sábado, 9 de enero de 2021

Construir un puente sobre una sociedad dividida

Artículo publicado originalmente en El Imparcial, el viernes 8 de enero de 2021


Las imágenes de un Congreso de los Estados Unidos asaltado por unas malencaradas turbas nos plantean -además del estupor consiguiente- muchos interrogantes, el más evidente, ¿está pasando eso en el país de Jefferson, Roosevelt o Kennedy? Más aun, ¿son los asaltantes herederos del presidente —republicano, por cierto— Lincoln?

Son, desde luego, preguntas que se formulan desde el desconcierto. Pero hay otras que se refieren a la calidad de las democracias —la negativa a aceptar un resultado electoral es un síntoma de la escasa consideración a la soberanía popular—, de modo que cabe traer a colación, en este sentido, casos como la tragicomedia del Brexit y los interminables debates en la Cámara de los Comunes, las democracias iliberales de Hungría y Polonia o los ataques que infringe —hacia dentro y hacia fuera— el presidente ruso Putin. Y en el continente americano —más allá de la tragedia humanitaria y política de Venezuela— Chile, Bolivia, Ecuador... son alguna de las cuentas del inacabable rosario de incidentes políticos a los que las democracias se ven confrontadas en este siglo XXI de turbulencias sin fin.

Democracia y populismo constituyen el anverso y el reverso de la misma moneda: cuanto mayor sea éste, menor será la calidad democrática de los sistemas que se dirían parasitados por los populismos.

Pero el populismo no es una enfermedad de las democracias que nos ha venido desde fuera del sistema, más bien se trata de un problema socialmente larvado y desarrollado en las sociedades democráticas. En su ensayo, “The road to somewhere”, el que fuera editor de la revista Prospect, David Goodheart, explica que como consecuencia de la globalización, la sociedad se está viendo confrontada a una gran división —“the great divide”—, generando dos bloques antitéticos de población, que Goodheart califica como los “anywhere” —literalmente, en cualquier sitio—, y los “somewhere” —los de algún lado—. Los primeros, “anywhere" se sienten cómodos con la globalización, son más ciudadanos del mundo que de su propio país, confían en ellos mismos y viven en cualquier parte en la que sus expectativas profesionales se vean razonablemente correspondidas; los “somewhere”, sin embargo, perciben la globalización como una amenaza, se sienten enraizados en sus pueblos o pequeñas ciudades, resultan dependientes y anudan su futuro profesional al puesto de trabajo que hayan podido obtener, sienten miedo de perderlo y no se atreven a intentar un desarrollo profesional en otra actividad o empresa.

El contingente de los “anywhere” se integra en su mayor parte de jóvenes que viven en las grandes ciudades o que aspiran a vivir en ellas, los “somewhere” son reclutados entre las gentes de mediana edad y los mayores y residen en pueblos o en ciudades pequeñas. La educación es elemento fundamental en esta línea divisoria: los “anywhere” son las personas que han recibido una mejor y más larga formación, en tanto que los “somewhere” la tienen más escasa.

Los populistas han sabido interpretar las preocupaciones de los “somewhere” de nuestras sociedades y les han ofrecido un adecuado cauce político. Es el caso de los Orban, Kazynsky o el mismo Trump. Sus respectivos mandatos han renunciado, de ese modo, a cumplir con la primera obligación de un gobernante, que es la de unir a su sociedad en la búsqueda de objetivos comunes que mejoren su vida. Ésta ha sido la particular gesta del —por poco tiempo— presidente norteamericano, que ha culminado en un provocador mitin, resultado del cual ha sido el mencionado asalto a las instituciones representativas de la nación.

Frente al trumpismo, la comunidad demócrata ha enarbolado banderas igualmente divisivas, desde la óptica de lo políticamente correcto, creando el marco mental de un relato fuera del cual el pensamiento que le es crítico resulta simplemente inadmisible, poco menos que fascista. Movimientos como el “Me too” o el “Black lives matter” han creado su correspondiente grey de ciudadanos desconcertados ante las críticas que se producen sin medida en contra de su religión, de las fuerzas del orden, de su condición racial blanca o de género masculino y heterosexual. Las trincheras que cavan unos se parecen en ocasiones bastante a las que horadan otros, unas y otras se retroalimentan respectivamente.

No parece existir otra solución a la gran división social que la de construir un puente entre estos dos bloques separados entre sí. Un puente que ayude a quienes, de entre los “somewhere” puedan anudar su futuro en un mundo que, si bien altamente competitivo, les ofrezca un elevado nivel de oportunidades profesionales y personales; y, para los que ya no puedan atravesarlo, proporcionarles la seguridad de un Estado que sea también protector, porque nadie deja de ser ciudadano, piense lo que piense, resida donde resida, tenga la educación que tenga...

¿Será Joe Biden capaz de suturar las heridas de la dividida sociedad estadounidense, o se abonará al lenguaje —y a la práctica— de lo políticamente correcto, ignorando o despreciando a esa otra América que siente pavor por el futuro que tiene por delante?

No le basta a Biden con pretenderlo, deberá también contar con la energía y la voluntad política para lograrlo. Veremos si, al menos, es capaz de salir de su propia zanja enarbolando una bandera de paz y de integración.

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