El replanteamiento de una construcción —mejor sería decir deconstrucción— europea basada en los Estados solo podría hacerse revirtiendo esta forma de articular las instituciones europeas, situándolas ahora sobre los ciudadanos. En este sentido, una Europa de los ciudadanos es diferente a una Europa de los Estados, que es lo que conocemos hasta ahora. No diría que es lo opuesto, aunque estaría más bien inclinado a sugerirlo, dado que la forma en que se está haciendo esa Europa de los Estados está cada vez más alejada de sus ciudadanos. Si no están de acuerdo, pueden fijarse en las políticas de ajustes y recortes impulsadas por la troika —con la incorporación a ella de un actor que nada tiene que ver con Europa, como es el el FMI, o con la ausencia de su control por parte del Parlamento Europeo.
Aún así, Europa no puede construirse en contra de los Estados. Por eso, la pretensión de una Europa Federal tiene una característica bicameral, donde el Consejo Europeo debería desaparecer y quedar subsumido en una especie de Senado, como el de los Estados Unidos. ¿Desaparecen los Estados en América? ¿Carece de fuerza su Senado? En absoluto. Pero, imaginemos una estructura de ese país en la que desaparezca el Congreso, o las elecciones directas a la presidencia de los Estados Unidos, y no lo reconoceríamos.
Hacer una Europa de los ciudadanos supone también contar con algún elemento que la configure. Porque nunca ha existido una idea de «ciudadanía europea». Sí hay una ciudadanía de los Estados que la componen. Pasar de una situación a la otra exige instituciones nuevas y transparentes, simplificándolas además. Un Parlamento normal, un Gobierno normal, un tribunal normal… Pero también exige saber si existen en Europa elementos que nos puedan distinguir de otras comunidades políticas.
Algo que ha formado parte del acervo comunitario europeo desde el principio es la llamadacláusula democrática. Signo de distinción o no —porque es lógico que aspiremos a que todo el mundo comparta con nosotros una idea similar de la protección de los derechos humanos— la cláusula democrática se ha enarbolado por los europeos comunitarios en contra de cualquier país no autoritario que quería formar parte de las instituciones europeas. Recuérdese que ese fue el caso de la España de Franco, de la Grecia de los coroneles o del Portugal salazarista.
También ha formado parte de nuestra forma singular de entender las relaciones ciudadanas, la forma de comprender la sociedad que es común a los europeos, la idea del bienestar individual. No hemos permtildo conceptualmente que el sistema posibilite el abandono de las personas que carecen de recursos propios. No hemos estado dispuestos a que en las puertas de los hospitales queden abandonadas personas sin recursos por el solo hecho de que no los tienen o que la edad de la jubilación —palabra que viene de júbilo— se acompañe de la tristeza de nuestros mayores por carecer de recursos para afrontar su tercera o cuarta edad.
Europa ha sido siempre paradigma de estas conquistas en lo democrático y en lo social. Un modelo que no nos podemos permitir abandonar cuando se trata precisamente del modelo que pretenden imitar los países que van encontrando su camino al desarrollo.
Es verdad que se trata de dos conceptos que se encuentran sometidos a un duro ataque. Los partidos xenófobos, disfrazados muchas veces de euroescépticos, pretenden conculcar la idea de una Europa que pueda recoger en su seno a las personas que pretenden vivir y trabajar con nosotros. Una idea bastante preocupante, si se tiene en cuenta que ni siquiera los europeos estamos generando las condiciones para que una nueva generación soporte las jubilaciones de la anterior.
Por último ¿qué decir del estado del bienestar, cuando so pretexto de que hay quien se aprovecha de forma torticera del mismo, se pretende destruirlo? Esa Europa Federal es la Europa de los ciudadanos y se debe construir sobre esas dos patas: los valores democráticos y los derechos sociales.
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