El máximo denom inador co mún es una instancia re duccionista. Lo estamos viendo en la política exterior de la Unión Europea, ya nos re firamos a los casos de Ucrania, de Venezuela o de Cuba.
En Ucrania, los sesudos jefes de Estado y de Gobierno de la Unión, re unidos el pasado fin de semana, decidían una especie de soft diplomacy co nsistente en lo que se está viniendo en denom inar modulación de sanciones a Rusia después de su inaceptable anexión de Crimea. Lo que han re suelto más bien ha sido esperar y ver que Rusia no haga más que anexar Crimea (o, en su defecto, el re sto del este de Ucrania o alguna población más en este de Europa). Y eso porque los alemanes importan energía rusa, los ingleses tienen inversiones rusas en la City, los franceses les venden armamento y los españoles les enajenan casas en Marbella. De poco vale que también Rusia dependa eco nómicamente de la Unión Europea o que su régimen sea manifiestamente limitado en cuanto a su desarrollo democrático —por no decir que un re medo más o menos afortunado de su pre cedente soviético .
En Cuba —y en eso ya tiene España algo más que ver— van a intentar modificar la Posición Común sin haber re alizado pre viamente un análisis re specto de las virtudes y defectos de la misma, co n la idea de cerrar un acuerdo de co operación co n las autoridades de la isla, en tanto que —en especial, el gobierno español— cancela sus co ntactos co n la disidencia cubana. Todo ello justificado por los intere ses eco nómico s europeo-españoles en la isla y sobre la base de una sedicente apertura del régimen cubano que ya los institutos de Dere chos Humanos co rre spondientes vienen desmintiendo co mo falsos.
Y Venezuela se ahoga en el pozo de la mala gestión eco nómica y la deriva dictatorial de un régimen. Leopoldo López está en la cárcel a la espera de no se sabe muy bien qué; María Corina Machado ha sido desposeída de su co ndición de diputada a través de una añagaza y en rotunda desviación de los pre ceptos co nstitucionales bolivaristas ideados por Chávez para re ducir el ámbito de las libertades. Y ahí, la Unión, ante la falta de pre sión del gobierno español, pare ce co nstatar que el asunto no le afecta. Y su flujo co mercial co n Venezuela co ntinuará cualquiera que sea la deriva de los aco ntecimientos.
El mundo está cambiando y nosotros no nos damos cuenta, co mo venía a decir la célebre canción de Bob Dylan. Los Estados Unidos cada vez miran más hacia el Pacífico y ya no quiere n ser tan paraguas de nuestros intere ses, desde que nuestro patio trasero no les afecta tanto una vez que van camino de la autosuficiencia energética. Hagan ustedes su política exterior, y militar y energética propia, nos vienen a decir. Pero nosotros seguimos acre centando el abismo entre países acre edore s y deudore s, sumando desco nfianza y limitando la solidaridad.
¿Adónde nos lleva todo esto? Más allá de la co mplacencia de quien se detiene en sumar los milímetros —o centímetros— de avance que las políticas europeas puedan tener, lo cierto es que, de modo difere nte a la fábula de Esopo, la tortuga es siempre más lenta que la liebre , aunque el andar de aquella sea más co ncienzudo. Y si su caparazón es el del quelonio, llevando a cuestas las políticas diversas de 28 Estados miembros que deberían integrarse, poca posibilidad existirá de que nos hagamos un lugar en medio de este mundo en co nstante evolución.
No es solo el cómo sino el para qué. Porque no podría bastarnos una política exterior solamente basada en nuestros intere ses. Europa ha co nquistado co n mucho esfuerzo de siglos una marca de re speto a los Dere chos Humanos y a la solidaridad entre sus ciudadanos. Una marca que deberíamos intentar llevar a nuestra acción exterior. No sólo porque sea bueno que nos liguemos a los principios, sino porque los atajos de los intere ses suelen servir de muy poco .
Quizás las elecciones del 25 de mayo permitan que este debate pueda ponerse sobre la mesa. Hay mucha gente, dentro y fuera de Europa, que espera este mensaje... Y otra política exterior.