sábado, 8 de marzo de 2014

Democracia y libertades en un mundo complejo



Un largo informe del semanario británico The Economist venía a preguntarse por el futuro de la democracia a la vista de los acontecimientos que nos ilustran los medios de comunicación, especialmente en estos últimos tiempos. ¿Es la democracia —se preguntaba de forma retórica este periódico— un sistema capaz de resolver de manera correcta nuestros problemas?

Es cierto que no corren buenos tiempos para la democracia: la esperanza que abrieron los diferentes episodios de la Primavera Árabe sólo ha conseguido un éxito razonable en el país que encabezara esas revueltas —Túnez—, porque los demás Estados afectados han transitado entre el aparente regreso a la dictadura militar —Egipto—, las guerras civiles —Libia y Siria— o las reformas políticas o económicas que no conducen sino al mantenimiento de las dictaduras —Marruecos o Argelia.

No es diferente el caso de lo que ocurre en el este de nuestra comunidad europea. Ucrania ve cómo su vecino ruso ocupa su territorio en Crimea, vulnerando las normas del derecho internacional. Tampoco lo que se produce en los mares del Caribe, donde tanto Venezuela como Cuba avanzan o consolidan sus regímenes dictatoriales ante la rebelión o el desinterés de una considerable parte de su ciudadanía.

Se formulan acusaciones contra las democracias como si estas fueran por definición refugio, cuando no de la corrupción y del ocultismo, sí al menos de las decisiones tácticas o del poder de los lobbies, en contra de las apuestas a largo plazo y del interés general. Los dirigentes democráticos —se dice— no son capaces de adoptar posiciones que tarden más de cuatro años en desarrollarse.

Y frente a esas debilidades, pareciera que emerge el poder del cinismo político, encarnado por líderes como Putin o los dirigentes del Partido Comunista chino, para quienes valdría como justificación el crecimiento económico combinado con la represión de los disidentes.

Quizás ocurra que nos encontramos ante una falsa adscripción de calificativos. Definimos como democracias a los regímenes que simplemente se reclaman como tales. Rusia, por ejemplo, donde sobre la base de una pretendida mayoría se asientan la discriminación y la ausencia de respeto hacia las minorías, sean los homosexuales o los pueblos de su vecindad geográfica. Y ya no es que haga falta adjetivar la palabra democracia para devaluarla, como hacia la dictadura de Franco llamándose a sí misma «orgánica» o las regidas por los partidos comunistas en el este de Europa que se decían «populares». Ahora basta con llamarse democracias para después asaltar desde ellas el régimen de las libertades.

Parece obvio decirlo, pero el ejercicio de la democracia se reconduce al estado de las libertades en todos los países. Los derechos de las minorías, por ejemplo. El liberal británico Lord Acton (ese que decía que «el poder corrompe, el poder absoluto corrompe absolutamente») fue quizás el intelectual que más contribuyera al estudio de los derechos de las minorías en las democracias. Acton negó el pretendido derecho de las mayorías a tomar medidas en favor de sus solas tesis. Seguramente unas ideas que no leyeron —o no quisieron aplican— los Hermanos Musulmanes en Egipto y tantos otros.

No todo está escrito por los padres de la democracia, sin embargo. En los nuevos tiempos de las redes sociales en que la capacidad de protesta y la invasión de los espacios privados y públicos se produce con tanta facilidad, la democracia —mejor, las libertades— cobra un impulso nuevo y diferente. No se constriñe al voto cada cuatro años a los mismos partidos casposos y poblados por seres que viven en la opacidad permanente. Se trata de un ejercicio cotidiano, sujeto a escrutinio continuado.

Por eso, la democracia, las libertades, en nuestro tiempo se refieren cada vez más a la transparencia que, a la manera de un hilo conductor, nos permiten detectar los problemas y responsabilizar a los culpables. 

La multiplicación de mecanismos de control, siempre que estos sean eficaces y cumplan con las previsiones que se hicieron cuando fueron creados, ayudan en esta tarea. Pero no son capaces de sustituir a una ciudadanía que no esté dispuesta a velar por la limpieza de sus instituciones.

Por eso, democracia, libertades, transparencia y ciudadanía son conceptos que deben necesariamente convivir en el espacio público —y privado— de modo que sus contrarios: dictadura, represión de los derechos, ocultismo y sumisión, puedan ser vencidos. 

Porque, victorias y derrotas, la democracia —la libertad— es siempre un terreno de avances y retrocesos. Nunca está garantizada, siempre habrá que luchar por ella.

1 comentario:

  1. La Democracia es una joya cara de conseguir y difícil de mantener, porque siempre estará amenazada desde dentro y desde fuera, desde dentro por los corruptos y egoístas y desde fuera por los totalitarios e intransigentes. Todos debemos pensar en ello y después actuar en consecuencia.

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