estado Libre Asociado" con España y que fuera debatido y rechazado por el Congreso de los Diputados.
Ya digo que aquéllos eran otros tiempos. Los acuerdos suscritos entre el actual PNV y el sanchismo dibujan un escenario similar al pretendido por Ibarretxe, y el Estatuto propuesto por Urkullu, en su postrera aportación política, consagra la existencia de dos tipos de vascos: los que lo son sólo administrativamente y los que lo son por "vocación". De ese planteamiento se producirán efectos que sin duda poco tendrán que ver con el mandato constitucional de la igualdad entre los españoles.
De esta forma, y como consecuencia de la debilidad -de manera singular provocada también por el propio Gobierno de lo que quizás un día fuera la nación española-, esas dos almas del PNV han confluido en una sola. Ya no existen radicales y moderados, sólo los primeros, no importa la apariencia de mesura que presenten con el fin de atraer a indecisos y españoles que votan en las circunscripciones vascas.
En el nacionalismo vasco, además, la divisoria entre el comedimiento y el fanatismo apenas se advierte en algunas ocasiones. El mismo Urkullu -según me contaba en su día Joseba Arregui- “es una excelente persona, pero en cuanto rascas un poco le sale Sabino Arana”. Y el fundador del PNV, ya se sabe, era el compendio de todo lo que denostamos en nuestros días: xenofobia, oscurantismo y apelación a los tiempos medievales del Antiguo Régimen…
Y así, la competencia electoral del 21 de abril se reduce a PNV o Bildu, en lo que no deja de ser sino un pleito de familia iniciado en los años 60 del pasado siglo, cuando la nueva generación del PNV achacaba a la vieja su conformidad con el franquismo. Hoy, los descendientes de aquellos jóvenes reclaman su derecho hereditario a recibir el "altaren etxea" -la casa del padre-. Unos y otros hoy, comparten también la misma alma; más casposa una, más juvenil la otra, pero iguales en todo caso.
El PNV en su laberinto histórico ha optado, como siempre lo ha hecho, por el radicalismo en contra del orden. Ya lo hizo en 1936, cuando el que luego sería preclaro reclamo de HB-ETA, Telesforo Monzón, pidió armas a los franquistas para apoyar el alzamiento nacional, y eso que, en las elecciones de 1931, esos mismos nacionalistas acudían coaligados con los tradicionalistas.
¿Quo vadis, Euskadi? Cualquiera que sea el papel que pretendan jugar los socialistas, el PP o Vox, unos y otros, en mayor o menor medida, representarán un rol de comparsas en el escenario vasco. No importa que el "disputado voto del PSOE" pueda caer del lado peneuvista o bildutarra, que el PP abandone -por un tiempo al menos- la defensa de los valores constitucionales y se afane en contraatacar por el lado de la gestión, o que Vox quiera convertirse en paladín de la españolidad... los tiempos han cambiado, y ya los esfuerzos que en su día hicimos entre los socialistas de Nicolás Redondo y los populares de Jaime Mayor por enmendar la deriva nacionalista, forman parte de los sueños evanescentes de un pasado que quizás fuera mejor que éste. Pero la nostalgia no sirve de nada a efectos prácticos.
El País Vasco va -porque lo está ya- en esa dirección. Y el PNV no parece dispuesto a imitar el sistema que hizo fuerte a la CDU en Alemania y a la CSU en Baviera. Ese modelo tuvo también su oportunidad en los tiempos inmediatamente anteriores al ciclo que abrió Urkullu. Y no parece que la historia se repita, como no sea en forma de farsa, que decía Marx en el 18 Brumario de Luis Bonaparte. Después de todo, pensar que un nacionalista en España siquiera dude en acometer cualquier política que mejore la integración y el progreso de nuestro país es algo más que una quimera, una España que avance no es sino de una de sus peores pesadillas.