La intervención de Rosa Díez en los desayunos de trabajo del foro Europa que se produjo el mismo día en que se escriben estas líneas, se hacía la pregunta que ronda a lo largo de la novela Conversación en la Catedral del escritor peruano y español, Mario Vargas Llosa. Una pregunta que se refería en este caso a su país de origen: ¿Cuándo se jodió el Perú, Zavalita?
¿Y cuándo ocurrió eso, en que momento se estropeó la democracia española?
Porque nuestra Constitución —de la que en estos días se cumplen sus 35 años de historia— bien puede considerarse razonable en términos democráticos. Otra cosa muy diferente habría de predicarse respecto de su desarrollo. ¿Cuándo se quebró la letra o el espíritu de nuestra Carta Magna?
Podía ser en 1985, cuando Alfonso Guerra proclamara a los cuatro vientos que Montesquieu ha muerto, para justificar el saqueo político a la independencia del poder judicial. Las politización de la justicia, que ha tomado carta de naturaleza desde entonces y que han mantenido sin variación los sucesivos gobiernos socialistas y populares, que han contado en diversas ocasiones con mayoría absoluta para retornar a un sistema respetuoso con la independencia del poder judicial.
Pudo ocurrir también en cualquier momento de la democracia, cuando los partidos políticos invadieron la gestión de las Cajas de Ahorros o colonizaron los organismos reguladores, subvirtiendo las finalidades de unas y otros.
Se estropearía seguramente también la democracia cuando Jose María Aznar, para ser elegido presidente, entregó las competencias de educación y sanidad a las comunidades autónomas o diversos tramos del IRPF. Es posible que nuestro Perú particular se fuera al carajo cuando este mismo presidente apoyaba la entrada de España en Irak sin contar con el respaldo de la legalidad internacional, residenciada en las NNUU.
No le hizo, por cierto, un gran servicio a la democracia española, el presiente Zapatero, cuando lanzaba a los cuatro vientos la idea de los Estatutos de Segunda Generación, o cuando anunció a bombo y platillo, que cualquier propuesta de modificación del Estatut que saliera de la Asamblea sería apoyada por él sin reservas.
La democracia española vivió y padeció durante demasiado tiempo el terrorismo etarra, pero también padeció y vivió los tristes y recurrentes episodios de la negociación con ETA. La hoja de ruta trazada por el presidente Zapatero ha sido seguida sin lugar a dudas por el actual presidente Rajoy. Fueron heridas provocadas por estos partidos viejos a la democracia que, por desgracia, hoy continúan sangrando a borbotones.
O cuando gobierno y oposición decidieron, sin luz y sin taquígrafos, modificar la Constitución en el final del gobierno Zapatero.
Se jodió España —se está jodiendo— cuando a la ofensiva soberanista del nacionalismo catalán no se le está oponiendo la política de las letras mayúsculas y sí el vergonzoso silencio de un gobierno ineficaz y pusilánime. Mucho antes se estropeó cuando uno y otro partido decidieron gobernar con el apoyo de los nacionalistas, entregando a cambio jirones de soberanía nacional, en lugar de establecer un cortafuegos que impidiera que brotara el gran incendio que hoy nos está abrasando.
Y mucho antes se fastidió la cosa cuando los partidos nacionales emularon a los nacionalistas, creando miniestados en todas y cada una de las Comunidades Autónomas, haciendo trizas al Estado, que ya no es casa común de todos los españoles, sencillamente porque apenas sí es Estado.
En cada uno de esos momentos —y quizás también en otros— se nos fue al carajo la democracia.
¿Seremos capaces de recuperarla?
Algunos lo estamos intentando
Estupendo escrito al que nada se puede añadir todo está dicho en él.
ResponderEliminarMagnífico artículo, gracias.
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