Antes de dar
comienzo a mi relato particular de la sesión parlamentaria del 1 de agosto,
permítanme que les cuente una anécdota. Era un día a finales de la década de
los 80, en esos tiempos, la refundación
de Alianza Popular en Partido Popular emprendida por Fraga, enfrentaba a la
«vieja guardia» aliancista con quienes pretendíamos renovar ideas y
equipos.
Jaime Mayor, que había sido encargado por el «patrón» de
dirigir esa tarea, volvía al País Vasco después de pasar un fin de semana en la
localidad de la autonomía madrileña de su residencia. Me confesaría entonces:
- Estuve en
misa y el sacerdote dio la comunión con el pan y el vino. Cuando yo llegué a
recibirla, estaba a punto de consumirse este último y el cura me dijo: «Apura
tú el cáliz».
Se trataba,
para Mayor Oreja, de una especie de anuncio de las penurias que debería
afrontar en el futuro del partido refundado: los vizcainos enfrentados a los
guipuzcoanos, y los alaveses dispuestos a crear un nuevo partido —Unidad Alavesa—
que rompiera la difícil unidad del centro derecha vasco. Y ahí estaba él,
intentando componer las piezas de un mosaico roto: apurando el cáliz.
Quizás
Mariano Rajoy se haya encontrado el pasado 1 de agosto en unas circunstancias
similares. Creería tal vez que su célebre dominio
de los tiempos —que no es otra cosa en realidad que no hacer nada,
esperando a que la resistencia basta
hasta que alguien te ayude— sería
suficiente para alejarse de las malas consecuencias de su atávica práctica de
esta política.
No otra cosa
había hecho Rajoy en su tiempo de responsable político: confiar, pero —si me permiten esta reflexión— no confiar porque en
realidad piense el ahora Presidente del Gobierno que esa confianza se deposita
en su equipo por los méritos de ese mismo equipo, sino por la ausencia de la
elección por su parte, por no asumir su responsabilidad de elegir o de cesar a
su gente.
Decía Michel
Rocard —que fuera Presidente del Gobierno de Francia— que son tres las
responsabilidades de un político: trazar la estrategia, elegir a su equipo y
gestionar las crisis. Seguramente que ninguna de las tres responsabilidades
están entre los cumplimientos de Rajoy: carece de programa —salvo el de no
irritar a los eurócratas y a Merkel—,
no ha elegido bien a sus equipos —o no los ha vigilado adecuadamente— y no sabe
gestionar las crisis —como bien estamos percibiendo con el caso Bárcenas.
Y ha elegido
en este caso no decir la verdad, lo que resulta lo mismo que mentir. No ha
aclarado si el PP disponía o no de una contabilidad b, no ha dicho si los sobresueldos que cobraba eran o no contrarios
a la ley de incompatibilidades... En suma, no contestó ni a una sola de las
preguntas que le planteara Rosa Díez. No dijo toda la verdad, porque apenas si
explicó nada.
Y encerrado
en su negativa y en la excusa de su honradez y de su condición de registrador
de la propiedad, amarraba Rajoy su destino político al de Bárcenas, como los
viejos forzados de las naves romanas a sus cadenas y a sus remos. Es su sino,
por elección o por no haber querido elegir la dación de cuentas y la
transparencia antes que la ocultación. Rajoy ha decidido apurar su propio cáliz
y emprender el ascenso hacia su Gólgota particular.
La negativa
de Rajoy me recordaba poderosamente a las sucesivas negativas del otrora
Presidente de los Estados Unidos, Richard Nixon, cuando quiso evitar el
procedimiento del caso «Watergate», seguido por el Tribunal Supremo
de los Estados Unidos, a base de negativas, destrucción de pruebas y mentiras.
Claro que Rajoy no es Nixon, me dirán seguramente ustedes. Y no les faltará
razón.
No, Rajoy no es un político forjado en la trampa y en la mentira como el
famoso Dirty Dick. Pero hay una cosa
que les une: su elección de la mentira como defensa. Y eso es el principio de
una fatal cuenta atrás, es el cáliz que se apura en la cena de Pascua y que
termina en el Gólgota.
Claro que
Nixon no se llevaría por delante al viejo
gran partido americano. Apenas cuatro años después de que Gerald Ford consumiera su mandato en sustitución del dimitido antecesor llegaría Reagan a
la presidencia. El demócrata Jimmy Cárter consumió un solo mandato.
Puede ser
diferente el caso del Partido Popular. Les narraba una anécdota al principio de
este post. Ocurría, hace ahora, unos
25 años. El PP encaraba una refundación, porque la «vieja guardia» de
AP sonaba demasiado a franquista y debía ser marginada al baúl de los recuerdos. Hoy, con toda su cúpula salpicada por el
«caso Bárcenas», carente de ideas y de energías políticas, ha
llegado, pienso, la hora de que el PP afronte su segunda refundación, lo mismo
que en el principal partido de la oposición, desde luego.
El contador
ha empezado a funcionar el 1 de agosto. El tiempo que tarden en ser conscientes
y en poner en marcha la operación es cosa suya; pero cuanto más tarde empiecen,
peor para ellos.
Y, si me
permiten una última confesión: no tengo ninguna sensación de que vayan a
hacerlo. Ya no está el «patrón» y nadie hay con autoridad moral y
capacidad de influencia —Aznar tampoco, como es lógico— para indicar que haya
llegado la hora.