La carta de Sánchez al rey Mohamed, sin embargo, expresa una confesión de debilidad que se hace al país del que provienen muchos de nuestros problemas exteriores: “Majestad. Nos está ahogando. No apriete, Señor, más la soga”, podría haber escrito, seguramente en un español más preciso que el resultante de un texto (mal) traducido, y peor expresado, del francés.
La foto del Salón Constitucional del Congreso en el que tuvo lugar la comparecencia de Albares el pasado 23 de marzo resulta dramática, en efecto, y pone en evidencia la soledad de este Gobierno en el parlamento. Pero convendrá huir de la brocha gruesa y aplicar el pincel fino para colegir que no todas las críticas lo son de fondo. Es evidente que nacionalistas, separatistas y populistas de la extrema izquierda manifiestan una discrepancia en el fondo y en la forma; aunque será preciso advertir que no por unirse a la vocinglería de ese coro, y por otros desafectos recibidos del presidente, Podemos considera llegado el momento de abandonar el ejecutivo. ¿Cuántos más campamentos saharauis abandonados a su suerte, serán necesarios para evidenciar el enfado de las Díaz, Belarra, Montero…? Se admiten apuestas.
Habiendo conocido a esos partidarios del derecho de autodeterminación, no como consecuencia de un proceso de descolonización, sino por aquello de arrimar el ascua a su sardina soberanista interna, sus críticas no precisan de mayor comentario, ni siquiera deberían importar a la estrategia exterior del Gobierno. Más conveniente sería, en cambio, analizar las razones en la oposición a esta carta de los partidos nacionales del ámbito del centro y de la derecha. En este punto, descontado que Ciudadanos no levanta cabeza y que la brújula náutica de Vox por los mares exteriores hace ya tiempo que les dejó de funcionar, queda sólo el referente del PP, que en muy pocos días dispondrá de flamante líder.
Me gustaría equivocarme, pero no espero de Feijóo un viraje del rumbo hacia la “tradicional” posición española sobre el Sáhara. Conocedor experto de que buena parte de la política consiste en el dominio de los tiempos, el orensano procurará un cocimiento a fuego (más o menos) lento de su rival, para llegado su momento, recoger el testigo sin modificación alguna de la deriva. Haría bueno así a Sánchez, lo que no es cosa sorprendente, una vez constatado que estos lodos proceden de un tweet del generalmente considerado ominoso populista Donald Trump, que tampoco Biden enmendaría.
Sentado lo cual, la actitud de debilidad es evidente. En la medida en que Marruecos no dejará de reclamar para sí la soberanía de Ceuta y Melilla; podrá, por el momento, frenar su pretensión de extender las aguas territoriales en el ámbito marítimo correspondiente al Sáhara Occidental, sólo hasta que se produzca una nueva oportunidad de reclamarlo; y, sobre todo, dejará temporalmente de inundarnos de inmigrantes con origen marroquí y subsahariano hasta que se produzca una nueva crisis y nos veamos de nuevo obligados a plantear nuevas cesiones. ¿Y cuáles serían éstas? Queda señalado, si yo fuera ceutí o melillense abandonaría las sonrisas confiadas que observo en los informativos de televisión y me aprestaría a defender mi pertenencia a España y a Europa con uñas y dientes. Por cierto, creo que es oportuno recordar que nuestras dos ciudades autónomas no se encuentran amparadas por el paraguas de la OTAN.
Ganar tiempo, sí; permitirnos respirar un poco mejor ahora que la soga no nos aprieta demasiado. Y tratar de alinearnos con otras naciones a pesar de que tengan éstas otros intereses y problemas que los nuestros respecto de Marruecos, como Alemania y Francia; y de Estados Unidos, que no parece contar en exceso con nosotros desde que concluyeron los gobiernos de Aznar. Y en esta nueva relación con el reino alauita, acumularemos además problemas que no teníamos, como el abierto con Argelia, cuyas consecuencias aún resulta prematuro aventurar.
Existe además un debate acerca de si esta diferente relación con Marruecos resulta o no acorde con el derecho internacional. Parece lógico que una carta carece de valor jurídico alguno, y que las resoluciones de Naciones Unidas y el itinerario del proceso de descolonización que prevén no han quedado afectadas. Otra cosa es que nuestro presidente del Gobierno ha venido a reconocer algo que ya tenía un vergonzoso precedente en la peor parte de nuestra historia, fabricada de desistimientos, debilidades y aislamiento internacional: precisamente los acuerdos de Madrid de 1975, que pretendían legalizar la ignominiosa entrega del Sáhara Occidental a Marruecos y que serían tan poco legales que el Gobierno español de la época ni siquiera los publicó en el BOE.
Era la oportunidad de España de corregir el rumbo de sus políticas exteriores erráticas; afianzar su europeísmo y su atlantismo -que una vez más se han vuelto necesariamente compatibles- y hacernos valer en esos ámbitos defendiendo nuestros intereses -y los del continente- en su vecindad sur. En lugar de eso hemos optado por una concesión sin contrapartidas, hemos otorgado valor jurídico a la ocupación ilegal de un territorio -subrayando al mismo tiempo el legítimo derecho de los ucranianos a la defensa del suyo- y hemos dejado un poco más solos a los saharauis en su tierra o en los campamentos de Tindouf.
No, España no acabará por débil, tampoco en nosotros está la vileza. Otra cosa habrá que decir de quienes la gobiernan.
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