lunes, 10 de mayo de 2021

La nueva política se retira de la escena

Columna publicada originalmente en El Imparcial, el viernes 7 de mayo de 2021


Llegada la noche electoral del 4-M, Pablo Iglesias aprovechaba la oportunidad de los focos mediáticos sobre él concentrados para confirmar su retirada de la política; seguramente una despedida a cámara lenta, que daba comienzo, al menos, con su salida del Gobierno para figurar como candidato de su partido. Se parece éste al gesto del maquinista que dirige su convoy hacia una vía muerta, sabedor de que ese viaje ha terminado. La comparecencia del líder de Podemos refería la crónica de un suceso previsto, por eso ni siquiera se concedía a sí mismo unas horas de reflexión.

A quienes piensen para su particular alegría que se acabó Iglesias en la política, habrá que recomendarles alguna paciencia. El hasta ahora máximo responsable de Podemos inició su influencia pública a través de los medios de comunicación, y a ellos vuelve, según parece. Pero el poder mediático —por mucho cuarto poder que sea— no es el ejecutivo, y por lo tanto no regala subvenciones, ni alimenta el ejército de sus seguidores, ni publica decretos en el BOE. Los medios influyen, no determinan; y es dudoso que pretenda Iglesias convertirse en oráculo de Delfos para el resto de su vida.

El fundador de Podemos podrá preparar —o no— su retorno a la política activa desde su nueva y bien retribuida torre de marfil; lo que resulta bastante probable es que tendrá allí la oportunidad de reflexionar acerca de su intento adanista de tomar el cielo por asalto y de su histriónico desprecio de la política, los políticos y sus partidos. Este viaje que ahora termina para Iglesias no le había conducido a los objetivos que él acariciaba. Creyó que podía torcer el rumbo de la principal maquinaria de poder que, hoy por hoy, existe en España: el partido socialista. Confiemos en que el próximo trayecto -si se produce- no enmiende sus pasados errores y vuelva a poner en riesgo grave nuestra convivencia.

Sólo el tiempo nos dirá qué cambiará a mejor en España sin Iglesias. En todo caso, su despedida se parece bastante a la de Rivera después del fracaso de este último en las pasadas elecciones generales. Y ambas conectan con el cambio del mapa político español que se producía a raíz de las europeas de 2014, en las que Ciudadanos —desde el centro liberal— y Podemos —desde la extrema izquierda— establecían un nuevo paradigma en el otrora rancio bipartidismo de nuestro país.

Se habló mucho entonces de la vieja y de la nueva política, conectando esta nueva situación española con las reflexiones que en mayo de 1915 hiciera don José Ortega y Gasset en el teatro de la Comedia. Lo viejo, además de viejo, había caducado, y debía ser sustituido por lo nuevo. Y a ello se aprestaron Iglesias y Rivera, cada uno desde barricadas diferentes y con objetivos partidarios distintos, pero los dos con la misma denominación política italiana: el sorpasso.

Pasado el tiempo habrá que convenir que no existe eso de vieja y nueva política, porque el arte del ejercicio público —como decía Michels— lleva aparejado una especie de ley de hierro de la que nadie se debe desentender, so pena de quedar sumido en el abatimiento y la depresión permanentes. No deberemos insistir, porque supone pérdida de tiempo, en que los partidos —nuevos o viejos— sean democráticos o que sus líderes rindan cuentas y se dejen aconsejar; basta con pedir que sus políticas sean correctas, que no estorben a las aspiraciones legítimas de sus conciudadanos. Sólo eso. Y convengamos que ya es mucho pedir a la vista de lo que nos ofrecen los partidos en España.

Ahora, cuando los que nos anunciaban un futuro diferente y mejor, porque ellos lo venían a cambiar todo, se han ido, procederemos al más o menos ordenado entierro de los restos mortales de las formaciones políticas que no llegaron a consumar su función. Es más que posible que Ciudadanos y Podemos se encuentren más en el más allá que en el más acá, pero no deja de ser cierto que éste es un momento de polarización política y que aún no hemos llegado al final de la crisis de la pandemia. Un reciente informe del semanario The Economist, poniendo como ejemplo la epidemia de cólera en París en 1830, aseguraba que estos procesos dan como resultado la inestabilidad política. Basta con releer a Víctor Hugo y Los Miserables, recuerda el citado medio.

Serán muy probablemente otros líderes y otros partidos quienes tomen el relevo que les dejan éstos, pero el caldo para su cultivo está preparado y el voto —por fortuna— está más dispuesto a migrar hacia otros partidos y es cada vez más libre y consciente de su utilidad.

Pero ahora son los tiempos de la polarización, del reforzamiento de la derecha y de la confusión en la izquierda. En este sentido, la jornada electoral del 4-M tiene mucho que ver con el histórico eclipse de Zapatero y la victoria de Rajoy, hace de esto 10 años. Un nuevo tiempo, desde luego. Sin embargo, lo único cierto de la política moderna es que cambia muy deprisa y de manera muy abrupta. Convendrá que disfruten del momento dulce quienes obtuvieron la victoria, ahora que la han conseguido, quién sabe lo que nos deparará el futuro.

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