lunes, 8 de junio de 2020

Gibraltar, ¿sólo una bandera?

Artículo publicado originamente en El Imparcial, el 7 de junio de 2010:



Cuando yo era portavoz de Exteriores de Ciudadanos en el Congreso de los Diputados el dossier de Gibraltar estuvo permanentemente sobre mi mesa. Serían dos -y muy diferentes- las posiciones gubernamentales que se plantearon al respecto: la primera, la de José Manuel García-Margallo -heredada del gobierno Aznar con Piqué como ministro-, reclamaba como solución posterior al Brexit la cosoberanía de la actual colonia con el Reino Unido; la segunda, iniciada por el ministro Dastis, y seguida después por Borrell y González-Laya, de perfil más bajo y de menor exigencia negociadora. Aplaudí la primera de las estrategias y critiqué la segunda como poco ambiciosa: España había tenido que aceptar la ignominiosa situación de mantener una colonia extranjera en nuestro suelo nacional si queríamos entrar en Europa, abandonada ésta por Gran Bretaña había llegado nuestra oportunidad para poner el conflicto en vías de solución.

Empezaré por decir que no me parecía del todo bien el planteamiento de Margallo de establecer como objetivo la cosoberanía, sin perjuicio de que no era descabellado ni negativo del todo ese propósito; pero en una negociación nunca se debe poner encima de la mesa las cartas con las que se juega: expresar que tu objetivo final es la cosoberanía equivale a decir que te conformarás con menos. En resumen, que esa no era una buena fórmula de negociación, menos aún con un rival tan experimentado en estas lides como lo es el británico.

Pero al menos era ésa una estrategia ambiciosa: pretendía situar la bandera de España en el mismo lugar en que había dejado de ondear desde 1713. Ya sé que eso de la enseña de España y aquello de la soberanía nacional son monedas que cotizan bajo en los tiempos que corren, en los que una manifestación congregada bajo nuestra bandera común supone alteración del orden público y en los que se atienden más las peticiones de soberanistas excluyentes que a quienes defiendan la integridad de nuestra nación -quizás porque la nación española sea algo “discutido y discutible”, que decía Zapatero, o no se sepa nada de lo que es una nación, como ya viene demostrando por lo visto desde siempre Sánchez.

Para los españoles de hoy, preocupados ahora por la pandemia y por la salida de la crisis que se nos viene encima, la preocupación por la soberanía nacional es asunto de tercer o cuarto orden, si algún puesto tiene entre nuestras inquietudes. Pero no ocurre lo mismo entre los británicos, para quienes que dejara de ondear de la Union Flag en las Malvinas suponía un atentado de primer orden para ese país. Para nosotros, una bandera en Gibraltar, se parece poco más o menos a ese aburrido debate entre esteladas y senyeras, estandartes rojigualdas y tricolores republicanos, oriflamas y trapos... ¡qué más da, por lo visto!

Pero nadie debería pensar que el caso de Gibraltar es sólo una cuestión de banderas, y eso lo vienen entendiendo desde hace unos cuantos siglos los políticos británicos. Situación geoestratégica de primer orden, punto de control en el Estrecho, cierre -y apertura- del Mediterráneo... Gibraltar es un enclave defensivo de primer orden para el Reino Unido, hasta el punto de que esa condición se ha venido convirtiendo en un obstáculo primordial para el buen fin de nuestras negociaciones con ese país.

Claro que, desde Utrecht, Gibraltar ha tenido su recorrido propio, y los nuevos tiempos lo han convertido en un paraíso fiscal, un territorio propicio para el negocio fácil y la expansión del juego online; además del escenario para la construcción de aeropuerto y viviendas en contradicción con el Tratado de Utrecht y la ampliación del puerto en aguas que no son jurisdiccionales o el deterioro medioambiental de sus aguas limítrofes en perjuicio de las faenas de nuestros pesqueros.

Muchos años, mucho lobby “llanito” -con insospechados tentáculos y redes- nos han traído hasta aquí. Con gobiernos situados entre la debilidad y el temor por enfrentarse a retos difíciles. Un país que carece de recursos para ofrecer un plan para los dependientes habitantes del Campo de Gibraltar y que ya no tiene ambición para asumir el papel que -siquiera como potencia media- le corresponde en el tablero internacional.

“Reduciremos el precio de la cajetilla de tabaco, para impedir el contrabando” -me decían encantados por el logro obtenido...-. “Lo importante es que dispongamos de la llave de la verja” -me aseguraban en mis tiempos de diputado los representantes del Ministerio-. Una llave que se tiene, en todo caso, para no ser utilizada; un picaporte que se oxide con el paso del tiempo o que se doble hasta romperse como las cucharas del israelí Uri Geller.

Una nueva derrota -ésta, diplomática- para nuestros tiempos de pandemia. Vendrán más.

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