Toda vez que han quedado retirados los artificios de la reciente campaña electoral, dotada de una retórica huera y de la agonizante presencia de los fantasmales personajes que poblaban los programas concedidos por las cadenas de televisión a los candidatos, parece llegada la hora del análisis. No el análisis de la campaña en sí —que merecería un tan breve y despectivo comentario que no merecería siquiera la pena el hacerlo— sino del mapa político que dejan detrás de ellas.
Del mapa… o de la foto. Porque si algo han sido estas elecciones es el resultado de un monumental voto de castigo. La abstención, el hundimiento del bipartidismo, la aparición de partidos y movimientos hasta ahora sin presencia en el euro parlamento —notablemente la dePodemos— nos presentan a una población hastiada que ejerce su derecho al voto de una manera en apariencia desconcertante.
Pero sólo en apariencia. La crisis económica ha abierto una considerable grieta en el sólido edificio del estado del bienestar europeo. Los habitantes de esta zona del mundo habían aceptado un relativo mal gobierno y a unas clases políticas distanciadas de los electores y de sus problemas cotidianos, siempre que estos les aseguraran las generosas prestaciones sociales que los diferentes países iban desarrollando desde principios del siglo XX, con los lógicos paréntesis de las dos devastadoras guerras mundiales.
Hoy, después de los ajustes y los recortes, la población recupera con enfado su condición ciudadana. Un enfado que lleva a la calle y a las urnas. Un enfado que es la causa más notable de la aparición de los partidos y movimientos populistas.
Claro que no todo es igual en Europa. Como decía Orwell en «Rebelión en la granja», «algunos son más iguales que otros». Los países acreedores van teniendo una respuesta en clave de desconfianza, la suspicacia de los ricos ante las reclamaciones de los menos pudientes o la actitud insolidaria de la hormiga cuando la cigarra le pide que la tenga en consideración llegado el duro invierno. Los países del norte han visto surgir formaciones politicas como el Alternative für Deutschland que exige la salida de Alemania del euro o austriacos y holandeses que quieren cerrar sus puertas a la inmigración.
El populismo en el sur tiene perfiles diferenciados. Puede aparecer con la notable apariencia de desorganización como ocurre en el M5S italiano que recoge votos a izquierda y derecha del espectro político o de Amanecer Dorado griego situado en la extrema derecha. El caso delFront National francés, si bien plantado en las tierras de la derecha más radical y carpetovetónica del país vecino, sus recientes resultados manifiestan el impacto de esa formación también sobre todos los ámbitos del espectro político.
Y es que los populismos acaban hundiendo su puñal vengativo en el corazón de un sistema que ya no ofrece perspectivas de solución. Un sistema que pretenden reemplazar con reiteradas llamadas al retorno de un pasado idílico, cuando no con la proyección de un futuro irrealizable en el que los ciudadanos sólo tienen que esperar cómodamente sentados a que el Estado les proporcione todo lo necesario para su subsistencia.
En este sentido, es lo mismo el discurso de Marine Le Pen que el de los flamantes izquierdistas de nuestro Podemos. Cierto que sus perfiles personales, sus discursos y sus orígenes puedan ser diferentes; pero encierran la misma simplicidad en sus propuestas y se dirigen al mismo público: una población asustada, aburrida y sin perspectivas de futuro. Jóvenes que no saben cuando obtendrán un empleo estable -siquiera un empleo-, mayores que ya no verán un empleo digno para el resto de su vida y se deben conformar con ir tirando a base de chapuzas ocasionales o jubilados que tienen miedo a que su pensión no les baste para organizar el resto de su existencia de una manera digna.
Ha crecido el populismo en Europa, y en España hemos tenido nuestra ración correspondiente. Algunos nos habían acusado a UPyD de serlo. Sin embargo, ya desde un principio hicimos de nuestro trabajo una apuesta por la reforma de las instituciones desde las instituciones. ¿No querían populistas? Pues ya los tienen. Y, por cierto, los aprendices de brujo ya conocen hasta dónde se dirigen sus sortilegios.
En lugar de eso, es preciso encontrar respuestas complejas para problemas que son complejos. Y soluciones desde las instituciones. Seguramente que hay algún camino más fácil que ese, pero no conduce a ninguna parte o nos lleva directamente hacia alguno de los abismos que hemos conocido en nuestra historia.
Pero, volviendo al principio, estas han sido unas elecciones europeas. Las primeras después de la desastrosa gestión que ha hecho el PP durante dos largos años y medio y en buena parte constituyen una respuesta a lo realizado por este partido y a la incapacidad del PSOE en articular una oposición creíble ¿Se repetirán esos resultados? Nadie lo puede saber con certeza Tengamos entonces una cierta tranquilidad en cuanto a su proyección en otras convocatorias electorales.
Y ya se sabe, solo el trabajo bien hecho es garantía para el futuro.
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