viernes, 11 de marzo de 2022

Las carreteras de Ucrania

Artículo publicado en El Imparcial, el jueves 10 de marzo de 2022

Volodymyr Melnyk conduce su Toyota por una carretera de Ucrania. Se dirige hacia Dorohusk, localidad fronteriza con Polonia. Su coche es blanco, como la nieve que inunda los campos que atraviesa en esta gélida mañana de marzo, pero sus pensamientos se tiñen de azul y amarillo -los colores de la bandera de su patria- y del rojo de la sangre que se está vertiendo de manera inútil: “siempre resulta inútil la muerte, el sufrimiento…”, se dice a sí mismo. A su lado se sienta su mujer, Aleksandra. Detrás viaja el hijo del matrimonio, Vasyl, que acaba de cumplir doce años. Hay un atasco de kilómetros y el retumbar de la artillería les encoge el corazón. Ninguno de los tres pronuncia una palabra.

Volodymyr es un joven arquitecto que levanta las casas que ahora están destruyendo los misiles de Putin. Quizás, en el futuro, en el caso de que Volodymyr siga con vida, su profesión será imprescindible para reedificar lo que hoy son ya sólo pedazos de cemento, hierros enredados en una escultura tétrica de guerra, tristes restos de cascotes para una población asediada y rota por la angustia de la ruptura familiar, a la que seguirá el dolor por la pérdida de los seres queridos y la incertidumbre del aprovisionamiento de víveres, de agua… A los Melnyk, esta guerra de barbarie les va a separar; una vez que Aleksandra y Vasyl se encuentren a salvo en tierra polaca, Volodymyr regresará al interior de Ucrania para recibir instrucción de combate -como tantos otros, carece de experiencia militar- e integrarse en alguna de las unidades del ejército de su país. Combatirá siguiendo el liderazgo de su presidente Zelensky, un cómico que aprendió el oficio de la política precisamente a través de la parodia de los políticos, y que hoy se ha convertido en la referencia de un país digno, que resiste al invasor.

Volodymyr conduce en silencio. Quizás debería hablar, ahuyentando así unos pensamientos que vuelan solos. El recuerdo de las historias que les contaban sus abuelos del Holodomor, por ejemplo. Entre 1932 y 1933 murieron en Ucrania unos 3,3 millones de personas por inanición o por enfermedades relacionadas con el hambre. Supo que Stalin ordenó que se destruyeran los datos y se fusilara a los demógrafos implicados en la investigación de los hechos. Abundaron los casos de canibalismo. “Madre dice que si se muere nos la comamos”. Muchos niños ucranianos escucharon este terrible consejo. ¿Estaremos viviendo un nuevo Holodomor?, se pregunta.

Más de tres millones de personas, muy pronto equivalentes a los ciudadanos expulsados de su país en este nuevo exilio del siglo XXI. Y es que Ucrania es, una vez más, el patio trasero de Rusia. Comparte con ella fronteras, historia, religión e incluso idioma en una amplia zona del país. Los sabios políticos e intelectuales occidentales ya han sentenciado que a los ucranianos no les corresponde decidir su futuro, determinar sus alianzas económicas, políticas o defensivas. Sólo son el patio de atrás, y los patios son propiedad de quien sea titular del edificio. Habrá que convenir que hemos nacido en un país equivocado, concluye Volodymyr con amargura.

Las carreteras de Ucrania se hicieron para acercar a las gentes, para construir proyectos compartidos, para transportar bienes y posibilitar la prestación de servicios. Pero hoy parecen construidas para que circulen por ellas los coches de las familias que la guerra ya ha dividido, para que la expedición militar rusa se dirija al asedio de Kiev, para que vuelvan por ella los hombres hacia el frente, cualquiera que sea éste -la guerrilla, seguramente-. Las carreteras de Ucrania conducen al infierno, ellas mismas son ya un infierno.

En el silencio de su habitáculo, observando de reojo los labios apretados y los ojos de Aleksandra que parpadean para evitar que broten unas lagrimas calladas, e intuyendo que la infancia, incluso la adolescencia de Vasyl quedará atrás y que la madurez de un hijo que responde de sí mismo y de su madre suspenderá los juegos y las carreras que aún le son debidas, Volodymyr concentra la atención en el futuro de su país y se ve con fuerza suficiente para defender su libertad, su soberanía, su derecho a existir de una manera autónoma.

Ésta, lector, es una historia que quizás usted ha podido seguir a través de los informativos de televisión o de las páginas digitales de los periódicos. La familia Melnyk es una invención de este autor, pero usted sabe muy bien que la historia es real, que hay muchas familias Melnyk circulando por Ucrania y muchas Aleksandras y Vasyls que serán acogidos por familias europeas como las suyas o las de sus vecinos en Europa.

Quizás Volodymyr no haya descubierto que la libertad no es divisible y que la seguridad tampoco. Que detrás de Ucrania están los países bálticos, y Polonia, y nosotros mismos. Quizás no haya usted intuido que ciudadanos como Volodymyr están combatiendo también por nosotros, y que -parafraseando a lo que dicen que decía Brecht- “cuando finalmente vengan a buscarnos, no habrá nadie más que pueda protestar”.

No, ya no es sólo por Ucrania y su gente digna y valiente, es por usted y por mí. No les dejemos solos. Recuperemos para la libertad las carreteras de ese país. De lo contrario, vayámonos preparando…

1 comentario:

  1. Excelente artículo de un gran escritor y político. Tienes razón si dejamos a Ucrania a merced de los invasores: Seamos conscientes de que el mundo qué no espera será de putines que nos impondrán el yugo amargo que sufrieron los israelitas en su tránsito por el desierto en busca de la tierra prometida. Y como sucede siempre él líder no la verá... Sólo los títeres.

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