miércoles, 5 de febrero de 2014

La oportunidad


El proyecto europeo ha sido siempre el escenario de tensiones contrapuestas. Los intereses de Estados, partidos y lobbies de todas las consideraciones han pugnado por establecer su propio criterio y la resultante de todos esos pulsos ha sido que nadie perdía absolutamente, con lo que todos ganaban algo. Y así, a trompicones, como los carros que avanzan a duras penas por terrenos dificultosos, el proyecto europeo avanzaba.

Claro que eran épocas en las que todos —o casi todos— los que participaban en este proceso eran partidarios de que siguiera adelante. No ocurre lo mismo ahora. Porque en estos momentos el debate europeo, más allá de su necesaria construcción, se refiere a la necesidad de defender lo que se ha hecho ante quienes sólo pretenden socavarlo.

El populismo se presenta en las elecciones europeas de mayo como la gran preocupación. Es verdad que acude a esta cita con diversos uniformes. Que no es lo mismo el FN francés que el UKIP británico, que la Alternative für Deutschland alemana no dice lo mismo que el PVV holandés... y que su concierto en el próximo Parlamento Europeo no será fácil, por suerte. Pero forzoso será decir que algo se ha hecho mal para que hayamos llegado hasta este punto.

Por ejemplo, se ha pretendido que todas las malas noticias venían de Bruselas, el centro institucional de la Unión por excelencia. Nuestros gobernantes iban a Europa a conseguir no se sabía muy bien qué cosas y volvían de Europa haciendo un particular beneficio de inventario de su gestión: lo bueno se debía a su capacidad negociadora; lo malo, las exigencias que se nos planteaban, eran responsabilidad de la siempre lamentable y omnipresente burocracia de Bruselas.

Hoy para nadie es un secreto que la construcción del euro estuvo mal planificada y peor resuelta. Como una especie de edificio construido sobre el barro, ha amenazado con venirse abajo al primer vendaval. Las soluciones adoptadas para combatir su debilidad, a través de mecanismos como el MEDE que no han sido susceptibles de control político por parte de las instituciones democráticas, no han ayudado precisamente a legitimar sus decisiones, que en muchos casos han comportado dolorosos ajustes en las poblaciones afectadas por los rescates.

La tendencia a que sea el Consejo Europeo, y no el Parlamento y la Comisión, quien está protagonizando las determinaciones que afectan a la construcción —o recreación, porque últimamente se construye poco— de Europa, no ayuda al principio de la representación europea en base a los intereses de sus ciudadanos. Se trata más bien de reforzar el papel de los gobiernos de los Estados más fuertes de la Unión en contra de los más débiles, reforzando la dualidad entre el centro y la periferia y las malas relaciones entre ciudadanos de unas y otras partes de la Unión.

Como respuesta a estos —y otros— problemas, los distintos países europeos han conocido el nacimiento y la proliferación del populismo. Una amplia gama de partidos que sólo podría coincidir en la respuesta anti europea que formulan todos, aunque apenas podrían construir un proyecto común, más allá de la vaga idea que tienen de demoler la Europa que generaciones de europeos hemos ido construyendo a los largo de los siglos, especialmente después de la II Guerra Mundial. Y no todos estos partidos estarían dispuestos a hacerlo en la misma medida, con la misma brutalidad y en todos los aspectos institucionales.

Pero esa desunión —intrínseca a esa pléyade de movimientos populistas— no nos debería tranquilizar. Estarán en el Parlamento Europeo porque están entre nosotros —aunque desde España no los advertimos ya que no los tenemos—. Condicionarán seguramente la constitución de grupos parlamentos después de las elecciones de mayo, tendrán su peso en los debates y marcarán en ellos aspectos insolidarios tan en contra de lo que Europa ha representado a lo largo de estos últimos tiempos.

Por eso, no debemos mirar hacia otro lado. Es preciso que tomemos buena nota de su presencia para reforzar el proyecto europeo y para empujarlo hacia delante. Más allá de las posiciones nacionales —muchas veces nacionalistas— de los Estados, intentado construir una Europa de los ciudadanos.

El auge del populismo, aún comprendiendo sus connotaciones negativas, puede y debe ser una oportunidad para el consenso hacia una nueva ambición europea.

2 comentarios:

  1. Cuando la economía va mal surgen los grupos que lo niegan todo sin ofrecer nada bueno.
    ¿Acaso tanto poder tiene el dinero?, pues por desgracia sí lo tiene, pero por fortuna también hay ciudadanos que piensan con la cabeza.

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  2. Muy buen comentario. Me quedo con una pregunta en el aire: estos grupos anti-europa surgen por el convencimiento de que es mejor tener muchos paises independiente con una fusión fria a tener una Europa con fusión real? o simplemente son partidos que aprovechan un sentimiento populista para obtener representación.

    Lo pregunto porque desde mi óptica me parece un error la demolición de lo construido. Es verdad que las instituciones europeas no han estado a la altura, pero las de ningún país han estado a la altura.
    Esta crisis no es económica es una crisis financiera, se han llevado a la práctica soluciones matemáticas teóricas asumiendo un riesgo cero !no existe el riesgo cero!. Pero sobre quien ha recaido el pago son los ciudadanos de a pie (ni siquiera los políticos han asumido coste) y eso es lo que no se ha sabido gestionar.

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